jueves, 24 de octubre de 2013

El Agujero


Aquí mismo parece un buen lugar. En la cima de una pequeño cerro no excesivamente alto y con suaves laderas de pendiente no muy pronunciada. La vista es buena, el azul luminoso del cielo y el verde brillante de la tierra se discuten el horizonte y justo a mi lado un gran abeto centenario me regala una sombra generosa. Me quito la chaqueta y la camisa que doblo y coloco cuidadosamente al pie del gran árbol. En camiseta y con la azada al hombro avanzo unos pasos buscando la ubicación exacta. Me detengo. Miro el suelo de mí alrededor y giro sobre mí mismo con los brazos en cruz tratando de calcular mentalmente las dimensiones que ha de tener. Finalmente me decido, dejó de dar vueltas y doy un par de cortos pasos laterales para situarme en lo que en mi cabeza veo como el centro. ¡Perfecto! ¡Aquí¡
Escupo en mis manos, las froto, agarro la azada con fuerza, la elevo sobre mi cabeza y la dejo caer. ¡Chas! Cruje la tierra bajo el primer golpe que la hiere. ¡Chas! El segundo golpe. La tierra es húmeda, esponjosa, oscura y cada dentellada de la azada arranca gruesos trozos. ¡Chas! Son golpes secos, recios, sólidos que hunden la azada hasta la madera. Al instante empiezo a coger ritmo. ¡chas! ¡chas! ¡chas!. El ritmo es pausado pero constante, firme, obstinado, con la perfecta cadencia de un metrónomo que marca el compás… ¡chas! ¡chas! ¡chas!. Pronto empiezo a sudar, gruesos goterones caen por mi cara y siento correr el sudor por la espalda. El trabajo duro calienta mis músculos los tonifica y vigoriza y esa sensación me gusta. ¡chas! ¡chas! ¡chas!. Prosigo cavando sin descanso y profundizo rápidamente. Antes de darme cuenta el borde del agujero me llega por la cintura y cuando hago el primer descanso y me incorporo me sorprendo al ver que ya tengo la línea de tierra a la altura de los ojos. El rápido avance me incentiva aún más y apenas paro para dar un trago de agua. En seguida reanudo la tarea. ¡chas! ¡chas! ¡chas! sin perder el ritmo, manteniéndolo tercamente ¡chas! ¡chas! ¡chas!… cava que te cava.
No sé el tiempo que pasó hasta que de nuevo decidí hacer una pausa, pero al levantar la mirada no podía creérmelo. La distancia hasta el borde se había más que doblado. Otra persona igual de alto que yo que se subiera a mis hombros y estirara los brazos no llegaría al borde y el cielo ahora no era más que un rectángulo azul y brillante encima de mi cabeza. Me senté recostando la espalda contra la pared, cerré los ojos y escuché. Silencio. La tierra porosa absorbía los ruidos y yo, mansamente, me dejé rodear por aquella silenciosa atmósfera tibia, ligeramente húmeda y extrañamente agradable. Aún así no me parecía lo suficientemente profundo, no podía detenerme ahora, había que continuar. Me levanté de un brinco, escupí en mis palmas que a pesar de tenerlas en carne viva inexplicablemente no me dolían y proseguí cavando y cavando… ¡chas! ¡chas! ¡chas! Y profundizando.
En un momento dado sentí que algo tapaba la cada vez más exigua luz que me llegaba y que una sombra comenzó a moverse a mi alrededor. Lo ignoré y proseguí incansable con la tarea hasta que de pronto oir gritar a alguien arriba.
-    ¿Hola?.
-    Hola. – Contesté. No era necesario ser maleducado o al menos no del todo. Aunque eso sí, no dejé de cavar y ni levanté la cabeza siquiera, -
-    Hola. –Insistió el hombre.- ¿Puedo preguntarle que hace?
-    Cavo. -¡chas! ¡chas! ¡chas!-
-    Eso ya lo veo. ¿Pero qué cava?
-    Pues un agujero. -¡chas! ¡chas! ¡chas!-
En ese momento, otra nueva sombra se unió a la anterior y escuché como hablaban. “¿Qué hace? “ Dijo la nueva voz. “Dice que un agujero” contestó la conocida. “Pero y por qué” interrogó el recién llegado. El silencio que siguió supongo que fue debido a la ignorancia de su interlocutor así que el  segundo desconocido decidió informarse de primera mano.
-    ¡Oiga! –Gritó.- ¿Por qué está haciendo este agujero tan enorme?
-    Porque puedo y quiero. -¡chas! ¡chas! ¡chas!-
-    ¿Pero que busca? –Insistó el hombre.-
-    Nada. No busco nada.
Dejé de cavar un momento y me incorporé. La pregunta de aquel hombre me hizo pensar. Mi mirada vagó más allá de la pared que tenía en frente y comencé a hablar más para  mí mismo que para el desconocido.
-    Hace tiempo sí que busqué. Ya lo creo que busqué. Busqué amistad, sinceridad, comprensión, amor, entendimiento, generosidad, bondad. Busqué reconocimiento, dignidad, lealtad, justicia. Busqué y busqué. Busqué hasta hartarme. Pero me cansé de no encontrar. Ahora ya no busco nada. Simplemente cavo. –Y doblando la espalda seguí a lo mío. ¡chas! ¡chas! ¡chas!.-
Cada vez más y más personas  se iban acercando a los límites de mi agujero y sus sombras me hacía cada vez más difícil el ver y el seguir cavando. Aún así yo no cejaba en mi empeño. Al contrario, ver todas aquellas personas me hacían cavar aún más deprisa en el intento de poner la mayor distancia posible entre ellas y yo. ¡chas!¡chas!¡chas!  aceleré mi ritmo.
-    Ay pobre. Qué será lo que está pasando por su cabeza. –La voz era la de una mujer y por su tono maternal, algo mayor.- Pero hijo. ¿Qué te pasa? ¿Para qué haces esto?
-    Para defenderme señora. -¡chas! ¡chas! ¡chas!-
-    ¿Defenderte hijo? ¿Defenderte de quién? –La mujer
-    Defenderme de la crueldad, de la envidia, la avaricia, la traición, la injusticia, la humillación. -¡chas! ¡chas! ¡chas!- En definitiva, señora, de todo lo que hay por ahí arriba.
-    ¡Ay hijo! Pero si aquí arriba sólo hay gente que quiere ayudarte.
-    Eso es precisamente lo que me preocupa, señora.- ¡chas! ¡chas! ¡chas! -  
-    Ay por qué dices eso. –Insistía la señora en un tono lastimero y tierno.- Eres joven, sano, tienes mucha vida por delante. Seguro que habrá cosas buenas, cosas por la que poder ilusionarse.
-    Lo que me ha enseñado la vida de la que usted habla -¡chas! ¡chas! ¡chas!- es que las cosas buenas son un espejismo y que  las ilusiones duelen.
-    Pobre chico –Decía en voz alta mesándose los cabellos al tiempo que por lo bajini, creyendo que no la escuchaba, susurraba: “Este chico está loco. Para atar”.
Supongo que la especial acústica del agujero me permitía escucharles mejor de lo ellos creían y murmullos y palabras de asentimiento de todos los que estaban alrededor llegaron hasta mis oídos,. “Como una cabra” decía uno. “Déjalo que se pudra”, decía otro. “Qué raros son algunos” apuntillaban más allá. De pronto otra mujer, en esta ocasión más joven que la anterior, elevó el tono de su voz para dirigirse a mí.
-    Venga muchacho. Deja que te ayudemos. –Dijo al tiempo que clavaba el tacón de su zapato en el borde del agujero haciendo soltar un terruño que cayó al interior.- Si lo hacemos por tú bien.
 El resto de personas que allí se habían congregado y que resultaron ser no pocas, empezaron a imitar a la mujer.
-    ¡Sí¡ ¡Sí! Si sólo queremos ayudarte –Decían todos a un tiempo mientras que comenzaron a pisotear los bordes de mi agujero protector. – Lo hacemos por tu bien, sólo queremos ayudarte.
-    ¡Y yo sólo quiero estar solo¡ -¡chas! ¡chas! ¡chas! cavaba cada vez más deprisa y con ahínco.- ¡Yo no les molesto a ustedes, por favor, no me molesten ustedes a mí!
Pero daba lo mismo lo que yo dijera, ellos no dejaban de gritar que lo único que querían era ayudarme y pisoteaban y pisoteaban los bordes de mi agujero. Pisaban y pisaban, cada vez con más furia, cada vez con más saña. Y los trozos de tierra empezaron a caer sobre mí. Poco a poco al principio y trozos pequeños para no tardar en convertirse en un auténtico alud de tierra y piedras que comenzó a sepultarme.
- ¡No por favor! ¡No me ayuden! ¡Se lo pido por favor! ¡No me ayuden! – Gritaba yo desde el fondo agitando mis brazos en alto intentando evitar que aquella avalancha me sepultara. Pero era inútil. La tierra de mi propio agujero, del refugio que me había buscado y donde simplemente buscaba vivir tranquilo conmigo mismo me fue entoñando sin remedio. Primero las piernas hasta hacerme imposible el moverme, luego hasta el pecho inmovilizando mis brazos, luego llegó a la boca que se llenó de tierra ahogando mis gritos y finalmente la nariz y los ojos. Después de eso nada más que oscuridad, olvido y silencio.