lunes, 26 de febrero de 2007

La Víctima N°13


El deseo y mis más bajos instintos se apoderan de mi cerebro, aceleran mi corazón y me empujan a la calle buscando la forma de desahogar la ansiedad que inunda mi cuerpo.
Avanzo despacio por una mal iluminada calle, el ruido de mis pasos choca contra las fachadas de cerradas ventanas haciéndome sentir como el único ser vivo. A pesar de no ser muy tarde, la ciudad parece desierta. Apenas si me he cruzado con alguna persona desde que salí de casa. La gente tiene miedo desde que en los medios empezaron a hablar de los asesinatos. Un criminal psicópata, dicen los titulares. El “asesino del pica-hielos” ¡Qué derroche de imaginación! Doce víctimas con la cabeza agujereada por algo parecido a un pica-hielos y a los “chicos de la prensa” tan sólo se les ocurre esa tontería sin estilo. Ah, eso sí, para buscarle un morbo nuevo a la próxima víctima, que será la número trece, les ha sobrado el tiempo. Se preguntan si será especial por coincidir con un número tan emblemático y lleno de connotaciones. Qué sabrán, no son más que unos miserables que tan solo buscan el dinero fácil a costa de sangre ajena.

De cualquier manera me han complicado la vida. Llevo más de una hora con la mochila, donde llevo mis “cosas”, colgada de un hombro, y todavía no he visto a nadie que me haya convencido. Empiezo a pensar que tal vez deba dejarlo para otro día. Pero no existe fuerza más poderosa que el deseo, esta noche quiero dar rienda suelta a mis instintos y me obligo a seguir.

La suerte parece que me sonríe. Allí, entre la penumbra de dos farolas y apoyada en una pared parece que veo a alguien.

Es una chica y parece ser una fulana. Estupendo, justo lo que andaba buscando. Me acerco a ella. Está un poco encogida e intenta rodearse con sus brazos en el vano intento de procurarse algo de calor. No hace mucho frío pero es que la chica no lleva puesto mas que una ajustada falda extremadamente corta y recogida a la altura del ombligo una blusa de gasa transparente, lo que me permite ver un bonito cuerpo, de largas piernas, culo prieto y tetas no muy grandes.

-Hola. –Le digo al llegar a su altura.-

-Hola.

Al contestar me dirige una veloz mirada que me permite vislumbrar unos bonitos rasgos. Diría que es una chica de los “países del este”, como se dice ahora y que antes bastaba con decir que era “Rusa” o como mucho “Soviética”.

-Está todo muy solitario ¿No tienes miedo? –Digo por empezar la conversación.-

-Si que tengo, pero también tengo que buscarme la vida.

Ahora la mirada es directa y puedo ver, entre el rubio pelo que le cae por la frente, unos ojos azules como el mar, efectivamente es muy guapa. Parece que al final me ha tocado la lotería.

-¿Quieres que nos hagamos compañía mutuamente?

-Mi compañía cuesta 50 Euros la hora y tú pones el sitio.

Apenas se le nota acento al hablar y parece que no se anda con rodeos... bueno, mejor.

-Creo que vales ese precio. Pero te advierto que no me conformo con un servicio normal.

-Pues las rarezas son más caras. –Me contesta mientras me pasea suavemente su dedo por mi cuello.- Si estás de acuerdo, podemos buscar una pensión...

-No... –La interrumpo.- Según se han puesto las cosas, en las pensiones te miran con desconfianza. Mejor vayamos hasta mi casa.

Cogimos un taxi. Durante el trayecto apenas intercambiamos palabra. Ella mira distraída por la ventanilla y yo mientras, le doy vueltas a la cabeza pensando en como iba a hacerlo, como iba a preparar la situación y como plantearía el asunto. Lo mejor que podía suceder era que se desarrollara como había ocurrido las otras veces, al principio dudo y me cuesta un poco pero el ambiente y el momento, poco a poco, van atrayendo el momento oportuno.

Llegamos a casa y nos acomodamos en el salón. Atenúo la luz y pongo música suave, eso relaja y ayuda. Preparo un par de copas, dos gin tonics bien cargados con ginebra hasta la mitad y me siento en el sofá, a su lado.

Comenzamos a hablar y más o menos me cuenta lo que todas. Que si vino escapando de la miseria de su país, que es ella quien mantiene a un montón de familia que quedó allí y es ella su único sustento, que empezó a trabajar en esto engañada pero que no será así siempre... En fin, lo de siempre. Pero en ella había un matiz diferente a las demás, esta vez, me sonaba sincero y es que me contaba todo mirándome con unos deliciosos ojos claros, limpios y cristalinos donde parecía imposible que pudiera ocultarse mentira alguna. Me gustaba y estaba empezando a dudar si dar el paso definitivo o no darlo. Estaba a gusto hablando con ella y no me apetecía estropear el momento.

Pero ella paró de hablar, pareció recordar de repente porque que estaba allí. Su mirada cambió, se quitó el top, dejando al aire unos preciosos pechos y su mano empezó a jugar en mi bragueta. Aquello también me hizo reaccionar a mi y un chasquido sonó en mi cabeza.

-Espera. –Le digo apartándole suavemente la mano.- Tengo un secreto que quiero compartir contigo, un pequeño vicio que de vez en cuando me gusta compartir con otras personas.

No me contesta y me mira. Su mirada ha cambiado, sigue siendo transparente pero a hora transmite una frialdad profunda, casi dolorosa.

Me levanto, me dirijo a la mesa donde había dejado mi mochila y de espaldas a ella, para que no me vea, comienzo a sacar las botas de tacón alto, el tanga, las medias y el liguero que tantísima excitación me produce cuando me lo pongo y hago el amor con todo puesto. Espero que no se ría, ni me rechace, este es el momento en que peor lo paso, cuando el deseo y la verguenza luchan en mi cerebro, aunque siempre gana el deseo. Me armo de valor, me doy media vuelta con la lencería en la mano dispuesto a explicárselo y sin saber como lo ha hecho, veo que ella se encuentra delante de mí . No sé cuando se ha movido pero ahora está a menos de un paso de mi cara. Veo sus ojos y ya no son cristalinos, ahora están inyectados en sangre, llenos de furia. Su mirada transmite un odio que antes no supe ver.

-¿Qué haces? –Balbuceo algo confundido.-

No dice nada, sólo aprieta los dientes y se abalanza hacia mi levantando el brazo en cuya mano sujeta algo con fuerza. Es un instrumento alargado, puntiagudo y metálico. ¡Cielo santo! ¡Un pica hielos!

Descarga un golpe duro y seco sobre mi cabeza y es extraño pero no siento dolor, simplemente mis piernas se niegan a seguir manteniéndome y poco a poco, a medida que la vida se me escapa, voy cayendo hasta acabar en el suelo.

No siento nada, veo la sangre que resbala por mi cara entre los ojos y todo, paulatinamente, empieza a oscurecerse a mi alrededor.
¡Maldito sea el cabrón del destino que me ha convertido en la víctima N°13!

viernes, 16 de febrero de 2007

No Quiero Estar Aquí


¿Qué es lo que ocurre? ¿Por qué esas personas corren hacia mi? Vienen gritando, algunos a caballo y traen palos consigo. No me gusta nada, será mejor que yo también eche a correr por si acaso.

Me persiguen, no consigo deshacerme de ellos. Pero noto algo raro en su persecución, creo que no me quieren coger, sólo me van dirigiendo, me van encaminando a donde ellos quieren. ¿Qué pretenden? Allí veo a otros como yo en mi misma situación. Corren, no saben muy bien porqué pero corren y todos nos vamos dirigiendo poco a poco al mismo lugar, hacia un viejo camión que nos espera con su portón trasero abierto.

Veo como hacen subir, a golpes de vara, a otro antes que a mí y con el mismo trato me obligan a subir a mi también. A fuerza de varazos me veo dentro del camión. Jadeando y asustado retrocedo hasta donde puedo y observo con terror como cierran la puerta dejándome en semipenumbra.

De pronto comenzamos a movernos. La arrancada es brusca e inesperada y tengo que asentarme bien para no caer. Mi cuerpo se adapta al movimiento, consigo equilibrio y es entonces cuando trato de tranquilizarme. Tengo que empezar a pensar. Estoy en la trasera de un camión porque unos personas de muy malos modos me han metido aquí. ¿Y que narices voy a pensar? El sitio es pequeño, apenas puedo moverme, hace calor y está completamente cerrado a excepción de unas aberturas en la parte superior por donde entra algo de aire y luz. De momento veo imposible salir de aquí.

Un gran tablón de madera me separa del otro al que vi subir delante de mí. Le oigo quejarse y moverse pero no puedo verlo, nos tienen aislados. Trato de hablar con él pero no obtengo respuesta.

La carrera, el calor y el miedo han secado mi boca pero no tengo nada para beber y mucho menos para comer. Lo único que hay en el habitáculo es algo de paja amarilla y seca esparcida por el suelo.

No sé lo que duró el viaje, llevaba mi cabeza demasiado ocupada pensando en lo que estaba sucediendo, hasta que sin darme cuenta, llegó un momento en que comenzamos a aminorar la marcha hasta detenernos del todo.

Oigo voces fuera, andan en la puerta y yo retrocedo hasta chocar con la madera y expectante me quedo mirando a ver que ocurre.

El portalón se abre con gran estrépito y la luz que entra de golpe me ciega unos instantes. Escucho más golpes y más gritos, esta vez muy cerca de mi y sin pensarlo dos veces, casi instintivamente, salgo de un salto dispuesto a enfrentarme a lo que sea. Pero no encuentro a nadie, estoy solo en un pequeño y estrecho pasillo que sigo hasta desembocar en una especie de patio, con altas paredes y donde al menos, se puede ver el azul del cielo.

Me quedo un instante a la expectativa esperando lo peor, pero nada ocurre. Tan sólo que detrás de mi, empiezan a llegar, los que supongo que habrán sido mis compañeros de viaje.

Estamos todos asustados, nos miramos de reojo, se nota que no confiamos los unos en los otros y apenas intercambiamos palabra alguna.

Al menos, en aquel lugar, teníamos algo para beber y comer y pude remojar mi cada vez más reseco paladar.

Pronto la noche se cierra sobre nuestras cabezas y la oscuridad más total nos rodea. Busco un rincón cómodo y discreto para tratar de descansar y dormir un poco pero la noche se convierte en un duermevela inquieto en donde los recuerdos de mi hogar me asaltan.

Amanece un día claro, soleado y la jornada transcurre tranquila, sin demasiados sobresaltos, tan solo algunas personas que nos tiran algo de comida desde arriba.

Pero de repente, bien avanzada la jornada, empieza a escucharse un gran jaleo que poco a poco va en aumento. La parte de arriba de aquella especie de patio comienza a llenarse de gente que nos miran y nos señalan con el dedo. Oigo como hablan dirigiéndose a nosotros pero no logro entender nada de lo que dicen. ¿Qué quieren de nosotros?

Con largas varas, desde arriba, empiezan a empujarme y a separarme del grupo dirigiéndome hacia una puerta que se comienza a abrir a medida que yo me acerco. A base de empellones acabo por atravesar aquella puerta y cuando traspaso del todo su umbral, se cierra tras de mi. Quedo a oscuras, el terror me asalta de nuevo. No sé a donde dirigirme, la espera se me está haciendo angustiosa. Se abre una puerta frente a mi. Ahora entra demasiada luz, apenas puedo ver.

Me quedo quieto, expectante, en guardia y poco a poco consigo vislumbrar la silueta de una persona que está donde comienza la claridad. Veo que me hace señas moviéndose de una forma rara, grita y agita un trapo enfrente de mi.

¡Ya no aguanto más! Voy hacia él dispuesto a todo. Lo que tenga que ser, que sea, venderé cara mi vida. Pero justo cuando llego a su altura se aparta y me esquiva. Me detengo y observo lo que hay alrededor. Estoy en mitad de una plaza redonda, llena de personas gritando y aplaudiendo, se oye música y la algarabía es casi insoportable. Enfrente de mi, una persona con un curioso vestido que despide mil reflejos, me agita un trapo rojo y yo, sin pensarlo, me vuelvo a lanzar contra él.

A partir de aquí, todo es dolor y confusión. Me clavan hierros en el lomo que me hacen sentir un lacerante e insoportable dolor. Yo trato de defenderme y les embisto una y otra vez con mi poderosa cornamenta por delante, pero en cada embestida consiguen evitarme y a cambio recibo dolor, mucho dolor.

Los hierros cuelgan de mi cuerpo y mi sangre resbala hasta mezclarse con la amarilla arena. Estoy exhausto, me detengo y por la boca se me escapa una densa mezcla de babas y sangre. No puedo más, deseo que esto acabe. Echo de menos mi pradera de fresca hierba, la encina que me daba sombra y el fresco arroyo donde bebía. Aquello es mi casa, mi hogar. Yo estaba allí tan tranquilo, sin hacer daño a nadie y no quiero estar aquí.

El del traje brillante se acerca y se vuelve a parar delante de mí. Me pone delante del hocico el trapo y levanta una mano donde veo que lleva un largo hierro que apunta hacia mi.

Está bien, entonces esto será él o yo, o todo o nada.

Arranco empleando las exiguas fuerzas que me quedan, voy a por él con toda mi furia por delante, si le pillo, juro que lo parto en dos. Pero de pronto noto que algo ardiente atraviesa mi cuerpo. Me ha roto el alma y hasta el respirar me quema. La sangre sale a raudales de mi boca y con ella siento que se va mi vida.

Echo de menos mi encina.... No quiero estar aquí.....

jueves, 8 de febrero de 2007

SATAN

Es una sosa tarde de Domingo. Llueve, no he quedado con nadie y aquí estoy, en mi casa, mirando a la ventana, viendo como las gotas de agua resbalan en el cristal y que al mezclarse con mi aburrimiento, crean barrizales de desgana y lodos de apatía.

Enciendo el ordenador y me conecto a Internet. Deambulo por un montón de páginas y por un montón de foros tratando de sofocar la modorra que aplasta mi cuerpo. Pero todo parece inútil, las estrellas se han aliado en mi contra para que hoy me sienta solo.

De repente en mi pantalla salta un mensaje del Messenger. Al parecer un tal “Satán” me pide permiso para agregarse a mi lista de contactos. No tengo la menor idea de quien puede ser, pero visto el panorama y no encontrando nada mejor le doy a “aceptar”.

Al instante quiere iniciar una conversación, se abre la ventana del chat y veo sus primeras palabras.

Satán> Hola.

Bueno, a ver si encuentro algo de conversación. Le contestaré.

Dante> Hola.

Satán> Curioso tu nick.

Dante>Me lo puse por el escritor, el que escribió la “Divina comedia”. Pienso que es un libro que tiene algo especial. ¿Sabes cual te digo?

Satán> Claro, por supuesto que lo conozco. Por eso me parece curioso. Yo, “Satán” , hablando con “Dante”. Si también estuviera Virgilio sería como estar en mi casa.

Dante> Y tú, ¿Por qué tienes ese nick? ¿Eres muy malo? ;-)

Satán> No es un nick, es mi verdadero nombre y sí, procuro ser malo siempre que puedo.

Un emoticono para decir que está ironizando hubiera estado bien. ¿O es que me ha tocado el friki de los Domingos por la tarde? Miro su IP para ver si me dice algo.

IP: 666.666.666.666. ¡Que mierda de IP es este! Esto es imposible que funcione. Esta fuera de rango. A la fuerza tiene que estar usando alguna cosa que enmascare su verdadero IP. Vaya suerte la mía, friki y además sabe de ordenadores, tendré que tener cuidado a ver si me va a preparar alguna trastada. No sé si cortar ya o ... Aunque estoy muy aburrido, así que de momento le seguiremos el rollo y si no me gusta algo, corto la conexión echando leches.

Dante> ¿Y qué andas haciendo? ¿Buscando a gente mala como tú?

Satán> No, eso es muy fácil. Según está el mundo, encontrar personas rebosantes de maldad es demasiado sencillo. Tanto que últimamente ya ni me molesto en tentarles porque es que se condenan ellos solitos.

Dante> Bueno, pues estarás contento.¿No?

Satán>No, es demasiado aburrido. Por eso ahora me he propuesto nuevos retos y preferentemente busco gente sin maldad.

Dante> Pues conmigo creo que has pinchado en hueso. Fumo, bebo, me drogo, me gusta el sexo, me hago pajas, odio a un montón de gente... y en fin, un montón más de pecadillos que no te confieso por no tener confianza.

Satán> He dicho que busco gente sin maldad, no a santos. Gente buena de verdad apenas quedan y los pocos que hay ya los tengo controlados.

Dante> ¿Y quién te dice a ti que yo no soy malo?

Satán> Soy Satán y sé que no eres del todo trigo limpio, ni mucho menos, pero también sé que en tu interior no existe una maldad retorcida y cruel que tanto abunda ahora y según está el patio, con almas así ya me conformo.

Esto me empezaba a oler a chamusquina y no precisamente de azufre. Me aseguro que no está curioseándome el ordenador pero todo parece correcto. Tengo el corta-fuegos funcionando y todos los puertos están como tienen que estar.

Dante> Bueno, entonces qué es lo que quieres.

Satán> Pues que va a ser, quiero tu alma.

Menos mal que no me puede oír, porque las carcajadas que me salen las escuchan hasta los vecinos. A lo mejor, al final, hasta me lo acabo pasando bien con este elemento.

Dante> ¿ Y qué es lo que das a cambio?

Satán> Te ofrezco poder y riquezas.

Dante> El poder me da miedo, nunca lo he tenido y no sé si sabría manejarlo y dinero... te mentiría si dijera que no me gustaría ser asquerosamente rico, pero tampoco soy avaricioso y me conformo con lo que ahora poseo

Satán> Todo el sexo del mundo con las personas que tú quieras.

Dante> ¿Y las otras personas también querrán hacer sexo conmigo? Mira que el sexo, si no existe una buena química, se acaba volviendo algo demasiado sucio.

Satán> Quien desees se enamorará de ti y tú, si así lo quieres, también.

Dante> Eso si que no. El amor termina doliendo y me he prometido a mi mismo no enamorarme de nadie nunca más y por tanto, tampoco quiero que nadie se enamore de mi... demasiada responsabilidad.

Satán> Créeme que no me había topado nunca con nadie como tú. Dime entonces que es lo que deseas y yo lo conseguiré para ti.

Río para mis adentros, parece que estoy dejando sin recursos al mismísimo demonio. Reflexiono un instante y tecleo.

Dante> Me gustaría estar a gusto conmigo mismo. Llevar una vida digna que no sea aburrida y que haga lo que haga, ya sea ser ministro o un simple barrendero, me sienta orgulloso de ello porque lo he logrado por mis méritos y mi propio esfuerzo. ¿Qué crees? ¿Lo ves muy complicado?

Satán> Puedo lograr lo que quieras y si eso es lo que deseas lo conseguiré para ti.

Es un farol, miente pero me sigo divirtiendo.

Dante> Ahora explícame tú ¿De que va eso del alma?

Satán> Es fácil, cuando mueras, yo me quedo con tu alma y pasarás la eternidad conmigo en el averno.

Dante> ¿Para qué?

Satán> ¿Cómo que para que? Porque esa es mi misión, conquistar almas para que no suban al cielo.

Dante> O sea, básicamente es que antes que se lo lleve el otro, mejor me lo llevo yo. Aunque luego ninguno de los dos vayáis hacerme ni puto caso. Como si fuerais dos críos con un juguete. ¿No?

Hay silencio, veo el cursor que parpadea en la ventana pero no recibo respuesta. Decido intervenir, me estoy cansando. Además, o son ilusiones mías o cada vez noto que el teclado está más caliente.

Dante> Oye, estoy pensando que lo dejamos. Es que no quiero engañarte.

Satán> ¿Engañarme? ¿Tú me ibas engañar a mí?

Dante> Sí, es que me parece que yo no tengo el tipo de alma que buscas.

Satán> ¡Eso es imposible! Todo el mundo tiene alma.

Dante> Tal vez, pero mi alma, o como quieras llamarlo, la forman un montón de recuerdos y vivencias, algunos buenos y otros no tanto. También tiene mucho de sentimientos y emociones, de pasiones, de ideas y de un poquito de cordura que ayuda a poner un poco de orden en este tinglado. Y como comprenderás, todo esto, cuando yo muera desaparecerá.

Satán> No desaparecerá. Si quieres, yo puedo lograr que tu alma sea eterna.

Dante> Lo único que quedará, y si tengo algo de suerte, será mi recuerdo en el corazón de unas cuantas personas. Mira, ahora que lo pienso, tal vez esto sea el secreto para conseguir que tu alma sea eterna.

Satán> ¡Maldito seas!

No sé que pasa. No aguanto los dedos sobre el teclado, me quema. Entre las teclas comienza a salir humo que se convierte en fuego. Me levanto de la silla de un salto. La pantalla estalla, se apaga y la torre también empieza humear hasta que un fuerte chispazo me indica que todo se ha ido a paseo.

Me quedo mirando la columna de humo mientras me rasco la cabeza. Parece que he cabreado a alguien, pienso. En fin, de todos modos, estaba pensando en cambiarme de ordenador.

sábado, 3 de febrero de 2007

Un Ciudadano Ejemplar

Es reconfortante llegar a casa después de una jornada de trabajo bien hecho. La calidez del hogar, el olor de la cena que tu mujer está preparando y que llega desde la cocina . El perro, siempre fiel, y que es el primero en venir a saludarte moviendo alborozado su cola. Mis dos hijos pequeños, que vienen corriendo detrás del animal, empujándose y dándose codazos por el pasillo para ser el primero que logre dar un beso a su padre. En fin, creo poseer lo que cualquier persona normal desea tener, una vida honrada.

-Hola cariño, ya estoy en casa. –Grito a la vez que me arrodillo para recibir en mis brazos a los dos pequeñuelos que llegan en un ajustado empate.-

-Hola cielo, ya está la cena. Puedes sentarte que cenamos.

Voy primero al baño y me lavo las manos, la higiene es una norma de educación ineludible en esta casa.

Llego a la mesa y todos están sentados, esperando, hasta que yo no me siento en la mesa, la cena no comienza.

Bendigo la mesa, siempre hay que agradecer a Dios las bondades con las que nos ha regalado. Acabo la oración y me fijo en que hay lasaña, es uno de mis platos preferidos y es que además, a mi esposa le sale de maravilla.

-Me acostumbras mal con estás cenas. –Le digo mientras le doy un beso de agradecimiento.-

Sonríe tímidamente, después de diez años de casado, todavía se sonroja cuando le demuestro mi afecto.

Nos sirve a todos y comenzamos a comer.

-Esta mañana he estado hablando con el párroco. –Me dice entre trozo y trozo.- Quiere que el próximo Domingo, en la iglesia, hables tú durante la homilía. Ya sabes lo que te aprecia y el alto concepto en el que te tiene. Dice que si todos los predicadores tuvieran tu oratoria, no habría ningún no creyente.

-Vaya, me halaga. –Me lleno de orgullo con esas palabras. La comida me sabe a pura satisfacción por la buena posición que ha logrado.- Dile que no faltaré. Precisamente, me va a venir bien esta oportunidad, porque estaba pensando en proponer que formáramos un equipo de fútbol con los chicos del barrio, y esta ocasión me viene que ni pintada para proponérselo a todos. Espero les parezca buena idea.

-Claro que les parecerá buena idea. Desde que te nombraron presidente de la asociación de vecinos del barrio, las cosas han mejorado mucho.

Mientras hablamos, el más pequeño juega con la comida. No tiene mucha hambre y trastea con el tenedor en el plato. El poco control que tiene de sus pequeñas manos hace que el cubierto se le caiga al suelo, manchando además, el mantel con la comida.

-¡Ay este niño! –Vocea su madre.- ¡Cuándo comenzará a comportarse en la mesa¡

Y acto seguido le da un ligero coscorrón en el cogote, haciendo brotar las lágrimas del niño, más por lo inesperado del golpe que por la fuerza del cachete.

-¡Te he dicho que no me gusta que pegues al niño! –Le espeto a mi mujer.-

-Si ni siquiera le he rozado. –Se defiende ella.- Además, un cachetín de vez en cuando no le hace ningún mal.

-Ya sabes que no estoy de acuerdo con eso. –Le digo y me dirijo al niño que me mira con los ojos llenos de lágrimas y moqueando.- Recoge el tenedor y comete lo del plato sin rechistar.

Se baja de la silla mientras se absorbe los mocos tratando de aplacar su llanto. En ese momento suena el teléfono de casa, creo que se me acaba la cena.

Mi mujer se levanta y contesta. Después de oírle decir apenas un par de monosílabos por el auricular, cuelga y se dirige a mi.

-Era de la oficina. Dicen que si puedes ir un momento, que tienen un asunto entre manos que se les está resistiendo y creen que tú eres el más indicado para resolverlo.

Termino apresuradamente lo poco que me quedaba de la lasaña, doy un trago de agua y me dirijo a por el abrigo.

-Siempre tú, siempre tú. –Oigo quejarse a mi mujer cuando estoy abriendo la puerta.- ¿No hay nadie que pueda hacer tu trabajo? Siempre es la misma historia. En fin cariño, procura no tardar.

-No tardaré, ya sabes que soy el mejor en lo mío. –Cierro la puerta tras de mi, monto en el coche y salgo volando para la oficina.

Cuando llego veo que me están esperando en la puerta. Tras el breve saludo de rigor nos dirigimos a la sala donde se trata el asunto.

Allí veo a otras dos personas que miran por un amplio ventanal de cristal, de esos en que nosotros podemos ver la otra habitación y el del otro lado ve un espejo. Se percatan de mi presencia se giran y el más mayor me habla.

-Perdone que hayamos interrumpido su cena, señor. Llevamos un rato con este asunto y no hemos sido capaces de avanzar. Necesitamos solucionarlo esta misma noche. Mañana, tal vez, ya no nos sirva.

Me acerco y miro. A través del cristal veo otra sala donde, en el centro, un hombre se encuentra atado a una silla, con sus brazos por detrás del respaldo. Parece joven aunque no puedo asegurarlo. Tiene un ojo completamente tumefacto, sangra por la boca, tiene la nariz rota e incluso veo un diente que reposa en su pecho, sobre su camisa ensangrentada.

-¿Pero qué demonios es esto? –Grito enojado.- ¡Menuda una chapuza! ¡Mira que os digo que no les golpeéis en la cara. Si durante un interrogatorio, le rompéis la mandíbula, ya no podrá hablar y no os servirá de nada! Además como lo vea alguien en ese estado nos traerá problemas.

-No creo que esta vuelva a salir de aquí, además, podemos decir que se ha caído y ya está... esas cosas pasan ¿no?. –Dice uno de los presentes al que le acompañan unas risitas de los demás.-

-¡Pues a mi no me hace ninguna gracia! – Cesaron las risas de golpe.- Mira que os trato de explicar y nada. Al final, lo de siempre, a molestarme cuando estoy en casa.

Se hizo un respetuoso silencio.

-A ver, tú y tú. –Le digo a los dos que tenía más cerca.- Desnudad al sujeto y vendarle los ojos.

Me obedecen con rapidez. Aunque son cortos de luces, son gente eficiente. Cuando al fin lo veo todo preparado entro en la habitación y mis subordinados se hacen a un lado.

El ambiente está cargado, huele a sangre, orín y sudor. El hombre oye que alguien entra y se pone alerta. Levanta la cabeza y la gira a un lado y a otro, trata de percibir lo que sucede alrededor. La oscuridad es poderosa, ya está empezando a sentir miedo. No sabe quien, ni cuantos, ni por donde vienen y eso causa pánico. Además si añadimos que está desnudo su sensación de indefensión aumenta y lo hace, si cabe, aún más vulnerable.

Me dirijo a una mesa donde veo varios utensilios. Miro y elijo una pequeña maza de albañil, cuadrada y robusta, como de un kilo de peso. Esto está bien, quiero volver a casa lo antes posible.

Me acerco a él y empiezo a girar a su alrededor, despacio pero firme, que oiga mis pasos. Noto que me siente, huelo su miedo empieza a respirar más fuerte y a sudar en abundancia. Yo guardo silencio y sigo moviéndome cerca de él.

-¡Quién es usted! –Chilla.- ¿Qué es lo que quieren de mi?

Aprovecho sus gritos para detenerme. Ahora ya no sabe donde estoy. Está desorientado, trata de localizarme en su oscuridad y empieza a gimotear. De pronto, me agacho y con la maza le golpeo con todas mis fuerzas en el dedo gordo de su pié, dejando el hueso y la uña aplastados en el suelo.

Su grito suena desgarrador, se retuerce, levanta los pies, llora. Le dejo así un rato, que se concentre en su dolor, que lo sienta. Al cabo de un instante, noto como el daño se va disipando. Ahora, el dolor infernal que siente, comienza a transformarse en un agónico terror y empieza a preguntarse donde estoy y cuando le voy a dar el siguiente golpe. El mazazo se lo descargo en la rodilla y oigo como le cruje el hueso. Él vuelve a gritar, a gemir, a aullar.

-¿Qué es lo que queréis de mi? -Solloza con desolación.- ¡Dejadme en paz! ¡Por favor!

Vuelvo a esperar un instante, vuelvo a dejar que se diluya un poco el dolor, que note algo de alivio y que el miedo se apodere de nuevo de él y de repente, otro golpe más, con más rabia aún y esta vez en la misma rodilla de antes, sobre la herida recién abierta.

El grito es atroz. Miro a mis ayudantes y a los dos los veo, observando la escena, blancos y mudos.

-¡Está bien, está bien!-Gimotea el reo cuando consigue dejar de chillar.- Lo diré todo, daré todos los nombres, lo contaré todo. –Grita y llora envuelto en lágrimas y babeando sangre por su boca anormalmente abierta.-

Bueno, esto se acabó.

Salgo de la habitación satisfecho. También veo la cara de satisfacción en mis compañeros y sonrío. Me encanta mi trabajo, soy el que mejor lo hace y la gente lo valora.

Me pongo el abrigo y miro el reloj, como pensaba lo he solucionado rápidamente. Todavía puedo volver a casa y tal vez los niños estén despiertos, me apetecía poder jugar con ellos un poco antes de acostarme. Si están dormidos, pues veré la televisión un rato con mi esposa y después a la camita, a dormir a pierna suelta, que mañana me espera otro día de eficiente trabajo.

Aunque parezca increíble, estamos rodeados de estos “ciudadanos modelos”. Este caso, tal vez sea demasiado extremo y explícito(o tal vez no) pero hay multitud de personas que en sus trabajos y en su vida diaria, con sus actos y decisiones, consiguen que los demás estemos cada día un poco peor y más incómodos en nuestras vidas. Además, con el agravante, de que son conscientes de las repercusiones de sus actuaciones y a pesar de ello siguen durmiendo tranquilamente.

A pesar de todo, me consuela saber, que estos tipos no es que sean más fuertes, ni más listos, sencillamente es que son mucho más miserables que los demás.