lunes, 3 de enero de 2011

Una Historia más

Estábamos acodados en la barra del bar, sentados en unos altos taburetes y con las espaldas cargadas sobre nuestras respectivas copas de whisky cuando mi amigo me espetó la pregunta. Así de repente, sin avisar ni nada.
- ¿Oye. Tú crees que cuando nos morimos vamos a algún lado?
Me quedó pensando un rato sin decir nada tratando de digerir la pregunta, nada sencilla ni banal cuando quien te la hace acaba de ver morir a su padre en la cama de un hospital y además tú tienes cuatro whiskies entre pecho y espalda que te espesan la cabeza pero que pueden aligerarte la lengua.
- ¿Por qué no me contestas? ¿No has oído lo que te he preguntado?
Claro que te he oído –pienso- Te he oído alto y claro maldita sea. Es más, me siento como el que acaba de notar un impacto de bala sobre su cuerpo y algunos segundos más tarde escucha el sonido del disparo que le ha abierto el pecho, es en ese momento, cuando lo ha oído, cuando el infeliz empieza a comprender verdaderamente en el lío en el que está metido. Como me está ocurriendo a mí.
- La verdad es que no sabría que contestarte. –Digo mientras hago una seña al camarero para que nos traiga otra ronda con la intención de emborracharnos lo suficiente como para no tener que entrar en ese jardín.- Creo que es más bien asunto de religiones y de las creencias de cada uno.
- Sí ya. Pero por eso precisamente te he preguntado qué es lo que crees tú. –Me insiste señalándome con su dedo que a duras penas logra que apunte en mi dirección.-
Apuro el último trago de la copa en el momento en que el camarero nos trae las dos nuevas y saco un cigarrillo que enciendo y al que doy una profunda calada antes de comenzar a hablar.
- Mira. La verdad que no sé muy bien lo que pienso sobre el tema, pero te voy a contar una historia que me sucedió a mí hace algún tiempo. –Otro trago al whisky y otra profunda calada como efectiva pausa dramática y también para coger fuerzas antes de continuar.- Hace unos años tuve un perro.. No era muy grande con el pelo largo y todo blanco menos una mancha color canela en su ojo izquierdo y en su lomo. Era precioso pero también leal y obediente. Se puede decir que crecimos juntos y nuestro nivel de entendimiento llegó a ser tal que sólo necesitaba mirarle para saber que le pasaba y a mí me bastaba un ligero movimiento de cabeza o un pequeño ademán con la mano para que él supiera que era lo que yo quería. Ha sido el ser vivo con el que mejor me he entendido nunca y te juro que llegué a quererlo más que a mi madre.
Hago una pausa. Otro trago y otra calada. Ahora viene el momento de los recuerdos duros y dolorosos.
- Pero los años pasaron y se hizo mayor. Se quedó ciego y apenas podía moverse pero aún así seguía saliendo a recibirme, dándose con las paredes y cojeando, pero moviendo su cola diciéndome que se alegraba de que yo estuviera ahí. El pobre se fue apagando y consumiendo poco a poco hasta que ya no aguantó más, sus patas dejaron de obedecerle y no me quedó más remedio que llevarlo a sacrificar. Fue un mal trago el que pasé como el que pasé también enterrándolo con mis propias manos, en el campo, debajo de un árbol donde solíamos ir y donde le gustaba tumbarse a su sombra. Allí nos separamos después de 15 años.
Suelto el humo de la última bocanada del cigarro mientras que con cierta rabia aplasto la apurada colilla en el cenicero.
- Si… Bueno… -Dice mi amigo ofreciéndome otro cigarro y acercándome su mechero para encenderlo.- Triste, muy triste. De verdad. Pero y qué…
- Ahora viene a lo que voy. -Me quedó un instante mirando el vaso de whisky que sujeto con mis manos haciendo sonar los hielos que flotan en su interior dudando de continuar. Tomo aire, doy un largo trago y decido seguir hablando.- Al cabo de un mes o así me acerque hasta donde lo enterré. Naturalmente seguía todo como lo había dejado, no esperes que en esta historia salga un perro zombie o algo así. –En el rostro de mi amigo se dibujó media sonrisa. Al menos algo ya he logrado, pensé.- Lo que ocurrió es que empecé a recordar los recibimientos que me hacía cada vez que me veía y mi cabeza comenzó a imaginar que la tenía a mi alrededor en ese momento, saltando y brincando dándome con sus patas delanteras en mis piernas mientras movía alegremente su rabo. –Hice una pausa tragué saliva y continué.- Te prometo que tuve la sensación, una sensación muy real, de que estaba allí mismo, conmigo. La sensación de que sentía sus patas dándome en mis piernas, mientras se movía nervioso y agitado como solía ser. Te juro que aquello me pareció muy real.
Observo a mi amigo de reojo y veo en su mirada cierto aire de escepticismo, como si estuviera viendo a un loco o a un borracho. O las dos cosas, como pensaría yo en su lugar. Pero antes de que pudiera decir nada continué hablando.
- Fue cosa de mi imaginación, eso lo tengo claro, pero te aseguro que la experiencia fue bastante reconfortante, después de aquello tengo la extraña sensación de que mi perro, esté donde esté o como esté, se encuentra bien, que está en un buen sitio, en un… lugar mejor.
La cara de mi amigo ha pasado del escepticismo al asombro.
- O sea. Me estás diciendo que sí que crees que existe un más allá.
- En absoluto estoy diciendo eso. Lo que te estoy diciendo es que de vez en cuando me gusta engañarme a mí mismo, usar mi imaginación y pensar que existen cosas que no existen y que pasan cosas que no pasan. Parece una tontería, pero alivia y reconforta. A veces uno necesita construirse su propio mundo... O como en este caso, el del más allá.
- Supongo que esto, en su día, te ayudará a sobrellevar mejor tu muerte.
- Oh no. No lo creo para nada. –Niego rotundamente con la cabeza mientras apuro la copa.- La muerte es un mal rollo y una enorme putada inevitable. Lo que si creo es que esto ayuda a sobrellevar mejor tu vida. Que no es poco.
Quedamos los dos en silencio durante un largo que se me hizo largo, cabizbajos, mirando nuestras copas que reposaban ya vacías sobre la barra. Habrá que tomarse la última ronda –Pensé.- pero justo en el momento en que iba a levantar la mano para avisar de nuevo al camarero mi compañero se me adelantó.
- ¡Camarero! Traiga dos de lo mismo y una copa de anís.
Me quedo mirándole extrañado y él parece ignorarme hasta que por fin le pregunto.
- ¿Una copa de anís? Te advierto que dicen que es muy malo mezclar. Además pensaba que a ti el anís no te gustaba.
- No tengo intención de bebérmela ni me gusta el anís. Le gustaba a mi padre, era lo que solía tomar. –Me dijo manteniendo la cabeza agachada mientras una larga lágrima resbalaba por su nariz hasta ir a caer sobre la barra.- He pensado que podía invitarle a una copa ya que en vida, aunque me hubiera gustado, nunca llegué a hacerlo.
Sin levantar la cabeza hace un gesto encogiéndose de hombros y puedo ver como sus ojos siguen llorando pero también veo como sus labios comienzan a dibujar una mueca que se parece bastante a una sonrisa.
Cuando llega el camarero con las consumiciones pago toda la cuenta y de un solo trago termino mi nuevo y último whisky. Me levanto de mi taburete, me desperezo y me doy me doy media vuelta.
- Creo que será mejor que os deje solos.
Dije acompañando mis palabras con par de afectuosas palmadas sobre los hombros de mi amigo.
Así, de este modo, dirigí mis etílicos pasos hacia la salida del bar, sin darme la vuelta para mirar atrás e imaginando que, en la barra que dejo a mis espaldas, en vez de mi amigo junto a un taburete vacío y una copa de anís, se encuentran un padre y un hijo compartiendo alcohol y confidencias como si fueran un par de viejos amigos que se han vuelto a encontrar después de un tiempo separados.
Mi amigo, aunque sus ojos siguen anegados en lágrimas, luce una franca sonrisa en su rostro, y yo también. Yo también.



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