martes, 4 de diciembre de 2007

¡Feliz Aniversario!

Si no me fallan las cuentas, hace ya un año que estoy aquí (¡Mierda¡ ¡Cómo pasa el tiempo!). Un aniversario no es algo baladí, es una hazaña de supervivencia y merece ser celebrada de alguna manera. Además, me ayudará a romper la maldita monotonía en la que últimamente, se han convertido mis días. Una dolorosa rutina que inunda mi espíritu y amortaja mi corazón.

El problema reside en… ¿Qué se puede hacer? Aquí, donde he quemado el último año de mi vida, no es un lugar que abunden las posibilidades y la cosa va a estar difícil.

Podía celebrar una fiesta y rodearme de gente. Pero por aquí son muy poco alegres y sé de antemano, que nunca encontrare gente en la calidad y cantidad adecuada, así que desechamos la primera idea.

Pudiera ser algo más íntimo, como una buena cena y una agradable velada. Aunque aquí ni dios sabe cocinar medianamente bien y la compañía que puedo esperar está al mismo nivel, es decir, muy mediocre.

Tal vez algún caprichito especial. Alguna chorrada que lleve tiempo pensando en pillarme y que no me había decidido hacerlo. Esto puede ser una buena excusa para animarme a hacerlo. La pena es que sigo olvidando donde me encuentro. Ni dispongo de pasta ni creo que haya muchas tiendas abiertas.

Pues nada, visto lo visto, me tendré que conformar con un tirón de orejas, una canción y darme por servido. Así que nada, a esperar a que lleguen y a celebrarlo.

Ya escucho los pasos que se acercan por el pasillo y como hurgan en la cerradura. La puerta se abre y aparece el hombre de todas las mañanas. Grande como un armario, con el pelo rapado a lo militar y vestido con su camisa y pantalón blancos. Enfermero creo que le llaman, aunque le pega más cancerbero.

-Vamos escoria.

Me dice con sus habituales modales a la vez que hace un gesto con la mano para que le acompañe.

Le observo desde el fondo de la habitación acuclillado y con la espalda apoyada en la pared. Me resisto a obedecerle, hoy quiero que sea un día especial y hasta que no tenga mi tirón de orejas y mi canción no pienso moverme de aquí.

-¡Vamos te he dicho! –Vocifera mientras se dirige hacia mí.- ¡Los demás ya están desayunando!

Sigo sin moverme, impasible, dispuesto a conseguir lo que quiero. El se agacha para agarrarme y obligarme a levantar. La camisa de fuerza que me aprisiona me impide poder agarrarlo con los brazos, pero no importa, ha acercado su cara hasta la mía y es entonces cuando aprovecho para tirarme sobre él y aprisionarle más de la mitad de la oreja de un mordisco.

El grita y se incorpora pero yo sigo aferrado a su oreja que siento como comienza desgarrarse entre mis dientes.

Al final, se separa de mí y me quedo con su trozo de oreja en la boca, mientras chilla como un cerdo en una matanza y sacude su cabeza salpicando de sangre las blancas y acolchadas paredes.

Yo quedo de pié en el centro de la habitación. Entre risas escupo el trozo de carne que aún tengo en la boca y exclamo:

-Ya tengo mi tirón de orejas… y ahora la canción. –Y a voz en grito comienzo a cantar.- ¡PORQUE ES UN MUCHAHO EXCELEEENTEEE, PORQUE ES UN MUCHACHO…!

Dos enfermeros que habían acudido por los gritos de su compañero y, supongo que también por los míos, irrumpen en la habitación y con la sorpresa reflejada en sus rostros me observan desde la puerta.

Dejo de cantar les miro y con la boca aún goteándome sangre ajena les digo:

-¿No me felicitáis? Hoy es mi aniversario… Hoy debe ser un día especial.

Y efectivamente lo fue. Se abalanzaron sobre mí y fue en el quinto o sexto golpe cuando la oscuridad se hizo a mí alrededor y ya no recuerdo absolutamente nada.


Nota: Hace un año que estoy “encerrado” en este blog donde, un buen día, decidí plasmar parte de mi locura… ¿O era de mi cordura…? Ya no me acuerdo.

El caso es que quiero agradecer a los pocos pero fieles parroquianos, la molestia que se han tomado leyendo mis humildes escritos.

Muchas gracias y un saludo a todos.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Cuidado con lo que Escribes

Observo el café, que un diligente camarero acaba de servirme, mientras le doy vueltas con la cucharilla y pienso por qué demonios me habré sentado en la terraza de esta cafetería, si ni ando sobrado de tiempo, ni maldita las ganas que tengo de tomar un café con leche a las siete de la tarde. Chasqueo la lengua pensando en que la edad empieza a jugarme malas pasadas y dejando la cucharilla sobre el plato, levanto la taza dispuesto a terminármelo cuanto antes y marcharme de allí pitando. Empiezo a sorber y en cuanto el líquido toca mi lengua comienzo, por lo bajini para no armar un escándalo, a acordarme de todos mis muertos, el café abrasa. Dejo la taza sobre el plato y comienzo a aspirar aire por la boca en un intento de refrescar mi escaldada lengua. Al menos confirmo una cosa, no es la edad la que me juega malas pasadas, es mi estupidez crónica porque después de tanto tiempo tomando café era para saber que un café con leche, en este país, significa que la leche está en su punto de ebullición.

Resignado me dispongo a esperar que se enfríe aquel caldo hirviente que está sobre la mesa y me acomodo un poco mejor sobre la silla. La verdad, pienso, es que no se está tan mal aquí. La tarde es serena, el cielo está despejado y la temperatura a esas horas de la tarde, en un verano que languidece, es de lo más agradable. Poco a poco me voy relajando sobre mi asiento, mientras me enfrasco en uno de mis pasatiempos favoritos cuando estoy en la calle: “Imaginar historias de la gente que pasa” El asunto es sencillo. Veo a un tipo que me llama la atención, lo observo, y basándome en su cara, forma de vestir, compañía, etc., trato de imaginar lo que piensa en ese momento, por que pasa por ahí o que es lo que va hablando con su acompañante. Por ejemplo, aquel hombre joven que va por allí, con un traje y corbata de los “de serie” y con un maletín nuevecito de la mano que seguro es el regalo de su madre o novia el día que consiguió ese estupendo puesto de bancario de infantería. Su caminar es lento, cabizbajo y pensativo, como si deseara retrasar la llegada a su destino, y creo que en su cara se refleja el cansancio, el hastío y el temor por no haber cubierto hoy su cuota de carnaza de cliente impuesta por su jefe. En fin… que seguro que me equivoco de parte a parte y no doy ni una, pero me lo paso bomba y además es gratis.

Enfrascado en la localización de otra de mis “presas”, a la que poder diseccionar sin piedad su vida, entra dentro de mi área de visión una persona que espera en el semáforo al otro lado del paseo y que se dispone a cruzar hacia aquí. Para verlo bien tengo que entornar los ojos porque se encuentra un poco lejos pero estoy casi seguro que lo conozco y, o mucho me engaña la vista, o él también mira hacia aquí.

Es una antigua amistad de universidad al que perdí la pista hace tiempo, hacía años que no lo veía. Era una persona algo peculiar y un poco “colgao” pero en el fondo era un buen tipo y además extremadamente inteligente. Pero no una inteligencia de esas con un coeficiente que se sale de las tablas, aunque un poco de eso también había, sino una inteligencia experimentada, de la que se adquiere a base de observación e intuición. Calaba a las personas en cuanto las veía y aunque no se le podía considerar una persona sociable, más de una vez se rifaron unas hostias donde él tenía todas las papeletas y al tío le bastaban un par palabras para meterse a la gente en el bolsillo y que acabaran pidiéndole perdón y le invitaran a unas copas.

Recuerdo que le gustaba escribir. Escribía unos relatos cortos, algo extraños, siniestros y retorcidos pero a mi me encantaban. Eran truculentos y abusaba algo de la casquería y la sangre, pero al acabar de leerlos conseguían tocarte alguna fibra y dejarte en el cuerpo una extraña sensación agridulce de desasosiego, que siempre obligaba a plantearte cosas. El muy cabrón no te dejaba indiferente. Creo que yo era de las pocas personas que tenía un trato continuo con él por eso, porque era su más fiel e incondicional lector.

A los años de perder contacto con él, publicó un libro. En cuanto me enteré, salí a comprarlo entusiasmado. Aunque recuerdo que había algunos párrafos brillantes que rozaban la genialidad, en líneas generales resultó ser igual de gore y retorcido que sus relatos, pero esta vez la historia que contaba era mucho más mediocre y su prosa estaba a la misma altura. Desconozco el motivo, pero había perdido toda la chispa y la garra que tenía en la época que compartí con él.

El semáforo se ha puesto en verde y comienza a caminar. No hay duda. No me pierde de vista y sus pasos se dirigen directamente a donde me encuentro. No sé que hacer. Después de tanto tiempo no me apetece hablarle. Trato, pésimamente, de disimular y bajo la vista hacia el café al que comienzo a dar vueltas. No le veo pero noto como se acerca hasta que la sombra alargada de un cuerpo va oscureciendo mi mesa hasta hacer, aún más oscuro, el café que gira en la taza.

-Hola. –Me dice al detenerse delante de mí. Reconozco su voz, apenas ha cambiado.-

Levanto la cabeza y primero finjo el asombro de una voz que no esperaba y después, sacando mi mejor madera de actor, disimulo poniendo por un instante un gesto de no reconocer a mi interlocutor. Gesto que rápidamente cambio por uno de asombro y alegría al caer en la cuenta de quién es.

-¡Hombre¡ ¡Qué sorpresa! ¡No te había reconocido! –Me levanto y con una gran sonrisa en la boca me levanto y le tiendo mi mano. Creo que he quedado bastante convincente, pienso.-

-No has cambiado nada. Disimulando eres patético. –Me espeta mientras aprieta mi mano con afecto y me enseña una de sus encantadoras media sonrisa.-

El tono de mi cara tornó hasta confundirse con el rojo del atardecer veraniego.

-Nunca he sabido mentir. Y contigo menos. –Le digo con la cabeza baja mientras que con un gesto le invito a sentarse.- ¿Cómo estás?

No hubiera hecho falta preguntar, sólo había que mirarle, no estaba bien. Los años parecían haberle tratado peor que a mí y eso se veía en su cara. Había adelgazado bastante y profundas líneas se marcaban en su frente y cara, sobre todo dos que desde la nariz flanqueaban su boca, dándole un aspecto de buldog continuamente enfadado. Tampoco ayuda mucho en su aspecto unas profundas y negras ojeras y una barba de tres o cuatro días.

-Bien. –Me contesta y se sienta enfrente de mí, mientras deja a su lado, en el suelo, un bolso que lleva en bandolera y que se nota abultado.- Voy tirando.

-Ahora el que miente eres tú.

-Tampoco a ti se te escapa una. –Me sonríe con sorna.-

El camarero vuelve para ver si mi amigo quiere algo y yo aprovecho y cambio el café con leche, que se me había atravesado desde el principio, por un Cardhú con hielo, mucho más acorde con la hora y el momento. Él sólo pidió un botellín de agua.

-Bueno, cuánto tiempo. –Le digo mientras cojo mi copa y hago sonar el hielo en el vaso.- Vaya casualidad que nos hayamos encontrado. ¿Verdad?

Abre el agua y le da un trago de la misma botella.

-Te va a parecer extraño. –Me dice.- pero no ha sido casualidad. En realidad esperaba encontrarte aquí.

Quedo a medias el trago que estaba dando al whisky y enarcando una ceja le observo con extrañeza mientras continúa diciendo:

-Esperaba encontrarte aquí porque te he “llamado”-Levanta dos dedos de cada mano haciendo el gesto de entre comillas.-

-¿Llamado? No recuerdo que me hayas llamado. Es más, hace años que no sabía de ti y no creo que tú supieras mucho sobre mí.

Da otro trago de agua, se me queda mirando como dudando en comenzar a hablar y al fin me dice:

-Sabía que te iba a encontrar aquí porque lo he escrito. Quería verte y he provocado este encuentro escribiéndolo.

Al principio lo miro sin saber que decir. Se le nota algo nervioso e inquieto aunque mantiene la vista clavada en mi.

-Ya entiendo. –Le digo mientras se me empieza a escapar una sonrisa.- Me estás gastando alguna broma de esas tuyas raras. ¿A que sí?

No dice nada. Se inclina a un lado y del portafolio saca un paquete bastante grueso de folios toscamente encuadernados con un par de agujeros por donde pasaban sendos cordeles. Lo abre buscando una página y cuando al fin la encuentra lo gira, lo pone delante de mí y me indica un párrafo para que lo lea.

Comienzo a leer:

“... El atardecer es tranquilo y el hombre, al ver la terraza donde daban los rojos rayos del sol, decide sentarse a pesar de las preocupaciones que le ocupan. Piensa que necesita reponer fuerzas y pide un café. Comienza a dar vueltas al café con la cucharilla ensimismado en sus pensamientos, hasta que con un chasquido de su lengua, pone fin a esa especie de trance en el que se había sumido. Levanta la vista del café levanta la taza y al dar el primer trago, suelta entre dientes una maldición. El café está demasiado caliente… “

Termino de leerlo y me río con fuerza.

-¡Qué cabrón! –Le digo.- Veo que todavía te funciona tu jodida imaginación. Me habrás visto sentarme aquí y que me quemaba con el café y se te ha ocurrido gastarme una broma… ¡No cambiarás…! Ja,ja,ja.

Su rostro no hace ni un solo gesto ante mis risas y sin dejar de mirarme a los ojos me pregunta:

-¿Entonces por qué te has sentado en esta terraza y por qué has pedido un café con leche si ni pensabas hacerlo ni te apetecía?

Ante la seriedad de sus palabras mi risotada se me atraganta. Su mirada es firme y su boca no vacila. Además, tiene razón, ni sé porque me senté aquí, ni tampoco sé porque pedí un café leche.

-¿Qué me estás diciendo? –Le digo con un punto de sorna en mis palabras.- ¿Qué eres capaz de adivinar el futuro?

-No. Lo que estoy diciendo es que lo que escribo en mis libros, sucede. No sé si soy yo quien los provoca al escribirlos o hay “algo” que crea los sucesos que escribo, pero el caso es que suceden.

No puedo reprimir una sonrisa de desconfianza que trato de ocultar llevándome el vaso a la boca y dando un trago. Mientras, él continúa explicándome.

-Hace tiempo que llevaba notando algo raro. Cantidad de cosas, de momentos, de situaciones en las que tenía la sensación de haberlas visto o vivido antes. Una especie de continua sensación de “deja-ve” pero con la diferencia de que tenía claro que eran cosas que yo había escrito. Eran situaciones nimias, sin trascendencia a las que no di demasiada importancia. Ya sabes, los escritores alimentamos nuestros escritos de eso, de situaciones diarias, cotidianas, que le suceden a cualquiera. Por eso, cuando leemos un libro, nos sentimos identificados con algún personaje o nos parece que lo que estamos leyendo nos ha pasado a nosotros y es porque los escritores, lo único que hacemos, es rellenar nuestras historias con retazos de la vida normal. Yo pensaba que simplemente se trataba de algo así y era por eso que todas esas situaciones me resultaban tan familiares. Pero no se trataba simplemente de eso.

Hace una pausa y queda un momento pensativo. Al recordar, en su rostro parece asomar una mueca de dolor y da la sensación como si le resultara penoso el continuar.

Si aquello era una de sus típicas bromas tenía que haber elegido la carrera de actor en vez de la de escritor. Su semblante escuálido y gris transmitía una honda preocupación. Aún así me resistía a creer lo que me contaba. Primero, porque mi raciocinio me impide creer en nada que no esté claramente delimitado por las leyes de la ciencia y aquello claramente no lo estaba. Y segundo, conozco o al menos conocía, a quien me lo está contando y creo que por alguna razón que se me escapa se ha dispuesto a tomarme el pelo, así que decido zanjar el asunto.

-La verdad es que no sé porque me vienes con este asunto, pero creo que lo mejor es que pague y me marche.

Con la mano hago un gesto al camarero mientras saco 20 euros del bolso de la chaqueta que el hábil mozo recoge al vuelo sin detenerse.

Miro a mi amigo que veo me observa mientras menea negativamente la cabeza.

-Sabía que no me creerías. Mira, lee esto.

Se incorpora para inclinarse nuevamente sobre su libro, que aún tengo en frente, y pasando unas pocas páginas, me señala un nuevo párrafo para que lo lea.

Hago un leve gesto de hastío, no deseo seguir con ese juego, pero ante el insistente golpeteo de su dedo sobre las letras decido leerlo.

“… Había decidido marcharse y tan solo esperaba que volvieran con su vuelta para poder abandonar, de una vez, aquel lugar y aquella compañía. Se gira para ver por donde se llegaba el camarero y justo cuando lo ve como se dirige hacia ellos, el mozo da un traspiés en el escalón de la salida del local y la bandeja, con todas las consumiciones que portaba, salieron volando formando un tremendo estrépito que asustó a todo el…”

No había terminado de leer la última frase cuando un tremendo ruido de metal y cristales rotos interrumpe mi lectura. Me giro hacia el lugar de donde proviene el jaleo y veo en el suelo, todo lo largo que es, al camarero que volvía con mi vuelta y con algunas copas y cafés en la bandeja las cuales, ahora, se hallan dispersas y hechas añicos por el suelo de la terraza.

Me quedo absolutamente sorprendido y con la boca aún abierta me giro hacia a mi amigo.

-Pe… Pero… esto es… -Acerté a balbucear.- ¿Cómo has hecho esto? Ya sé… Estás compinchado con el camarero y esto es una cámara oculta o algo así… ¿A qué sí?

Me sonríe, como resignado, mientras me niega con la cabeza.

-No, no es ninguna cámara oculta. Esto ha ocurrido porque yo lo he escrito. Sabía que no me ibas a creer. De joven eras muy duro de mollera y la edad no creo que te lo haya mejorado, así que tenía que provocar alguna situación para que lo vieras tú mismo.

Yo seguía sin dar crédito a lo que acababa de ver y releía una y otra vez el párrafo y luego miraba al camarero que todavía hacía esfuerzos por levantarse de un suelo húmedo y resbaladizo.

-¡Pero esto es fantástico! –Exploté al fin.- Es algo así como tener super-poderes. Puedes hacer lo que quieras… ser millonario, las mejores chicas…. Bufff…

-Sí, da asco ver como nos hemos aburguesado, porque eso mismo pensé yo al principio. –De nuevo esa sonrisa, mezcla de resignación y hastío, luce en su cara.- Lo que ocurre que la cosa no funciona del todo así. Sólo puedo “provocar situaciones” pero, por ejemplo, no puedo hacer que me toque la lotería o que alguien se enamore de mí, o que me odie, o que sea feliz o triste… Es decir, no puedo influir en la suerte ni en los sentimientos de las personas...

-Pero aún así… –Le interrumpo y es que a mi me daba la sensación que aquello era cojonudo.- Es fácil provocar situaciones para que alguien se acabe enamorando de ti u odiando si lo prefieres, que como eres un poco rarito…. -Le guiño un ojo y le doy una palmadita tratando de levantar su ánimo.- La verdad, no entiendo que pegas tiene.

-Se como me dices. Eso es lo que yo pensaba en un principio. Pero ya sabes como son las historias que escribo. Me gusta abusar un poco de la truculencia y… –De nuevo busca una página en su libro, esta vez de las del principio y me indica otro párrafo.- ocurre que un día tuve la desgracia de toparme con esto. Toma, lee.

“… La mujer, empujando el carrito donde llevaba a su bebé, avanza deprisa por la ancha acera de aquella avenida. Ella quiere ir más deprisa, sus pies le está pidiendo que corra, pero su cabeza le dice que una mujer corriendo con un coche de bebé llamaría demasiado la atención. Tiene que serenarse. Hay mucha gente por allí y eso le hacía sentirse un poco más a salvo, aunque sabe que eso no desanimará a sus perseguidores. No los quiso como amigos y aunque tampoco hizo nada para ofenderles (no era tan estúpida como para buscarse semejantes enemigos) ellos no tendrán piedad, es su política, sino estás con nosotros, estás contra nosotros. Podían hacer lo que quisieran donde quisieran. Ellos lo manejan todo, lo ven todo y pueden manejarlo todo, tanto lo visible como lo invisible. Seguramente, en estos instantes, alguno está cerca de ella, acechante, oculto bajo cualquier apariencia imaginable, esperando el momento idóneo… pero quién y en que forma de las muchas que adoptan. Son poderosos. Poderosos y crueles, y sus recursos, al igual que su maldad, son ilimitados.

Por eso la mujer teme sobre todo por su bebé. Ellos no se conformarán con matarla a ella, aunque fuera una muerte de la forma más horrible del mundo. A ellos les gusta retorcer primero el alma y el espíritu de sus víctimas antes de acabar con sus vidas. Por eso, seguro, que el primer objetivo será el niño y eso no lo puede permitir. Tiene que evitarlo como sea, a cualquier precio.

Se detiene. Quiere cruzar y el semáforo de peatones está en rojo. Espera impaciente con las manos sobre el asa del carrito, dispuesta a seguir avanzando en cuanto lo vea en verde. Tiene la sensación de que cuando está parada, su hijo y ella son más vulnerables y desea cruzar lo antes posible.

De pronto, algo llama su atención, un bocinazo y el agudo chirrido de un frenazo. Presiente que algo va mal y mira a su izquierda. Aterrada observa como una moto, que ha chocado contra un coche que invadió su carril, se dirige hacia donde ella se encuentra. No puede reaccionar, la moto viene a demasiada velocidad y lo único que hace es cerrar los ojos y quedarse muy quieta. Siente un tirón en sus manos y ya no siente el asa de plástico en sus manos. Cuando vuelve a abrir los ojos, observa aterrada, que el carrito con su hijo ha desaparecido. Gira rápidamente su cabeza a la derecha y, para su desgracia, todavía llega a ver, con los ojos llenos de terror y lágrimas, el carrito volando por los aires y como su hijo sale disparado de él para irse a estrellar con fiereza brutal contra el suelo…”

Espantado dejo de leer y señalando con mi dedo el libro le pregunto:

-¿Me estás diciendo que tú fuiste testigo de esto?

Me lo confirma con un movimiento de cabeza y añade:

-El crío vino botando por el suelo, convertido en una bola de carne y sangre, hasta detenerse justo a mis pies.

Cubrió su rostro con las dos manos y trató de seguir hablando pero los sollozos se lo impedían.

-¿Pero estás seguro? –Le digo tratando de calmarlo.- Tal vez lo escribiste después de verlo, y lo que ocurre que el trauma te afectó tanto que andas algo desorientado…

Se quita las manos de su cara y puedo ver sus ojos ahogados en lágrimas y su rostro descompuesto.

-No. Tengo claro cuando lo escribí. –Me dice tratando de ahogar su hipo.- En cuanto vi el accidente lo tuve claro. Hacía poco que lo había escrito y lo tenía fresco. Nada más presenciarlo, fui a casa corriendo para corroborarlo y no había dudas, allí estaba escrito, negro sobre blanco, palabra por palabra.

-Bueno… -Insisto tratando de buscar un razón algo lógica.- Tal vez una retorcida casualidad.

-¿Casualidad? ¿Tú sabes lo que dices? Por poco probable resulta imposible. Además… -Vuelve a agacharse para coger algo de su bolsa y saca varios folios sueltos.- Después de verlo empecé a investigar sobre otras muertes que suceden en mis libros y los resultados no pudieron ser más desesperanzadores. Mira…

Me tiende los papeles que acaba de sacar y los observo. En los folios aparecen noticias sacadas de periódicos de Internet.

“Turista en el Zoo cae en la jaula de leones y es devorado delante de su familia”

Leo en el titular de uno de ellos, junto una anotación a bolígrafo que pone “No eres nadie”. Con un gesto le interrogo sobre que significa lo escrito.

-Lo escrito a mano es el título de mi libro donde sucede exactamente lo que ves en la noticia.

Hojeo el resto de noticias:

“Arde autobús escolar, mueren 12 niños”

“Explosión de gas acaba con la vida de una familia”

“Muere ahogada una niña. Su padre también fallece al tratar de rescatarla”

Y unas cuantas más todas del mismo tono y todas con su correspondiente anotación a mano.

Mi estomago empieza a revolverse, dejo las hojas encima de la mesa y le observo.

-¿Te das cuenta? ¿Ves lo que he hecho? –Solloza ocultando de nuevo la cara entre sus manos.- Todos los accidentes “casuales” que he escrito en mis libros han ocurrido... ¡Absolutamente todos! Sólo en este libro mueren 8 personas y no es el peor de los tres que he escrito. He matado a un montón de gente inocente, gente anónima a la que ni conocía y a la que he destrozado sus vidas.

Le miro. Todo es demasiado retorcido y extraño y no sé que decir. Si el asunto es tal y como lo cuenta, desde luego es algo espantoso y lo compadezco, y si todo es tan solo fruto de su imaginación, él en su locura está completamente convencido. Así que mi amigo, lo mires por donde lo mires, está jodido y yo me veo en medio de este marrón sin comérmelo ni bebérmelo.

-¿Por qué me cuentas esto a mí después de tanto tiempo?

Se intenta enjuagar las lágrimas con la manga de la camisa y recomponer su descompuesta figura antes de comenzar a hablar.

-Ya sabes, a veces, es más fácil depositar confianza en un desconocido que entre tus conocidos, tal vez por eso, porque ya los conoces. El caso es que necesito que me hagas un favor. Te conozco y sé que si consigo arrancarte una promesa, no me fallarás. –Hace una pequeña pausa y agacha la cabeza.- Yo voy a marcharme y quiero que tú cuentes todo lo que te he contado y que publiques este libro. Comencé a escribirlo antes de darme cuenta lo que sucedía pero lo he ido cambiado para incluir todo lo que me ha pasado y tratar de arreglar, de alguna manera, todos los desaguisados que he preparado. Por eso quiero que se conozca y que me eches una mano en eso.

Le miro extrañado mientras aún mantengo su manuscrito entre mis manos.

-Pero no sería más normal que fuera tu familia la que se encargara de algo así.

-Defíneme familia. –Me contesta con una media sonrisa en la boca.-

-¡Coño! Pues ya sabes, gente que te conozca mejor que yo, que te aprecie, te comprenda, te apoye…

-Aaah… ya sé de lo que me hablas. –Me interrumpe con una gran carga de ironía en sus palabras.- Pero no. En estos momentos no conozco nadie que cumpla con ese perfil.

Gruño y me revuelvo incómodo sobre mi asiento. El asunto, creo yo, no es para andar vacilando.

Debe apreciar mi adusto gesto en la cara y trata de solucionarlo.

-Vale, vale… perdona si te he ofendido. El caso es que, en estos momentos, eres la persona en la que más puedo confiar y te suplico me hagas este gran favor.

Se me queda mirando y el ruego lo alarga con sus expresivos ojos rodeados de ojeras.

-Pero… ¿Por qué no lo haces tú mismo? –Le pregunto cuando siento que todas mis defensas se desmoronan y que estoy a punto de decirle que sí.-

-Bueno… Como se suele decir, mi futuro está escrito y en esta ocasión la frase no puede ser más literal. – Sonríe, levanta su dedo y señala el libro.-

Agacho la cabeza y busco en los últimos folios.

“… Se levanta de la mesa y sin decir nada, ni despedirse siquiera, comienza a caminar. Avanza hasta el borde de la carretera que antes tuvo que cruzar y se detiene en su borde. Gira la cabeza y dirige su mirada hacia la terraza donde aún está su amigo con la cabeza enfrascada en los papeles que él le ha dejado. Su amigo sigue sin entenderlo, pero él sabe que no puede continuar, que su vida ya no tiene sentido. Su gran pasión, la de escribir, se ha terminado. Tiene demasiado miedo para escribir ni un renglón más y la culpabilidad, que es la conciencia de las cosas pasadas, le tortura demasiado como para poder afrontar nada.

Su amigo levanta la cabeza y él, aún parado en la acera, le hace un gesto de adiós con la mano, después se gira, avanza un paso y…”

Cuando levanto la cabeza justo me da tiempo a ver como me dice adiós con una mano para acto seguido, girarse y de un paso entrar en la carretera.

El conductor del autobús, que venía acelerando porque el semáforo estaba en ámbar, apenas se percató de lo sucedido. Sólo comenzó a frenar cuando sintió un extraño traqueteo que le hicieron las ruedas, como si hubiera pasado por encima de algo y también porque la gente comenzó a hacerle señas de que mi amigo estaba enredado en los bajos de su camión.

Yo me quedo allí parado, de pié, observando como la gente se arremolina en el lugar del accidente. Aún mantengo su libro entre mis manos que no consigo que me dejen de temblar. Busco el final del libro, la última frase…

“… Una vida escrita de antemano no es una vida”

jueves, 18 de octubre de 2007

Un Día Perfecto.

-¡Felicidades Sonia, cariño...¡

Levantarte, entrar en la cocina y ser esas las primeras palabras que oyes por la mañana, no es una mala manera de empezar el día. Y hoy tengo el presentimiento de que este va a ser un día perfecto.

-Gracias Mamá.

-Tienes los 24 años más bonitos que he visto en mi vida.- me dice mientras que con sus manos agarra con ternura mi cara y me da un beso con todo el cariño del que es capaz.-

-Gracias mamá. Te quiero... Pero tengo que marcharme zumbando o llegaré tarde.

Sin sentarme siquiera y a toda prisa, me tomo un zumo de naranja y un café solo mientras veo que mi madre me señala, con un gesto de resignación, el opíparo desayuno que me ha preparado y que ocupa toda la mesa. La visión de tanta comida a esas horas de la mañana me produce vértigo, así que termino el café de un trago, le doy las gracias con un fuerte abrazo, otro beso más y salgo corriendo por el pasillo.

-Llámame cuando acabes, quiero saber como te ha ido tu primer día.

Oigo que me grita desde la cocina cuando yo ya estoy saliendo por la puerta.

Salgo a la calle dispuesta a merendarme mi primer día... el tono de la mañana es algo gris, amenaza lluvia pero a mi me da la sensación de que todo resplandece con gran fuerza.

Hoy empiezo a trabajar en lo que más me gusta, la investigación, más concretamente la investigación oncológica. El cáncer se llevó a mi padre y desde entonces, la meta de mi vida, es derrotar aquello que tanto daño nos hizo a mi madre y a mí. Estoy dispuesta a arrinconar a esa puta enfermedad y para ello me he preparado concienzudamente y le he dedicado mi vida. Han sido unos años muy duros, mi madre ha tenido que hacer grandes sacrificios, no somos ricos ni mucho menos y yo he tenido que compaginar mis estudios con algunos trabajillos temporales. Han sido años de mucho esfuerzo pero estoy convencida de que van a merecer la pena. Algo en mi interior me dice que voy a ser capaz de hacer grandes cosas, estoy segura. Por algo he sido la alumna más destacada de mi promoción y modestia aparte, los dos laboratorios más importantes de Madrid se han dado de tortas por contratarme.

!!Me siento capaz de todo¡¡

¡Joder¡ Capaz de todo menos de llegar a tiempo. Que tarde se ha hecho... tengo que darme prisa...

Bueno, ya estoy en la estación. Menos mal que el tren viene un poco retrasado, sino no hubiera llegado a tiempo, lo habría perdido y hubiera llegado tarde mi primer día. Que suerte. No hay duda, hoy no puede salir nada mal, hoy va a ser un “día perfecto”.

Ya está aquí. Se abre la puerta. Uff, que de gente hay hoy… bueno, hoy y siempre.

No hay sitios libres aunque me da igual, estoy demasiado excitada como para sentarme. Aquí estaré bien, me agarraré a esta barra, el trayecto es corto, menos de diez minutos y bien puedo aguantar de pie.

Creo que la gente me mira. Debe ser por la sonrisa de oreja a oreja que llevo puesta desde esta mañana y de la que no puedo, ni quiero, deshacerme.

¡Y esta noche... La gran cita! He quedado con Juan, en realidad me ha invitado él, por lo de mi cumpleaños y espero que sea por algo más. Me ha llegado un chismorreo, de una fuente bastante fiable, que me ha dicho que me tiene preparado algo especial. Me han contado que se ha gastado un montón de pasta en un regalo para mí, en una joyería y que es algo redondo… “Blanco y en botella….”.

Tendré que ir preparando mi mejor expresión de asombro… “Oh, cariño, no me lo esperaba…” “No sé que decir…” ¡Claro que sé lo que le voy a decir! Y le diré que sí, por supuesto, estoy coladita por él. Creo que lo ideal sería tener la parejita, ¿verdad?

Joder...¡ Si no estuviera rodeada de tanta gente me pondría a gritar y a brincar como una loca, y puede que aún lo haga, porque no sé si podré aguantarme.

¡Dios... Dios...! Es increíble.... Jamás pensé que se pudiera sentir tanta felici................................

De pronto, un intensa luz seguida de un gran calor. Después llegó el dolor y luego… la nada y el silencio.

Aquel 11 de Marzo de 2004 no fue un “día perfecto” para ninguno de los que, aquella mañana, estaban en la estación de Atocha. Tampoco lo fue para los que no estaban y para los que nunca más volverá a existir otro “día perfecto”. Como Juan, el novio de Sonia que no supo encajar el golpe y lo llevó bastante mal. Buscó refugio en el alcohol, las drogas y en las malas compañías, ahora es sero-positivo. Se rehizo y consiguió enderezar medianamente su vida tras pasar una temporada por el infierno. El estigma de aquel día lo marcó para siempre.

La madre de Sonia quedó completamente sola y murió unos cuantos meses después, tenía 49 años. Estuvo dos semanas muerta sobre el sofá, en el salón de su casa, sentada al lado del teléfono, hasta que la encontraron. Nunca aceptó la muerte de su hija y cuentan que seguía esperando que Sonia la llamara y le contara como había sido aquel primer día.

La autopsia dictaminó que la causa de la muerte fue una parada cardio-respiratoria. Pero todos los vecinos coincidieron en decir lo mismo: “A la mujer lo que le mató fue la soledad y la tristeza.”

NOTA: Todos los personajes de esta historia son fruto de mi imaginación y cualquier parecido con la realidad… es muy posible que exista.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Maldita Conciencia

No tenía ni idea de que conseguir una pistola fuera tan sumamente sencillo. Si llego a saber esto antes, tal vez hasta me hubiera decidido hace tiempo a hacer lo que me propongo.

La cacharra es una Glock de 9mm y cargador de 10 balas. El tipo que me la ha vendido, un niñato que caminaba balanceándose para parecer un matasietes, me ha asegurado que el orificio de entrada de la bala en el cuerpo, es mas estrecho que el grosor del meñique, pero que cuando sale, al deformarse, hace unos agujeros como puños. Ese detalle me ha gustado bastante.

Ahora estoy en el coche y me dirijo a algún lugar apartado para probarla y hacerme a ella. La llevo en el asiento del copiloto, encima de media docena de cervezas y aún metida en la misma bolsa en la que me la han dado, una elegante bolsa de papel de una joyería. Sonrío preguntándome si cuando me dijo que sólo se había usado una vez, fue en la joyería que anuncia la bolsa.

Conduzco durante bastante tiempo por carreteras comarcales hasta que me desvío por una pista de tierra que me interna en un bosque de encinas. De vez en cuando la miro de reojo, cada vez más convencido de lo que tengo que hacer con ella.

Tras dejar aparcado el coche al borde del camino, me adentro entre los árboles y camino durante un trecho hasta llegar un sitio que creo idóneo. Es un pequeño claro, completamente solitario donde en un extremo hay una encina seca, como el esqueleto de un espantapájaros, que me servirá para poner el blanco.

Saco un antiguo póster del Che Guevara que andaba por casa y que me había traído y como puedo, lo sujeto al escuálido árbol. No tengo nada contra el pobre Che, pero era lo más apañado que tenía a mano. También coloco a ambos lados, las latas del par de cervezas que me había trincado durante la preparación.

Me alejo y saco la pistola de la bolsa. La miro y la sopeso en mi mano. Es un arma negra, sólida y poderosa. ¿Por qué será, que transmiten a todo tu cuerpo esa extraña sensación de poder?

Tiene el cargador puesto, la amartillo, la levanto empuñándola con ambas manos y hago tres tímidos disparos. Dos dan fuera de la silueta del Che y el tercero le agujerea la boina. De repente, me parece escuchar una voz. Es una voz extraña, no por el tono sino porque he creído oírla dentro de mi cabeza. Miro a los lados, no veo a nadie, me encuentro completamente solo y culpo al ruido de los disparos que me han dejado un poco aturdido.

No le doy importancia, acabo la tercera cerveza, me encaro al blanco y comienzo a disparar hasta vaciar, en apenas unos segundos, el cargador. Esta vez le borro la nariz al Che. Sonrío, tal vez, hasta tengo buena puntería.

Todavía resuena el eco de los disparos en el aire cuando vuelvo a escuchar la voz. Esta vez ha sido nítida.

-¿Por qué estás haciendo esto?

Bueno, nítida porque entiendo las palabras, pero sigo sin saber de donde proviene la voz, pues parece resonar en mi cabeza.

-¿Quién anda ahí? –Chillo apuntando con la pistola en todas direcciones.- ¡Os advierto que estoy armado!

-¿Por qué estás haciendo esto? –Vuelvo a escuchar, aunque en esta ocasión siento algo que me da unos leves tirones del pantalón.-

Agacho la cabeza para mirar que lo provoca y me quedo de una pieza. Un niño pequeño, que apenas me llega por la cintura, me mira con sus grandes ojos mientras agarra mi pantalón y con insistentes movimientos de su mano sigue preguntando.

-¿Por qué estás haciendo esto?

Lo miro extrañado y suelto su presa del pantalón pues está consiguiendo bajármelos con tanto tirón.

-¿A ti que te importa? –Le contesto mientras relleno el cargador.-

-¿Por qué estás haciendo esto? –Insiste con su letanía mientras me mira con aquellos ojazos en los que sólo se ve bondad e inocencia.-

Esa mirada me descoloca un poco y reacciono en plan gallito.

-¡Por qué puedo!

Y antes de acabar de decir esto, levanto el arma, apunto a las latas que había en el árbol y hago dos disparos. Hubiera quedado perfecto si las dos latas hubieran salido volando por los aires, pero sólo acerté a una y la otra ni se movió. De todos modos, quedó bastante aparente. Me vuelvo hacia él con el arma apuntando hacia arriba y le digo.

-¿Lo ves?... Porque puedo.

-No está bien lo que piensas hacer. –Me dice con candidez mientras menea su cabeza a un lado y a otro en un gesto de reproche.-

-¿Y tú que sabes lo que yo pienso hacer? –Exclamo con cara de pasmo.- ¿Quién coños eres tú? ¿Cómo has llegado solo hasta aquí?

-No he venido solo. He venido contigo.

-¿Conmigo…? ¡Pero si no te conozco de nada, ni te he visto en la puta vida ¡

-Sí que me conoces, aunque tienes razón en que no me habías visto en la pu… bueno… que no me habías visto nunca. –Hace una pausa, se encoge de hombros y con una sonrisa en su boca me dice.- Soy tu conciencia.

Mi sonora carcajada resuena en el silencio de aquel bosque.

-¡Mi conciencia… dice! ¡Tú estás loco, chaval!

Se me queda mirando muy serio y con cierto tono de enojo me pregunta.

-¿Entonces, como es que conozco lo que estás pensando hacer?

-¿Y que crees que quiero hacer?

-Estás pensando en hacer daño a gente que conoces. –Dice mientras me apunta con un dedo acusador.-

Me quedo paralizado, con la boca abierta y mirando al chaval como si estuviera viendo a un marciano.

-¿Por qué dices eso? –Acierto a balbucear cuando consigo hacer reaccionar mi mandíbula.- Yo sólo estoy practicando tiro.

-No me mientas. –Me contesta mientras agita el dedo que me sigue apuntando acusadoramente.- No ves que conozco todos tus pensamientos, que vivo dentro de tu cabeza.

Lo cierto es que aquella voz, me empezaba a sonar enormemente familiar. Aun así, no daba crédito a lo que estaba escuchando.

-Entonces, si tú eres mi conciencia buena, ahora aparecerá en este lado mi conciencia mala que empezará a llevarte la contraria ¿No? –Le suelto con bastante sorna.-

-Oh no… -Me dice agitando la mano.- Para eso te bastas tú solo. El ser humano ya es malo por naturaleza, somos las conciencias las únicas que ponemos un poco de freno a vuestros actos y la verdad, es que cada vez, nos hacéis menos caso.

¡El renacuajo me está hablando completamente en serio!

-Pues a ver –Le digo buscando desarmarle.- Si vives dentro de mi cabeza ¿cómo es que ahora te veo y hablo contigo?

-Porque hay demasiado odio en tu interior. –Su faz cambia, se torna tremendamente triste y agacha la cabeza.- Y desde que has comprado la pistola y has comenzado a disparar, la rabia ha crecido tanto y tan de golpe que ha conseguido echarme.

Levanta lentamente la cabeza y puedo ver como una lágrima resbala por su mejilla.

-Lo que quieres hacer va a causar mucho dolor y nos va a destruir. Debes de olvidar, perdonar y continuar con tu vida.

-¿Qué vida? –Estallo.- Si me la han roto en mil pedazos y luego han tirado los pedazos. Es hora de que el dolor lo sientan todos y no sólo yo.

-¿Y que quieres conseguir con eso? –Me contesta entre sollozos y con sus grandes ojos desbordados en lágrimas.- No conseguirás mitigar tu dolor y provocarás mucho más. Es un acto cruel de venganza.

Mis ojos también se humedecen pero no de pena, sino de rabia.

-¡No es venganza! ¡Es justicia! ¡ Y si no hay posibilidad de que me la concedan, la tomaré yo con mis manos! –Aprieto un puño delante de la cara del niño.- ¡Y cruel es lo que ellos han hecho conmigo!

El niño me coge el puño entre sus dos manitas y venciendo la congoja que atenaza su garganta comienza a suplicarme.

-Olvídalo… Por favor… Tú eres bueno, te conozco y sabes que los actos de bondad curan mejor las heridas que los actos malos. No lo hagas, por favor, no lo hagas…Por favor… Por favor…

Bajo el puño, el sincero llanto del muchacho consigue calmar mi acelerado corazón, aunque la bilis sigue corroyéndome el gaznate.

-O sea ¿Me estás pidiendo que les comprenda, les perdone y les agradezca lo que me han hecho pasar, para que ellos pueden seguir disfrutando de una estupenda existencia que han levantado sobre las ruinas de la mía, mientras yo me arrastro por ahí en la más absoluta indigencia? ¿Es eso?

-Bueno… Ahora lo ves así de negro, pero ya verás como con el tiempo todo irá mejorando y lo verás de otra manera.

-Y ahora me pides que tenga fe… Está claro que no me conoces.

Negando con la cabeza observo detenidamente al niño que me mira tratando de esbozar una sonrisa conciliadora mientras que con la manga se limpia las lágrimas y mocos que inundan su cara.

Pienso… Mi cabeza y mi corazón se debaten con dureza y no sé que hacer…. Estoy tan cansado…

La sonrisa del niño crece y me levanta ambos brazos como en un gesto para que lo vuelva acoger. A cambio, mi cara y mi boca esbozan un gesto de hastío, levanto el brazo que empuña la pistola, apoyo el cañón en su pequeña cabeza y disparo. El cráneo del niño revienta como una sandía que cae de un segundo piso y su cuerpo se derrumba con igual contundencia.

Me guardo la pistola todavía caliente en el cinturón, recojo las cosas y regreso al coche.

Al final creo que ha sido un buen día, al menos he aprendido un par de cosas. Lo primero, lo fácil que es comprar una pistola, y lo segundo, que es más fácil aún, acallar tu conciencia cuando la tienes en la mano.

Ahora vamos hacer lo que tengo que hacer.

sábado, 7 de julio de 2007

No de Esta Manera

Recuerdo perfectamente el día en que todo comenzó. Había sido un día pésimo, engorroso, de esos días en que trabajas más que nunca y resulta ser más inútil de lo habitual. Un día para el olvido en el que lo peor estaba aún por suceder. Llegué a casa tarde y hecho polvo y después de cenar apenas un bocado decidí acostarme pronto, quería dejar atrás aquella horrible jornada lo antes posible. Oculto en la oscuridad de mi habitación y acurrucado entre la tibieza de las sábanas me enciendo mi último cigarro. Ya sé que esa es una fea e insalubre costumbre, pero para mí, ese cigarrillo en la oscuridad antes de dormir, es una especie de ritual purificador en el que me sumerjo para relajar mi mente y hacer un balance mental del día que me sirve para desterrar de mi memoria lo malo y archivar lo válido, aunque aquella noche no encontraba nada positivo que mereciera ser recordado.

Estaba en la cama, boca arriba, con los ojos clavados en la oscuridad y expulsando el humo que, aunque invisible entre la negrura, sentía como me rodeaba. De pronto, escuché un extraño ruido en el salón. El sonido me pilló un poco desprevenido y no supe identificarlo. Mi mente empezó a buscar excusas que me razonaran ese ruido… “Una tubería impertinente”, “la dilatación de algún objeto”, “los vecinos”… pero aquel ruido volvió a sonar. Esta vez estaba atento y no me cabía duda, el ruido sonó alto y claro en mi salón y es como si alguien se moviera por él. ¿Pero quién?… si en casa no hay nadie más que yo… o por lo menos, no debería haber nadie.

Apago el cigarro con cuidado y me levanto procurando no hacer ruido. Intento que mis ojos escudriñen la oscuridad reinante, tan solo rota por la tenue iluminación de la calle que se cuela entre las rendijas de las persianas. Mi cabeza comienza a repasar mentalmente que cosas tengo yo en la habitación y que pudiera usar como un arma. Lo único que se me ocurre es un paraguas que cuelga del perchero, no es gran cosa pero creo que es mejor que nada. Lo agarro y esgrimiendo su punta por delante de mí comienzo a avanzar lentamente y de puntillas por el corto pasillo que me lleva hasta el salón.

Según me acerco oigo cada vez con más claridad el indefino ruido del rozar de un cuerpo cuando se mueve.

-¿Quién está ahí? ¡He llamado a la policía! –.-Chillo para anunciar mi presencia, no quiero reacciones inesperadas.-

Me detengo en la entrada de la habitación esperando una respuesta pero ahora la calma es total, quien fuera que estuviera allí, también guardaba silencio.

Tengo que entrar, no hay más remedio. Me preparo, tomo aire y doy un grito, más por expulsar mi miedo que por asustar al intruso, y de un salto cruzo el umbral de la puerta blandiendo de una mano el paraguas y con la otra dándole al interruptor de la luz que está al lado de la puerta.

La luz de lámpara me descubre un salón desierto, silencioso, tal y como yo lo había dejado antes de irme a acostar. Yo continúo esgrimiendo el paraguas apuntándolo a todas direcciones pero allí no había nadie. El salón no es grande y no tiene huecos donde una persona puede esconderse. Lo recorro, compruebo el cierre de la ventana, lo palpo para asegurarme… pero nada, todo parece normal. Me rasco la cabeza, ¿tan mal ando? Yo hubiera jurado que allí había alguien. Convencido de que mi imaginación me la había jugado me dispongo a abandonar el salón. Me detengo por última vez echando un vistazo a todo antes de apagar la luz y cuando la oscuridad vuelve un grito estentóreo sale de mi garganta sin que pueda impedirlo. Allí, sentado en el sofá, había alguien. Una persona diminuta, tal vez un niño cuya silueta se recortaba en la oscuridad de tal modo que aunque apenas había luz, distinguía perfectamente la cara y los pequeños ojos de un niño de corta edad que me miraban fijamente.

Mi temblorosa mano busca con desespero el interruptor y cuando lo encuentra y enciende la luz, el niño desaparece y dejo de verlo. Me quedo atónito mirando el sofá vacío, tratando de descifrar que ocurría. Obligo a mi mano, pues el temblor la estaba volviendo ingobernable, a que vuelva a apagar la luz y cuando lo hago… la silueta del niño aparece de nuevo ante mis ojos, impávido, mirándome con esos ojillos que esta vez parecían estar encendiéndose de rojo. Solté otro respingo y de nuevo encendí la luz. El niño volvió a desaparecer con la claridad pero ahora, aunque no podía verlo, notaba su extraña presencia. Me armé de valor y volví a dar al interruptor. Me di cuenta que sólo la oscuridad me permitía verlo claramente.

-¿Quién eres? ¿Cómo has entrado? ¿Qué quieres?

Acerté a preguntarle entre tartamudeos.

Seguía impasible mirándome y su estrecha boca, sin apenas labios empezó a esbozar una sonrisa a la vez que con su dedo anular me hacía señas de que me acercara. Me fui acercando con cuidado y él a su vez también acercaba su cara como aquel que se acerca para contarte un secreto al oído. Era extraño, pero me daba la sensación de que su cara irradiaba calor y cuanto más me acercaba más era el calor que desprendía y más difícil se me hacía respirar. De repente, cuando su cara estaba a mi altura, sus ojos redondos se iluminaron de un vívido rojo y abrió su boca como un negro túnel exclamando…

-¡DEESPIERTAAAA!

-¿Qué? ¿Qué quieres decir? –Acerté a exclamar. El calor cada vez era más abrasador y la sensación de asfixia era total.-

-¡DEESPIERTAAAA!

En ese momento abrí los ojos. Estaba en la cama, acostado de lado y delante de mis rostro crecían unas llamas que titilaban delante de mi cara y comenzaban a prenderme en el pelo. Me levanté de un salto sacudiéndome el pelo y entre tosidos del humo que me asfixiaba salí corriendo a la cocina. En seguida volví con una botella de agua que rápidamente vacié sobre el conato de incendio que comenzaba a coger fuerza en la cabecera de mi cama. Cuando por fin las llamas se convirtieron en nada más que una apestosa y humeante columna que se esparcía por mi dormitorio, pude ver la colilla mojada pero aún caliente y que fue la culpable de todo. Cuando al fin pude recuperar algo la compostura y el resuello y tragando saliva dificultosamente, me dirigí al salón. Con el ánimo amedrentado alargué mi mano para alcanzar el interruptor desde fuera y encendí la luz. La luz me proporcionó el valor suficiente para entrar en salón pero allí no había nadie. Tomo aire y con la vista clavada en el sofá apago la luz… Nada, allí no había nadie. Mi raciocinio me dio la única explicación posible, todo había sido una mezcla de sueño y realidad.

Habían pasado más de dos semanas desde el incidente e iba conduciendo en mi coche por una tortuosa carretera comarcal llena de baches, curvas y sin apenas señalizar. La noche era cerrada y las luces del auto apenas si eran capaces de rasgar la profunda oscuridad que me rodeaba. Para mas INRI, llevaba algo más de media hora circulando con un camión cisterna delante de mí que me iba marcando un cansino ritmo y del que me veía incapaz de deshacerme debido al tráfico y a lo precario de la carretera. Supongo que debido a lo monótono del viaje, en mi cabeza no dejaba de darle vueltas al asunto de “mi sueño”. Bueno, en realidad, no había dejado de pensar en ello ni un momento en todos estos días. Incluso alguna vez me había levantado en mitad de la noche y encendía y apagaba la luz del salón con la vista clavada en el sofá no sé si esperando encontrármelo o tal vez convencerme de que todo fue una pesadilla. Aunque me extrañaba recordar hasta el último detalle, hasta la última de las pocas palabras pronunciadas y eso no suele ocurrir con los sueños cuyas imágenes enseguida se desvanecen entre las imágenes del mundo real sin que quede apenas rastro de ellas. Y es que había sido tan real, lo había vivido de una forma tan profunda que aún dudaba si sólo había sido un simple sueño o aquello era algo más. De cualquier forma no había duda que aquel “aviso”, ya fuera real u onírico, me había salvado la vida.

Decidí sacudirme todos esos pensamientos de la cabeza y volví a centrarme en la carretera. Estaba cansado de ir detrás de aquel camión y pensé que debía de adelantarlo de una vez. Me asomo para ver las posibilidades y la proximidad de un túnel en el que estábamos a punto de entrar me hizo desistir en mi maniobra. Suspiro resignado, me relajo en mi asiento después la maniobra abortada y sin querer, en un movimiento casi mecánico, mis ojos se dirigen al retrovisor. Solté un respingo y di un pequeño bote sobre al asiento aferrándome con las dos manos al volante. Allí estaba el niño otra vez, en el asiento de atrás, mirándome con esos ojillos redondos y de extraña luminosidad purpúrea.

-¿Pero como es esto posible? ¿Qué haces aquí?

Atiné a pronunciar mientras alternaba mi vista en la carretera y en el retrovisor donde podía ver su contorno que aunque negro como todo alrededor, su negrura destacaba de un modo especial, extraño, como si su oscuridad fuera más profunda que el resto. Sin duda era el mismo niño que había visto en mi salón, pero algo había cambiado en él. Ya no era tan pequeño, había crecido y ahora era un adolescente al que incluso pude hasta distinguirle algo de acné en su cara. De nuevo esa siniestra sonrisa asomó en su rostro e incorporándose un poco abrió otra vez su oscura boca de insondable negritud para chillar.

-¡FREENAAA!

-¿Cómo que frene? –Miré al frente y todo parecía normal. El camión cisterna seguía delante de mí con su parsimoniosa marcha y estábamos a escasos metros de entrar en aquel túnel.

-¡FREENAAA!

Repitió mientras las pupilas de sus ojos alcanzaban un brillante tono rojo y el oscuro redondel de su boca se agigantaba hasta parecer que ocupaba toda su cara.

Mi instinto y mi experiencia me dictaron que era mejor hacer caso y clavé el pedal del freno hasta casi atravesar el suelo y el coche, entre chirridos de neumáticos, se detuvo abruptamente.

-¿Qué ocurre? ¿Por qué me has dicho que me detuviera?

Le dije mientras me giraba sobre mi asiento para poder observarle. En ese momento la luz de un coche que circulaba de frente inundó el habitáculo y pude notar otro cambio en el crío. Ya no se hacía invisible a la luz, al menos no del todo, ya que cuando recibió los focos de frente podía seguir viéndolo aunque, eso si, algo difuminado o mejor dicho algo traslucido. No sólo había crecido, también parecía tener más consistencia.

De pronto una tremenda explosión resonó en el aire haciendo incluso balancear al coche con nosotros dentro. Me giré de golpe a tiempo de ver como una enorme bola de fuego salía de la boca del túnel y se dirigía hacia nosotros con ardientes y amenazantes lenguas de fuego. Aplasté mi espalda contra el respaldo aguantando la respiración mientras veía como las llamaradas llegaban hasta el morro de mi coche lamiéndolo con su calor. Poco a poco fueron retrocediendo hasta que ya sólo se podía ver una luminaria que alumbraba las paredes del túnel, supongo que serían los restos del camión cisterna ardiendo y que por alguna razón que desconocía había estallado. Si hubiera seguido detrás de él, no cabe duda que ahora estaría como un churrasco bien pasadito.

Solté el aire que aún aguantaba en mis pulmones y dirigí mi vista al retrovisor. Allí reflejado continuaba el rostro del chaval que ahora se le veía sereno y luciendo su sombría sonrisa.

-¿Por qué haces esto? ¿Por qué me salvas la vida?

Pregunté sin apartar la mirada del espejo ni de sus ojos a los que se les había apagado el rojo vivo.

-Porque aún no ha llegado tu hora. –Me respondió sin apenas mover los labios.-

Me dejó tan impresionado la respuesta que tardé un rato en reaccionar. Cuando pude hacerlo, me giré para poder preguntarle que era lo que significaban esas palabras y que si sabía cuando sería esa hora, pero antes de yo pudiera abrir la boca, él había vuelto a desaparecer. No estaba seguro de lo que había pasado, pero lo que sí tenía claro, era que esta vez, no había sido un sueño.

Otra vez más se me aparecería aunque en esta ocasión las circunstancias fueron bien distintas. Estaba pasando unos días de descanso en la playa. Estaba con unas recién estrenadas amistades que había conocido allí mismo. Aquel día, estuvimos casi toda la mañana tostándonos al sol mientras puntuábamos de 1 a 10 las chicas que paseaban por delante de nosotros. Recuerdo que éramos demasiado generosos en nuestras puntuaciones pero ya se sabe, cuatro tíos en la playa rodeados de tanta carne al aire, a cualquier cosa que no le llegaran las tetas al ombligo tenía asegurado un siete y medio. Cansados al fin de este juego donde casi nadie suspendía decidimos refrescar nuestros gaznates y comer alguna cosa pues tal derroche de energía nos había despertado el apetito. Nos acercamos los cuatro al chiringuito de rigor y nos acomodamos como pudimos en unas pegajosas y caldeadas sillas de plástico junto a una mesa con la misma textura y características que las sillas. Recuerdo que anunciaban alguna marca de refresco, pero maldito lo fresco que me hacían sentir en ese momento. Pedimos bebidas y unas raciones variadas para picar y entre ellas una de tortilla. Entre risas y bromas empezamos a dar buena cuenta de las viandas. Con un palillo pesqué un cuadrado casi perfecto de tortilla y lo dirigía directo a mi boca cuando algo a mi derecha me llamó la atención. Con la boca abierta, la tortilla parada a mitad de camino y mudo de asombro lo vi allí. Estaba de pie, entre las mesas y sillas de plástico, firme, rígido. Vestía todo de negro y me miraba fijamente con sus ojos redondos y su endiablada sonrisa, aunque me dio la sensación que nadie más que yo podía verlo. De nuevo había crecido, se había hecho mayor, sus facciones eran más cuadradas y una barba rala, apenas una pelusa incipiente trataba de conquistar su rostro. Ya había dejado atrás su infancia y su gesto y torso se acercaba más a un robusto adulto. Además la luz ya no le afectaba en absoluto pues la mañana era clara y luminosa y hoy era su sólida negrura la que rompía cruelmente aquel hermoso día. Yo seguía parado en mi posición, como si un aire frío hubiera congelado mi movimiento y entonces él, ampliando la sonrisa me hizo un gesto con su dedo apuntándome al pincho de tortilla y luego cambió la postura del dedo para menearlo de un lado a otro en una señal de negación.

Yo ese día no lo dudé y obedecí mansamente. Miré a la tortilla que aún mantenía suspendida en el aire y suavemente volví a dejarla en el plato mientras cerraba mi boca que aun mantenía abierta. Mis nuevos amigos se percataron de mi extraño comportamiento y empezaron a tomarme el pelo.

-¡Eh… Tío! ¡Espabila, que parece que te ha dado un aire!

-No… Bueno… -Trataba de salir de mi ensimismamiento y reaccionar.- Es que… ¿No os parece que la tortilla tiene una pinta rara?

La verdad es que tenía una pinta estupenda, pero fue lo único que se me ocurrió en aquel momento.

-¡Ahora este tío nos ha salido escrupuloso! –Se reía uno de ellos a la vez que agarraba el pincho que yo había dejado y lo engullía de golpe apenas sin masticar. El resto se unió a la broma y entre risas, bocados y atragantes acabaron en un plis-plas con toda la tortilla. La cosa se olvidó y no hubiera tenido importancia sino es porque al día siguiente cayeron los tres muy enfermos y en pocos días dos de ellos murieron y al tercero aunque se recuperó, le quedaron secuelas de por vida. Y es que al parecer, la famosa tortilla, tenía una legionella del tipo más virulento y mortal y hubo una grave intoxicación donde murieron varias personas además de mis dos amigos.

Sentí la muerte de esas personas, eran buena gente, pero aquel último suceso, lejos de asustarme o hacer que mi preocupación aumentara logró en mí el efecto contrario. Empecé a moverme por la vida con una tranquilidad y una seguridad que desconocía hasta entonces. Antes de realizar cualquier tarea que entrañara algún riesgo, como cada vez que cogía el coche o subía a un avión, miraba alrededor a ver si veía a mi particular salvador por algún lado. Si no era así, me relajaba y disfrutaba lo que hiciera, seguro de que no me podía pasar nada. Era una férrea seguridad que reconfortaba bastante al saberse protegido por una especie de ángel de la guarda. De todos modos, había algo en lo más profundo de mi ser que me decía que aquello no podía ser bueno. Aquel “ser” que se me aparecía era un ente siniestro y su diabólica sonrisa ý gélida mirada escondía alguna maldad, algún peligro que no veía o no quería ver.

Habían pasado un par de meses de mis vacaciones en la playa. Me encontraba en el salón de mi casa. Acababa de terminar de cenar y estaba viendo la televisión confortablemente hundido en la molicie de mi sofá cuando de repente una punzada de dolor atravesó mi cerebro. Me salió un leve quejido involuntario y me llevé una mano a la frente esperando que ese dolor se disipara. Pero no se fue, al contrario, empezó a aumentar rápida y ferozmente hasta que comenzó a tornarse un dolor totalmente insufrible. Grité más fuerte, me llevé las dos manos a las sienes, arquee mi cuerpo hacia delante y cerré con fuerza los ojos como en un intento de hacer presión para que aquella tortura abandonara mi cabeza. Casualidad o no el caso es que el dolor me concedió un pequeño respiró y aunque no me abandonó del todo parecía mitigarse algo. Abrí los ojos y recosté mi espalda sobre el sofá cundo me di cuenta de que él estaba otra vez conmigo, sentado a mi lado en el sofá mirándome y como siempre, sonriéndome. Y también como siempre, había vuelto a crecer y ya se le veía como una persona adulta y desarrollada.

Ya no me asustaba, había acabado por acostumbrarme a su presencia y con voz cansina, agotado por el esfuerzo sufrido le pregunté:

-¿Qué haces aquí, de que me quieres avisar esta vez?

Sus ojos chispeaban fulgurantes y sonrió aún más de lo que lo hacía antes de contestarme.

-Vengo a decirte que ya llego tu hora.

-¿Cómo sabes tú eso? –Pregunté sin demasiada energía.-

-Lo sé porque estoy dentro de tu cabeza.

-¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué tan solo eres fruto de mi imaginación?

-No, quiero decir exactamente eso… Que estoy dentro de tu cabeza y que seré yo quien acabe contigo.

La mirada de perplejidad que asomó en mi rostro debió de bastarle para que me contestara sin haberle preguntado.

-Soy un tumor que tienes en tu cerebro y que he crecido dentro de ti. Tú has sido testigo de mi desarrollo y de cómo iba creciendo.

Una oleada de pánico me invadió el cuerpo y acentúo mi maldito dolor de cabeza.

-Pe… pe… pero… -Balbuceaba incapaz de expulsar una palabra completa.- Iré… iré… al médico y tendrá solución. No puede ser verdad lo que me dices.

-Ya es demasiado tarde. Soy demasiado grande y mi masa tumoral consistente. Estamos ya en la fase terminal. Tal vez hubiera tenido solución hace un tiempo, al principio, cuando tenía que esconderme de la luz para que no me detectaras… tal vez entonces si hubiera tenido remedio, pero ahora no y me perteneces.

Mi balbuceo se convirtió en un llanto irrefrenable y entre sollozos y moqueos obligué a mis palabras que salieran.

-¡Pero esto no tiene sentido! ¿Por qué entonces tanto empeño en protegerme y salvarme la vida? No lo entiendo.

Su sonrisa se le borró del rostro como ofendido por no sé que motivo y con un tono enojado me contestó.

-¡Te he dicho que me perteneces! Soy un cáncer y como tal mi instinto predador me lleva a proteger a mi presa porque de su vida depende la mía… Pero eso es solo hasta que me hago mayor, entonces es cuando tomo lo que es mío… Tu vida… A ti…

El dolor volvió a mi cabeza multiplicado por diez. Parecía que una brasa ardiente crecía en el centro de mi cerebro. Grité y grité tratando de expulsar de mí aquella terrible sensación.

Aquello es lo último que recuerdo. Volví a despertar en la cama de un hospital donde llevo ya varios meses entubado y sondeado por mil sitios. Me parece llevar una eternidad malviviendo, casi convertido en un vegetal sino fuera por los horribles dolores que padezco que me recuerdan que, para mi desgracia, aún sigo vivo.

En los débiles momentos de consciencia puedo verlo, sentado al pie de mi cama, perpetuamente vestido de negro y con su perpetua sonrisa en su rostro. Veo como se hace mayor y envejece al mismo ritmo que yo me voy consumiendo y veo como sonríe cada mañana que yo continuo vivo y él puede seguir devorándome, satisfaciendo su voraz instinto predador.

En estos momentos lamento no haber muerto de legionella, asfixiado, abrasado vivo, o por cualquier otra cosa, pero seguro que mejor que esta horrible muerte donde en tu interior, crece una bestia que lentamente va devorando tus entrañas. Ya sé que tenía que morir, es inevitable, pero no quería que fuera así…no de esta manera.

viernes, 22 de junio de 2007

¿Libertad?

El autocar avanza deprisa por el negro asfalto de una autovía que parece nueva. Llevo la cabeza apoyada en la ventanilla, sin perder de vista la blanca raya del arcén que se desliza veloz junto a nosotros y voy pensando en el último autocar en el que viajé. Sus asientos tenían unos respaldos que sólo llegaban a la mitad de la espalda y el skay con el que los forraban te hacía sudar solamente con mirarlo. Nada que ver con estos asientos altos y forrados de confortable tela muy agradable al tacto. Antes tampoco tenían servicios y mucho menos televisión y el viaje que antes no hacías en menos de siete horas, ahora te lo ventilas en dos y media. Desde luego, mucho han cambiado las cosas en estos veintitantos años. Y lo de veintitantos lo digo no porque sea una forma de hablar, sino por que más o menos a partir de los quince años de cárcel, dejé de contar los días que pasaba preso. A ciencia cierta sólo sé que entré en la cárcel con treinta y ocho años y ahora, creo, que tengo sesenta y dos.

Fue un feo trabajo el que me llevó preso y en el que no debí de haberme metido, pero malas compañías y un vicio chungo que me martirizó durante años me empujaron a hacerlo. En teoría tenía que haber sido un “trabajito sencillo”. La sucursal se encontraba en un barrio, estaba poco vigilada, con buenas vías de escape y sabíamos con seguridad el día y la hora en que encontraríamos la caja llena. Pero ni la sucursal estaba poco vigilada, ni las vías de escape eran tantas como parecían (lo del dinero no llegué a averiguarlo nunca). El caso es que la cosa se complicó un “poquito” y hubo cuatro muertos, entre ellos un policía y mi socio en el asunto. Así que sólo quedé yo para chuparme el marrón y vaya si me lo chupé. A pesar de que yo no disparé un solo tiro (¡si ni siquiera iba armado!) el hecho de que muriera un policía hizo que recayera sobre mí todo el peso de la ley.

No tengo nada claro lo que voy a hacer ahora. Me siento viejo y cansado. Nunca me casé, no me queda familia y tampoco tengo una vida fuera de la cárcel. He sacado un billete para la ciudad donde nací. No espero encontrar a nadie, ni nadie me espera, pero espero que el poder ver algún lugar familiar y reconocer algo de mi antigua vida me ayude en mi nuevo camino.

Recuerdo cuando el director de la prisión entró en mi celda para hablar conmigo. Su sonrisa reflejaba la excitación de alguien que cree que va a dar una buena noticia.

-Has cumplido con la sociedad, tu condena ha terminado. –Me dijo en un tono paternalista como el que manda a su hijo, que se ha hecho mayor, a que se busque por ahí la vida.- En dos días puedes irte.

-¿A dónde coños voy a ir yo? –Le espeté sin mucho miramiento.-

-No lo sé… -La sonrisa se esfumó de su cara, sin duda esperaba otra reacción por mi parte.- Pues fuera de estos barrotes a disfrutar de la libertad y rehacer tu vida.

-Tener libertad no significa necesariamente tener muchos metros para moverse. Y la única vida que tengo, está aquí dentro.

Decididamente no era esa la contestación que esperaba.

-¡Hay que joderse lo raro que eres, nunca he visto a nadie como tú! –Visiblemente enfadado se dio media vuelta a la vez que sentenciaba.- Me trae sin cuidado lo que hagas fuera. Recoge tus cosas. En dos días te vas de aquí. ¡Porque lo digo yo!

Sonrío con amargura al escucharle. Llevo toda mi vida escuchando ese tipo de poderosas razones… “¡Porque lo digo yo!”, “¡Porque es así y punto!” “¡Porque si no, atente a las consecuencias!” y lo cierto es que esto, de siempre, me ha convencido más bien poco. Es más, basta que me esgriman estas razones, para que mis oídos se me cierren aún más. Aún sigo esperando a alguien, que cuando venga a decirme lo que debo de hacer, las razones que me dé sean claras, tangibles, lógicas y no suenen a una amenaza.

Y lo de “recoge tus cosas”… Eso también tiene su guasa. Después de todos estos años, “mis cosas” caben en la pequeña mochila que, en estos instantes, llevo sobre mis rodillas y que miro con desesperanza.

Estoy llegando, enfilamos la última pendiente que da la entrada a la ciudad. ¡Cielo santo cómo ha cambiado todo! Lo que antes era un gran descampado donde podías alargar la vista hasta el infinito, es ahora una mole monstruosa de ladrillos y cristal que pinta de feo marrón el paisaje y lo aprisiona de tal forma que tienes que levantar la cabeza y estirar el cuello para poder ver el cielo.

Me ha bajado del Bus y he dejado atrás la estación. No reconozco nada, me siento como un extranjero que no conoce la ciudad por la que se mueve, peor aún, me siento como un alien que no sabe nada de este extraño mundo al que ha ido a parar por casualidad.

Mis pasos, no sé si consciente o inconscientemente, me han llevado al barrio donde nací. Esperaba poder ver la larga calle de tierra con sus casas bajas, casi chabolas algunas, donde pasé mi corta infancia pero nada de eso queda ya. En su lugar, ahora es una larga avenida bien asfaltada flanqueada por altos edificios plagados de diminutas ventanas que, de algún modo, me recuerdan a la galería de donde vengo, con varias alturas y en cada piso largas filas de pequeñas puertas con barrotes, la diferencia es que estas no tienen barrotes. Es más, cuanto más observo a mí alrededor, más similitudes aprecio con mi antiguo cubículo al que cada vez echo más de menos.

Aún más abatido y desilusionado de lo que ya me encontraba, encuentro un parque plagado de plataneros, que aunque jóvenes, sus ramas ya dan buena sombra. Veo un banco entre dos árboles y me siento, o mejor dicho, me derrumbo en él arrojando la mochila a mis pies.

Bebo un poco de agua del botellín que llevo conmigo y sigo embobado, mirando todo alrededor como un niño pequeño en un parque de atracciones. Todo parece ir mucho más deprisa y ser mucho más ruidoso que como yo lo recordaba. Los coches, todos extraños para mi, se mueven deprisa ocupándolo casi todo, carretera y acera. La gente camina deprisa sin apenas levantar la vista, ignorando todo lo que ocurre a su alrededor. Podría ponerme en pelotas ahora mismo y me apuesto algo que nadie se daría cuenta. No me gusta, esto en que se ha convertido el mundo no me gusta.

Seguía ensimismado observándolo todo cuando un chico joven, de veintialgunos años, grande como un oso y con unos raros pantalones que parecían a punto de caérsele, se acerca por mi izquierda. Viene hablando por el móvil (parece que ahora todo el mundo tiene uno) haciendo grandes aspavientos y jurando por su madre que sus chicas son las mejores de la ciudad. Por lo que se ve, -pienso- la estupidez, como el resto de la ciudad, también ha crecido. Justo cuando pasa a mi altura, le da una patada a mi mochila que estaba a mis pies. Tal vez la tenía un poco separada de mí y ocupaba algo el camino, pero creo que el niñato se ha pasado, aunque no quiero problemas.

-Perdona. –Le digo mientras recojo la mochila poniéndola conmigo en el banco.-

-¡Maldito viejo! –Me suelta de muy malos modos, dejando su conversación a medias y encarándose conmigo.- Casi me haces caer por dejar esa mierda por ahí tirada.

Aprieto el puño para contener mi rabia. ¿Qué se creerá este niñato? Este mierda aún no había nacido cuando yo me merendaba tipejos como él en la cárcel. Decido serenarme no quiero problemas, al menos no tan pronto y lo ignoro. El chaval parece acordarse de que tiene alguien en el teléfono y haciéndome un gesto apuntando su dedo corazón hacia el cielo, retoma la conversación que llevaba.

-Nada… un asqueroso viejo que casi me hace caer… Cómo te iba diciendo… -Le escucho que va hablando mientras se aleja.-

Un montón de bilis me sube al paladar. Esto no pasaba antes. Antes respetábamos a los mayores y teníamos mucha más educación. Puede que fuéramos quinquis y chorizos pero sabíamos lo que era el respeto y la dignidad. También comienzo a añorar el respeto y la dignidad que había comenzado a ganarme en la cárcel, a base palabras unas veces y de manos otras muchas.

Intento que el mal rato no me afecte, si no me va a empezar a doler el estómago y era lo que me faltaba. Trato de tranquilizarme aunque no pierdo de vista al zagal con el que he tenido el encuentro. Se detiene al otro lado del parque, justo enfrente de mí, en un banco donde hay dos chicas sentadas y comienza a hablar con ellas. Las chavalas, apenas unas crías, no sé muy bien de que van, pero tanta carne al aire y en público yo nunca la había visto antes.

Las palabras del joven van subiendo de tono, igual que la voz de las chicas, que se han levantado del banco para estar más a la altura del muchacho y que cada vez se les está poniendo más agresivo. La agresividad va en aumento hasta el punto que le suelta un manotazo con la mano abierta a una de ellas que la sienta de culo en el suelo. La otra hace el gesto de agacharse para ayudar a su compañera y en ese momento el chaval le mete una patada en la cara que la hace caer hacia atrás describiendo un arco antinatural con la espalda. Ahora, mientras las dos chicas están en el suelo cubriéndose como pueden, el salvaje comienza a alternar las patadas, una para una y otra para la otra.

Que sencillo es hacer daño, no tiene ningún merito. En cambio que difícil es ser bondadoso. Y es que la bondad tiene que salir de muy adentro y creo que hace tiempo que las personas no nos miramos tan profundo. Mi pensamiento se ve confirmado cuando me doy cuenta que la gente que pasa cerca apenas prestan atención a lo que está ocurriendo e ignoran los gritos de ayuda de las chicas. ¡Como puede haber tanta indiferencia!

Ya no lo soporto más, me levanto, me acerco hasta donde el chico y justo cuando iba a soltar la enésima patada sobre una de las chicas le agarro de un brazo y de un tirón le hago dar media vuelta encarándomelo hacia mi.

-Pero que…

Fue lo único que le dio tiempo a decir antes de que le diera con mi puño cerrado en su costado izquierdo. Fijo que he oído crujir al menos un par de costillas. El chico se dobla de dolor abrazándose el costado y cayendo de rodillas delante de mí. Entonces, le agarro del pelo de la nuca, le tiro hacia atrás la cabeza y le descargo un puñetazo en su nariz. Bien… Por el ruido que ha hecho al romperse, creo que no se la arregla ni operándose. Quiso llevarse las manos a la nariz pero antes de que estas llegaran a tapar su cara, se coló antes mi puño en su boca y aunque yo me despellejo los nudillos, a él le saltan un par de dientes.

Buff…Hacía tiempo que no le pegaba a nadie unas hostias tan a gusto. Creo que ya tiene bastante. Le suelto y el chico cae hecho un ovillo, mientras entre gritos, se lleva las manos a la cara. Dirijo mi mirada a las muchachas que están ayudándose mutuamente a levantar. Ellas me miran y en sus ojos vidriosos de lágrimas puedo ver una señal queda de agradecimiento, yo a mi vez inclino un poco mi cabeza para devolverles el gesto y doy media vuelta para alejarme de allí.

-¡Maldito viejo! ¡Hijo de puta! –Empieza a maldecir el chaval con voz gangosa y entre gorgoteos de sangre.- ¡Acabaré contigo… Contigo y con ese par de putas! –Continúa con sus gritos mientras agita amenazante su puño en el aire.

Creo que fue en este momento cuando lo vi todo claro, pude ver mi destino y lo que debía de hacer.

Saco del bolso mi viejo pincho, hecho con un cepillo de dientes al que afilé el mango y que me ha sacado de no pocos apuros en la cárcel. Lo aferro firmemente en mi mano, me giro, avanzo un par de pasos, pongo mi mano izquierda sobre su hombro y con la derecha hinco el pincho en su pecho en un rápido movimiento de meter y sacar. Creo que le he atravesado el corazón. Apenas un leve quejido, ahogado por la sorpresa, acierta a salir de su garganta. La sangre empieza a manarle por el agujero como un surtidor al ritmo que le marca su corazón. Lo miro a la cara, veo en su mirada el terror del que ve aproximarse a la muerte y me quedo, indiferente, casi como ajeno, observándole fijamente a los ojos mientras en ellos se va apagando, poco a poco, el brillo de la vida. Ha sido rápido, apenas unos segundos.

-Bueno… -Digo mientras dejo caer el cuerpo sin vida del tipejo y guardo el pincho en el bolso.- Yo he librado al mundo de un hijo de puta y ahora quiero que me vuelvan a llevar a mi hogar.

domingo, 10 de junio de 2007

Válvula de Escape

Aspiro con fuerza las últimas caladas del porro que me estoy fumando haciendo sonar el aire entre mis dientes. Aguanto el humo en mi interior al tiempo que doy un sorbo al vaso de Cardhu con hielo que tengo sobre la mesa y cuando dejo de sentir el fuego del licor en mi garganta, convirtiéndose en una agradable calor en el estomago, permito salir de mis pulmones al humo que choca contra el portátil formando volutas multicolores al mezclarse con la luz de la pantalla.

Perfecto –pienso- mientras hago sonar los huesos de mis nudillos y sitúo las manos sobre el teclado. Me concentro un instante y es que estoy a punto de terminar la última entrega de los cuatro libros que llevo escritos. Quién me lo iba a decir a mí hace unos años, que me iba a ver convertido en uno de los escritores más famosos de este tiempo. No seré un novelista de proverbial prosa, ni mi gramática será de las más puristas que puedas encontrar negro sobre blanco, pero mis anteriores novelas llevan ya dos años en la lista de los 10 libros más vendidos y eso me ha convertido en una persona rica y famosa. Y todo gracias a un brillante momento de inspiración. Es curioso, puedes estar detrás de una gran idea durante años y dedicarle todas las horas de tu vida pero esta, si te ha de llegar, será un instante fugaz en tu cerebro, un pequeño momento en el que parece hacerse la luz y en el que todo en tu cabeza encuentra su sitio, logrando ver las cosas con una claridad meridiana. Y a mi me pasó. Estaba escribiendo una novela de intriga, una novela “negra” vulgar como otras muchas, con un policía bueno de protagonista sobre el que gira la historia y un psicópata asesino de malvado. No voy a decir que fuera una mala historia pero era sólo eso, una historia más del montón. Estaba asqueado de lo que escribía, sabía que lo que hacía no iba a llegar a ningún sitio hasta que me llegó esa inspiración. Es un momento especial, sientes que una rara felicidad recorre tu cuerpo porque intuyes que has dado con algo bueno, sabes lo que tienes que hacer y lo haces. Le di la vuelta a la historia, el policía pasó a ser un personaje secundario que termina “fiambre” en cada novela y me centré en el psicópata. Él adquirió todo el protagonismo de mis novelas. Comencé a pensar con su cabeza y a ver con sus ojos. Pero no es un personaje al uso, he creado un personaje muy especial al que nunca cogen, que es inteligente, metódico y sobre todo muy cruel. Y cuando digo “muy cruel”, me refiero a una maldad sin límites, de pesadilla. Una persona capaz de infringir los más horribles suplicios a sus víctimas mientras les mira a los ojos y ve reflejados en ellos el espanto de la muerte que se les avecina. He creado un desviado sexual con una capacidad para imaginar tales aberraciones que parezcan sacadas de la cabeza del mismísimo Satán. Resumiendo, a la gente le doy lo que más disfrutan… con la maldad. Y es que el morbo y la atracción que para el ser humano tiene la maldad y el sufrimiento sólo puede ser comparado a la atracción que les ejerce el sexo y si encima eres listo y mezcla las dos cosas, sexo y violencia, esta combinación se convierte en una máquina de hacer dinero.

Y además lo tengo demostrado. Cuanto más crueles y retorcidos imagino los asesinatos, más hago sufrir a las víctimas y más detalles truculentos escribo, la gente más compra mis libros. Incluso estoy pensando en plantear algún tipo de teorema que lo demuestre, algo así como… “El caudal de dinero que entra en mi cuenta corriente aumenta exponencialmente con el aumento en la cantidad de sufrimiento, crueldad y dolor que imprimo a mis crímenes” Tal vez me den un Nóbel en matemáticas… Bueno, ahora en serio, quiero terminar esto. Doy otro sorbo a mi vaso de “Cardhu”, enciendo un cigarro me relajo un poco y comienzo a escribir…

“… Él observa la única ventana iluminada de la casa. Se encuentra justo enfrente de su vivienda, de pie en la acera, oculto en la penumbra que le ofrece una parada de autobús. Lleva dos semanas siguiéndola y la chica es perfecta. Guapa, vive sola y tiene un hijo de corta edad. Este último detalle es el que más le convence. Le gusta que tengan hijos porque el pánico que siente una madre pensando que su hijo quedará solo, multiplica por cien el miedo de su inminente muerte. Ese infinito terror lo puede leer como un libro en los ojos de sus víctimas y eso le produce la más placentera de las sensaciones.

Lo tiene decidido, será esta noche. Esperará a que se apague la luz. Sabe que está sola en la casa, su hijo ha ido a dormir con un amigo del colegio.

La luz se apaga al fin. Saca el tabaco de un bolso de su sudadera y enciende un cigarro. Se dispone a esperar pacientemente a que la chica pille sueño. Mientras tanto piensa en que va hacerle. Tiene dudas, a las dos últimas chicas le arrancó tiras de piel con una cuchilla y después se las hizo comer… disfrutó bastante, pero le desagrada tener que ensuciarse las manos más de lo estrictamente necesario. Normalmente prefiere recurrir a medios “externos” y él ser un mero espectador. Como aquella vez del jueguecito con las ratas, donde consiguió, con un ingenioso sistema de pequeñas jaulas pegadas al cuerpo de la chica, que le royeran las entrañas a aquella puta. Como disfrutó aquel día, aún se emociona al pensarlo.

Ya ha esperado lo suficiente. Tira la colilla al suelo, la pisa con fuerza y cruza la carretera.

La cerradura es antigua y no le ofrece problemas. Tan solo suena un leve chasquido en mitad de la noche y comienza a abrir la puerta lentamente. Enciende la pequeña linterna y un estrecho tubo de luz le enseña unas escaleras por las que comienza subir. Algunos escalones rechinan un poco al sentir su peso sobre ellos pero el silencio en la casa es total. Al fin llega al piso de arriba. Se orienta gracias a la rácana luz de la linterna. Nunca antes había estado en aquella casa, pero después de tantos días vigilándola tiene una imagen mental de su disposición y se dirige directamente a la habitación de ella. La puerta está entreabierta y comienza empujarla muy lentamente. Comienza a escuchar la pesada respiración de alguien que duerme plácidamente. La escasa claridad que entra por la ventana de la habitación le permite ver a contraluz la silueta de una cama con alguien acostado en ella. De entre sus ropas saca su inseparable cuchillo de monte y de puntillas se dirige hacia ella que sigue respirando placidamente. Alarga su mano, tira con cuidado de la sábana y deja al descubierto las sugerentes formas de una mujer acostada. Da un paso más y de pronto… una voz suena a su espalda.

-¿Mamá? ¿Eres tú?

Asombrado gira la cabeza y en el umbral de la puerta se recorta el perfil de un niño pequeño.

-¡El niño! ¿Qué coños hace aquí el niño? –Exclama asombrado nuestro asesino - No debería de estar aquí… ¡Estoy harto! ¡No puedo más! ¡Haz el favor de explicarme esto!

-Bueno… a mí se me ocurrió que si esta vez te cargas a un crío pequeño…. Pues seguro que las ventas se disparan y …

-¡Me niego! Estoy ya harto de esto. Yo no soy ninguna bestia y tú insistes en escribir historias donde cada vez tengo que hacer cosas que me repugnan más. ¡Se acabó! Me niego a seguir siendo tu lado oscuro… Ya no quiero ser tu Mr.Hyde.

-Venga hombre, no me hagas esto. Necesito entregar esta novela y…

-¿Pero no te das cuenta? Yo no puedo seguir. Tu imaginación parece no tener fin para crear dolor y mi estomago ya no aguanta más. ¡Además metes a un niño! Rompes la trama porque el niño no tenía que estar aquí y encima quieres que me lo cargue…Y todo por el puto dinero… ¡No!¡Me niego!

-Bueno… la verdad es que tengo que confesarte algo… No sólo es por dinero…

-¿Ah no? Y porque más es… ¿Por fama?

-No… por miedo…

-¿Miedo? ¿Miedo a que?

-Miedo a mí… A lo que podría llegar hacer….

-No te sigo…

-Verás, tú sabes que empecé a escribir en una época muy dura de mi vida, todo me iba mal, pensaba que me acabaría volviendo loco. Por mi cabeza empezaban a aparecer horribles fantasmas que me empujaban a hacer cosas que yo no quería, cuando ocurría esto, la presión en mi cabeza aumentaba y estaba convencido que acabaría cometiendo alguna locura… Entonces, te cree a ti. En ti echaba todas mis paranoias y locuras. Expulso la locura de mi cabeza a través de las palabras y mientras seas tú quien le haga daño a la gente, todo irá bien.

-Vale, me has usado como válvula de escape pero creo que estás llegando a puntos demasiado salvajes aunque sólo sean en tu imaginación. Tienes que dejarlo, esto no puede acabar bien..

-Ya lo he pensado… Pero te he dicho que tengo miedo. Tal vez si dejo de escribir la presión volverá a mi cabeza y no sé si sabré controlarme.

-Pues si que estás mal…

-Ya te digo… Por eso tienes que continuar con la historia…

-Te propongo un trato. Yo termino esta novela pero eso sí, me quitas de aquí el niño. Quedamos en que el niño no estaba.

-Hecho. ¿Y luego?

-Después escribirás otra novela que será tu gran obra. Echarás en ella todo lo que te atormenta y alejarás todos tus fantasmas, pero al final de ella me matarás. Acabarás conmigo de mil formas diferentes hasta que me conviertas en polvo y me enterrarás muy, muy profundo… a mí y a todos tus miedos y locuras. ¿Vale?

-Vale. No se habla más. Ponte en posición, que empezamos donde lo dejamos

“…Alarga su mano, tira con cuidado de la sábana y deja al descubierto las sugerentes formas de una mujer acostada. Adelanta un paso más y de pronto la mujer, como si hubiera presentido la presencia de alguien en su habitación, abre los ojos se gira y…



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