lunes, 30 de enero de 2012

Mantenerse Firme

El hombre avanza despacio por mitad de la calle, lejos de los lados del camino, lentamente, despacio, a ritmo cansino. Lleva la cabeza baja, los hombros caídos, la espalda encorvada y las manos en los bolsillos. Apenas es capaz de levantar sus piernas en su pesado andar y arrastra los pies costosamente empujado más por un primitivo y animal instinto de supervivencia, que por su propia y consciente voluntad. Camina recto, siempre recto,  sin rumbo, sin dirección fija, sin saber siquiera a donde va y es que ¡cómo va a saber a donde va si ya no recuerda de donde viene!
A veces detiene su pesado caminar, mira hacia atrás y tan sólo ve un largo y desierto camino lleno de monotonía, aburrimiento, anodino, que termina, allá muy lejos, en un difuso horizonte lejano que, aunque lo recuerda hermoso, cada vez es más lejano y cada vez más difuso.
Entonces mira a su alrededor y tampoco le gusta lo que ve. Desprecios, silencios, mentiras, humillaciones, crueldad. Allí no puede quedarse y debe avanzar. Pero contempla el paisaje que alcanzaba a ver en frente de él y tampoco le resulta nada prometedor. Y no resulta nada prometedor precisamente por eso, porque no se alcanza a ver nada. Ni siquiera se llega a ver un destino, siquiera un horizonte, ni lejano ni difuso que le indique que allí, tal vez, pueda estar el final de su eterno y pesado camino.
Ni tan siquiera le queda ya la opción de rendirse. Primero porque no es hombre que se rinda fácilmente y segundo porque no sabría como hacerlo. ¿Cómo se rendía uno en su lugar? ¿Dejar de caminar y dejarse morir? ¿Acercarse a lo que veía a su alrededor y dejarse hacer, aguantar humillaciones? Pero ¿Para qué? ¿A cambio de qué? ¿De un poco de falsa comprensión, de afecto fingido? No, prefiere aguantar, mantenerse firme en su postura, manteniendo eso sí la mayor distancia posible entre él y aquello que pretenda hacerle daño, pero firme, siempre firme. Firme a pesar de todo, a pesar del cansancio, del hastío, del hartazgo. No importa que su esperanza haya quedado desgajada, hecha jirones enganchada en las duras y cortantes aristas del camino. Aún le queda su instintiva determinación para seguir manteniéndose firme y su imaginación para soñar con el final del camino que le gustaría hallar. Y si no lo hallara, sabe que al final dará con el destino al que todos llegamos algún día y entonces ya, definitivamente, podrá descansar, relajarse.
Pero de momento hay que mantenerse firmes, firmes, firmes... Siempre firmes.