lunes, 19 de noviembre de 2007

Cuidado con lo que Escribes

Observo el café, que un diligente camarero acaba de servirme, mientras le doy vueltas con la cucharilla y pienso por qué demonios me habré sentado en la terraza de esta cafetería, si ni ando sobrado de tiempo, ni maldita las ganas que tengo de tomar un café con leche a las siete de la tarde. Chasqueo la lengua pensando en que la edad empieza a jugarme malas pasadas y dejando la cucharilla sobre el plato, levanto la taza dispuesto a terminármelo cuanto antes y marcharme de allí pitando. Empiezo a sorber y en cuanto el líquido toca mi lengua comienzo, por lo bajini para no armar un escándalo, a acordarme de todos mis muertos, el café abrasa. Dejo la taza sobre el plato y comienzo a aspirar aire por la boca en un intento de refrescar mi escaldada lengua. Al menos confirmo una cosa, no es la edad la que me juega malas pasadas, es mi estupidez crónica porque después de tanto tiempo tomando café era para saber que un café con leche, en este país, significa que la leche está en su punto de ebullición.

Resignado me dispongo a esperar que se enfríe aquel caldo hirviente que está sobre la mesa y me acomodo un poco mejor sobre la silla. La verdad, pienso, es que no se está tan mal aquí. La tarde es serena, el cielo está despejado y la temperatura a esas horas de la tarde, en un verano que languidece, es de lo más agradable. Poco a poco me voy relajando sobre mi asiento, mientras me enfrasco en uno de mis pasatiempos favoritos cuando estoy en la calle: “Imaginar historias de la gente que pasa” El asunto es sencillo. Veo a un tipo que me llama la atención, lo observo, y basándome en su cara, forma de vestir, compañía, etc., trato de imaginar lo que piensa en ese momento, por que pasa por ahí o que es lo que va hablando con su acompañante. Por ejemplo, aquel hombre joven que va por allí, con un traje y corbata de los “de serie” y con un maletín nuevecito de la mano que seguro es el regalo de su madre o novia el día que consiguió ese estupendo puesto de bancario de infantería. Su caminar es lento, cabizbajo y pensativo, como si deseara retrasar la llegada a su destino, y creo que en su cara se refleja el cansancio, el hastío y el temor por no haber cubierto hoy su cuota de carnaza de cliente impuesta por su jefe. En fin… que seguro que me equivoco de parte a parte y no doy ni una, pero me lo paso bomba y además es gratis.

Enfrascado en la localización de otra de mis “presas”, a la que poder diseccionar sin piedad su vida, entra dentro de mi área de visión una persona que espera en el semáforo al otro lado del paseo y que se dispone a cruzar hacia aquí. Para verlo bien tengo que entornar los ojos porque se encuentra un poco lejos pero estoy casi seguro que lo conozco y, o mucho me engaña la vista, o él también mira hacia aquí.

Es una antigua amistad de universidad al que perdí la pista hace tiempo, hacía años que no lo veía. Era una persona algo peculiar y un poco “colgao” pero en el fondo era un buen tipo y además extremadamente inteligente. Pero no una inteligencia de esas con un coeficiente que se sale de las tablas, aunque un poco de eso también había, sino una inteligencia experimentada, de la que se adquiere a base de observación e intuición. Calaba a las personas en cuanto las veía y aunque no se le podía considerar una persona sociable, más de una vez se rifaron unas hostias donde él tenía todas las papeletas y al tío le bastaban un par palabras para meterse a la gente en el bolsillo y que acabaran pidiéndole perdón y le invitaran a unas copas.

Recuerdo que le gustaba escribir. Escribía unos relatos cortos, algo extraños, siniestros y retorcidos pero a mi me encantaban. Eran truculentos y abusaba algo de la casquería y la sangre, pero al acabar de leerlos conseguían tocarte alguna fibra y dejarte en el cuerpo una extraña sensación agridulce de desasosiego, que siempre obligaba a plantearte cosas. El muy cabrón no te dejaba indiferente. Creo que yo era de las pocas personas que tenía un trato continuo con él por eso, porque era su más fiel e incondicional lector.

A los años de perder contacto con él, publicó un libro. En cuanto me enteré, salí a comprarlo entusiasmado. Aunque recuerdo que había algunos párrafos brillantes que rozaban la genialidad, en líneas generales resultó ser igual de gore y retorcido que sus relatos, pero esta vez la historia que contaba era mucho más mediocre y su prosa estaba a la misma altura. Desconozco el motivo, pero había perdido toda la chispa y la garra que tenía en la época que compartí con él.

El semáforo se ha puesto en verde y comienza a caminar. No hay duda. No me pierde de vista y sus pasos se dirigen directamente a donde me encuentro. No sé que hacer. Después de tanto tiempo no me apetece hablarle. Trato, pésimamente, de disimular y bajo la vista hacia el café al que comienzo a dar vueltas. No le veo pero noto como se acerca hasta que la sombra alargada de un cuerpo va oscureciendo mi mesa hasta hacer, aún más oscuro, el café que gira en la taza.

-Hola. –Me dice al detenerse delante de mí. Reconozco su voz, apenas ha cambiado.-

Levanto la cabeza y primero finjo el asombro de una voz que no esperaba y después, sacando mi mejor madera de actor, disimulo poniendo por un instante un gesto de no reconocer a mi interlocutor. Gesto que rápidamente cambio por uno de asombro y alegría al caer en la cuenta de quién es.

-¡Hombre¡ ¡Qué sorpresa! ¡No te había reconocido! –Me levanto y con una gran sonrisa en la boca me levanto y le tiendo mi mano. Creo que he quedado bastante convincente, pienso.-

-No has cambiado nada. Disimulando eres patético. –Me espeta mientras aprieta mi mano con afecto y me enseña una de sus encantadoras media sonrisa.-

El tono de mi cara tornó hasta confundirse con el rojo del atardecer veraniego.

-Nunca he sabido mentir. Y contigo menos. –Le digo con la cabeza baja mientras que con un gesto le invito a sentarse.- ¿Cómo estás?

No hubiera hecho falta preguntar, sólo había que mirarle, no estaba bien. Los años parecían haberle tratado peor que a mí y eso se veía en su cara. Había adelgazado bastante y profundas líneas se marcaban en su frente y cara, sobre todo dos que desde la nariz flanqueaban su boca, dándole un aspecto de buldog continuamente enfadado. Tampoco ayuda mucho en su aspecto unas profundas y negras ojeras y una barba de tres o cuatro días.

-Bien. –Me contesta y se sienta enfrente de mí, mientras deja a su lado, en el suelo, un bolso que lleva en bandolera y que se nota abultado.- Voy tirando.

-Ahora el que miente eres tú.

-Tampoco a ti se te escapa una. –Me sonríe con sorna.-

El camarero vuelve para ver si mi amigo quiere algo y yo aprovecho y cambio el café con leche, que se me había atravesado desde el principio, por un Cardhú con hielo, mucho más acorde con la hora y el momento. Él sólo pidió un botellín de agua.

-Bueno, cuánto tiempo. –Le digo mientras cojo mi copa y hago sonar el hielo en el vaso.- Vaya casualidad que nos hayamos encontrado. ¿Verdad?

Abre el agua y le da un trago de la misma botella.

-Te va a parecer extraño. –Me dice.- pero no ha sido casualidad. En realidad esperaba encontrarte aquí.

Quedo a medias el trago que estaba dando al whisky y enarcando una ceja le observo con extrañeza mientras continúa diciendo:

-Esperaba encontrarte aquí porque te he “llamado”-Levanta dos dedos de cada mano haciendo el gesto de entre comillas.-

-¿Llamado? No recuerdo que me hayas llamado. Es más, hace años que no sabía de ti y no creo que tú supieras mucho sobre mí.

Da otro trago de agua, se me queda mirando como dudando en comenzar a hablar y al fin me dice:

-Sabía que te iba a encontrar aquí porque lo he escrito. Quería verte y he provocado este encuentro escribiéndolo.

Al principio lo miro sin saber que decir. Se le nota algo nervioso e inquieto aunque mantiene la vista clavada en mi.

-Ya entiendo. –Le digo mientras se me empieza a escapar una sonrisa.- Me estás gastando alguna broma de esas tuyas raras. ¿A que sí?

No dice nada. Se inclina a un lado y del portafolio saca un paquete bastante grueso de folios toscamente encuadernados con un par de agujeros por donde pasaban sendos cordeles. Lo abre buscando una página y cuando al fin la encuentra lo gira, lo pone delante de mí y me indica un párrafo para que lo lea.

Comienzo a leer:

“... El atardecer es tranquilo y el hombre, al ver la terraza donde daban los rojos rayos del sol, decide sentarse a pesar de las preocupaciones que le ocupan. Piensa que necesita reponer fuerzas y pide un café. Comienza a dar vueltas al café con la cucharilla ensimismado en sus pensamientos, hasta que con un chasquido de su lengua, pone fin a esa especie de trance en el que se había sumido. Levanta la vista del café levanta la taza y al dar el primer trago, suelta entre dientes una maldición. El café está demasiado caliente… “

Termino de leerlo y me río con fuerza.

-¡Qué cabrón! –Le digo.- Veo que todavía te funciona tu jodida imaginación. Me habrás visto sentarme aquí y que me quemaba con el café y se te ha ocurrido gastarme una broma… ¡No cambiarás…! Ja,ja,ja.

Su rostro no hace ni un solo gesto ante mis risas y sin dejar de mirarme a los ojos me pregunta:

-¿Entonces por qué te has sentado en esta terraza y por qué has pedido un café con leche si ni pensabas hacerlo ni te apetecía?

Ante la seriedad de sus palabras mi risotada se me atraganta. Su mirada es firme y su boca no vacila. Además, tiene razón, ni sé porque me senté aquí, ni tampoco sé porque pedí un café leche.

-¿Qué me estás diciendo? –Le digo con un punto de sorna en mis palabras.- ¿Qué eres capaz de adivinar el futuro?

-No. Lo que estoy diciendo es que lo que escribo en mis libros, sucede. No sé si soy yo quien los provoca al escribirlos o hay “algo” que crea los sucesos que escribo, pero el caso es que suceden.

No puedo reprimir una sonrisa de desconfianza que trato de ocultar llevándome el vaso a la boca y dando un trago. Mientras, él continúa explicándome.

-Hace tiempo que llevaba notando algo raro. Cantidad de cosas, de momentos, de situaciones en las que tenía la sensación de haberlas visto o vivido antes. Una especie de continua sensación de “deja-ve” pero con la diferencia de que tenía claro que eran cosas que yo había escrito. Eran situaciones nimias, sin trascendencia a las que no di demasiada importancia. Ya sabes, los escritores alimentamos nuestros escritos de eso, de situaciones diarias, cotidianas, que le suceden a cualquiera. Por eso, cuando leemos un libro, nos sentimos identificados con algún personaje o nos parece que lo que estamos leyendo nos ha pasado a nosotros y es porque los escritores, lo único que hacemos, es rellenar nuestras historias con retazos de la vida normal. Yo pensaba que simplemente se trataba de algo así y era por eso que todas esas situaciones me resultaban tan familiares. Pero no se trataba simplemente de eso.

Hace una pausa y queda un momento pensativo. Al recordar, en su rostro parece asomar una mueca de dolor y da la sensación como si le resultara penoso el continuar.

Si aquello era una de sus típicas bromas tenía que haber elegido la carrera de actor en vez de la de escritor. Su semblante escuálido y gris transmitía una honda preocupación. Aún así me resistía a creer lo que me contaba. Primero, porque mi raciocinio me impide creer en nada que no esté claramente delimitado por las leyes de la ciencia y aquello claramente no lo estaba. Y segundo, conozco o al menos conocía, a quien me lo está contando y creo que por alguna razón que se me escapa se ha dispuesto a tomarme el pelo, así que decido zanjar el asunto.

-La verdad es que no sé porque me vienes con este asunto, pero creo que lo mejor es que pague y me marche.

Con la mano hago un gesto al camarero mientras saco 20 euros del bolso de la chaqueta que el hábil mozo recoge al vuelo sin detenerse.

Miro a mi amigo que veo me observa mientras menea negativamente la cabeza.

-Sabía que no me creerías. Mira, lee esto.

Se incorpora para inclinarse nuevamente sobre su libro, que aún tengo en frente, y pasando unas pocas páginas, me señala un nuevo párrafo para que lo lea.

Hago un leve gesto de hastío, no deseo seguir con ese juego, pero ante el insistente golpeteo de su dedo sobre las letras decido leerlo.

“… Había decidido marcharse y tan solo esperaba que volvieran con su vuelta para poder abandonar, de una vez, aquel lugar y aquella compañía. Se gira para ver por donde se llegaba el camarero y justo cuando lo ve como se dirige hacia ellos, el mozo da un traspiés en el escalón de la salida del local y la bandeja, con todas las consumiciones que portaba, salieron volando formando un tremendo estrépito que asustó a todo el…”

No había terminado de leer la última frase cuando un tremendo ruido de metal y cristales rotos interrumpe mi lectura. Me giro hacia el lugar de donde proviene el jaleo y veo en el suelo, todo lo largo que es, al camarero que volvía con mi vuelta y con algunas copas y cafés en la bandeja las cuales, ahora, se hallan dispersas y hechas añicos por el suelo de la terraza.

Me quedo absolutamente sorprendido y con la boca aún abierta me giro hacia a mi amigo.

-Pe… Pero… esto es… -Acerté a balbucear.- ¿Cómo has hecho esto? Ya sé… Estás compinchado con el camarero y esto es una cámara oculta o algo así… ¿A qué sí?

Me sonríe, como resignado, mientras me niega con la cabeza.

-No, no es ninguna cámara oculta. Esto ha ocurrido porque yo lo he escrito. Sabía que no me ibas a creer. De joven eras muy duro de mollera y la edad no creo que te lo haya mejorado, así que tenía que provocar alguna situación para que lo vieras tú mismo.

Yo seguía sin dar crédito a lo que acababa de ver y releía una y otra vez el párrafo y luego miraba al camarero que todavía hacía esfuerzos por levantarse de un suelo húmedo y resbaladizo.

-¡Pero esto es fantástico! –Exploté al fin.- Es algo así como tener super-poderes. Puedes hacer lo que quieras… ser millonario, las mejores chicas…. Bufff…

-Sí, da asco ver como nos hemos aburguesado, porque eso mismo pensé yo al principio. –De nuevo esa sonrisa, mezcla de resignación y hastío, luce en su cara.- Lo que ocurre que la cosa no funciona del todo así. Sólo puedo “provocar situaciones” pero, por ejemplo, no puedo hacer que me toque la lotería o que alguien se enamore de mí, o que me odie, o que sea feliz o triste… Es decir, no puedo influir en la suerte ni en los sentimientos de las personas...

-Pero aún así… –Le interrumpo y es que a mi me daba la sensación que aquello era cojonudo.- Es fácil provocar situaciones para que alguien se acabe enamorando de ti u odiando si lo prefieres, que como eres un poco rarito…. -Le guiño un ojo y le doy una palmadita tratando de levantar su ánimo.- La verdad, no entiendo que pegas tiene.

-Se como me dices. Eso es lo que yo pensaba en un principio. Pero ya sabes como son las historias que escribo. Me gusta abusar un poco de la truculencia y… –De nuevo busca una página en su libro, esta vez de las del principio y me indica otro párrafo.- ocurre que un día tuve la desgracia de toparme con esto. Toma, lee.

“… La mujer, empujando el carrito donde llevaba a su bebé, avanza deprisa por la ancha acera de aquella avenida. Ella quiere ir más deprisa, sus pies le está pidiendo que corra, pero su cabeza le dice que una mujer corriendo con un coche de bebé llamaría demasiado la atención. Tiene que serenarse. Hay mucha gente por allí y eso le hacía sentirse un poco más a salvo, aunque sabe que eso no desanimará a sus perseguidores. No los quiso como amigos y aunque tampoco hizo nada para ofenderles (no era tan estúpida como para buscarse semejantes enemigos) ellos no tendrán piedad, es su política, sino estás con nosotros, estás contra nosotros. Podían hacer lo que quisieran donde quisieran. Ellos lo manejan todo, lo ven todo y pueden manejarlo todo, tanto lo visible como lo invisible. Seguramente, en estos instantes, alguno está cerca de ella, acechante, oculto bajo cualquier apariencia imaginable, esperando el momento idóneo… pero quién y en que forma de las muchas que adoptan. Son poderosos. Poderosos y crueles, y sus recursos, al igual que su maldad, son ilimitados.

Por eso la mujer teme sobre todo por su bebé. Ellos no se conformarán con matarla a ella, aunque fuera una muerte de la forma más horrible del mundo. A ellos les gusta retorcer primero el alma y el espíritu de sus víctimas antes de acabar con sus vidas. Por eso, seguro, que el primer objetivo será el niño y eso no lo puede permitir. Tiene que evitarlo como sea, a cualquier precio.

Se detiene. Quiere cruzar y el semáforo de peatones está en rojo. Espera impaciente con las manos sobre el asa del carrito, dispuesta a seguir avanzando en cuanto lo vea en verde. Tiene la sensación de que cuando está parada, su hijo y ella son más vulnerables y desea cruzar lo antes posible.

De pronto, algo llama su atención, un bocinazo y el agudo chirrido de un frenazo. Presiente que algo va mal y mira a su izquierda. Aterrada observa como una moto, que ha chocado contra un coche que invadió su carril, se dirige hacia donde ella se encuentra. No puede reaccionar, la moto viene a demasiada velocidad y lo único que hace es cerrar los ojos y quedarse muy quieta. Siente un tirón en sus manos y ya no siente el asa de plástico en sus manos. Cuando vuelve a abrir los ojos, observa aterrada, que el carrito con su hijo ha desaparecido. Gira rápidamente su cabeza a la derecha y, para su desgracia, todavía llega a ver, con los ojos llenos de terror y lágrimas, el carrito volando por los aires y como su hijo sale disparado de él para irse a estrellar con fiereza brutal contra el suelo…”

Espantado dejo de leer y señalando con mi dedo el libro le pregunto:

-¿Me estás diciendo que tú fuiste testigo de esto?

Me lo confirma con un movimiento de cabeza y añade:

-El crío vino botando por el suelo, convertido en una bola de carne y sangre, hasta detenerse justo a mis pies.

Cubrió su rostro con las dos manos y trató de seguir hablando pero los sollozos se lo impedían.

-¿Pero estás seguro? –Le digo tratando de calmarlo.- Tal vez lo escribiste después de verlo, y lo que ocurre que el trauma te afectó tanto que andas algo desorientado…

Se quita las manos de su cara y puedo ver sus ojos ahogados en lágrimas y su rostro descompuesto.

-No. Tengo claro cuando lo escribí. –Me dice tratando de ahogar su hipo.- En cuanto vi el accidente lo tuve claro. Hacía poco que lo había escrito y lo tenía fresco. Nada más presenciarlo, fui a casa corriendo para corroborarlo y no había dudas, allí estaba escrito, negro sobre blanco, palabra por palabra.

-Bueno… -Insisto tratando de buscar un razón algo lógica.- Tal vez una retorcida casualidad.

-¿Casualidad? ¿Tú sabes lo que dices? Por poco probable resulta imposible. Además… -Vuelve a agacharse para coger algo de su bolsa y saca varios folios sueltos.- Después de verlo empecé a investigar sobre otras muertes que suceden en mis libros y los resultados no pudieron ser más desesperanzadores. Mira…

Me tiende los papeles que acaba de sacar y los observo. En los folios aparecen noticias sacadas de periódicos de Internet.

“Turista en el Zoo cae en la jaula de leones y es devorado delante de su familia”

Leo en el titular de uno de ellos, junto una anotación a bolígrafo que pone “No eres nadie”. Con un gesto le interrogo sobre que significa lo escrito.

-Lo escrito a mano es el título de mi libro donde sucede exactamente lo que ves en la noticia.

Hojeo el resto de noticias:

“Arde autobús escolar, mueren 12 niños”

“Explosión de gas acaba con la vida de una familia”

“Muere ahogada una niña. Su padre también fallece al tratar de rescatarla”

Y unas cuantas más todas del mismo tono y todas con su correspondiente anotación a mano.

Mi estomago empieza a revolverse, dejo las hojas encima de la mesa y le observo.

-¿Te das cuenta? ¿Ves lo que he hecho? –Solloza ocultando de nuevo la cara entre sus manos.- Todos los accidentes “casuales” que he escrito en mis libros han ocurrido... ¡Absolutamente todos! Sólo en este libro mueren 8 personas y no es el peor de los tres que he escrito. He matado a un montón de gente inocente, gente anónima a la que ni conocía y a la que he destrozado sus vidas.

Le miro. Todo es demasiado retorcido y extraño y no sé que decir. Si el asunto es tal y como lo cuenta, desde luego es algo espantoso y lo compadezco, y si todo es tan solo fruto de su imaginación, él en su locura está completamente convencido. Así que mi amigo, lo mires por donde lo mires, está jodido y yo me veo en medio de este marrón sin comérmelo ni bebérmelo.

-¿Por qué me cuentas esto a mí después de tanto tiempo?

Se intenta enjuagar las lágrimas con la manga de la camisa y recomponer su descompuesta figura antes de comenzar a hablar.

-Ya sabes, a veces, es más fácil depositar confianza en un desconocido que entre tus conocidos, tal vez por eso, porque ya los conoces. El caso es que necesito que me hagas un favor. Te conozco y sé que si consigo arrancarte una promesa, no me fallarás. –Hace una pequeña pausa y agacha la cabeza.- Yo voy a marcharme y quiero que tú cuentes todo lo que te he contado y que publiques este libro. Comencé a escribirlo antes de darme cuenta lo que sucedía pero lo he ido cambiado para incluir todo lo que me ha pasado y tratar de arreglar, de alguna manera, todos los desaguisados que he preparado. Por eso quiero que se conozca y que me eches una mano en eso.

Le miro extrañado mientras aún mantengo su manuscrito entre mis manos.

-Pero no sería más normal que fuera tu familia la que se encargara de algo así.

-Defíneme familia. –Me contesta con una media sonrisa en la boca.-

-¡Coño! Pues ya sabes, gente que te conozca mejor que yo, que te aprecie, te comprenda, te apoye…

-Aaah… ya sé de lo que me hablas. –Me interrumpe con una gran carga de ironía en sus palabras.- Pero no. En estos momentos no conozco nadie que cumpla con ese perfil.

Gruño y me revuelvo incómodo sobre mi asiento. El asunto, creo yo, no es para andar vacilando.

Debe apreciar mi adusto gesto en la cara y trata de solucionarlo.

-Vale, vale… perdona si te he ofendido. El caso es que, en estos momentos, eres la persona en la que más puedo confiar y te suplico me hagas este gran favor.

Se me queda mirando y el ruego lo alarga con sus expresivos ojos rodeados de ojeras.

-Pero… ¿Por qué no lo haces tú mismo? –Le pregunto cuando siento que todas mis defensas se desmoronan y que estoy a punto de decirle que sí.-

-Bueno… Como se suele decir, mi futuro está escrito y en esta ocasión la frase no puede ser más literal. – Sonríe, levanta su dedo y señala el libro.-

Agacho la cabeza y busco en los últimos folios.

“… Se levanta de la mesa y sin decir nada, ni despedirse siquiera, comienza a caminar. Avanza hasta el borde de la carretera que antes tuvo que cruzar y se detiene en su borde. Gira la cabeza y dirige su mirada hacia la terraza donde aún está su amigo con la cabeza enfrascada en los papeles que él le ha dejado. Su amigo sigue sin entenderlo, pero él sabe que no puede continuar, que su vida ya no tiene sentido. Su gran pasión, la de escribir, se ha terminado. Tiene demasiado miedo para escribir ni un renglón más y la culpabilidad, que es la conciencia de las cosas pasadas, le tortura demasiado como para poder afrontar nada.

Su amigo levanta la cabeza y él, aún parado en la acera, le hace un gesto de adiós con la mano, después se gira, avanza un paso y…”

Cuando levanto la cabeza justo me da tiempo a ver como me dice adiós con una mano para acto seguido, girarse y de un paso entrar en la carretera.

El conductor del autobús, que venía acelerando porque el semáforo estaba en ámbar, apenas se percató de lo sucedido. Sólo comenzó a frenar cuando sintió un extraño traqueteo que le hicieron las ruedas, como si hubiera pasado por encima de algo y también porque la gente comenzó a hacerle señas de que mi amigo estaba enredado en los bajos de su camión.

Yo me quedo allí parado, de pié, observando como la gente se arremolina en el lugar del accidente. Aún mantengo su libro entre mis manos que no consigo que me dejen de temblar. Busco el final del libro, la última frase…

“… Una vida escrita de antemano no es una vida”