martes, 25 de noviembre de 2008

¿Donde van los Libros que nunca Lee nadie?

¿Se han preguntado ustedes alguna vez a donde van los libros que nunca lee nadie? –Yo es que me lo pregunto constantemente, tal vez porque soy un libro.- Pero no me refiero a donde acaban físicamente, eso es fácil pues a los libros nos ocurre como a todo el mundo, el tiempo acaba por convertir en polvo nuestra envoltura menos, claro está, aquellos que reciben algún tratamiento para no pudrirse. Lo que digo, exactamente igual que el resto de las cosas.

Yo de lo que hablo es de a dónde va nuestra contenido, nuestra esencia, nuestro espíritu o, si me permiten llamarlo así, a dónde va nuestra alma. Porque los libros tenemos alma ¿sabe usted? Porque en nosotros una persona vuelca su experiencia, su sabiduría, sus sentimientos, en definitiva su alma, que los libros atrapamos entre las páginas y la hacemos nuestra para que nos de la vida.

Aún recuerdo el día que yo nací. Todavía me parece escuchar el crujir del papel de regalo cuando me desenvolvieron, creo que es el sonido más embriagador del mundo. Recuerdo la luz que de repente parecía rodearme y sobre todo recuerdo como si fuera ayer mismo, el tacto de las manos que me sujetaron. Tal vez deba antes aclararles a ustedes, que los libros no nacemos cuando nos escriben, nos imprimen y nos encuadernan, esa simplemente es nuestra gestación. El día de nacimiento de un libro es el día en que las manos de nuestro primer lector nos tocan y ponen sus ojos en nosotros por primera vez y yo jamás olvidaré aquel momento. Eran unas manos suaves y delicadas pero que a la vez me sujetaron con firmeza, creo que era una mujer. Sentí como ella me palpaba y me sopesaba y al fin, me abrió. Primero tímidamente, solamente las solapas donde se entretuvo leyendo los detalles de quien me había escrito, pero aquello fue suficiente para que notara una corriente de aire que inundó mis páginas y que las palabras que las llenaban comenzaran a palpitar con inusitada potencia. Sentí que estaba preparado, que había llegado el momento de dar a mi querido lector lo que buscaba y fue cuando ella, agarrando todas mis hojas con una mano, empezó a dejarlas discurrir al ritmo que marcaba su dedo pulgar, como queriendo ver todo mi interior en un segundo y eso no es posible.

Parece muy interesante, ya le echaré un vistazo. Gracias.

Esas fueron las últimas palabras que escuché “ya le echaré un vistazo” dijo, buff… que desfachatez. ¿Para eso me había traído al mundo? ¿Para echarme un vistazo? A un libro no se le echa un vistazo, un libro se lee o no se lee.

De cualquier modo, aquella fue la última vez que me abrieron. Todavía anduve unos días por ahí dando tumbos, encima de la mesa, en el revistero e incluso encima del televisor pero nadie me leyó, ni siquiera me echaron ese vistazo. Y así estuve hasta que me encontraron hueco en una estantería de la librería donde permanezco desde entonces, entre la guía CAMPSA y un libro de cocina.

Yo no desespero y en el fondo de mis páginas pienso que tal vez algún día se acuerde de mí y a lo mejor me vuelve a coger para leerme. En una par de ocasiones ha estado muy cerca, se me aceleró el corazón y todo, pero en ambas ocasiones fue uno de mis vecinos el agraciado. Brrr… la guía CAMPSA, una engreída sin contenido.

Pero después de tanto tiempo casi no me quedan esperanzas, apenas me hago ilusiones y es que además, para hacerlo más imposible, resulta que soy un libro de autoayuda. Sí, ya lo sé, nadie es perfecto. Y encima, para más INRI, mi título es “Como no sentirse solo jamás” (que ironía en mi situación ¿verdad?) Me hubiera gustado ser un libro que tuviera un título con más carga dramática como “Guerra y Paz” o mejor lleno de aventuras como “La Isla del Tesoro” pero no, un título insulso que lo dice todo pero no dice nada.

Y que les voy a contar del nombre de mi autor, porque tal vez con un nombre rimbombante en mi lomo como Proust o Truman Capote o históricos como Cervantes hubiera ayudad algo, pero ese tampoco es el caso. A mi me escribió Anacleto Patacheco.. ¡Anacleto Patacheco! ¡Por dios! ¡Si ese nombre debía de estar prohibido por ser peligroso para la salud pública!.

Así que, por todos estos motivos que les expongo, dudo mucho que a mi nadie me llegue a leer nunca y supongo que entiendan ahora un poco mejor mi situación y esta duda existencial que me invade. Y es que los libros que se leen no tienen ese problema. Cuando un lector lee la última hoja de un libro y con ambas manos lo cierra satisfecho escuchándose ese “pob” tan característico, entonces el espíritu de ese libro se convierte en eterno, vivirá para siempre y aunque vuelva a ocupar su lugar en la estantería hasta que no sea más que polvo, su alma vivirá para siempre pues su contenido está en la memoria y en el corazón del ávido lector que ha dado buena cuenta de él. Y ese lector recordará su lectura con agrado o no, pero lo recordará, y hablará de él con sus amigos, bien o mal pero hablará y por eso, el alma de ese libro será inmortal.

En cambio yo, que nunca me ha leído nadie ni creo que lo hagan nunca, ¿Qué pasará con mi alma? ¿Viviré toda la vida en esta especie de limbo en el que me encuentro? ¿Tendré una oportunidad o cuando mis páginas están ajadas y se conviertan en polvo se borrará toda constancia de mi existencia? ¿O tal vez sufriré la atroz existencia de los libros que no se acaban de leer? Porque eso sí que es un triste destino. A mi, nada se me ocurre peor para un libro que empiecen a leerte, que tu contenido no interese y que te vuelvan a dejar olvidado en la estantería, con la esquina de una hoja doblada, indicando para toda la eternidad el punto donde tu querido lector te dejó abandonado … Buff, no lo puedo ni imaginar, eso tiene que ser muy doloroso. Es el purgatorio de los libros y tal vez yo acabé en él.

Pero… Algo ocurre… Oigo pasos… Alguien se acerca. Se ha detenido delante de la librería, casi enfrente de mí. Tal vez este sea mi día de suerte, tal vez hoy ocurra… ¡Sí, sí! Alguien me agarra y me saca de mi agujero donde tanto tiempo he pasado. Notó nuevamente las manos. Sí, son las mismas que la primera vez, las recuerdo perfectamente, son inconfundibles, es ella otra vez. Me abre… De nuevo siento que el aire corre por entre mis páginas y que recorre todas y cada de mis letras. Tiemblo de emoción. Noto unos ojos que recorren mi interior. Que tremendo placer siento, si pudiera llorar lloraría de alegría. Pero… ¿Qué ocurre ahora? Otra vez ese dedo pulgar que repasa rápidamente mis páginas… ¡No. Me vuelve a cerrar! ¡Nooo! ¡Dame otra oportunidad! ¡Leeme, por favor!

- ¡Qué coñazo son las mudanzas! Menos mal que tenemos esta chimenea que nos va a ahorrar mucho peso para transportar.

Estas si serán las últimas palabras que yo escuche. Siento que vuelo por los aires, caigo abruptamente, boca abajo, abierto de tapas y me siento rodeado de calor. Comienzo a echar humo, me ennegrezco, desaparezco y me convierto en cenizas de olvido………. Por lo que parece, los libros que no nos lee nadie, acaban en el infierno.