domingo, 14 de noviembre de 2010

Se Busca

Hace tanto tiempo que la busco sin encontrarla que empiezo a pensar que tal vez tienen razón los que dicen que ya no existe. Sin embargo hay algo en mi interior, una suave y débil esperanza encastillada en algún lugar muy dentro de mí, que se niega a aceptar tal cosa y me empuja para que la siga buscando, para que insista.
Ni siquiera sé el aspecto que tiene ella, porque eso sí, no tengo ninguna duda de que se trata de una mujer. Una mujer bella y frágil como el tesoro que representa pero firme e indestructible cuando por fin sale a la luz. Una mujer cauta y escurridiza que puede adoptar diferentes formas al igual que diferentes son las formas que adoptan los que tratan de aparentar ser ella sin serlo. Por eso es tan complicado encontrarla. Por eso son numerosas las ocasiones (la mayoría de las veces) en las que crees que
Además, sus disfraces suelen llegar a ser tan sutiles, que por fin la has encontrado, que la tienes enfrente y que hablas con ella pero que sin embargo, final y dolorosamente, te das cuenta de que se trata de un fraude, de otro más. puede que ocurra el caso contrario (más cruel y doloroso si cabe). Puede ocurrir que la hayas tenido junto a ti que incluso la hayas tocado, pero en tu ignorancia la desprecias pensando que están tratando de engañarte de nuevo.
Por todo esto, por todos los motivos que les expongo podrán comprender lo difícil que resulta encontrarla y les pregunto:
¿Ustedes la han visto? ¿La conocen? ¿Saben de quién hablo? Tan sólo sé de ella su nombre, se llama SINCERIDAD. Si la conocen díganmelo, por favor. La echo mucho de menos.

miércoles, 19 de mayo de 2010

¿ENCIERRO?

De pié al borde del acantilado siento como los rayos del sol lamen suavemente mi cuerpo envolviéndolo en una confortable tibieza mientras respiro profundamente llenando mi pecho de aromas de mar, tierra y cielo. Inclino mi cabeza y me observo los dedos de los pies que sobresalen del bordillo y parecen mantenerse suspendidos en el vacío donde varios metros más abajo las olas rompen en millones de blancas burbujas contra las paredes del precipicio en el que me encuentro.
Sin girarme comienzo a caminar hacia atrás dando varios pasos sobre un césped cubierto de rocío y noto su frescura en las plantas de mis pies descalzos. Nueve, diez, once pasos… Cuando creo que la distancia con el borde es suficiente, me detengo. Extiendo mis brazos hasta ponerlos en cruz, vuelvo a tomar aire con toda la fuerza de mis pulmones y de pronto, como si se hubiera soltado algún resorte invisible, me siento empujado por una fuerza irrefrenable que me obliga a correr con toda la fuerza de la que son capaces mis piernas hacia el abismo que se abre delante de mí. Corro y corro y aunque que llega un momento en que el suelo desaparece de debajo de mis pies, yo prosigo mi carrera moviendo piernas y brazos en movimientos circulares mientras comienzo a caer al vacío y siento como el aire acaricia hasta el último poro de mi piel y mi aliento se llena de olor a mar y de salitre.
Justo antes de llegar al agua estiro el cuerpo para ser recibido entre las olas y como una pesada bola de cañón comienzo a hundirme cada vez más y más profundo hasta que mis pies vuelven a tocar suelo, esta vez el suelo húmedo y fangoso del fondo del mar. Allí puedo contemplar un espectáculo inigualable en colorido y belleza. Largos arrecifes de coral se extienden ante mí expandiendo su caprichosas formas brillantes, nacaradas y multicolor más allá de lo que mi vista es capaz de alcanzar mientras que una explosión de vida flota a su alrededor. Son cientos de bellos peces de formas y colores increíbles, bancos de sardinas despistadas que deslumbran con su reflejo plateado cada vez que cambian de dirección, un grupo de enormes medusas que parecen estar echas del mismo material que el arco iris y que flotan arriba y abajo moviendo pausada y majestuosamente sus tentáculos como si se sintieran el ser más bello de la creación y tal vez lo sean.
De pronto, algo me saca del trance en el que había caído al contemplar tanta belleza. Un suave golpe en mi hombro hace que me gire y lo que veo me deja sin palabras. Ante mí, a menos de un palmo de distancia de mi cara, contemplo el afable rostro de un delfín que me mira curioso y divertido con esa eterna expresión de sonrisa que parece que llevan todos.
Con un gesto de mi dedo apuntando a su lomo le pregunto qué si puedo y con un movimiento de su cabeza me da su consentimiento. Sin pensármelo dos ves rodeo con mi brazo su aleta superior y de inmediato comienza una veloz galopada conmigo en su lomo donde siento, a través de la suave tersura de su piel, la poderosa fuerza de todos sus músculos que se tensan a cada impulso que da con su cuerpo. Nos dirigimos directos al banco de sardinas que lo atraviesa a toda velocidad para romperlo en miles de reflejos plateados y continuar su frenética carrera hasta la superficie para, con un poderoso golpe de su sólida aleta caudal, elevarnos varios metros por encima del nivel del mar donde vuelvo a sentir el cálido abrazo de los rayos del sol antes de volver a sumergirnos en el agua.
Nos dirigimos a toda velocidad hacia las profundidades cuando un extraño sonido llama mi atención. Es un ruido metálico, chirriante, como si se descorriera un pesado cerrojo de hierro.
El delfín vuelve hacia mí su cabeza y oigo que me dice:
- Parece que entra alguien.
En ese momento abro los ojos y regreso a donde siempre. Estoy sentado en la cama con las piernas cruzadas y la espalda apoyada contra la pared cuando justo en ese momento veo que la herrumbrosa puerta de mi celda se abre con un desagradable sonido a óxido. Por ella aparecen los dos guardias. Uno trae la bandeja de mi comida y con un par de cortos pasos entra hasta ponerse justo enfrente de mí. El otro se queda en la puerta bloqueando el paso con la porra de metal de una mano y un spray de pimienta en la otra. No soy peligroso ni violento pero ellos creen que sí. Me imagino que les gusta pensar que soy un mal bicho, para así sentirse más importantes y acallar ese complejo de inferioridad que amarga su carácter.
El primer guardia deja la bandeja en el suelo pues en mi celda no hay más espacio que para la cama y se me queda mirando fijamente.
- ¿Qué has estado haciendo? ¿Por qué tienes todo el pelo mojado? –Me dice mientras saca un cigarrillo y lo enciende sin dejar de mirarme.-
Yo me limito a sacudirme un poco el pelo con mi mano salpicando gotitas a mí alrededor pero sin responder. Hace tiempo que decidí dejar de comunicarme con ellos. ¿Para qué? Era inútil, nunca atendían a razones y daba igual lo fundamentadas que estuvieran tus palabras o lo explícitos que fueran mis actos. Son gente de pensamiento unilateral cuya única opción es que pienses como ellos. Por eso, como digo, hace tiempo que no ha vuelto a salir una palabra mía hacia ellos.
- Veo que sigues en tus trece. ¡Hay que ver que rarito eres!
Vaya, que cosas. Opino como ellos –Pienso.- Pero para mi los raritos son ellos.
El guardia da una calada al cigarro y continúa hablando.
- No entiendo esa postura tuya. Nosotros al fin de cuentas sólo deseamos tu bien y actuar así no te está trayendo más que sufrimiento. Y de verdad que me duele ver lo mal que lo estás pasando. Si quisieras ceder nos alegraríamos todos. Te repito que es por tu bien.
Le miro y de mi boca sólo sale una ligera mueca de desprecio. Me repugna que un torturador se ampare detrás de la bondad. No, si lo mismo están esperando a que les de las gracias por la situación en la que me tienen.
- Si te enrollaras sólo un poquito –continúa mientras da una calada al cigarro.- podría mejorar mucho tu calidad de vida. Podrías salir de este agujero de vez en cuando, estar con el resto de la gente.
No gracias. –Pienso.- Para estar con gente que son igual de miserables y repelentes como tú, estoy mejor sólo.
- Podrías ver a tu familia. A tus amigos. Sólo tienes que cooperar.
Agacho la cabeza para que no vea la media sonrisa que me ha producido sus palabras. Por ahí va por el camino equivocado. De mi familia lo único que recuerdo a estas alturas es todo el dolor que me ha causado y los amigos (si alguna vez los tuve) hace tiempo que me abandonaron a mi suerte.
- ¡Maldita sea! –Exclama mientras me apunta con su dedo a menos de un centímetro de mi cara.- Al final vas a acabar cediendo o te pudrirás en este agujero.
Se da media vuelta arrojando con furia la colilla al suelo y pisoteándola con fuerza.
- ¡Vas a morir en este agujero y me importará una mierda! ¡Vámonos y deja a este pirado. –Le dice a su compañero según sale de la celda.- Lo de éste es un caso perdido y no voy a perder más tiempo con él. Además parece que ha bajado la temperatura, aquí hace frío. ¡Hasta echo vaho por la boca!
Yo, mientras tanto, hace tiempo que había cerrado los ojos y sus palabras ya no eran más que un lejano rumor que se lleva el viento. El mismo viento helado que azota mi cara mientras observo el espectáculo grandioso de varios picos nevados que parecen emerger de un suelo de nubes enrojecidas por el amanecer de un joven sol. Levanto mi cabeza para mirar hacía arriba y a poca distancia diviso la cumbre nevada que trato de alcanzar y que se encuentra al alcance de mi mano. Mientras asciendo pienso que cuándo se darán cuenta de que podrán aislarme y encerrar mi cuerpo, pero nunca podrán detener la mejor parte de mí, mi parte más poderosa. La que me permite navegar por los mares, volar por los aires o alcanzar la más alta cumbre del planeta como estoy a punto de hacer ahora mismo.
Cuándo se darán cuenta –Chillo con toda la fuerza de mis pulmones mientras hinco profundamente una bandera en la cima nevada de la montaña.- ¡¡ QUÉ NUNCA PODRÁN ENCERRAR MI MENTE ¡!

martes, 30 de marzo de 2010

Mi Único Error

Esta es la peor parte de mi trabajo, la más desagradecida. Cuando la tensión de la espera te atenaza la boca del estomago y los intestinos se revuelven incómodos en tu interior como en busca de mejor postura. De nada sirve que haya acondicionado la furgoneta para hacer este momento más llevadero. Que haya tintado los cristales, acolchado el suelo, instalado un una pequeña base donde apoyar el brazo y una trampilla oculta desde donde puedo sacar el rifle de precisión sin que se vea desde el exterior.
A pesar de todo esto, que consigue que esté razonablemente cómodo, nada consigue que me libre del movimiento de tripas que me produce estar esperando el momento de actuar. Pero todo cambia cuando llega el objetivo y lo engancho en mi mirilla telescópica. En ese momento mis pulsaciones comienzan a reducirse drásticamente, mi respiración se acompasa con cada latido de corazón y siento como si entrara en una especie de trance, una catarsis que poco a poco ralentiza todo mi organismo menos mi cerebro, mi vista y el dedo que apoyo en el gatillo. Entonces, en un momento que apenas dura un segundo todo mi cuerpo se para. Mi corazón se detiene, mi respiración se pausa y es en ese instante, en ese preciso momento que consigo que el tiempo a mí alrededor se detenga, cuando disparo.
Nunca fallo. Mi efectividad es del cien por cien. Nunca cometo errores y mis objetivos mueren siempre.
A la milésima de segundo de realizar el disparo, mi cuerpo se activa de nuevo. Una inyección de adrenalina recorre mi cuerpo como una descarga eléctrica y ahora son mis músculos los que se disparan para emprender la huída. Me pongo al volante del vehículo y noto todos mis sentidos en un grado de alerta máximo, estudiando mientras escapo todo lo que se mueve alrededor, previendo las situaciones, buscando siempre todas las posibles vías de escape por si surge algún contratiempo. Por eso soy el mejor en lo mío. Por eso mis tarifas son las altas del mercado, porque nunca cometo errores.
Mi objetivo se aproxima y me preparo para disparar. Me coloco en situación, tumbado en el suelo de la furgoneta y abro la pequeña trampilla por donde saco mi rifle de cañón corto. Apoyo la cara sobre la culata, quito el tapón que protege la lente de la mira telescópica y pego el ojo a la mirilla buscando a mi víctima. Ya la veo. Mi cuerpo comienza a cambiar y comienza a entrar en ese letargo especial que les he descrito. Muevo lentamente el rifle, milímetro a milímetro hasta encuadrar la cabeza del objetivo en la cruz del centro de la lente. Mi respiración se relaja… mi corazón pierde pulsaciones… La víctima avanza y yo mantengo su cabeza en la cruz de la mirilla… Mis pulmones apenas se mueven para coger aire… Mi dedo, la única parte de mi cuerpo que aún siento, comienza a moverse lentamente hasta llegar a acariciar suavemente el frío gatillo… De repente me percato de algo que, de improviso, me saca de mi particular estado de trance y mi cuerpo, ante esa reacción que no esperaba, responde violentamente atragantándome y haciéndome toser de modo compulsivo mientras siento palpitar dentro del pecho a mi corazón que late desbocado intentando responder a esa imprevista demanda de oxígeno.
Cuando consigo recuperar un ritmo normal de respiración dejo a un lado el rifle y miro directamente por la trampilla para asegurarme de lo que he visto. Efectivamente, mi objetivo no va solo. No me había dado cuenta antes pues los coches aparcados en la acera por la que caminaban no me habían dejado ver a la niña pequeña, no más de siete u ocho años, que va junto a mi víctima y que lleva agarrada de la mano.
Cierro de golpe la trampilla y me siento apoyando la espalda en la pared de la furgoneta para intentar tranquilizarme y analizar la nueva situación.
Ya había tenido reparos en aceptar el trabajito cuando me enteré de que tenía que cargarme a una mujer. Nunca antes había aceptado una víctima femenina. Llámenlo ustedes romanticismo trasnochado o rancia caballerosidad, pero una de mis escasas condiciones era la de no matar mujeres, tal vez tratando de poner un ligero toque de humanidad y cordura en este puerco oficio mío.
Pero el caso es que en esta ocasión, me pusieron una cantidad tan indecente de dinero encima de la mesa, que no pude decir que no. Con este asunto y alguna cosilla más que me saliera podría retirarme y por eso acepté.
Pero un crío lo cambia todo. ¿De donde coños ha salido? Ni en el seguimiento que hice de la víctima ni en los informes que me proporcionaron aparecía la dichosa cría. Pero ahí está. Paseando sonriente y feliz con la persona a la que me dispongo volarle la cabeza.
Encima de liquidar a la mujer, una pequeña criatura que no tiene culpa de nada se va a tragar todo el espectáculo en primera línea, en vivo y en directo. Me parece demasiado duro hasta para mí.
Continúo sentado un rato aclarando ideas y cada vez me encuentro más convencido de aplazar el negocio para otro momento. Hoy, en teoría, era la mejor oportunidad, el mejor momento, el mejor lugar. Dejarlo para más adelante será mucho peligroso y arriesgado pero no me queda otra. Hay que mantener ciertos límites en este trabajo para conservar tu cordura. Además, no me han pagado lo suficiente como para hacer esto.
Permanezco sentado, atando los últimos flecos dentro de mi cabeza y tratando de poner orden a mis ideas cuando de improviso y sin que lo esperara, la puerta trasera de la furgoneta se abre de golpe. La luz del exterior me da en la cara, me deslumbra y no consigo ver bien lo que ocurre. Levanto el brazo con la palma extendida para tratar de aplacar un poco la claridad que me ciega y consigo vislumbrar una silueta que se recorta contra la claridad que proviene del exterior.
- ¿Qué ocurre? ¿Quién es usted? – Atisbo a balbucear aún sorprendido de la situación.-
Entorno mis ojos obligándoles a que se acostumbren a la nueva situación y comienzo a distinguir algo. A lo que antes era una silueta oscura empiezo a definirle contornos y rasgos. Me doy cuenta de que la persona me mira fijamente y que tiene un brazo estirado al final del cual se ve el brillo negro y metálico del cañón de una pistola que apunta hacia mí.
- ¡Mierda! ¡Eres tú!
Me da tiempo a decir antes de que dos detonaciones estallen dentro de la furgoneta y sus fogonazos iluminen el interior. Luego la puerta se vuelve a cerrar y allí me quedo de nuevo solo, rodeado de penumbra y olor a pólvora.
Es extraño, pensaba que eso de que te dispararan tenía que doler más pero no siento nada, aunque tal vez eso sea lo malo. Tan solo siento la tibia sangre que me abandona con cada latido de mi corazón y su húmeda sensación que empapa el suelo y mis pantalones.
Sin apenas fuerza, casi sin vida, me dejo caer resbalando lentamente por la pared metálica y mi cabeza queda a la altura de la trampilla.
Sin saber muy bien porqué, dedico mi último esfuerzo a abrirla y mirar por ella. Entonces veo a quien acaba de dispararme, una mujer muy atractiva y de apariencia frágil y delicado. Es ella, mi objetivo que está cruzando la carretera alejándose de la furgoneta y dirigiéndose a la acera de enfrente donde le espera la niña paciente. Se acercan las dos hasta un quiosco cercano y veo como la mujer compra un gran helado que se lo da a la niña. La niña lo agarra feliz con las dos manos, le da un gran lametón y dándose media vuelta se aleja entre chupada y chupada al helado. La mujer se queda un instante mirándola y luego vuelve su vista hacia la furgoneta. No estoy seguro, está un poco lejos y mi vista se nubla por momentos, pero creo adivinar que la mujer, muy guapa y de aspecto frágil e indefenso, me dirige una media sonrisa mientras que con un gesto inocente, me dice adiós con su mano levantada a media altura.
Yo, apenas sin fuerza, dejo caer la cabeza lentamente mientras todo se va ennegreciendo cada vez más a mí alrededor.
La muy puta –pienso- debía estar sobre aviso de mi presencia y sobornó a la pequeña con un helado para que le hiciera de escudo. Sabía que con la niña por medio no dispararía o al menos que dudaría. Y acertó.
Maldigo para mis adentros una y otra vez mientras mi vida me abandona poco a poco. La primera vez que cometo un error, mi único error y me cuesta la vida… Este perro oficio no perdona. Pero lo que más rabia me da, lo que verdaderamente me encorajina, es que pasé por alto la regla más elemental, cometí el error más básico. Olvidé que da lo mismo hombres que mujeres, o incluso niños, todos son la misma cosa: un ser humano, y por lo tanto, un hijo de puta en potencia del que no puedes fiarte nunca.

domingo, 24 de enero de 2010

La Civilización Perdida

No me puedo creer que lo hayamos conseguido. Después de todos estos años de estudio, de trabajo, de sacrificios, al fin, estamos dentro.
De momento sólo hemos entrado mi ayudante y yo vestidos con unos trajes aislantes y respiración autónoma, mientras el resto del equipo permanece afuera asegurando la entrada y sellándola para evitar posibles contaminaciones. No en vano, somos las primeras personas que acceden a este lugar después de más de 2500 años y toda precaución es poca. Ha sido un milagro que este sitio haya permanecido así enterrado, completamente aislado durante tanto tiempo y más si tenemos en cuenta que estamos hablando de una civilización de la que apenas conocemos nada y son muy escasos los vestigios que han llegado hasta nuestros días. Por esto es de vital importancia mantenerlo en las condiciones que se ha mantenido todos estos siglos para que no se deteriore y podamos hacer un estudio en condiciones. Estoy convencido que nos esperan muchas sorpresas.
- ¡ Vaayaaa.. Esto es enorme ¡
Oigo decir a mi compañero mientras ambos paseamos los haces luminosos de nuestras linternas de luz roja por el recinto.
- Efectivamente y creo que aún había edificios más grandes que este –Contesto alumbrando hacia el techo y descubriendo una alta cúpula sustentada por gruesas columnas.- Resulta admirable la capacidad constructora de estas gentes. Si no me equivoco, estamos en uno de sus templos.
- ¿Cómo es posible que una civilización semejante desapareciera de ese modo, sin dejar rastro, como si se volatilizaran?
- Eso de momento sigue siendo un misterio. – Digo mientras me acerco a una alta puerta abierta en la pared y que parece conducir a otra cámara.- Se piensa que fue una sociedad muy avanzada, poderosa y orgullosa, pero también ambiciosa y destructiva. Tanto que casi exterminaron todo rastro de vida a su alrededor. Seguramente por eso la generaciones posteriores que lograron sobrevivir los despreciaron haciendo desaparecer de la tierra y de su memoria todo vestigio de aquellos hombres que casi los lleva a su destrucción.
Cruzamos la puerta recién descubierta y nos lleva a una pequeña habitación, una especie de capilla donde se ve un altar pegado a la pared y sobre él un gran cuadro que recorremos con nuestra linterna. Parece una escena costumbrista donde se ve un montón de personas en torno a algún acto especial que se celebra en el centro.
- ¡Cielo santo! – Exclama mi ayudante – ¿La escena del centro es lo que parece?
Detengo mi haz de luz para fijarme bien en lo representado y cuando caigo en la cuenta de lo que es, un escalofrío recorre mi espalda. Lo que se puede ver en el centro del cuadro y lo que el resto de la gente parece aplaudir y vitorear, es a una persona semidesnuda sobre una parrilla de metal y puesto sobre un fuego.
- ¡Pero que… ¡ - Acierto a decir.- Están asando viva a una persona. Pero acaso también eran caníbales. De eso no teníamos la mínima noticia.
- Tal vez simplemente lo estuvieran haciendo por diversión. –Replica mi ayudante.- Ahí no parece que nadie se esté comiendo nada.
- Bufff… Pues no sé decirte si eso me tranquliza. – Me doy media vuelta y me dirijo a la salida.- Continuemos viendo el resto.
Nos damos cuenta que existen más de esas habitaciones todas a lo largo de la pared que nos rodea y con cierta aprensión en nuestros corazones iluminamos desde fuera la siguiente que encontramos. Su distribución era exacta a la anterior, con el mismo altar al fondo apoyado en la pared, pero en la parte de arriba, en vez de un cuadro había una estatua, aproximadamente de la mitad de tamaño que una persona real, que representaba a una mujer vestida con una larga túnica que le cubría de la cabeza a los pies y que mantenía una postura implorante con los brazos abierto y la vista dirigida al cielo. En su rostro se veía sufrimiento y de sus ojos parecía se deslizaban unas lágrimas.
- Desde luego… - Comenta mi ayudante.- no es que se vea mucha alegría por aquí. ¿No?.
- Cierto. – No pude por menos que sonreír, aunque aquella figura reflejaba una gran angustia.- Estas habitaciones deben de ser santuarios dedicado cada uno a sus diferentes dioses y donde realizarían sus ritos y sacrificios.
- Indudablemente sacrificios cruentos. –Apostilla.-
- De eso no parece existir duda alguna. Sus dioses parecen ser muy sanguinarios. Posiblemente las religiones tuvieron mucho que ver en su destrucción.
Nos dirigimos a la siguiente cámara y la cosa lejos de mejorar iba empeorando. En ésta, encima del altar, había otro cuadro de unas dimensiones más grandes que el anterior y donde se veía a un hombre atado a un árbol y atravesado por media docena de flechas.
- Brrrr… Empiezo a entender porque se tomaron tantas molestias en hacer desaparecer todo vestigio de esta civilización… si es que se le pueden llamar civilizados. Tuvo que ser una época terrorífica y oscura. . – Digo dándome media vuelta.- Vamos, se me está empezando a poner mal cuerpo.
Mientras retrocedíamos sobre nuestros pasos mi ayudante pregunta:
- Lo que no entiendo, es como una gente de arcos y flechas, barbacoas y mujeres sufriendo tuvieron el poder de destrucción que dicen que poseía.
- No te dejes engañar. – Contesto dirigiéndome hacia el centro del templo.- Aunque sus ritos puedan parecer un tanto arcaicos, su nivel científico y tecnológico estaba muy avanzado. De eso no tenemos ninguna duda. Ten en cuenta que estuvieron a punto de acabar con la raza humana y eso no se consigue a golpe de flechas. Además, algunos hallazgos…
De repente me doy cuenta que estoy hablando solo y que mi ayudante se ha quedado atrás, clavado con la linterna fija en algo que desde donde me encuentro no alcanzo a ver con claridad.
Retrocedo unos pasos y me dirijo hacia él. Alumbro su cara y a través del visor de plástico que nos protege veo su rostro de asombro con los ojos y la boca muy abiertas y entre balbuceos le oigo decir…
- Te… Terribles. Eran unas gentes realmente terribles.
Dirijo mi linterna al lugar donde está mirando y lo que veo me deja petrificado. Debajo de la gran cúpula, en el centro mismo del templo, hay otra escultura. Se trata de una persona totalmente desnuda menos por un pobre taparrabos que oculta sus partes. El cuerpo esta lleno de llagas y heridas y la sangre salpica todo su cuerpo, la figura resulta ser de un realismo tal que por un momento dudo de si no se trata una persona de verdad. Pero lo más escalofriante, es que el pobre desgraciado se encuentra sujeto con clavos en sus pies y sus manos a una gran cruz de madera en cuya parte superior hay un cartel donde se puede leer: "INRI" Tal vez eso fuera el nombre de aquel desdichado.
- Tremendo ¿Verdad?- Dice mi ayudante.- Que sitio más horrible tuvo que ser este. Hasta su nombre suena extraño. Catedral creo que los llamaban. ¿No?
- Efectivamente. –Contesto sin poder apartar mi mirada de la truculenta escena representada.- Sin duda fue una suerte que desaparecieran. Se denominaban así mismos "La cultura del siglo XXI "-No puedo evitar sonreír con cierta sorna.- Menuda una cultura de mierda.


Pistas...

>

>

>

>

>

>

>

>


>

>

Martirio San Lorenzo.

Una Virgen cualquiera


Martirio San Sebastián.

Cristo.