domingo, 29 de diciembre de 2013

Ya no Quedan Héroes

La operación resultó ser un fracaso total, un tremendo desastre. Lo que iba  a ser un hábil golpe de mano rápido y limpio, se había convertido en una tremenda torpeza, un fiasco descomunal, una carnicería inútil. Tenían confirmada la de muerte de seis comandos y una baja más que, antes de tener que retirarse, habían estado oyendo maldecir, chillar y disparar hasta que todo se quedó en silencio. Suponen y esperan que, en el mejor de los casos, haya muerto antes de caer prisionero. Caer prisionero no sería bueno para él. Nada bueno. Conocen a sus enemigos y lo último que querrían sería caer vivos en sus manos. Por este motivo todos llevaban una bala guardada, la última bala. Una bala que llegado el momento les debía abrir la única vía de escape razonable.
Pero ese momento no ha llegado todavía, al menos para cinco de ellos que se retiraban ladera arriba. Dos de ellos cubrían la retaguardia con las miradas y los cañones de sus armas apuntando constantemente a sus espaldas, atentos a cualquier cosa que pudiera surgir de la noche que les rodeaba. Y en la vanguardia de este mermado grupo, sólo unos pocos pasos por delante, otros dos soldados caminaban penosamente entre lo escarpado del terreno llevando en volandas a un herido. El hombre iba con los brazos abiertos apoyados en los hombros de sus compañeros, sentado sobre sus brazos entrelazados de modo que sus piernas colgaban en el aire y a cada paso que daban el herido gemía, farfullaba e intentaba ahogar sus propios gritos apretando los dientes. Un disparo en la pierna le había partido la tibia en dos mitades y aunque habían conseguido cortar la hemorragia a base de torniquetes, con el bamboleo del avance la pierna que le colgaba como un pingajo bailaba y adoptaba posiciones que iban contra natura.
-    ¡Parad, por favor, parad un momento! –Suplicaba el herido sin dejar de apretar los dientes.- Necesito descansar un minuto, solo un minuto para recuperarme.
-    ¡No tenemos un minuto! –Replicó jadeante y sin detenerse uno de los que le transportaba.-  ¡Han soltado a los perros!  ¡Los tenemos justo detrás! ¡No los oyes!
No, él no oía nada. Su mente estaba nublada por un dolor que le cubría todo el cuerpo y tan sólo podía escuchar el palpitar furioso de su corazón en las sienes. Las fuerzas le faltaban hasta para seguir suplicando por lo que bajó la cabeza y cerró sus ojos con fuerza luchando por ignorar el dolor. Pero apenas habían dado una decena más de pasos cuando uno de ellos trastabilló ligeramente. No llegaron a caer, pero el movimiento fue lo suficientemente brusco como para lograr que, con el vaivén, la pierna del herido tocara con la puntera de la bota su propia rodilla. El hombre abrió sus ojos y dientes para dejar escapar un terrible grito de dolor compendio de todos los gritos que hasta entonces había procurado reprimir.
-    ¡Dejadme por dios! ¡Dejadme! –Gimió suplicante con sus ojos anegados en lagrimones de dolor.-
Los hombres que lo transportaban, impresionados y conmovidos por sus gritos y suplicas, intercambiaron una mirada y  uno de ellos hizo un ademán con la cabeza indicando la dirección a seguir. Se desplazaron rápidamente un poco a la derecha, hacia una gran roca que sobresalía del terreno. La roca era lo suficientemente grande para protegerlos a todos y su ubicación era perfecta para defenderse de todo aquello que subiera por la ladera. En términos militares aquel lugar podría definirse como una posición defensiva óptima.
Entre lamentos y quejidos sentaron al herido en el suelo con la espalda apoyada contra la roca y lo primero que hizo fue llevar ambas manos a su pierna torcida y entre muecas de dolor tratar de colocarla para darle, al menos, una apariencia normal de rectitud.
No tardaron en unirse los hombres que cubrían la retaguardia y los cuatro, tras la roca, rodearon al herido a quien contemplaron por un instante en silencio. No necesitaban decirse nada, todos eran veteranos fogueados en mil batallas y sobraban las palabras. Tan solo un intercambio de miradas unos gestos de asentimiento con la cabeza y todo estaba dicho. Las cuatro siluetas negras que se recortaban sobre el oscuro cielo nocturno empezaron a sacar su munición de sobra. Cargadores, alguna que otra granada, un fúsil M4 ligero, con rápida cadencia de disparo y letal y todo lo fueron depositando a mano del herido.
-    ¿Qué hacéis? –Preguntó mirándoles extrañado y sin soltar su pierna.- ¿Por qué me dais todo esto? ¿En qué estáis pensando?
El que estaba al mando, un soldado raso pero que por eliminación había quedado como el más veterano y por tanto el de mayor rango, metió un cargador con un golpe metálico en el M4 y poniéndolo de pie apoyado en la roca junto al herido le dijo:
-    Pensamos en la única posibilidad lógica. Lo siento.
-    ¡Cómo que lo sientes! ¿Qué significa que lo sientes? ¡¿Qué pretendéis?! ¿Dejarme aquí solo? –Protestó el herido con sus mermadas energías.- Aquí apechugamos todos cómo está mandado.-Dijo.- ¿¡Dónde está el “siempre fiel” y todas esas chorradas?! ¡Mirad! –Golpeó la roca con la palma de su mano.- Donde estamos es una buena posición. Fácilmente defendible. Entre todos podemos plantarnos aquí y mantener a raya a esos hijos de puta hasta que vengan a ayudarnos.
-    Es inútil. Sabes perfectamente que oficialmente nadie sabe que estamos aquí  –Dijo el jefe en un tono que intentaba sonar sereno.- Nadie va a venir a ayudarnos. Moriríamos todos tarde o temprano… Sin embargo… Si tú quieres…
-    ¡Si yo quiero qué! –Interpeló el herido.-
-    Si tú tuvieras el gesto de… Ya sabes… El héroe que se queda al final cubriendo a sus compañeros…Como en la novela esa del Hemingwhay… La de “Por quién doblan las campanas”
-    ¡Las campanas van a doblar por tu puta madre si quieres! ¡Agorero! – Protestó el herido que casi se había olvidado de su pierna y gesticulaba con sus brazos muy abiertos.- Yo no quiero quedarme aquí solo. No quiero morir.
-    Venga hombre. –Trató de interceder otro de los soldados.- Serás un héroe, como los de las películas.
El herido lo imitó con un amargo gesto de burla.
-    Como los de las películas, como los de las películas... Entérate chaval,  esto no es una jodida película, esto es la vida real y en esta vida real yo estoy casado y tengo dos hijos a uno de los cuales aún no he conocido por estar aquí de servicio. –Se tranquilizó un instante, bajó la cabeza y con una voz llena de amargura y nostalgia añadió.- Coger a mi hijo recién nacido en brazos, esa es la única película de la que quiero ser el héroe.
Los cuatro hombres de pie guardaron silencio, cabizbajos, pensativos, quizás avergonzados, tal vez ansiosos. El herido volvió a hablar sereno pero firme, con un tono más cercano al mandato que a la súplica.
-    Pues si no defendemos todos juntos la posición entonces llevadme con vosotros.
-    Si tenemos que cargar contigo no lo lograremos, nos cazarán como a conejos. –Replicó uno de los soldados.-
-    Lo mismo que si vais solos
-    No. Y tú lo sabes. –Intervino el jefe.- Solos podremos ir más deprisa y si además tú los aguantas lo suficiente… Nosotros cuatro podríamos salvarnos.
-    ¡Y una mierda! ¡¿Por qué no te quedas tú a aguantar al enemigo mientras los demás escapamos? Aún estando herido yo también tendría una posibilidad.–Protestó el herido echándose las manos de nuevo a la pierna con un gesto de dolor.- Joder que fácil jugáis con la vida de los demás.  En esto estamos todos juntos ¿no? Pues aquí, por mis hijos, que nos salvamos todos juntos o morimos todos juntos.
-    Ya está bien de tanta tontería. No sé qué hacemos discutiendo con un cadáver. Porque es un cadáver aunque no lo acepte. –Habló un soldado con claros signos de estar perdiendo la paciencia en parte por la conversación y en parte porque el ruido de los perseguidores sonaba cada vez más cerca.-Nosotros nos vamos y aquí te quedas. Si quieres puedes morir luchando o dejar que te maten como a un perro. Eso tu verás.
El soldado que había hablado se colocó la mochila y recogió el equipo que había dejado en el suelo incluido lo que en un principio iba a dejar al herido. Los demás le imitaron sin decir nada.
-    Os habéis olvidado de que existe otra opción. –El herido, antes de que se lo quiataran, cogió el M4 que tenía a su lado, lo amartilló con dos chasquidos metálicos ¡clan-clan! y dirigió el cañón hacia sus compañeros diciendo.- Os puedo matar yo mismo, aquí y ahora.
Los hombres se quedaron mirándolo como si el tiempo se hubiera congelado. Uno con la mochila a medias de poner, otro aún agachado cogiendo las cosas del suelo, el tercero iba a dar el primer paso cuando se detuvo.
-    ¡Estás loco! ¡No te atreverías! –Exclamaron casi al unísono.- Además qué ganarías con eso.
-    ¿Qué que ganaría? No morir solo. Que todos compartamos el mismo final sea el que sea. Morir pensando que para mí ha sido malo pero para los demás también. Que no había nada más que hacer. Morir, en definitiva, consolado con la idea de que todos hemos corrido la misma suerte. –Un mueca despectiva parecida a una sonrisa apareció en su rostro.-  Triste consuelo, lo sé, pero consuelo al fin y al cabo.
Todos le miraron con un gesto furioso cargado de desprecio.
-    ¡Maldito hijo de puta egoísta! ¡Eres una bestia inhumana!
-    Al contrario, al contrario. –Contestó el herido sentado con la culata del fusil apoyada en su cadera y el cañón apuntando al que había hablado.- Soy una persona muy normal. Un humano de lo más corriente y como tal me comporto.
-    ¡Bah! Está loco y desvaría por culpa de la herida. Vámonos de aquí. No se atreverá a disparar.
Y dándose media vuelta comenzó a caminar ladera arriba. Los demás duraron por un momento pero los ladridos de los perros y gritos de hombres, que se sentían ya demasiado cerca, terminaron por convencerlos y también dieron media vuelta para iniciar la huída.
¡Ra-ta-ta-ta-ta! Una larga descarga sonó en el oscuro silencio de la noche como si fueran cañonazos y los cuatro hombres cayeron sin estar seguros siquiera de donde habían venido los disparos. Uno de ellos aún tenía un pequeño hálito de vida y fuerzas suficientes para levantar la cabeza y dirigir la mirada al herido, su compañero, que les acababa de disparar. Allí estaba, sentado en el suelo con la espalda apoyada en la roca y el fusil aun humeante apuntando hacia ellos. Más atrás, siniestras sombras se movían a su alrededor y rodeaban la roca acercándose. Ya estaban ahí. El soldado moribundo vio entonces al herido levantar el fusil apoyar el cañón caliente en su barbilla lo que le arrancó un grito de dolor y apretar el gatillo. Clic. Clic…. Clic… No pasaba nada. Había vaciado el cargador y olvidado la regla básica de aquella misión, dejar la última bala para uno mismo.
-Mira por donde el muy cabrón no va a tener una muerte fácil
Aquello fue lo último que llegó a pensar el soldado que yacía en el suelo. Después, con el muy humano consuelo de la desgracia ajena, con el racional alivio de que lo del otro será peor, con un rictus en su boca algo parecido a una sonrisa, el soldado expiró.



jueves, 5 de diciembre de 2013

Cuando los Dioses se Aburren

Imagen vía
Que un dios bostece no es bueno. Que lo haga varias veces seguidas es un pésimo presagio y si además quien emite esos profundos, graves y prolongados bostezos es Zeus, dios de dioses, entonces la catástrofe es segura  sólo falta saber qué, dónde y cuándo.
-    ¡¡Me aburro!!
Bramó el padre de dioses con su poderosa voz haciendo temblar los cimientos del mismo Olimpo. Sus acólitos y la pequeña corte que le acompañaban, héroes, musas, ninfas, otros dioses, etc., conociéndolo como lo conocían, comenzaron a abandonar sigilosamente el lugar escabulléndose en silencio entre las columnas de marfil, las gradas de mármol,  los tronos de oro y la vaporosa atmósfera cargada de nubes de aquel lugar. Todos temían lo que pudiera pasar y nadie quería quedarse para averiguarlo. Ni Ares, dios de la guerra, que se alejó caminando de espaldas, sin perderlo de vista y con la mano apoyada en su mágico arco, ni Hermes, el de los alados pies, que levantó silencioso vuelo. Tampoco Hera, su hermana y esposa, quiso saber nada convirtiéndose en humo que se cuela entre las rendijas o su hija Afrodita, que simplemente se desvaneció en el aire, deseaban estar presentes cuando su adorado pero también temido Zeus empezara a hacer de las suyas.
Tan solo Hades, dios del inframundo y hermano del Crónida, decidió quedarse sentado sobre su trono esperando a ver que pasaba. También Hades le teme, ¿quién no teme al hacedor de truenos? Pero su desgana, su curiosidad y, sobre todo, su interés le empujaron a quedarse. Sabe que las salidas de tono de su hermano siempre conllevan funestas consecuencias. Guerras, cataclismos, enfermedades, muerte… es decir, el caudal del río Aqueronte a rebosar y eso para Hades es pura música.
Ya sólo quedan ellos dos y desde su asiento Hades guardó silencio y observó a Zeus como, vestido con su túnica blanca de vaporosa tela que parecía que apenas rozaba el suelo, ligeramente encorvado y con las manos en la espalda, paseaba arriba y abajo sobre el níveo mármol de aquella estancia mientras que, entre barbas, no dejaba de mascullar.
-    Malditos humanos. Me aburren. Ya no son lo que eran. Algo no funciona. Algo no va bien. –Se detiene y baja su mirada para clavarla en un pequeño estanque mágico que hay a sus pies y en cuyas argentinas aguas puede observar todo lo que en ese momento está ocurriendo en la tierra.- ¡Ahí los tienes! Se cansan, se acomodan, dejan de luchar, de sufrir y por consecuente dejan de creer en nosotros. La molicie les invade, ya no importa las tierras que pueda acaparar tal rey o tal cacique, que aquella doncella sea secuestrada o las calamidades que puedan caer sobre su cabeza, se acostumbran, se adaptan y viven con lo que haga falta sin necesidad de nada más. –Con furia levanta su brazo aprieta el puño y un rayo descarga  sobre las, hasta entonces, prístinas y tranquilas aguas que ahora se levantan y agitan con furor. Al tiempo, en la tierra, los humanos sufrieron un devastador terremoto.-
Hades se divertía, a duras penas podía ocultarlo. El ver al todopoderoso Zeus, señor del cielo llevado por la furia era un espectáculo digno de contemplarse, no había duda, pero creyó el momento de intervenir así que levantándose y dirigiéndose hacia donde el estaba le habló de esta manera.
-    Calma querido hermano, calma. Si sigues así los humanos no podrán divertirte pero tampoco aburrirte porque acabarás con todos ellos.
Zeus giró su cabeza extrañado y miró a Hades como si acabara de darse cuenta de que estaba allí.
-    Puede que tengas razón. – Bufó Zeus indignado aunque su rostro pareció serenarse y sus puños aún apretados se relajaron. –
-    Si mi poderoso hermano quisiera compartir sus tribulaciones conmigo, tal vez juntos pudiéramos hallar una solución a lo que te quebranta. –Dijo Hades en conciliador tono de voz al tiempo que se paraba junto a su hermano frente al estanque.- 
-    ¡Pero míralos¡ ¿Es qué acaso no los ves? ¡Míralos! ¡Míralos!  –Habló el padre de dioses con su rostro aún rojo de ira y dirigiendo las palmas de sus manos abiertas hacia el estanque.- Ahí los tienes.  Viviendo tranquilamente ajenos a su vecino, a lo que les rodea y, lo peor de todo, de espaldas a nosotros. Yo no quiero esto. Quiero guerreros batiéndose continuamente, quiero odio entre pueblos, quiero que las afrentas no se olviden a pesar del tiempo o la distancia que pueda haber. Quiero fanáticos dispuestos a sufrir y a morir en mi nombre sin dudarlo, sin importar la excusa. Quiero que su propio odio, su avaricia y ferocidad les lleve irremediablemente a implorarme, a suplicarme.
Hades esbozó una amplia sonrisa y en tono de confidencia de dirigió a Zeus
-    Tal vez, querido hermano, tenga yo una idea que pueda servirte.
Zeus le miró entre extrañado y curioso y con solemne gesto de cabeza le conminó para que siguiera hablando.
-    Es un plan laborioso y necesita de varias fases. Pero apuesto por su eficacia mi señor.
-    Prosigue.
-    Bien. Lo primero, fuera tantos dioses diferentes y tanto culto extraño. Un único dios y una sola creencia.
-    ¡Cómo dices! –Exclamó Zeus con asombro sincero.-
-     Hazme caso. Con tanto diosecillo que adorar y tantas supercherías diferentes las creencias aflojan y las lealtades pierden fuerza. Un dios único omnipotente y todopoderoso. –Hades hizo una pausa y con una sonrisa traviesa en su rostro terminó diciendo.- Y no necesito decir quién sería ese dios.
Zeus guardó silencio al tiempo que, atusándose su lengua barba blanca, trataba de sopesar en su cabeza las posibles consecuencias. Por fin preguntó
-    ¿Pero qué dirán los demás a esto? Qué dirán Apolo o Afrodita o Hermes o… ¡Poseidón! ¿¡Qué dirá nuestro hermano Poseidón de todo esto!?
-    Oh gran Zeus. Si esa fuera tu poderosa voluntad tendrían que aceptarlo. ¿No crees? Al fin y al cabo tú eres el dios de dioses. El que manda aquí ¿no? El jefazo. –Remató Hades acompañado con un ligero codazo cómplice a Zeus.-  Además… Ya se nos ocurrirá algo… Qué sé yo…  Los podemos hacer ángeles o espíritus o santos o ....
-    Vale, vale. –Interrumpió el hacedor de rayos.- Supongamos que hacemos lo que dices. No veo yo cómo esto podría garantizarnos la plena dedicación y fe ciega por parte de los humanos que queremos.  
-    Bueno… Ahora vendría la siguiente parte del plan.
-    ¿Y es?
-    Ofrecer a los humanos un caramelito.
-    ¿Un caramelito?
-    Sí. Una recompensa si se portan bien y hacen lo que les digas. Un premio que no pudieran rechazar.
-    Y, por el monte Olimpo, qué clase de “caramelito” sería ese. –Preguntó Zeus cada vez más intrigado con el plan de Hades.- Ya hemos visto que la ambición del ser humano es voluble y caprichosa. Para lo que a unos es mucho a otros le puede parecer poco. Además, no podemos dar infinitas riquezas a cada humano. Sería inútil e imposible.
-    Yo no me refería a riquezas y tesoros, gran Zeus. –Contestó Hades ampliando su sonrisa traviesa hasta convertirla en maléfica.-
-    ¿Y a qué te refieres entonces. –Se extrañó Zeus.-
-    Piensa un poco. ¿Qué es lo que los humanos más aprecian. Lo que cuidan con más ahínco? ¿Qué es lo que les hace llegar hasta límites insospechados por no perderla, por salvaguardarla?
-    Mmmm. –Múrmuro el dios sin acabar de comprender.-
-    Enfoquémoslo de otro modo. Poderoso hermano. –Insistía Hades.- ¿Qué es lo que los humanos más temen, más les horroriza porque saben que nadie escapa a ella, ni ricos ni pobre, que es inevitable.
En la mirada de Zeus se apreciaba que seguía sin entender lo que Hades decía.
-    Ay querido hermano. –Dijo Hades echando un brazo por encima del hombro de Zeus.- Serás el dios del trueno y del relámpago pero a veces que pocas luces tienes.
Zeus bramó de rabia, se irguió quitándose de un golpe el brazo de Hades al tiempo que de sus manos abiertas empezaban a salir temibles chispas y sus ojos se encendían rojos de furia.
-    ¡Vale, vale querido hermano! –Suplicó Hades tapándose el rostro con los brazos y comprendiendo que se había equivocado con ese exceso de confianza.- Te pido humildemente perdón por mi arrogancia. Ha sido un error que no volverá a suceder.
Zeus lo miraba desafiante desde la posición privilegiada de su elevada estatura y guardaba silencio. Hades, poco a poco, fue abriendo los brazos y descubriendo su rostro hasta terminar con las palmas de las manos abiertas hacia Zeus en señal de rendición.
-    Me refería, oh gran Zeus, a su vida. –Dijo Hades sin bajar los brazos.- Los humanos lo que más aprecian es su vida y  lo que más temen es a la muerte.
-    ¿Y qué pretendes? –Habló Zeus con un claro tono de enojo.- ¿Qué hagamos a todo el mundo inmortal? Eso es imposible. La tierra no lo soportaría.
-    No, mi señor. Me refiero a decirles que hay otra vida después de esta. Ofrecerles una vida mejor, inmortal y cargada de placeres y cosas buenas. ¡Un paraíso eterno!
-    ¡Pero eso es mentira!
-    Lo sé señor. Pero no creo que cuando lo descubran estén en posición de quejarse ni  de contar la verdad a nadie. ¿No cree?
Zeus calló manteniendo por un instante su posición amenazadora frente a Hades hasta que, poco a poco, según iba digiriendo lo que el dios del inframundo le había dicho, en su rostro torvo y feroz fue apareciendo lentamente una sonrisa de complacencia.
-    Bueno… -Dijo suavemente al fin retomando de nuevo su aspecto de venerable y casi débil anciano.- Quizás con algunos que se lo merecieran de verdad podríamos hacer algo. Ya veríamos.
-    Efectivamente, mi señor. –Hades bajó las brazos relajándose también.- Los pequeños detalles los iremos puliendo con el tiempo.
-    La idea me va gustando, no digo que no. –Retomó la conversación Zeus con las aguas vueltas de nuevo a su cauce.- Creo que ese “caramelito”, como tú lo llamas, es lo suficientemente atrayente como para ganar sus voluntades, pero nada más. Se dedicarían a pasar la vida tranquilamente siendo buenos, adorándome y esperando pacientemente el día de su muerte.
-    Efectivamente, señor, su perspicacia no encuentra límites, pero ahora viene la tercera parte de mi pla… quiero decir, de nuestro plan. Es la parte maestra, el toque genial. –Hades hizo una pausa dramática para dar más tensión al momento y disfrutó por un instante viendo a Zeus ansioso y expectante.- El tercer paso sería, al poco tiempo, crear otro dios verdadero, con prácticamente las mismas creencias, ritos, derechos y obligaciones. Pero añadiríamos pequeñas diferencias entre uno y otro, sobre todo en los rituales y costumbres pero suficientes para que unos y otros se odien mutuamente hasta la muerte.
-    ¿Dos dioses iguales? –Preguntó Zeus sin acabar de comprender.- ¿Pero entonces cuál sería el verdadero?
-    Los dos… O ninguno… ¿Qué más da? –Se encogió de hombros Hades.- Eso es igual. En realidad son el mismo perro con diferente collar.
Zeus reflexionó por un instante para acabar diciendo.
-    No lo acabo yo de ver. No tengo muy claro que llegara a funcionar. No lo veo… No lo veo… -Repetía tercamente el gran dios mientras negaba con su cabeza.-
-    Tan solo imagina una cosa, poderoso hermano. –Insistió Hades seguro de su idea.- Imagina por un momento que les decimos a los fieles creyentes de cada uno de esos dioses que todo aquel que, por su dios, defienda sus creencias aunque sea a costa de matar al otro o de morir él mismo, ganará inmediatamente,  sin preámbulos  el derecho a ese edén eterno. Si decimos eso a los humanos, oh dios de dioses, ¿tú qué crees que conseguiríamos?
Zeus se atusó la barba mientras miraba a Hades con una maliciosa sonrisa en su divino rostro y casi en un murmullo terminó diciendo.
-    Fanáticos.
-    ¡Fanáticos! –Apostilló Hades en alta voz por si acaso no hubiera quedado suficientemente claro.-
-     ¡Ja, ja, ja! –Resonaron las profundas carcajadas de Zeus haciendo retumbar el Olimpo como antes lo habían hecho sus quejas.- Siempre fuiste el más listo de todos mi querido Hades. Tengo que reconocerlo. Yo soy más guapo y poderoso pero no hay duda de que tú eres el más listo. De todos modos. – Zeus volvió a reír sonoramente y echó amigablemente su poderoso brazo por encima de los hombros Hades.-  Y precisamente por eso, porque eres demasiado listo, tengo algo que preguntarte: ¿Y tú? ¿Qué ganas con todo esto?
Hades, de reojo, miró desconfiado el brazo de su hermano ya que juraría que su presión sobre sus hombros fue en aumento según Zeus le hacía la pregunta, por eso antes de contestar tragó saliva.
-    Está claro, mi señor. Los dos dioses tendrán cosas diferentes y diferentes ritos pero ambos tendrán algo en común…
-    ¿Y qué es esa cosa si puede saberse?
A Hades le brillaron los ojos de avaricia antes de responder.
-    Los dos tendrán un infierno. –Dijo.- Y ese mundo es mi mundo.
 Zeus lo miró divertido y de nuevo magníficas carcajadas brotaron de su garganta al tiempo que daba una sonora palmada en la espalda de Hades que, aunque amigable, el golpe casi le hace perder el equilibrio.
-    Vamos querido Hades. –Dijo Zeus al tiempo que comenzaba a caminar dejando a Hades un poco atrás mientras recuperaba el aliento.- Brindemos con ambrosía por nuestro nuevo plan. Un plan que cambiará el mundo. No hay duda.
-    Hablando del mundo. –Comenzó a hablar hades al tiempo que aceleraba su paso para poder situarse junto a Zeus.- Precisamente quería comentarte que creo que es hora de ampliarlo, expandirnos. Salir de Grecia. Los humanos deben empezar a saber cuan grande es el mundo donde viven. Poner en contacto a los pueblos, que se conozcan, que interactúen. A más personas más creyentes y más opciones.
-    Bien… Bien… -Contestó Zeus.- Así el amor hacia nosotros y el odio entre ellos se retroalimentará. Lo veo bien…
-    Precisamente da la casualidad de que le tengo echado el ojo a un pueblo emergente con ínfulas conquistadoras que nos pueden venir bien. –Repuso Hades mientras ambos seguían avanzando.- Creo que se hacen llamar romanos y me parece que con algo de ayuda nos pueden servir…
-    Perfecto, perfecto… Será nuestro primer paso. -Contestó Zeus visiblemente satisfecho y al tiempo que de nuevo echaba su brazo por los hombros de Hades añadió.- ¿Sabes qué creo mi buen Hades?
-    ¿Qué mi señor?
-    Creo que esto de los dos dioses va a estar divertido, pero que muy divertido.
-    También lo creo yo, también lo creo.
Y entre conversaciones y risas ambos abandonaron para ir a echar un vistazo a esa península con forma de bota que descansa sobre el mar.