domingo, 8 de mayo de 2011

El Cuadro Desaparecido

Antes de comenzar con el relato creo que deben saber que adoro mi trabajo, me encanta lo que hago y pienso que es lo mejor que me ha pasado en mi vida. Disfruto especialmente el momento en que los últimos visitantes abandonan las salas y se cierran las puertas del museo. Es entonces cuando yo comienzo a recorrer los pasillos despacio, sereno, con la única compañía del sonido de mis propios pasos que rebotan en lo alto del techo abovedado y que consiguen, cómo si de un hechizo se tratara, acabar de expulsar los últimos cuchicheos, susurros y chismes de los turistas y que habían quedado flotando en el ambiente. A partir de ese momento todo es silencio y en el museo no estamos más que yo, el haz de luz de mi linterna y mis amigos los cuadros a los que empiezo a saludar.
- Hola Gobernador ¿Cómo tenemos hoy su espalda?
Le digo a un personaje de un gran cuadro. Está sujetando un documento en su mano que intenta entregar, a la vez que mantiene una respetuosa media reverencia, a la persona que tiene en frente de él. Alrededor de ambos, un ejército sujeta lo que parece un bosque de lanzas.
- Fatal hijo, fatal. Esta maldita postura, esta constante genuflexión que llevo manteniendo durante siglos me está matando… Uno ya no es tan joven como antes. – Me contesta mientras pone su mano en su espalda y a la vez señala con la cabeza a quien tiene enfrente.- Además este vil… este noble general, quiero decir, no acaba nunca de cogerme el maldito papelito y encima tengo que aguantar su displicente mano apoyada en mi hombro en un gesto de compasión que me tiene harto.
- Vamos general… -Dije yo queriendo intermediar en el asunto.- Le ruego a vuestra merced que tenga a bien coger el documento que le ofrece el gobernador y acabemos ya con esto de una vez.
- Déjeme disfrutar del momento y haga el favor de meterse en sus asuntos amigo mío. –Me responde el general cambiando su postura y poniendo una pose de desaire.- No todos los días se conquista una plaza fuerte semejante y hay que saborear el momento. ¿No le parece a usted? Además, hay que hacer que quede constancia para que lo recuerden las futuras generaciones. Y en eso estamos. En quedar constancia.
E ignorándome vuelve a su eterna postura de vencedor.
Con un gesto de mis hombros certifico que al menos lo he intentado y prosigo con mi ronda dejando atrás los resoplidos del sufrido gobernador en su postura de vencido.
Avanzo por el pasillo rodeado de mis queridas pinturas y disfrutando de todo lo que me ofrecen. Me acerco hasta un cuadro impresionista de un jarrón con unas flores y aspiro su perfume. De un bodegón que hay un poco más adelante cojo una roja y reluciente manzana que devoro con auténticas ganas mientras prosigo saludando a diestro y siniestro. Me tienta una gran pintura llena de luz, absolutamente radiante donde se ve a una mujer en la playa que mira al mar mientras mantiene a su hijo en brazos. El mar se ve esplendoroso, luminoso y estoy tentado de darme un chapuzón aunque me arrepiento cuando comienzo a quitarme la ropa. A pesar de que la primavera está casi terminada, la temperatura no anima todavía a darse un baño así que desisto.
Y así podría seguir hablándoles de todos y cada uno de los cuadros que cuelgan en este museo ya que no hay ninguno de ellos que no tenga algo que merezca la pena. Pero no nos enrollemos más y vayamos al asunto en cuestión, tan sólo quería que comprendieran porque estoy tan enamorado de lo que hago.
La pintura que nos ocupa es mi preferida. Es un cuadro no muy grande, más bien es pequeño para un cuadro y en él se puede ver el torso de una mujer vestida con ropajes oscuros y con las manos cruzadas apoyadas en su regazo. La mujer es preciosa, morena, de cara redonda, ojos almendrados y una insinuante boca en la que a veces se adivina una sonrisa pícara, enigmática. Un encanto de mujer y lista, muy lista. Paso junto a ella noches enteras en las que mantenemos interesantísimos debates acerca de todos los temas imaginables. Y sí. La noche que pasó todo estuvimos hablando, es más, nuestra charla fue el desencadenante.
Todo empezó como siempre, aunque yo noté enseguida que le pasaba algo.
- Hola encanto ¿Cómo está hoy mi morena preferida?
- Fatal ¿Cómo voy a estar? Todo el día aquí colgada viendo pasar un montón de gente aburrida que se me quedan mirando como una vaca al tren y aguantando sus tontos comentarios, sus susurros y sus emociones mal contenidas...
- Bueno mujer. A mi me parece que es para que te sintieras orgullosa. La gente está contemplando una obra maestra de la historia de la pintura y es normal que comenten y que incluso se emocionen.
- Pues peor que a los que chismorrean o dan grititos de emoción son esos que no dicen nada, que se colocan de pié con el codo sobre la palma de una mano y con la otra mano se frotan la barbilla como si fueran el cum lauden de la sabiduría pictórica y son unos ignorantes de tomo y lomo que seguro no saben siquiera quién me pintó.
- Vaya… No creo yo eso. Todo el mundo sabe que te pintó Le…
- ¡Leches! ¡Te digo yo que la mitad de los que pasan por aquí no tienen ni pajolera idea de lo que están mirando ni de la historia que puede haber detrás. Lo único que saben es que salgo mucho en el cine y en la televisión así que debo ser importante y sólo desean hacerse la dichosa fotito para luego ir a enseñárselo a sus amistades…. ¡Mira donde estuve Fulana! Y tú no…. ¡Muérete de envidia!
- Tranquila mujer no creo que sea para tanto.
A estas alturas ya había acercado un poco el banco que hay enfrente de ella y me había sentado. Comencé a pensar que la noche iba a ser larga aunque nunca llegué a imaginar cuánto.
-Creo que simplemente tienes un mal día. –Reafirmo en mi pensamiento mientras saco mi bocata del almuerzo y lo ataco por proa con un generoso mordisco.- Seguro que mañana lo ves todo de otro modo.
- No. La verdad es que no lo creo. –Su, hasta ahora, enérgico tono de voz cambia por otro lleno de una profunda tristeza.- Son ya demasiados días y demasiadas mañanas las que me levanto viéndolo todo de igual modo. Mi vida se ha convertido en una eterna rutina, una cruel condena que alguien me ha impuesto sin ni siquiera saber porqué.
- Creo que lo ves demasiado negro. Yo pienso que en realidad eres muy afortunada. Eres una obra maestra mundialmente conocida. La gente aguanta colas durante horas para poder contemplarte y admirarte. Además. –Continúo pero dándole a mi voz un tono de confidencia.- sé de buena tinta que otras muchas grandes obras envidian tu fama y algunas están en este mismo museo. Date cuenta, eres la única obra que tiene una sala entera para ti sola. –Le guiñe un ojo en plan complice.-
- ¿Pues por qué soy tan desdichada? ¿Por qué cambiaría toda esa fama y honores por poder salir de aquí y sentir el calor del sol sobre mis colores? ¿Por qué me parece que estoy en una cárcel?
- Bueno… Ya sabes… Temas de seguridad, de conservación. Eres una pieza muy valiosa y un poco delicada. Ya lo sabes.
- ¡Bobadas! Mi antiguo dueño, y con mi antiguo dueño me refiero al que me pintó, me llevaba con él a todas partes y no pasaba nada. –Hizo una pequeña pausa como para traer a su mente algunos viejos recuerdos ya casi olvidados.- Fue una época preciosa de mi existencia. Viajé, conocí un montón de lugares y personas fascinantes y nunca se separaba de mí. Cuando no estaba contemplándome me llevaba bajo su brazo a todos los sitios.
Otro silencio y entonces siento cómo otro montón de recuerdos se agolpan en su cabeza.
- Con él también mantenía unas largas y amenas charlas. como las que tenemos ahora tú y yo. Y lo cierto es que en muchas cosas me lo recuerdas. –Me dice casi en un susurro.-
La miro y veo que ha cerrado los ojos. Me maldigo por no saber que decir y es entonces cuando lo veo. Me levanto y acerco mi cara hasta la suya. No puede ser pero ahí está junto a su ojo. Levanto el brazo y con extrema delicadeza paso mi dedo por su rostro. Siento mi dedo húmedo. Ya no me cabe ninguna duda, es una lágrima. ¡Está llorando!
Completamente alucinando me quedo contemplando como otra gota surge de su otro ojo y se desliza por la superficie rugosa del óleo hasta llegar a sus manos.
Me sentía como el adulto al que le rompe a llorar un bebé y no tiene la más remota idea de que hacer.
- No llores por favor. Dime qué puedo hacer por ayudarte. Pero deja de llorar.
- Llévame contigo.- Me suelta así a bocajarro.- Déjame sentir otra vez el aire y contemplar la luz del sol. Vayámonos. Juntos. Tú y yo…


- ¡Ya estoy harto de escuchar tonterías! ¡No aguanto ni una bobada más de este pelagatos¡
Uno de los policías que hasta ese momento habían estado escuchando pacientemente mi historia dejó de escuchar para acercarse hasta mí cual perro de presa y con las dos manos apoyadas sobre la mesa y poniendo su cara muy cerca de la mía se puso a gritarme llenándome la cara de salivazos.
- ¡Nos estás diciendo que no sólo hablas con los cuadros sino que además el más valioso de todos ellos te pidió que lo robaras!
- Insisto en que no lo robé y si me deja continuar…
- ¡No! No te dejo continuar. –Se dio la vuelta para dirigirse a otros dos compañeros que estaban con nosotros en aquella sala y continuó chillando.- Lo que tenemos que hacer con éste pirao es mandarlo a un psiquiátrico y ver si allí lo entienden. ¡Qué los cuadros le hablan…! Pfff…. Lo que hay que oír.
- ¿Pero acaso a ustedes los cuadros no le dicen nada? Que triste me parece. Ni que fueran ciegos.
El inspector que seguía dándome la espalda se giró y se volvió a abalanzar sobre mí, pero esta vez no fue en forma de perro de presa sino de perro rabioso.
- ¿¡Ciegos?! ¿¡Nosotros!?
En su colérica mirada pude ver que o comenzaba a explicar lo quería decir o que la condescendencia mostrada conmigo hasta ahora se convertiría rápidamente en una manada de hostias.
- No. No me malinterpreten, por favor. Lo que quiero decir que habría que estar ciego para que no te dijera nada un cuadro. Pasa lo mismo con los libros. Hace falta no saber leer para que un libro no te diga nada. Cuando lo lees te cuenta su historia y tú la escuchas ¿No? Pues con un cuadro ocurre lo mismo. Cuando miras un cuado siempre, siempre, te dice algo. Por ejemplo. Una obra muy famosa que supongo conozcan ustedes; El Grito de E.Munch. Cuando miran ese cuadro ¿qué les dice?
Hago una pequeña pausa. No espero que nadie me conteste pero no me aguanto el poder dar un toque dramático al momento.
- Yo siempre que lo miro. –Fin pausa dramática.- el angustiado personaje me dice que sufre, que está atormentado por la locura que lo envuelve y distorsiona su realidad. ¿O acaso a ustedes no les dice también eso? Yo le oigo perfectamente cuando me lo cuenta.
El perro rabioso se relaja un poco. Parece que he conseguido convencerle un poco, o al menos aturdirle, con mi explicación y ahora ya sólo parece un sabueso más.
- No trates de liarnos. –Dice mientras pensativo se rasca el cogote.- Una cosa es que un cuadro te transmita algo cuando lo contemplas y otra muy distinta que mantengas con ellos conversaciones fluidas.
- Eso es porque no lo han intentado nunca. Verán. Déjenme que les ponga otro ejemplo. Otra pintura muy conocida. El Caballero con la Mano en el Pecho del Greco. ¿De acuerdo?
Todos hacen un gesto de asentimiento. Resulta difícil de creer pero no sólo la conocen lo que demuestra algo de cultura entre la jauría, sino que además parecen realmente interesados.
- Pues bien. Cuándo lo miran, ¿qué les dice?
Otra pausa, aunque esta vez sí esperaba que alguien dijera algo. No es así por lo que decido continuar.
- A mi lo que me dice es que es un noble caballero, cabal, formal y temeroso de dios. Pero me llama la atención el pomo de la espada que sobresale por encima de su cintura y le pregunto: ¿Cómo es que lleva vuestra merced espada? Y me contesta: Llevo esta hermosa espada de dorada empuñadura por ser símbolo de poder y valiosa herencia de mis antepasados. Quiero que todo el mundo la vea.
- Pero eso no lo sabes. Te lo inventas. –Oigo que dice uno de los policías que se encuentra en un rincón y al que no puedo verle bien el rostro.- También podría contarte que la lleva para protegerse de sus enemigos o para fardar o de…
- Estoy de acuerdo. – Interrumpo al que parece el sabueso más listo de la manada.- A usted le cuenta una cosa y a mí otra pero eso no es el tema, el caso es que hablas con él, mantienes una charla. Volviendo al ejemplo del libro. Cuando leemos una novela cada uno imaginamos de forma diferente a sus protagonistas o los paisajes. Da lo mismo lo bien que pueda describir un escritor los personajes, los paisajes o las situaciones. Luego cada uno de nosotros, en nuestro interior, nos lo imaginaremos de forma diferente, a nuestro modo, a nuestra manera y el protagonista que tú has imaginado no coincidirá exactamente con el mío, pero no por eso deja de ser el mismo libro y la misma historia. Lo mismo pasa con una pintura, a ti te cuenta una historia y a mi otra pero no por eso deja de ser el mismo cuadro y tampoco por eso tu “charla” es la buena o lo es la mía. –. Ha sido una parrafada demasiado larga. Me recuesto sobre la silla y tomo aire para terminar diciendo.- Seguramente a usted mi cuadro le hubiera dicho otra cosa, pero el caso es que a mí me pidió que nos fuéramos juntos.
- Vale. –Insiste el policía del rincón.- Supongamos por un momento que te comprendo y que te entiendo. Pero sigo sin saber que pasó con el cuadro que robast… que no está donde debía estar.
- Precisamente estaba a punto de entrar en ello cuando ese señor me interrumpió. -Dije señalando con el dedo al sabueso que seguía enfrente de mí, al otro lado de la mesa.- Además, de muy malos modos, por cierto.
El aludido se revuelve de nuevo contra mí y una vez más contemplo su cara a menos de un palmo de la mía. En sus ojos veo asomarse otra vez al perro rabioso que creía apaciguado lo que me indica tres cosas. Una: que baje el dedo si no quiero quedarme sin él. Dos: Que deje de tomarme tantas confianzas y tres: que prosiga inmediatamente con la historia.
Cómo iba diciendo antes de que este amable caballero tuviera a bien interrumpirme, ella me pidió que la llevara conmigo. Como ustedes comprenderán yo no podía dar crédito a lo que me decía y se lo dije.
- Pero tú estás loca ¿Dónde quieres que yo te lleve? ¿A mi casa? Perdona pero creo que estás mejor aquí.
Me di media vuelta acompañado de un gesto de mi mano en señal de que lo olvidara y volví a sentarme en el banco donde retomé el otro asunto que tenía pendiente, mi bocata. Pero ella insistía.
- ¿Qué dónde voy a estar mejor que en entre estas cuatro paredes completamente cerradas donde no me entero siquiera si es de día o de noche? Pues en cualquier lado.
Pensé que lo mejor era ignorarla así que seguí mordisqueando mi bocadillo aunque ya sin demasiada convicción la verdad. Mientras, ella no cejaba en su intento.
- Por favor. Creo que tengo derecho a ello. Llevo siglos aquí, colgada, para ser contemplada. Pienso que ahora me toca a mí salir, ver, aprender y también, por qué no, enseñar. Si tan maravillosa y valiosa soy entonces es un desperdicio mantenerme aquí metida. Podría dar mucho más de mí si salgo y comparto por ahí. ¿No crees?
Había abandonado completamente mi intento con el bocata y la escuchaba en silencio.
- Además. –Insistía.- Después de todas las conversaciones que hemos mantenido creo que te conozco lo suficiente para pensar en que te gustaría hacer algo así. Una aventura. Una escapada. Una fuga de dos enamor…
Se interrumpió sin acabar la frase y yo levanté mi mirada que había mantenido fija en el suelo.
- ¿Qué has querido decir con eso? –Pregunté.- Insinúas que entre nosotros hay algo o sólo ha sido una especie de metáfora.
- Bueno. La verdad es que creo sentir algo por ti –Cierra sus ojos y continúa hablando.- Y a lo mejor me equivoco, pero me ha parecido notar que tú también tienes algún sentimiento por mí.
Prefiero no decir nada y vuelvo a clavar mi mirada en el suelo. Con las punteras de los zapatos juego con un trozo de entrada hecha una pelota y tirada en el suelo mientras pienso en lo que ha dicho. Desde luego no se pueda decir que sea amor pero es cierto que entra ella y yo se ha establecido una especie de relación que va más allá de la amistad o que una charla entre conocidos. La prueba es que cada día espero con anhelo nuestros encuentros y se me hace difícil pensar que podía perder estos momentos que para mí, tengo que decirlo, se han vuelto tan especiales.
- ¿Tú sabes lo que me estás pidiendo? –Digo sin levantar la cabeza y sin dejar de darle toques al papelito con el que he adquirido ya una aceptable práctica.- Significaría tener que abandonarlo todo, dejar mi trabajo, mi vida…Que, en fin, aunque no sea gran cosa lo que tengo por vida, es mía.
- Sé que es mucho lo que te estoy pidiendo y es normal que la idea de dejarlo todo te dé miedo, pero…
- No. Perdona. No me da miedo dejarlo todo, lo que me aterra es que no merezca la pena.
- Eso dependerá de nosotros. Además, ya sabes lo que dicen, que al final de lo que más te arrepientes es de los pecados que no has cometido.
La pelotita de papel hacía un rato que yacía espachurrada bajo mi suela pero yo seguía cabizbajo, con mi cabeza cómo un remolino de un desagüe tratando de digerir todo lo que me había dicho.
- Seamos felices, hagamos una locura, emprendamos una aventura. Tú y yo… ¿Qué me dices?
Una aventura… Con ella… Cometer una locura… Cómo cuando era joven… más joven, quiero decir.
La idea iba cuajando en mi cabeza y para que voy a decir que no, si es que sí, cada vez me seducía con más fuerza.
- ¡Maldita sea! ¡Hagámoslo!
Mientras el eco de mi grito recorría aún los vacíos pasillos del museo la miré y entonces pude verlo. Su escurridiza sonrisa era ahora franca, amplia y brillante.
Tardé algunos días en arreglar mis asuntos. Saqué mis ahorros del banco y convertí en dinero todo lo que me fue posible; la casa, los muebles, mi coche, unas acciones de bolsa ruinosas… el caso es que cuando lo tuve todo junto he de reconocer que hasta yo mismo me quedé algo sorprendido de lo que poseía. Un hombre que vive solo, sin familia cercana, que ha trabajado toda su vida y con vicios humildes gasta poco, así que el resultado fue que me vi con una pequeña fortuna.
Y por fin, cuando lo tuve todo preparado, una noche en la que yo tenía turno, la descolgué, le quité el marco quedándome sólo con la madera donde está pintada y nos escapamos.
De lo que pasó luego me ahorraré detalles y se lo resumiré a grandes rasgos. No dejamos continente por pisar ni hubo ciudad importante que no visitáramos. Paseamos por el París más chic y nos zambullimos en el Londres más underground. Nueva York se nos quedó pequeña, Montecarlo demasiado grande y en Florencia ella me dijo que se sentía cómo en su casa. La India nos decepcionó pero África nos resultó excitante. Fueron unos días fantásticos, maravillosos, alojándolos en los mejores hoteles, pasando por las mejores fiestas y asistiendo a los más sorprendentes espectáculos. Íbamos juntos a todos los lados, ella metida en una carpeta que yo llevaba siempre conmigo y de la que se asomaba por un borde para poder ver.
Y yo también pude ver, la vi a ella como lo miraba todo tratando de aprender, de asimilar, de comprender. Disfrutaba viendo sus expresiones, sus sentimientos, como se emocionaba, se reía, lloraba o se asustaba de lo que veía.
Todo parecía ir perfectamente o al menos eso pensaba hasta que una noche, en Barcelona, echados los dos en la cama, mirando el techo de la habitación del hotel, me lo dijo.
- ¿Qué me dirías si te dijera que quiero volver al museo?
Una descarga eléctrica no hubiera logrado una reacción más rápida. Me incorporé como con un resorte quedándome sentado y mirándola incrédulo.
- ¡¿Cómo?!
- Lo siento mucho. –Desvió sus ojos hacia la ventana abierta por donde nos llegaba el rumor apagado de las Ramblas nocturnas.- Pero lo cierto es que no me gusta nada tu mundo. No me gusta nada el ser humano.
- ¿Pero cómo me dices eso ahora? Ya sabías lo que había, habías salido antes. Creía que nos conocías.
- Creo que todo ha cambiado demasiado. Además, conocer, lo que se dice conocer, se puede decir que solamente a ti y a mi pintor y lo que he podido ver es que no todas las personas son como vosotros.
- ¿Pero por qué dices esto ahora? Creía que lo estabas pasando bien. –Hice una pausa para reflexionar.- O al menos eso pensaba al ver tus expresiones.
- Tal vez donde tú creía ver una cara de asombro era en realidad de estupor. Estupor de ver infinidad de gente hueca por dentro que se esfuerzan por aparentar lo que no son o que se esfuerzan por aparentar lo que no quieren ser. He visto mentira, hipocresía y cinismo elevado a la máxima potencia. He visto demasiada envidia y ambición entremezclada lo que resulta una mezcla demasiado nociva y sobre todo, lo que más he visto ha sido maldad. Maldad gratuita, maldad por nada, maldad por el mero hecho de hacer mal. Maldad estúpida.
Me senté en el borde de la cama dándole la espalda con la cabeza gacha. Creo que me sentía algo avergonzado, en el fondo sabía que tenía razón en lo que decía.
- Siento mucho hacerte esto pero… -Noté como la congoja atenazaba sus palabras.- Necesito volver a mi mundo creo que este ambiente me deteriora demasiado… Mira…
Me giré y lo vi. Juro que no me había dado cuenta hasta ahora, pero sus manos, sus femeninas y delicadas manos entrelazadas, estaban perdiendo el color, se estaban difuminando y cada vez podía verse con más claridad la madera sobre la que estaba pintado el cuadro.
- Cada vez va a peor y más deprisa. –Dijo.- Me parece que si seguimos así acabaré borrándome, desapareciendo para siempre. Pienso que mi única oportunidad sería volver al museo.
- ¿Estás segura de que quieres volver a aquel lugar que tanto odias?
Cerró los ojos y guardó silencio un momento como si quisiera estar segura de lo que iba a decir.
- Sí. Quiero que me lleves allí, pero…

¡Pues si te pidió que la trajeras! ¿Dónde coños está el cuadro?
Nuevamente los ojos caninos del policía que tiene la fea costumbre de interrumpirme se clavaron sobre los míos. Pienso en decirle alguna cosa como: “Por favor váyase usted a la mierda” o “Haga el favor de cerrar su apestosa bocaza”, pero por lo tenso del ambiente y como persiste en mí la impresión de que ya se me había perdonado una tanda de bofetadas, opto por dejarlo pasar y contestar a su pregunta aunque, eso sí, lo hago dirigiéndome al inspector de la esquina, al menos él parece más amable y evito mirar al cejijunto policía que permanece enfrente de mí.
- El cuadro lo tengo yo, está en un lugar seguro y sólo lo devolveré si se cumplen una serie de condiciones.
- ¡Ajá! –Exclama mi perro de presa particular dando un ágil salto lateral para situarse de nuevo en mi campo de visión.- ¡Al fin llegamos al quiz de la cuestión! ¡El dinero! ¿Cuánto es lo que quieres por devolverlo entero?
Hago un movimiento a un lado y a otro con mi cabeza con el que indico que el pobre no se ha enterado de nada y empujando un poco con mi mano sobre su hombre lo aparto para poder dirigirme de nuevo al otro policía. Sorprendentemente, el feroz sabueso se aparta mansamente bajo la suave presión de mi mano. ¿Será verdad entonces lo de, perro ladrador poco mordedor?
- Cómo iba diciendo, devolveré el cuadro sólo bajo algunas condiciones y en contra de lo que piensan algunos de esta sala, ninguna de esas condiciones es para mí.
- Explícate. –Dijo el perro listo a la vez que con un gesto ordenaba sentar al que no paraba de incordiar.-
- Ella me dijo que quería volver al museo pero que no lo haría si iba a estar en las mismas condiciones que hasta ahora. Dijo que antes que eso prefería dejarse consumir del todo y desaparecer. Al parecer su degradación es bastante rápida y no duele así que si vuelve hay que mejorar algunos aspectos.
- Tú dirás….

Cuando entro en la nueva sala del museo me quedo absolutamente entusiasmado. Es mucho mejor de lo que esperaba. La sala es amplia, espaciosa, con una luz clara y ligeramente avainillada que confiere al ambiente una grata calidez. Las paredes estan todas llenas de cuadros, la mayoría auténticas obras maestras de grandes genios, y en la pared frente a la puerta, en el sitio preferente de la sala se encuentra ella, con los colores más radiantes que nunca, colgada entre una ventana y un pedestal que luce en su base un gran jarrón cargadito con un precioso y espectacular ramo de flores.
Me dirijo directamente hacia a ella y según me acerco puedo ver, clara y hermosa, una gran sonrisa que brilla en mitad de su cara.
- Espero que esté todo a tu gusto. –Le dije cuando me puse a su altura. - Por lo que puedo ver han cumplido con todo lo acordado.
- ¡Oh sí! Está mejor que bien. –Se la notaba feliz y empezó a ennumerar todos los cambios como si fuera una niña que está contando lo que le acaban de traer los reyes magos.- Ya no estoy sola y me rodean un montón de nuevos amigos ¿Ves? También se han limitado las visitas. Ya no son masificadas como antes y prácticamente sólo vienen investigadores y artistas, gente que sabe lo que viene a ver y con la que puedes exponerte a gusto. Y sobre todo, lo mejor, esta ventana por donde entra aire y luz y puedo ver si es de día o de noche y escucho el rumor de la vida… ¡Es fantástico!
- Me alegro de que te guste.
- Mira. –Me dijo en un tono de contar secretos e indicandome con sus ojos hacia el pedestal con el jarrón.- Hasta me ponen flores todos los días. Si eso no lo habíamos pedido.
- Eso lo pedí yo. Fue una de las dos condiciones que puse por mi cuenta.
Ella me mira y me obsequia con la mirada más tierna que haya visto en mi vida.
- ¿Dos condiciones? Y cuál es la otra.
- El poder venir a verte antes de… Antes de marcharme.
- Siento mucho todo lo que te ha pasado por mi culpa. ¿Qué te va a pasar ahora?
- ¡Bah!… No va a ser tan malo como pensaba. –Levanté los hombros con indiferencia.- Cómo te he devuelto pienso que no serán muy duros conmigo. Creo que me espera una pequeña, coqueta y blanca habitación acolchada en alguna residencia. –Con los dedos hice la señal de comillas para la palabra residencia.- El contar la verdad de la historia, que tú me lo pediste y todo eso, creo que ha ayudado en la decisión.
Ella cierra los ojos, yo bajo la cabeza y se hace un incómodo silencio que decido atajar.
- Bueno. Tengo que irme. Afuera me espera una ambulancia para llevarme… -Levanto la mano y muevo el dedo en círculos al lado de mi sien.- Ya sabes... Con sirena y todo… Iu Iu Iu…
Ella sonríe.
- Una vez más te agradezco todo lo que has hecho por mí y espero que pronto puedas regresar y que charlemos. Sigues siendo el único humano con el que he encontrado la suficiente confianza como para poder hacerlo. Y tengo el presentimiento, después de lo que he visto, de que nunca más podré volver a confiar en nadie… Ni a querer a nadie tampoco.
Doy un paso hacia delante, acerco mis labios a los suyos y cierro los ojos. Espero encontrar el tacto seco, áspero y rugoso del óleo pero no es así. En su lugar siento unos labios húmedos, tiernos, suaves, como los de cualquier mujer hermosa y es que ella lo es.
Abro los ojos para ver una lágrima furtiva que resbala por su mejilla y que yo, con toda la ternura de la que soy capaz, recojo en mi dedo pulgar.
- Volveré, no te preocupes. Seguro que tendremos muchas cosas que contarnos. Aunque eso sí, la próxima vez seré sólo un visitante más.
- Te estaré esperando entonces. Adiós.
- Adiós.
Me doy media vuelta y comienzo a atravesar la sala en dirección a la salida. Puedo oír de nuevo el eco de mis pasos resonar en la amplia sala. Supongo que ésta es la última vez que escucharé este, para mí, tan familiar sonido.
Estoy cerca de la puerta cuando la escucho a ella.
- Espera un momento. Por favor
Me paro en seco y me giro para mirarla.
- Tengo que preguntarte algo antes de que te vayas. Y lo cierto es que me asusta lo que me puedas contestar.
- ¿De que se trata?
- Cuando te propuse lo de escaparnos me dijiste que no te importaba dejarlo todo, pero que te aterraba hacerlo y que no mereciera la pena. –Hizo una pausa como para tragar saliva.- ¿Crees que te ha merecido la pena?
- Hasta el último segundo.