jueves, 10 de enero de 2008

Justicia Inocente

La mujer está sola en la cocina. Se encuentra de cuclillas, con la espalda apoyada en la puerta de la lavadora y con los brazos se rodea la cintura. El último puñetazo que le ha dado su marido ha sido en el estomago, le ha cortado la respiración y todavía está intentando recuperar el resuello.

Cuando consigue que de nuevo el aire entre acompasadamente en sus pulmones se va levantando poco a poco con esfuerzo y lágrimas.

Se incorpora al fin y con temblorosos gestos de sus manos se atusa un poco el vestido. Su hija está en casa, puede entrar en la cocina y no quiere que la vea en este estado.

Está aturdida y siente palpitaciones en las sienes, además, el pequeño televisor de la cocina está a todo volumen y eso no ayuda a aclarar a sus ideas.

El muy cabrón, siempre que hay jarana, sube el volumen de la tele para disimular el ruido de las broncas. Ella lo apaga con un gesto de hastío en su cara y sin que ese gesto la abandone comienza a ponerse los guantes de fregar, aún tiene que recoger los cacharros sucios de la comida.

Friega despacio, resignada y en silencio. Delante de ella se abre una ventana y puede ver una bonita vista del pueblo donde viven aunque hoy, como otros muchos días, la imagen la ve distorsionada por culpa de las lágrimas que anegan sus ojos.

Trata de recordar porque se casó con semejante energúmeno y a su cabeza vienen recuerdos de un chico joven, amable y cariñoso que bebía los vientos por ella. Pero esos recuerdos cada día le parecen más lejanos, se van diluyendo en el tiempo y está comenzando a creer si todo aquello fue solamente un bonito sueño y que la cruda realidad siempre ha sido esta. Ya ni siquiera recuerda cuando, el hombre que quería, se convirtió en el monstruo que es ahora.

Ya no puede más. Esta harta de la situación. Sino es porque la sopa está muy fría, es porque está muy caliente, el caso es que la mujer lleva varios años aguantando palizas un día sí y otro también y cada vez encuentra menos razones para seguir al lado de ese baboso.

-¿Mamá? ¿Estás bien? ¿Se ha ido papá?

La voz de su hija, que suena a sus espaldas, la coge un poco desprevenida y se asusta. Tiene intención de girarse pero está llorando y no quiere que le vea la cara.

-Si cariño, estoy bien. Papá está duchándose y yo estoy terminando de recoger. Vete a ver la tele al salón que ahora voy yo.

-No estás bien mamá. Te lo noto.

Esta vez la voz ha sonado a su lado, la niña ha ido acercándose hasta ella y se agarra con una mano al vestido. Aunque sólo tiene 5 años, ya es muy consciente de todo lo que ocurre a su alrededor.

La mujer baja la cabeza y allí ve a su pequeña niña que la observa con unos ojos de sincera preocupación y con un incipiente puchero en sus labios. Al verla recuerda la razón por la que todavía no se ha marchado y es que ella sola no podría darle una vida decente a su hija, aunque piensa que la vida que llevan ahora mismo, puede ser de todo menos decente.

-Te sale un poco de sangre de la nariz. –Dice mientras señala con su pequeño dedo la cara de su mamá.- Papá te ha vuelto a pegar, ¿verdad?

Ella retira la mirada e intenta limpiarse la nariz con el dorso de la mano.

-Bueno… ya te lo he explicado otras veces. Cuando tu padre tiene frío yo le ayudo a que entre en calor. – La mujer sabe que esa excusa es una tontería pero, de momento, mientras cuele, prefiere decirle eso a que su padre es un sádico hijo de puta. Mira a la niña y se esfuerza por mostrar una sonrisa. - Son cosas de mayores… ya las entenderás cuando seas mayor.

-Pero no entiendo porque tiene que pegarte. –Insiste tozudamente la pequeña.- Ya sé que es un pesado y siempre tiene frío aun cuando hace calor. Además, a mí a veces también me dice que tiene frío pero no me pega. Le vale con que le toque con las manos y la lengua por los sitios que el me dice. ¿Por qué no haces tú eso?

Ella se queda de una pieza, ignoraba aquello e intenta disimular el sollozo que ahoga su garganta doblando su cuerpo y apoyando los brazos en el fregadero. Aquellas palabras han golpeado su estomago con muchísima más fuerza que lo hiciera poco antes el puño de su marido. Siente nauseas y no puede evitar que dos grandes lagrimones le desborden los ojos y recorran su cara en silencio.

-No quiero que llores más mamá. –Le dice mientras se abraza a una pierna de la mujer.- He estado pensando y ya sé que hacer. Tú espérame aquí.

La niña suelta su presa y se aleja corriendo con pasitos cortos y decididos por el pasillo. La mujer se vuelve, trata de impedirlo.

-No espera… ¿Dónde vas? –Pero el dolor y la desesperanza le han dejado sin fuerzas y tan solo llega a poder sentarse en una silla de la cocina.

Mientras tanto, la niña ha llegado hasta un gran armario donde guardan algunos cachivaches y es que allí está lo que necesita. Abre las puertas y se pone de puntillas para poder ver lo que hay en los estantes superiores. ¡Ahí está¡ Muy decidida, empuja una silla hasta el armario y encaramándose a ella consigue agarrarlo. Aunque no pesa mucho, es bastante grande para sus bracitos, tiene que hacer equilibrios y resopla mientras consigue hacerse con él. Incluso está a puno de caerse un par de veces pero al final lo consigue.

Con el aparato entre los brazos y tambaleándose por el pasillo consigue llegar hasta la puerta del baño donde se escucha caer el agua de la ducha. No sin esfuerzo, empuja la puerta con el hombro, entra y con el cacharro en los brazos le dice a su padre, que ajeno a todo seguía bajo la ducha.

-Papi, papi… ¿Tienes frío?

El padre se da cuenta de la presencia de la pequeña y descorre la cortina. Observa a la niña mientras que con descaro se enjabona su cuerpo delante de ella.

-Pues sí que tengo algo de frío…. ¿Pero que haces con eso?. Déjalo por ahí y ayuda a tu padre a entrar en calor… anda.

Mientras, la madre continúa en la cocina. Esta sentada en la silla y con medio cuerpo extendido sobre la mesa. Gime en silencio, como lleva haciendo toda la vida, pero esta vez la cosa ha ido demasiado lejos y está pensando en acabar con esto de una vez. No sabe como hacerlo pero está decidida. Ella es capaz de aguantar lo que sea pero a su hija, ese cabrón, no le va a volver a poner una mano encima en la puta vida. Se levanta y se dirige a un cajón. Lo abre y de él saca un cuchillo de al menos 20 centímetros de hoja y afilado como para cortar un pelo en el aire.

Lo empuña con fuerza, toma aire y cuando se dispone a salir de la cocina algo ocurre.

Le parece escuchar un extraño grito, como si hubiera salido entre dientes, y en ese momento también se apaga la televisión del salón y la nevera deja de hacer ruido. Se ha ido la luz de la casa y todo queda completamente en silencio.

La mujer tira el cuchillo al suelo y sale corriendo hacia el baño. Cuando entra lo que puede ver le queda momentáneamente sin aliento. Su marido está caído dentro de la bañera y su cuerpo, menos una pierna que sobresale, está encajado de mala manera en tan pequeño hueco. Tiene el rostro mirando hacia ella y en él además de los dos ojos en blanco, se ve grabado un rictus de terror.

Vuelve la mirada a su hija que se encuentra de pié en mitad del baño, con una gran sonrisa pícara en su rostro, mientras se encoge de hombros y pone la típica expresión de “yo no he sido”.

-Pe… pero… ¿Qué ha pasado aquí? –Atina a pronunciar entre tartamudeos.-

-Nada, yo sólo quería quitarle el frío a papá. –Contesta con cara de no haber roto un plato en su vida mientras señala al enchufe que se encuentra a media altura de la pared.-

La mujer se da cuenta de que hay algo enchufado y con la vista sigue el cable que desaparece dentro de la bañera, entre las piernas de su marido. Avanza un paso para pode ver lo que hay dentro y descubre en el suelo de la bañera un viejo calefactor, de esos que tienen dos resistencias que se ponen al rojo y que todavía está echando humo. No sabe que hace ahí, hace mucho tiempo que no lo usan. Ella lo guardaba en el armario por si algún día se quedaban sin calefacción o hacía demasiado frío.

La mujer asombrada y con la boca abierta dirige la mirada hacia la niña quien le dice mientras se vuelve a encoger de hombros.

-Un día te pregunté que qué era eso y me dijiste que era algo que daba mucho, mucho calor y que lo usaríamos si algún día teníamos frío… Se me ocurrió que podía servirle a papá ¿Tú crees que ya se la habrá quitado el frío?

Las dos guardan silencio mientras la pequeña la mira como preguntando que qué había hecho mal. La mujer está sin habla, no sabe que decir. Mira otra vez el cuerpo de su marido, mira de nuevo a su hija y mientras una sonrisa comienza a iluminar su rostro, se arrodilla, la abraza con fuerza y entre lágrimas de alegría le dice:

-¡Gracias hija mía…! ¡Muchísimas gracias¡