domingo, 29 de diciembre de 2013

Ya no Quedan Héroes

La operación resultó ser un fracaso total, un tremendo desastre. Lo que iba  a ser un hábil golpe de mano rápido y limpio, se había convertido en una tremenda torpeza, un fiasco descomunal, una carnicería inútil. Tenían confirmada la de muerte de seis comandos y una baja más que, antes de tener que retirarse, habían estado oyendo maldecir, chillar y disparar hasta que todo se quedó en silencio. Suponen y esperan que, en el mejor de los casos, haya muerto antes de caer prisionero. Caer prisionero no sería bueno para él. Nada bueno. Conocen a sus enemigos y lo último que querrían sería caer vivos en sus manos. Por este motivo todos llevaban una bala guardada, la última bala. Una bala que llegado el momento les debía abrir la única vía de escape razonable.
Pero ese momento no ha llegado todavía, al menos para cinco de ellos que se retiraban ladera arriba. Dos de ellos cubrían la retaguardia con las miradas y los cañones de sus armas apuntando constantemente a sus espaldas, atentos a cualquier cosa que pudiera surgir de la noche que les rodeaba. Y en la vanguardia de este mermado grupo, sólo unos pocos pasos por delante, otros dos soldados caminaban penosamente entre lo escarpado del terreno llevando en volandas a un herido. El hombre iba con los brazos abiertos apoyados en los hombros de sus compañeros, sentado sobre sus brazos entrelazados de modo que sus piernas colgaban en el aire y a cada paso que daban el herido gemía, farfullaba e intentaba ahogar sus propios gritos apretando los dientes. Un disparo en la pierna le había partido la tibia en dos mitades y aunque habían conseguido cortar la hemorragia a base de torniquetes, con el bamboleo del avance la pierna que le colgaba como un pingajo bailaba y adoptaba posiciones que iban contra natura.
-    ¡Parad, por favor, parad un momento! –Suplicaba el herido sin dejar de apretar los dientes.- Necesito descansar un minuto, solo un minuto para recuperarme.
-    ¡No tenemos un minuto! –Replicó jadeante y sin detenerse uno de los que le transportaba.-  ¡Han soltado a los perros!  ¡Los tenemos justo detrás! ¡No los oyes!
No, él no oía nada. Su mente estaba nublada por un dolor que le cubría todo el cuerpo y tan sólo podía escuchar el palpitar furioso de su corazón en las sienes. Las fuerzas le faltaban hasta para seguir suplicando por lo que bajó la cabeza y cerró sus ojos con fuerza luchando por ignorar el dolor. Pero apenas habían dado una decena más de pasos cuando uno de ellos trastabilló ligeramente. No llegaron a caer, pero el movimiento fue lo suficientemente brusco como para lograr que, con el vaivén, la pierna del herido tocara con la puntera de la bota su propia rodilla. El hombre abrió sus ojos y dientes para dejar escapar un terrible grito de dolor compendio de todos los gritos que hasta entonces había procurado reprimir.
-    ¡Dejadme por dios! ¡Dejadme! –Gimió suplicante con sus ojos anegados en lagrimones de dolor.-
Los hombres que lo transportaban, impresionados y conmovidos por sus gritos y suplicas, intercambiaron una mirada y  uno de ellos hizo un ademán con la cabeza indicando la dirección a seguir. Se desplazaron rápidamente un poco a la derecha, hacia una gran roca que sobresalía del terreno. La roca era lo suficientemente grande para protegerlos a todos y su ubicación era perfecta para defenderse de todo aquello que subiera por la ladera. En términos militares aquel lugar podría definirse como una posición defensiva óptima.
Entre lamentos y quejidos sentaron al herido en el suelo con la espalda apoyada contra la roca y lo primero que hizo fue llevar ambas manos a su pierna torcida y entre muecas de dolor tratar de colocarla para darle, al menos, una apariencia normal de rectitud.
No tardaron en unirse los hombres que cubrían la retaguardia y los cuatro, tras la roca, rodearon al herido a quien contemplaron por un instante en silencio. No necesitaban decirse nada, todos eran veteranos fogueados en mil batallas y sobraban las palabras. Tan solo un intercambio de miradas unos gestos de asentimiento con la cabeza y todo estaba dicho. Las cuatro siluetas negras que se recortaban sobre el oscuro cielo nocturno empezaron a sacar su munición de sobra. Cargadores, alguna que otra granada, un fúsil M4 ligero, con rápida cadencia de disparo y letal y todo lo fueron depositando a mano del herido.
-    ¿Qué hacéis? –Preguntó mirándoles extrañado y sin soltar su pierna.- ¿Por qué me dais todo esto? ¿En qué estáis pensando?
El que estaba al mando, un soldado raso pero que por eliminación había quedado como el más veterano y por tanto el de mayor rango, metió un cargador con un golpe metálico en el M4 y poniéndolo de pie apoyado en la roca junto al herido le dijo:
-    Pensamos en la única posibilidad lógica. Lo siento.
-    ¡Cómo que lo sientes! ¿Qué significa que lo sientes? ¡¿Qué pretendéis?! ¿Dejarme aquí solo? –Protestó el herido con sus mermadas energías.- Aquí apechugamos todos cómo está mandado.-Dijo.- ¿¡Dónde está el “siempre fiel” y todas esas chorradas?! ¡Mirad! –Golpeó la roca con la palma de su mano.- Donde estamos es una buena posición. Fácilmente defendible. Entre todos podemos plantarnos aquí y mantener a raya a esos hijos de puta hasta que vengan a ayudarnos.
-    Es inútil. Sabes perfectamente que oficialmente nadie sabe que estamos aquí  –Dijo el jefe en un tono que intentaba sonar sereno.- Nadie va a venir a ayudarnos. Moriríamos todos tarde o temprano… Sin embargo… Si tú quieres…
-    ¡Si yo quiero qué! –Interpeló el herido.-
-    Si tú tuvieras el gesto de… Ya sabes… El héroe que se queda al final cubriendo a sus compañeros…Como en la novela esa del Hemingwhay… La de “Por quién doblan las campanas”
-    ¡Las campanas van a doblar por tu puta madre si quieres! ¡Agorero! – Protestó el herido que casi se había olvidado de su pierna y gesticulaba con sus brazos muy abiertos.- Yo no quiero quedarme aquí solo. No quiero morir.
-    Venga hombre. –Trató de interceder otro de los soldados.- Serás un héroe, como los de las películas.
El herido lo imitó con un amargo gesto de burla.
-    Como los de las películas, como los de las películas... Entérate chaval,  esto no es una jodida película, esto es la vida real y en esta vida real yo estoy casado y tengo dos hijos a uno de los cuales aún no he conocido por estar aquí de servicio. –Se tranquilizó un instante, bajó la cabeza y con una voz llena de amargura y nostalgia añadió.- Coger a mi hijo recién nacido en brazos, esa es la única película de la que quiero ser el héroe.
Los cuatro hombres de pie guardaron silencio, cabizbajos, pensativos, quizás avergonzados, tal vez ansiosos. El herido volvió a hablar sereno pero firme, con un tono más cercano al mandato que a la súplica.
-    Pues si no defendemos todos juntos la posición entonces llevadme con vosotros.
-    Si tenemos que cargar contigo no lo lograremos, nos cazarán como a conejos. –Replicó uno de los soldados.-
-    Lo mismo que si vais solos
-    No. Y tú lo sabes. –Intervino el jefe.- Solos podremos ir más deprisa y si además tú los aguantas lo suficiente… Nosotros cuatro podríamos salvarnos.
-    ¡Y una mierda! ¡¿Por qué no te quedas tú a aguantar al enemigo mientras los demás escapamos? Aún estando herido yo también tendría una posibilidad.–Protestó el herido echándose las manos de nuevo a la pierna con un gesto de dolor.- Joder que fácil jugáis con la vida de los demás.  En esto estamos todos juntos ¿no? Pues aquí, por mis hijos, que nos salvamos todos juntos o morimos todos juntos.
-    Ya está bien de tanta tontería. No sé qué hacemos discutiendo con un cadáver. Porque es un cadáver aunque no lo acepte. –Habló un soldado con claros signos de estar perdiendo la paciencia en parte por la conversación y en parte porque el ruido de los perseguidores sonaba cada vez más cerca.-Nosotros nos vamos y aquí te quedas. Si quieres puedes morir luchando o dejar que te maten como a un perro. Eso tu verás.
El soldado que había hablado se colocó la mochila y recogió el equipo que había dejado en el suelo incluido lo que en un principio iba a dejar al herido. Los demás le imitaron sin decir nada.
-    Os habéis olvidado de que existe otra opción. –El herido, antes de que se lo quiataran, cogió el M4 que tenía a su lado, lo amartilló con dos chasquidos metálicos ¡clan-clan! y dirigió el cañón hacia sus compañeros diciendo.- Os puedo matar yo mismo, aquí y ahora.
Los hombres se quedaron mirándolo como si el tiempo se hubiera congelado. Uno con la mochila a medias de poner, otro aún agachado cogiendo las cosas del suelo, el tercero iba a dar el primer paso cuando se detuvo.
-    ¡Estás loco! ¡No te atreverías! –Exclamaron casi al unísono.- Además qué ganarías con eso.
-    ¿Qué que ganaría? No morir solo. Que todos compartamos el mismo final sea el que sea. Morir pensando que para mí ha sido malo pero para los demás también. Que no había nada más que hacer. Morir, en definitiva, consolado con la idea de que todos hemos corrido la misma suerte. –Un mueca despectiva parecida a una sonrisa apareció en su rostro.-  Triste consuelo, lo sé, pero consuelo al fin y al cabo.
Todos le miraron con un gesto furioso cargado de desprecio.
-    ¡Maldito hijo de puta egoísta! ¡Eres una bestia inhumana!
-    Al contrario, al contrario. –Contestó el herido sentado con la culata del fusil apoyada en su cadera y el cañón apuntando al que había hablado.- Soy una persona muy normal. Un humano de lo más corriente y como tal me comporto.
-    ¡Bah! Está loco y desvaría por culpa de la herida. Vámonos de aquí. No se atreverá a disparar.
Y dándose media vuelta comenzó a caminar ladera arriba. Los demás duraron por un momento pero los ladridos de los perros y gritos de hombres, que se sentían ya demasiado cerca, terminaron por convencerlos y también dieron media vuelta para iniciar la huída.
¡Ra-ta-ta-ta-ta! Una larga descarga sonó en el oscuro silencio de la noche como si fueran cañonazos y los cuatro hombres cayeron sin estar seguros siquiera de donde habían venido los disparos. Uno de ellos aún tenía un pequeño hálito de vida y fuerzas suficientes para levantar la cabeza y dirigir la mirada al herido, su compañero, que les acababa de disparar. Allí estaba, sentado en el suelo con la espalda apoyada en la roca y el fusil aun humeante apuntando hacia ellos. Más atrás, siniestras sombras se movían a su alrededor y rodeaban la roca acercándose. Ya estaban ahí. El soldado moribundo vio entonces al herido levantar el fusil apoyar el cañón caliente en su barbilla lo que le arrancó un grito de dolor y apretar el gatillo. Clic. Clic…. Clic… No pasaba nada. Había vaciado el cargador y olvidado la regla básica de aquella misión, dejar la última bala para uno mismo.
-Mira por donde el muy cabrón no va a tener una muerte fácil
Aquello fue lo último que llegó a pensar el soldado que yacía en el suelo. Después, con el muy humano consuelo de la desgracia ajena, con el racional alivio de que lo del otro será peor, con un rictus en su boca algo parecido a una sonrisa, el soldado expiró.



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