Es reconfortante llegar a casa después de una jornada de trabajo bien hecho. La calidez del hogar, el olor de la cena que tu mujer está preparando y que llega desde la cocina . El perro, siempre fiel, y que es el primero en venir a saludarte moviendo alborozado su cola. Mis dos hijos pequeños, que vienen corriendo detrás del animal, empujándose y dándose codazos por el pasillo para ser el primero que logre dar un beso a su padre. En fin, creo poseer lo que cualquier persona normal desea tener, una vida honrada.
-Hola cariño, ya estoy en casa. –Grito a la vez que me arrodillo para recibir en mis brazos a los dos pequeñuelos que llegan en un ajustado empate.-
-Hola cielo, ya está la cena. Puedes sentarte que cenamos.
Voy primero al baño y me lavo las manos, la higiene es una norma de educación ineludible en esta casa.
Llego a la mesa y todos están sentados, esperando, hasta que yo no me siento en la mesa, la cena no comienza.
Bendigo la mesa, siempre hay que agradecer a Dios las bondades con las que nos ha regalado. Acabo la oración y me fijo en que hay lasaña, es uno de mis platos preferidos y es que además, a mi esposa le sale de maravilla.
-Me acostumbras mal con estás cenas. –Le digo mientras le doy un beso de agradecimiento.-
Sonríe tímidamente, después de diez años de casado, todavía se sonroja cuando le demuestro mi afecto.
Nos sirve a todos y comenzamos a comer.
-Esta mañana he estado hablando con el párroco. –Me dice entre trozo y trozo.- Quiere que el próximo Domingo, en la iglesia, hables tú durante la homilía. Ya sabes lo que te aprecia y el alto concepto en el que te tiene. Dice que si todos los predicadores tuvieran tu oratoria, no habría ningún no creyente.
-Vaya, me halaga. –Me lleno de orgullo con esas palabras. La comida me sabe a pura satisfacción por la buena posición que ha logrado.- Dile que no faltaré. Precisamente, me va a venir bien esta oportunidad, porque estaba pensando en proponer que formáramos un equipo de fútbol con los chicos del barrio, y esta ocasión me viene que ni pintada para proponérselo a todos. Espero les parezca buena idea.
-Claro que les parecerá buena idea. Desde que te nombraron presidente de la asociación de vecinos del barrio, las cosas han mejorado mucho.
Mientras hablamos, el más pequeño juega con la comida. No tiene mucha hambre y trastea con el tenedor en el plato. El poco control que tiene de sus pequeñas manos hace que el cubierto se le caiga al suelo, manchando además, el mantel con la comida.
-¡Ay este niño! –Vocea su madre.- ¡Cuándo comenzará a comportarse en la mesa¡
Y acto seguido le da un ligero coscorrón en el cogote, haciendo brotar las lágrimas del niño, más por lo inesperado del golpe que por la fuerza del cachete.
-¡Te he dicho que no me gusta que pegues al niño! –Le espeto a mi mujer.-
-Si ni siquiera le he rozado. –Se defiende ella.- Además, un cachetín de vez en cuando no le hace ningún mal.
-Ya sabes que no estoy de acuerdo con eso. –Le digo y me dirijo al niño que me mira con los ojos llenos de lágrimas y moqueando.- Recoge el tenedor y comete lo del plato sin rechistar.
Se baja de la silla mientras se absorbe los mocos tratando de aplacar su llanto. En ese momento suena el teléfono de casa, creo que se me acaba la cena.
Mi mujer se levanta y contesta. Después de oírle decir apenas un par de monosílabos por el auricular, cuelga y se dirige a mi.
-Era de la oficina. Dicen que si puedes ir un momento, que tienen un asunto entre manos que se les está resistiendo y creen que tú eres el más indicado para resolverlo.
Termino apresuradamente lo poco que me quedaba de la lasaña, doy un trago de agua y me dirijo a por el abrigo.
-Siempre tú, siempre tú. –Oigo quejarse a mi mujer cuando estoy abriendo la puerta.- ¿No hay nadie que pueda hacer tu trabajo? Siempre es la misma historia. En fin cariño, procura no tardar.
-No tardaré, ya sabes que soy el mejor en lo mío. –Cierro la puerta tras de mi, monto en el coche y salgo volando para la oficina.
Cuando llego veo que me están esperando en la puerta. Tras el breve saludo de rigor nos dirigimos a la sala donde se trata el asunto.
Allí veo a otras dos personas que miran por un amplio ventanal de cristal, de esos en que nosotros podemos ver la otra habitación y el del otro lado ve un espejo. Se percatan de mi presencia se giran y el más mayor me habla.
-Perdone que hayamos interrumpido su cena, señor. Llevamos un rato con este asunto y no hemos sido capaces de avanzar. Necesitamos solucionarlo esta misma noche. Mañana, tal vez, ya no nos sirva.
Me acerco y miro. A través del cristal veo otra sala donde, en el centro, un hombre se encuentra atado a una silla, con sus brazos por detrás del respaldo. Parece joven aunque no puedo asegurarlo. Tiene un ojo completamente tumefacto, sangra por la boca, tiene la nariz rota e incluso veo un diente que reposa en su pecho, sobre su camisa ensangrentada.
-¿Pero qué demonios es esto? –Grito enojado.- ¡Menuda una chapuza! ¡Mira que os digo que no les golpeéis en la cara. Si durante un interrogatorio, le rompéis la mandíbula, ya no podrá hablar y no os servirá de nada! Además como lo vea alguien en ese estado nos traerá problemas.
-No creo que esta vuelva a salir de aquí, además, podemos decir que se ha caído y ya está... esas cosas pasan ¿no?. –Dice uno de los presentes al que le acompañan unas risitas de los demás.-
-¡Pues a mi no me hace ninguna gracia! – Cesaron las risas de golpe.- Mira que os trato de explicar y nada. Al final, lo de siempre, a molestarme cuando estoy en casa.
Se hizo un respetuoso silencio.
-A ver, tú y tú. –Le digo a los dos que tenía más cerca.- Desnudad al sujeto y vendarle los ojos.
Me obedecen con rapidez. Aunque son cortos de luces, son gente eficiente. Cuando al fin lo veo todo preparado entro en la habitación y mis subordinados se hacen a un lado.
El ambiente está cargado, huele a sangre, orín y sudor. El hombre oye que alguien entra y se pone alerta. Levanta la cabeza y la gira a un lado y a otro, trata de percibir lo que sucede alrededor. La oscuridad es poderosa, ya está empezando a sentir miedo. No sabe quien, ni cuantos, ni por donde vienen y eso causa pánico. Además si añadimos que está desnudo su sensación de indefensión aumenta y lo hace, si cabe, aún más vulnerable.
Me dirijo a una mesa donde veo varios utensilios. Miro y elijo una pequeña maza de albañil, cuadrada y robusta, como de un kilo de peso. Esto está bien, quiero volver a casa lo antes posible.
Me acerco a él y empiezo a girar a su alrededor, despacio pero firme, que oiga mis pasos. Noto que me siente, huelo su miedo empieza a respirar más fuerte y a sudar en abundancia. Yo guardo silencio y sigo moviéndome cerca de él.
-¡Quién es usted! –Chilla.- ¿Qué es lo que quieren de mi?
Aprovecho sus gritos para detenerme. Ahora ya no sabe donde estoy. Está desorientado, trata de localizarme en su oscuridad y empieza a gimotear. De pronto, me agacho y con la maza le golpeo con todas mis fuerzas en el dedo gordo de su pié, dejando el hueso y la uña aplastados en el suelo.
Su grito suena desgarrador, se retuerce, levanta los pies, llora. Le dejo así un rato, que se concentre en su dolor, que lo sienta. Al cabo de un instante, noto como el daño se va disipando. Ahora, el dolor infernal que siente, comienza a transformarse en un agónico terror y empieza a preguntarse donde estoy y cuando le voy a dar el siguiente golpe. El mazazo se lo descargo en la rodilla y oigo como le cruje el hueso. Él vuelve a gritar, a gemir, a aullar.
-¿Qué es lo que queréis de mi? -Solloza con desolación.- ¡Dejadme en paz! ¡Por favor!
Vuelvo a esperar un instante, vuelvo a dejar que se diluya un poco el dolor, que note algo de alivio y que el miedo se apodere de nuevo de él y de repente, otro golpe más, con más rabia aún y esta vez en la misma rodilla de antes, sobre la herida recién abierta.
El grito es atroz. Miro a mis ayudantes y a los dos los veo, observando la escena, blancos y mudos.
-¡Está bien, está bien!-Gimotea el reo cuando consigue dejar de chillar.- Lo diré todo, daré todos los nombres, lo contaré todo. –Grita y llora envuelto en lágrimas y babeando sangre por su boca anormalmente abierta.-
Bueno, esto se acabó.
Salgo de la habitación satisfecho. También veo la cara de satisfacción en mis compañeros y sonrío. Me encanta mi trabajo, soy el que mejor lo hace y la gente lo valora.
Me pongo el abrigo y miro el reloj, como pensaba lo he solucionado rápidamente. Todavía puedo volver a casa y tal vez los niños estén despiertos, me apetecía poder jugar con ellos un poco antes de acostarme. Si están dormidos, pues veré la televisión un rato con mi esposa y después a la camita, a dormir a pierna suelta, que mañana me espera otro día de eficiente trabajo.
Aunque parezca increíble, estamos rodeados de estos “ciudadanos modelos”. Este caso, tal vez sea demasiado extremo y explícito(o tal vez no) pero hay multitud de personas que en sus trabajos y en su vida diaria, con sus actos y decisiones, consiguen que los demás estemos cada día un poco peor y más incómodos en nuestras vidas. Además, con el agravante, de que son conscientes de las repercusiones de sus actuaciones y a pesar de ello siguen durmiendo tranquilamente.
A pesar de todo, me consuela saber, que estos tipos no es que sean más fuertes, ni más listos, sencillamente es que son mucho más miserables que los demás.
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