martes, 2 de junio de 2009

El Juego de Ajedrez

El muchacho tiene 11 años aunque como es menudo y bajito engaña con su edad y aparenta alguno menos. En lo que no engaña a nadie y en lo que todo el mundo coincide es que el chico es un poco cortito, un poco lento de ideas, que le falta un hervor, como suele decir de modo despectivo alguno de los mayores que le rodean. Pero a él ni le importa ni le afecta, sobre todo porque ha aprendido, como sistema de defensa, ignorar a aquellos que no le interesa hasta un punto tal que logra hacerlos desaparecer del feliz mundo en el que vive inmerso.
Ahora se encuentra en el salón de su casa y está dedicado a uno de sus pasatiempos favoritos, el juego de ajedrez. Nótese que digo el juego de ajedrez y no jugar al ajedrez pues el chaval no tiene ni idea de cómo se juega al ajedrez y sin embargo pasa largas horas disfrutando como un gato con un ovillo. Empieza colocando las fichas sobre el tablero, esto correctamente pues ha visto como se hace en algunas fotos que se ha molestado en buscar, y entonces da comienzo las más feroces batallas que su cabeza pueda imaginar y os aseguro que su imaginación funciona muy bien, demasiado bien diría yo. Sentado frente al tablero comienza a mover las fichas, según un orden que sólo él conoce, profiriendo gritos de aliento, risas de victoria o quejidos como los daría aquel que es herido en plena trifulca. Acostumbra a alternar los bandos porque le gustan tanto las fichas blancas como las negras. Las blancas por ser elegantes, gallardas pero muy contundentes y las negras porque le parecen sobrias, calladas pero poderosas.
Aquella tarde, fría y lluviosa de invierno, también se encontraba en la casa su hermano. Es algo mayor que él y acostumbra a no hacerle demasiado caso, cosa que él agradece, sin embargo aquel día, fastidiado y aburrido por no poder haber salido de casa, su hermano llevaba ya un rato moscardoneando a su alrededor sin más oficio ni beneficio que molestar a su hermano menor.
El crío lo ignora, que como he dicho es de las cosas que mejor saber hacer, y continúa enfrascado en la crucial batalla en la que se haya envuelto, pero eso sí, sin perderle de vista por el rabillo del ojo en ningún momento.
Hasta que llegó un momento en que el mayor, algo molesto por la indiferencia de su hermano decide intervenir y arrebatándole de la mano la torre que se disponía a mover le espeta:
- ¡Pero qué demonios haces! ¡Así no se juega al ajedrez! ¡No tienes ni idea!
El pequeño, con tranquilidad, le mira con sus grandes ojos redondos y le contesta:
- Es igual. Yo juego a mi manera porque es como sé y me gusta. ¿Qué más da?
- Pues no. No da igual. Al ajedrez hay que jugar como es. Si no puedes estropearlo.
- Vaya tontería – Contestó sin mucha convicción, pues él era el tonto y su hermano el listo, sin embargo estaba casi convencido de que le mentía.-
- No es ninguna tontería. A ver. –Insiste su hermano colocando con un golpe en el tablero la torre que le había quitado y moviéndola de atrás adelante y de izquierda a derecha en horizontal, arrastrando en su movimiento algunas de las otras piezas.- La torre solamente se puede mover así.
- Pero…–Dijo el niño sin dar crédito a lo que estaba escuchando.- Eso no puede ser, es imposible.
- Pues es así. Qué tonto eres. ¿Por qué va a ser imposible?
- Pues porque una torre es imposible que se mueva así de ligera. –Cogió la ficha que aún sujetaba su hermano y se la puso delante de la cara.- Mira. ¿No la ves? Una torre está hecha de piedra, es algo pesado, macizo, poderoso. Sus movimientos son pesados y lentos y sólo puede moverse una casilla de cada vez. Eso sí, la tienen que comer dos veces, una sola vez no es suficiente. ¿No ves que es una fortaleza?
- Eres más retrasado de lo que pensaba. Eso te lo has sacado de la manga.
- No. De la manga no. Eso es lo que dice la lógica. ¿O no?. A ver, dime tú cómo se mueve el caballo.
El mayor agarró el caballo e hizo el movimiento.
- Pues el caballo se mueve así. Dos cuadros saltando en horizontal y otro cuadro saltando a un lado o a otro.
- Ja,ja,ja.. –Comenzó a reírse el pequeño mientras lo apuntaba con el dedo.- Me tomas el pelo. ¿Dónde has visto tú un caballo que pueda saltar de lado?. Va a resultar que el tonto aquí eres tú.
El niño quitó el caballo a su hermano con aire de suficiencia y comenzó a moverlo por el tablero imitando los brincos que daría un caballo de verdad.
- ¿Ves? Un caballo se mueve así. Saltando sobre las demás piezas, con poderío, como haría un caballo de verdad. Eso sí. Un caballo no puede ir hacia atrás por lo que para dar la vuelta tiene que gastar un movimiento para girar sobre si mismo. Pero lo que si puede es llevar un peón consigo, montado en su lomo, como los caballos de verdad.
- Podría mejor llevar un alfil. ¿No? –Dijo con un deje de guasa.- Total los peones no valen nada. Sólo sirven para ser sacrificados.
- ¿Sacrificados? –Repitió el pequeño horrorizado.- Pero sin son las mejores piezas de todas. Son los más importantes, si no estuvieran en rey no podría existir. Son los que hacen las labores difíciles, el trabajo más sucio y todo por lealtad. No puedes sacrificar a las personas que te son leales. Me parece muy cruel.
El mayor miraba al pequeño sin acabar de creer lo que estaba escuchando. Tenía que reconocer que la convicción con la que hablaba el pequeñajo y su lógica, inocente pero aplastante, le estaba haciendo dudar. Pero esto solamente en su fuero interno y estaba dispuesto a seguir rebatiendo todo lo decía ese renacuajo. Él sabe que las normas no son así y que antes muerto que dar la razón a su hermano pequeño. Se frotó la cara con un gesto de paciencia y tratando de guardar la serenidad preguntó.
- Vale, vale… Y dime ¿cómo se mueve la reina?
- Pues la reina se mueve así. –cogió la pieza para enseñárselo.- En zig-zag, con elegancia, contoneándose, con un poco de coquetería, como le gusta hacer a la mujeres.
El mayor no pudo por menos que esbozar una sonrisa.
- No. También estás equivocado. La reina es la pieza más fuerte de todas y su principal cometido es defender al rey.
La cara de estupor que se le puso al crío no tenía fin mirando a su hermano mayor de hito en hito
- Pe… pero… Eso sí que es mentira. Es el rey quien tiene que proteger a la reina. Siempre ha sido así. El caballero protege a la dama. El más fuerte defiende al más débil. Y un rey tiene que ser fuerte. El más fuerte. Para eso es el rey. Además lo he leído en los libros de aventuras y un hombre para ser como debe ser tiene que proteger a su dama y mirar siempre por su bienestar y con mucha más razón si este hombre es el rey.
- ¡Ná! –Le espetó su hermano a la vez que le hacía un gesto de desprecio con su mano.- Eso son ñoñerías que ya no se llevan.
- Pues deberían llevarse. –Insistió el pequeño.- A mi me parece que es algo bonito.
- ¡Pues no! –Chilló su hermano dando muestras de haber perdido definitivamente la paciencia.- Al ajedrez se juega así, porque así son las normas y porque te lo digo yo. Y sino juegas al ajedrez como yo te digo no puedes jugar. Estarías incumpliendo las normas de siempre y eso está mal muy mal e irás al infierno.
El niño lo miraba haciendo fuerza en su garganta para que no saliera un llanto aunque sus ojos se le comenzaban a anegar de lágrimas. No entendía porque no podía jugar a su manera. Es una manera mucha más lógica que la que dice su hermano y además no cree que le haga daño a nadie y eso es lo más importante. ¿Qué le importa al mundo lo que yo haga o deje de hacer mientras no me meta con nadie?
El niño se hizo mayor y a lo largo de su vida se dio cuenta que aquello sería una constante. Todo aquello que saliera de las normas preestablecidas no estaba bien visto, no era bueno, ni tampoco era justo, Para nada importaba su lógica, su modo de ver las cosas o su justicia. Y no era porque su punto de vista fuera mejor o peor, simplemente ocurría que era diferente. Por cierto, el niño nunca más volvió a jugar con el ajedrez.