viernes, 16 de febrero de 2007

No Quiero Estar Aquí


¿Qué es lo que ocurre? ¿Por qué esas personas corren hacia mi? Vienen gritando, algunos a caballo y traen palos consigo. No me gusta nada, será mejor que yo también eche a correr por si acaso.

Me persiguen, no consigo deshacerme de ellos. Pero noto algo raro en su persecución, creo que no me quieren coger, sólo me van dirigiendo, me van encaminando a donde ellos quieren. ¿Qué pretenden? Allí veo a otros como yo en mi misma situación. Corren, no saben muy bien porqué pero corren y todos nos vamos dirigiendo poco a poco al mismo lugar, hacia un viejo camión que nos espera con su portón trasero abierto.

Veo como hacen subir, a golpes de vara, a otro antes que a mí y con el mismo trato me obligan a subir a mi también. A fuerza de varazos me veo dentro del camión. Jadeando y asustado retrocedo hasta donde puedo y observo con terror como cierran la puerta dejándome en semipenumbra.

De pronto comenzamos a movernos. La arrancada es brusca e inesperada y tengo que asentarme bien para no caer. Mi cuerpo se adapta al movimiento, consigo equilibrio y es entonces cuando trato de tranquilizarme. Tengo que empezar a pensar. Estoy en la trasera de un camión porque unos personas de muy malos modos me han metido aquí. ¿Y que narices voy a pensar? El sitio es pequeño, apenas puedo moverme, hace calor y está completamente cerrado a excepción de unas aberturas en la parte superior por donde entra algo de aire y luz. De momento veo imposible salir de aquí.

Un gran tablón de madera me separa del otro al que vi subir delante de mí. Le oigo quejarse y moverse pero no puedo verlo, nos tienen aislados. Trato de hablar con él pero no obtengo respuesta.

La carrera, el calor y el miedo han secado mi boca pero no tengo nada para beber y mucho menos para comer. Lo único que hay en el habitáculo es algo de paja amarilla y seca esparcida por el suelo.

No sé lo que duró el viaje, llevaba mi cabeza demasiado ocupada pensando en lo que estaba sucediendo, hasta que sin darme cuenta, llegó un momento en que comenzamos a aminorar la marcha hasta detenernos del todo.

Oigo voces fuera, andan en la puerta y yo retrocedo hasta chocar con la madera y expectante me quedo mirando a ver que ocurre.

El portalón se abre con gran estrépito y la luz que entra de golpe me ciega unos instantes. Escucho más golpes y más gritos, esta vez muy cerca de mi y sin pensarlo dos veces, casi instintivamente, salgo de un salto dispuesto a enfrentarme a lo que sea. Pero no encuentro a nadie, estoy solo en un pequeño y estrecho pasillo que sigo hasta desembocar en una especie de patio, con altas paredes y donde al menos, se puede ver el azul del cielo.

Me quedo un instante a la expectativa esperando lo peor, pero nada ocurre. Tan sólo que detrás de mi, empiezan a llegar, los que supongo que habrán sido mis compañeros de viaje.

Estamos todos asustados, nos miramos de reojo, se nota que no confiamos los unos en los otros y apenas intercambiamos palabra alguna.

Al menos, en aquel lugar, teníamos algo para beber y comer y pude remojar mi cada vez más reseco paladar.

Pronto la noche se cierra sobre nuestras cabezas y la oscuridad más total nos rodea. Busco un rincón cómodo y discreto para tratar de descansar y dormir un poco pero la noche se convierte en un duermevela inquieto en donde los recuerdos de mi hogar me asaltan.

Amanece un día claro, soleado y la jornada transcurre tranquila, sin demasiados sobresaltos, tan solo algunas personas que nos tiran algo de comida desde arriba.

Pero de repente, bien avanzada la jornada, empieza a escucharse un gran jaleo que poco a poco va en aumento. La parte de arriba de aquella especie de patio comienza a llenarse de gente que nos miran y nos señalan con el dedo. Oigo como hablan dirigiéndose a nosotros pero no logro entender nada de lo que dicen. ¿Qué quieren de nosotros?

Con largas varas, desde arriba, empiezan a empujarme y a separarme del grupo dirigiéndome hacia una puerta que se comienza a abrir a medida que yo me acerco. A base de empellones acabo por atravesar aquella puerta y cuando traspaso del todo su umbral, se cierra tras de mi. Quedo a oscuras, el terror me asalta de nuevo. No sé a donde dirigirme, la espera se me está haciendo angustiosa. Se abre una puerta frente a mi. Ahora entra demasiada luz, apenas puedo ver.

Me quedo quieto, expectante, en guardia y poco a poco consigo vislumbrar la silueta de una persona que está donde comienza la claridad. Veo que me hace señas moviéndose de una forma rara, grita y agita un trapo enfrente de mi.

¡Ya no aguanto más! Voy hacia él dispuesto a todo. Lo que tenga que ser, que sea, venderé cara mi vida. Pero justo cuando llego a su altura se aparta y me esquiva. Me detengo y observo lo que hay alrededor. Estoy en mitad de una plaza redonda, llena de personas gritando y aplaudiendo, se oye música y la algarabía es casi insoportable. Enfrente de mi, una persona con un curioso vestido que despide mil reflejos, me agita un trapo rojo y yo, sin pensarlo, me vuelvo a lanzar contra él.

A partir de aquí, todo es dolor y confusión. Me clavan hierros en el lomo que me hacen sentir un lacerante e insoportable dolor. Yo trato de defenderme y les embisto una y otra vez con mi poderosa cornamenta por delante, pero en cada embestida consiguen evitarme y a cambio recibo dolor, mucho dolor.

Los hierros cuelgan de mi cuerpo y mi sangre resbala hasta mezclarse con la amarilla arena. Estoy exhausto, me detengo y por la boca se me escapa una densa mezcla de babas y sangre. No puedo más, deseo que esto acabe. Echo de menos mi pradera de fresca hierba, la encina que me daba sombra y el fresco arroyo donde bebía. Aquello es mi casa, mi hogar. Yo estaba allí tan tranquilo, sin hacer daño a nadie y no quiero estar aquí.

El del traje brillante se acerca y se vuelve a parar delante de mí. Me pone delante del hocico el trapo y levanta una mano donde veo que lleva un largo hierro que apunta hacia mi.

Está bien, entonces esto será él o yo, o todo o nada.

Arranco empleando las exiguas fuerzas que me quedan, voy a por él con toda mi furia por delante, si le pillo, juro que lo parto en dos. Pero de pronto noto que algo ardiente atraviesa mi cuerpo. Me ha roto el alma y hasta el respirar me quema. La sangre sale a raudales de mi boca y con ella siento que se va mi vida.

Echo de menos mi encina.... No quiero estar aquí.....

1 comentario:

  1. Usamos aquella expresión que dice algo así como: "no dejar que te toreen", refiriéndonos a no dejarnos vapulear por nadie. Está claro que si alguien nos torease en un sentido más figuradamente acertado, estaríamos hablando de no dejarnos asesinar, cosa menos facil de evitar y totalmente ilegítima, como es lo es el toreo.

    Sugiero ajustar un poco más el ornamento del torero y pasarlo a llamar traje de pocas luces mas bien...

    ResponderEliminar