miércoles, 19 de mayo de 2010

¿ENCIERRO?

De pié al borde del acantilado siento como los rayos del sol lamen suavemente mi cuerpo envolviéndolo en una confortable tibieza mientras respiro profundamente llenando mi pecho de aromas de mar, tierra y cielo. Inclino mi cabeza y me observo los dedos de los pies que sobresalen del bordillo y parecen mantenerse suspendidos en el vacío donde varios metros más abajo las olas rompen en millones de blancas burbujas contra las paredes del precipicio en el que me encuentro.
Sin girarme comienzo a caminar hacia atrás dando varios pasos sobre un césped cubierto de rocío y noto su frescura en las plantas de mis pies descalzos. Nueve, diez, once pasos… Cuando creo que la distancia con el borde es suficiente, me detengo. Extiendo mis brazos hasta ponerlos en cruz, vuelvo a tomar aire con toda la fuerza de mis pulmones y de pronto, como si se hubiera soltado algún resorte invisible, me siento empujado por una fuerza irrefrenable que me obliga a correr con toda la fuerza de la que son capaces mis piernas hacia el abismo que se abre delante de mí. Corro y corro y aunque que llega un momento en que el suelo desaparece de debajo de mis pies, yo prosigo mi carrera moviendo piernas y brazos en movimientos circulares mientras comienzo a caer al vacío y siento como el aire acaricia hasta el último poro de mi piel y mi aliento se llena de olor a mar y de salitre.
Justo antes de llegar al agua estiro el cuerpo para ser recibido entre las olas y como una pesada bola de cañón comienzo a hundirme cada vez más y más profundo hasta que mis pies vuelven a tocar suelo, esta vez el suelo húmedo y fangoso del fondo del mar. Allí puedo contemplar un espectáculo inigualable en colorido y belleza. Largos arrecifes de coral se extienden ante mí expandiendo su caprichosas formas brillantes, nacaradas y multicolor más allá de lo que mi vista es capaz de alcanzar mientras que una explosión de vida flota a su alrededor. Son cientos de bellos peces de formas y colores increíbles, bancos de sardinas despistadas que deslumbran con su reflejo plateado cada vez que cambian de dirección, un grupo de enormes medusas que parecen estar echas del mismo material que el arco iris y que flotan arriba y abajo moviendo pausada y majestuosamente sus tentáculos como si se sintieran el ser más bello de la creación y tal vez lo sean.
De pronto, algo me saca del trance en el que había caído al contemplar tanta belleza. Un suave golpe en mi hombro hace que me gire y lo que veo me deja sin palabras. Ante mí, a menos de un palmo de distancia de mi cara, contemplo el afable rostro de un delfín que me mira curioso y divertido con esa eterna expresión de sonrisa que parece que llevan todos.
Con un gesto de mi dedo apuntando a su lomo le pregunto qué si puedo y con un movimiento de su cabeza me da su consentimiento. Sin pensármelo dos ves rodeo con mi brazo su aleta superior y de inmediato comienza una veloz galopada conmigo en su lomo donde siento, a través de la suave tersura de su piel, la poderosa fuerza de todos sus músculos que se tensan a cada impulso que da con su cuerpo. Nos dirigimos directos al banco de sardinas que lo atraviesa a toda velocidad para romperlo en miles de reflejos plateados y continuar su frenética carrera hasta la superficie para, con un poderoso golpe de su sólida aleta caudal, elevarnos varios metros por encima del nivel del mar donde vuelvo a sentir el cálido abrazo de los rayos del sol antes de volver a sumergirnos en el agua.
Nos dirigimos a toda velocidad hacia las profundidades cuando un extraño sonido llama mi atención. Es un ruido metálico, chirriante, como si se descorriera un pesado cerrojo de hierro.
El delfín vuelve hacia mí su cabeza y oigo que me dice:
- Parece que entra alguien.
En ese momento abro los ojos y regreso a donde siempre. Estoy sentado en la cama con las piernas cruzadas y la espalda apoyada contra la pared cuando justo en ese momento veo que la herrumbrosa puerta de mi celda se abre con un desagradable sonido a óxido. Por ella aparecen los dos guardias. Uno trae la bandeja de mi comida y con un par de cortos pasos entra hasta ponerse justo enfrente de mí. El otro se queda en la puerta bloqueando el paso con la porra de metal de una mano y un spray de pimienta en la otra. No soy peligroso ni violento pero ellos creen que sí. Me imagino que les gusta pensar que soy un mal bicho, para así sentirse más importantes y acallar ese complejo de inferioridad que amarga su carácter.
El primer guardia deja la bandeja en el suelo pues en mi celda no hay más espacio que para la cama y se me queda mirando fijamente.
- ¿Qué has estado haciendo? ¿Por qué tienes todo el pelo mojado? –Me dice mientras saca un cigarrillo y lo enciende sin dejar de mirarme.-
Yo me limito a sacudirme un poco el pelo con mi mano salpicando gotitas a mí alrededor pero sin responder. Hace tiempo que decidí dejar de comunicarme con ellos. ¿Para qué? Era inútil, nunca atendían a razones y daba igual lo fundamentadas que estuvieran tus palabras o lo explícitos que fueran mis actos. Son gente de pensamiento unilateral cuya única opción es que pienses como ellos. Por eso, como digo, hace tiempo que no ha vuelto a salir una palabra mía hacia ellos.
- Veo que sigues en tus trece. ¡Hay que ver que rarito eres!
Vaya, que cosas. Opino como ellos –Pienso.- Pero para mi los raritos son ellos.
El guardia da una calada al cigarro y continúa hablando.
- No entiendo esa postura tuya. Nosotros al fin de cuentas sólo deseamos tu bien y actuar así no te está trayendo más que sufrimiento. Y de verdad que me duele ver lo mal que lo estás pasando. Si quisieras ceder nos alegraríamos todos. Te repito que es por tu bien.
Le miro y de mi boca sólo sale una ligera mueca de desprecio. Me repugna que un torturador se ampare detrás de la bondad. No, si lo mismo están esperando a que les de las gracias por la situación en la que me tienen.
- Si te enrollaras sólo un poquito –continúa mientras da una calada al cigarro.- podría mejorar mucho tu calidad de vida. Podrías salir de este agujero de vez en cuando, estar con el resto de la gente.
No gracias. –Pienso.- Para estar con gente que son igual de miserables y repelentes como tú, estoy mejor sólo.
- Podrías ver a tu familia. A tus amigos. Sólo tienes que cooperar.
Agacho la cabeza para que no vea la media sonrisa que me ha producido sus palabras. Por ahí va por el camino equivocado. De mi familia lo único que recuerdo a estas alturas es todo el dolor que me ha causado y los amigos (si alguna vez los tuve) hace tiempo que me abandonaron a mi suerte.
- ¡Maldita sea! –Exclama mientras me apunta con su dedo a menos de un centímetro de mi cara.- Al final vas a acabar cediendo o te pudrirás en este agujero.
Se da media vuelta arrojando con furia la colilla al suelo y pisoteándola con fuerza.
- ¡Vas a morir en este agujero y me importará una mierda! ¡Vámonos y deja a este pirado. –Le dice a su compañero según sale de la celda.- Lo de éste es un caso perdido y no voy a perder más tiempo con él. Además parece que ha bajado la temperatura, aquí hace frío. ¡Hasta echo vaho por la boca!
Yo, mientras tanto, hace tiempo que había cerrado los ojos y sus palabras ya no eran más que un lejano rumor que se lleva el viento. El mismo viento helado que azota mi cara mientras observo el espectáculo grandioso de varios picos nevados que parecen emerger de un suelo de nubes enrojecidas por el amanecer de un joven sol. Levanto mi cabeza para mirar hacía arriba y a poca distancia diviso la cumbre nevada que trato de alcanzar y que se encuentra al alcance de mi mano. Mientras asciendo pienso que cuándo se darán cuenta de que podrán aislarme y encerrar mi cuerpo, pero nunca podrán detener la mejor parte de mí, mi parte más poderosa. La que me permite navegar por los mares, volar por los aires o alcanzar la más alta cumbre del planeta como estoy a punto de hacer ahora mismo.
Cuándo se darán cuenta –Chillo con toda la fuerza de mis pulmones mientras hinco profundamente una bandera en la cima nevada de la montaña.- ¡¡ QUÉ NUNCA PODRÁN ENCERRAR MI MENTE ¡!