viernes, 22 de junio de 2007

¿Libertad?

El autocar avanza deprisa por el negro asfalto de una autovía que parece nueva. Llevo la cabeza apoyada en la ventanilla, sin perder de vista la blanca raya del arcén que se desliza veloz junto a nosotros y voy pensando en el último autocar en el que viajé. Sus asientos tenían unos respaldos que sólo llegaban a la mitad de la espalda y el skay con el que los forraban te hacía sudar solamente con mirarlo. Nada que ver con estos asientos altos y forrados de confortable tela muy agradable al tacto. Antes tampoco tenían servicios y mucho menos televisión y el viaje que antes no hacías en menos de siete horas, ahora te lo ventilas en dos y media. Desde luego, mucho han cambiado las cosas en estos veintitantos años. Y lo de veintitantos lo digo no porque sea una forma de hablar, sino por que más o menos a partir de los quince años de cárcel, dejé de contar los días que pasaba preso. A ciencia cierta sólo sé que entré en la cárcel con treinta y ocho años y ahora, creo, que tengo sesenta y dos.

Fue un feo trabajo el que me llevó preso y en el que no debí de haberme metido, pero malas compañías y un vicio chungo que me martirizó durante años me empujaron a hacerlo. En teoría tenía que haber sido un “trabajito sencillo”. La sucursal se encontraba en un barrio, estaba poco vigilada, con buenas vías de escape y sabíamos con seguridad el día y la hora en que encontraríamos la caja llena. Pero ni la sucursal estaba poco vigilada, ni las vías de escape eran tantas como parecían (lo del dinero no llegué a averiguarlo nunca). El caso es que la cosa se complicó un “poquito” y hubo cuatro muertos, entre ellos un policía y mi socio en el asunto. Así que sólo quedé yo para chuparme el marrón y vaya si me lo chupé. A pesar de que yo no disparé un solo tiro (¡si ni siquiera iba armado!) el hecho de que muriera un policía hizo que recayera sobre mí todo el peso de la ley.

No tengo nada claro lo que voy a hacer ahora. Me siento viejo y cansado. Nunca me casé, no me queda familia y tampoco tengo una vida fuera de la cárcel. He sacado un billete para la ciudad donde nací. No espero encontrar a nadie, ni nadie me espera, pero espero que el poder ver algún lugar familiar y reconocer algo de mi antigua vida me ayude en mi nuevo camino.

Recuerdo cuando el director de la prisión entró en mi celda para hablar conmigo. Su sonrisa reflejaba la excitación de alguien que cree que va a dar una buena noticia.

-Has cumplido con la sociedad, tu condena ha terminado. –Me dijo en un tono paternalista como el que manda a su hijo, que se ha hecho mayor, a que se busque por ahí la vida.- En dos días puedes irte.

-¿A dónde coños voy a ir yo? –Le espeté sin mucho miramiento.-

-No lo sé… -La sonrisa se esfumó de su cara, sin duda esperaba otra reacción por mi parte.- Pues fuera de estos barrotes a disfrutar de la libertad y rehacer tu vida.

-Tener libertad no significa necesariamente tener muchos metros para moverse. Y la única vida que tengo, está aquí dentro.

Decididamente no era esa la contestación que esperaba.

-¡Hay que joderse lo raro que eres, nunca he visto a nadie como tú! –Visiblemente enfadado se dio media vuelta a la vez que sentenciaba.- Me trae sin cuidado lo que hagas fuera. Recoge tus cosas. En dos días te vas de aquí. ¡Porque lo digo yo!

Sonrío con amargura al escucharle. Llevo toda mi vida escuchando ese tipo de poderosas razones… “¡Porque lo digo yo!”, “¡Porque es así y punto!” “¡Porque si no, atente a las consecuencias!” y lo cierto es que esto, de siempre, me ha convencido más bien poco. Es más, basta que me esgriman estas razones, para que mis oídos se me cierren aún más. Aún sigo esperando a alguien, que cuando venga a decirme lo que debo de hacer, las razones que me dé sean claras, tangibles, lógicas y no suenen a una amenaza.

Y lo de “recoge tus cosas”… Eso también tiene su guasa. Después de todos estos años, “mis cosas” caben en la pequeña mochila que, en estos instantes, llevo sobre mis rodillas y que miro con desesperanza.

Estoy llegando, enfilamos la última pendiente que da la entrada a la ciudad. ¡Cielo santo cómo ha cambiado todo! Lo que antes era un gran descampado donde podías alargar la vista hasta el infinito, es ahora una mole monstruosa de ladrillos y cristal que pinta de feo marrón el paisaje y lo aprisiona de tal forma que tienes que levantar la cabeza y estirar el cuello para poder ver el cielo.

Me ha bajado del Bus y he dejado atrás la estación. No reconozco nada, me siento como un extranjero que no conoce la ciudad por la que se mueve, peor aún, me siento como un alien que no sabe nada de este extraño mundo al que ha ido a parar por casualidad.

Mis pasos, no sé si consciente o inconscientemente, me han llevado al barrio donde nací. Esperaba poder ver la larga calle de tierra con sus casas bajas, casi chabolas algunas, donde pasé mi corta infancia pero nada de eso queda ya. En su lugar, ahora es una larga avenida bien asfaltada flanqueada por altos edificios plagados de diminutas ventanas que, de algún modo, me recuerdan a la galería de donde vengo, con varias alturas y en cada piso largas filas de pequeñas puertas con barrotes, la diferencia es que estas no tienen barrotes. Es más, cuanto más observo a mí alrededor, más similitudes aprecio con mi antiguo cubículo al que cada vez echo más de menos.

Aún más abatido y desilusionado de lo que ya me encontraba, encuentro un parque plagado de plataneros, que aunque jóvenes, sus ramas ya dan buena sombra. Veo un banco entre dos árboles y me siento, o mejor dicho, me derrumbo en él arrojando la mochila a mis pies.

Bebo un poco de agua del botellín que llevo conmigo y sigo embobado, mirando todo alrededor como un niño pequeño en un parque de atracciones. Todo parece ir mucho más deprisa y ser mucho más ruidoso que como yo lo recordaba. Los coches, todos extraños para mi, se mueven deprisa ocupándolo casi todo, carretera y acera. La gente camina deprisa sin apenas levantar la vista, ignorando todo lo que ocurre a su alrededor. Podría ponerme en pelotas ahora mismo y me apuesto algo que nadie se daría cuenta. No me gusta, esto en que se ha convertido el mundo no me gusta.

Seguía ensimismado observándolo todo cuando un chico joven, de veintialgunos años, grande como un oso y con unos raros pantalones que parecían a punto de caérsele, se acerca por mi izquierda. Viene hablando por el móvil (parece que ahora todo el mundo tiene uno) haciendo grandes aspavientos y jurando por su madre que sus chicas son las mejores de la ciudad. Por lo que se ve, -pienso- la estupidez, como el resto de la ciudad, también ha crecido. Justo cuando pasa a mi altura, le da una patada a mi mochila que estaba a mis pies. Tal vez la tenía un poco separada de mí y ocupaba algo el camino, pero creo que el niñato se ha pasado, aunque no quiero problemas.

-Perdona. –Le digo mientras recojo la mochila poniéndola conmigo en el banco.-

-¡Maldito viejo! –Me suelta de muy malos modos, dejando su conversación a medias y encarándose conmigo.- Casi me haces caer por dejar esa mierda por ahí tirada.

Aprieto el puño para contener mi rabia. ¿Qué se creerá este niñato? Este mierda aún no había nacido cuando yo me merendaba tipejos como él en la cárcel. Decido serenarme no quiero problemas, al menos no tan pronto y lo ignoro. El chaval parece acordarse de que tiene alguien en el teléfono y haciéndome un gesto apuntando su dedo corazón hacia el cielo, retoma la conversación que llevaba.

-Nada… un asqueroso viejo que casi me hace caer… Cómo te iba diciendo… -Le escucho que va hablando mientras se aleja.-

Un montón de bilis me sube al paladar. Esto no pasaba antes. Antes respetábamos a los mayores y teníamos mucha más educación. Puede que fuéramos quinquis y chorizos pero sabíamos lo que era el respeto y la dignidad. También comienzo a añorar el respeto y la dignidad que había comenzado a ganarme en la cárcel, a base palabras unas veces y de manos otras muchas.

Intento que el mal rato no me afecte, si no me va a empezar a doler el estómago y era lo que me faltaba. Trato de tranquilizarme aunque no pierdo de vista al zagal con el que he tenido el encuentro. Se detiene al otro lado del parque, justo enfrente de mí, en un banco donde hay dos chicas sentadas y comienza a hablar con ellas. Las chavalas, apenas unas crías, no sé muy bien de que van, pero tanta carne al aire y en público yo nunca la había visto antes.

Las palabras del joven van subiendo de tono, igual que la voz de las chicas, que se han levantado del banco para estar más a la altura del muchacho y que cada vez se les está poniendo más agresivo. La agresividad va en aumento hasta el punto que le suelta un manotazo con la mano abierta a una de ellas que la sienta de culo en el suelo. La otra hace el gesto de agacharse para ayudar a su compañera y en ese momento el chaval le mete una patada en la cara que la hace caer hacia atrás describiendo un arco antinatural con la espalda. Ahora, mientras las dos chicas están en el suelo cubriéndose como pueden, el salvaje comienza a alternar las patadas, una para una y otra para la otra.

Que sencillo es hacer daño, no tiene ningún merito. En cambio que difícil es ser bondadoso. Y es que la bondad tiene que salir de muy adentro y creo que hace tiempo que las personas no nos miramos tan profundo. Mi pensamiento se ve confirmado cuando me doy cuenta que la gente que pasa cerca apenas prestan atención a lo que está ocurriendo e ignoran los gritos de ayuda de las chicas. ¡Como puede haber tanta indiferencia!

Ya no lo soporto más, me levanto, me acerco hasta donde el chico y justo cuando iba a soltar la enésima patada sobre una de las chicas le agarro de un brazo y de un tirón le hago dar media vuelta encarándomelo hacia mi.

-Pero que…

Fue lo único que le dio tiempo a decir antes de que le diera con mi puño cerrado en su costado izquierdo. Fijo que he oído crujir al menos un par de costillas. El chico se dobla de dolor abrazándose el costado y cayendo de rodillas delante de mí. Entonces, le agarro del pelo de la nuca, le tiro hacia atrás la cabeza y le descargo un puñetazo en su nariz. Bien… Por el ruido que ha hecho al romperse, creo que no se la arregla ni operándose. Quiso llevarse las manos a la nariz pero antes de que estas llegaran a tapar su cara, se coló antes mi puño en su boca y aunque yo me despellejo los nudillos, a él le saltan un par de dientes.

Buff…Hacía tiempo que no le pegaba a nadie unas hostias tan a gusto. Creo que ya tiene bastante. Le suelto y el chico cae hecho un ovillo, mientras entre gritos, se lleva las manos a la cara. Dirijo mi mirada a las muchachas que están ayudándose mutuamente a levantar. Ellas me miran y en sus ojos vidriosos de lágrimas puedo ver una señal queda de agradecimiento, yo a mi vez inclino un poco mi cabeza para devolverles el gesto y doy media vuelta para alejarme de allí.

-¡Maldito viejo! ¡Hijo de puta! –Empieza a maldecir el chaval con voz gangosa y entre gorgoteos de sangre.- ¡Acabaré contigo… Contigo y con ese par de putas! –Continúa con sus gritos mientras agita amenazante su puño en el aire.

Creo que fue en este momento cuando lo vi todo claro, pude ver mi destino y lo que debía de hacer.

Saco del bolso mi viejo pincho, hecho con un cepillo de dientes al que afilé el mango y que me ha sacado de no pocos apuros en la cárcel. Lo aferro firmemente en mi mano, me giro, avanzo un par de pasos, pongo mi mano izquierda sobre su hombro y con la derecha hinco el pincho en su pecho en un rápido movimiento de meter y sacar. Creo que le he atravesado el corazón. Apenas un leve quejido, ahogado por la sorpresa, acierta a salir de su garganta. La sangre empieza a manarle por el agujero como un surtidor al ritmo que le marca su corazón. Lo miro a la cara, veo en su mirada el terror del que ve aproximarse a la muerte y me quedo, indiferente, casi como ajeno, observándole fijamente a los ojos mientras en ellos se va apagando, poco a poco, el brillo de la vida. Ha sido rápido, apenas unos segundos.

-Bueno… -Digo mientras dejo caer el cuerpo sin vida del tipejo y guardo el pincho en el bolso.- Yo he librado al mundo de un hijo de puta y ahora quiero que me vuelvan a llevar a mi hogar.

domingo, 10 de junio de 2007

Válvula de Escape

Aspiro con fuerza las últimas caladas del porro que me estoy fumando haciendo sonar el aire entre mis dientes. Aguanto el humo en mi interior al tiempo que doy un sorbo al vaso de Cardhu con hielo que tengo sobre la mesa y cuando dejo de sentir el fuego del licor en mi garganta, convirtiéndose en una agradable calor en el estomago, permito salir de mis pulmones al humo que choca contra el portátil formando volutas multicolores al mezclarse con la luz de la pantalla.

Perfecto –pienso- mientras hago sonar los huesos de mis nudillos y sitúo las manos sobre el teclado. Me concentro un instante y es que estoy a punto de terminar la última entrega de los cuatro libros que llevo escritos. Quién me lo iba a decir a mí hace unos años, que me iba a ver convertido en uno de los escritores más famosos de este tiempo. No seré un novelista de proverbial prosa, ni mi gramática será de las más puristas que puedas encontrar negro sobre blanco, pero mis anteriores novelas llevan ya dos años en la lista de los 10 libros más vendidos y eso me ha convertido en una persona rica y famosa. Y todo gracias a un brillante momento de inspiración. Es curioso, puedes estar detrás de una gran idea durante años y dedicarle todas las horas de tu vida pero esta, si te ha de llegar, será un instante fugaz en tu cerebro, un pequeño momento en el que parece hacerse la luz y en el que todo en tu cabeza encuentra su sitio, logrando ver las cosas con una claridad meridiana. Y a mi me pasó. Estaba escribiendo una novela de intriga, una novela “negra” vulgar como otras muchas, con un policía bueno de protagonista sobre el que gira la historia y un psicópata asesino de malvado. No voy a decir que fuera una mala historia pero era sólo eso, una historia más del montón. Estaba asqueado de lo que escribía, sabía que lo que hacía no iba a llegar a ningún sitio hasta que me llegó esa inspiración. Es un momento especial, sientes que una rara felicidad recorre tu cuerpo porque intuyes que has dado con algo bueno, sabes lo que tienes que hacer y lo haces. Le di la vuelta a la historia, el policía pasó a ser un personaje secundario que termina “fiambre” en cada novela y me centré en el psicópata. Él adquirió todo el protagonismo de mis novelas. Comencé a pensar con su cabeza y a ver con sus ojos. Pero no es un personaje al uso, he creado un personaje muy especial al que nunca cogen, que es inteligente, metódico y sobre todo muy cruel. Y cuando digo “muy cruel”, me refiero a una maldad sin límites, de pesadilla. Una persona capaz de infringir los más horribles suplicios a sus víctimas mientras les mira a los ojos y ve reflejados en ellos el espanto de la muerte que se les avecina. He creado un desviado sexual con una capacidad para imaginar tales aberraciones que parezcan sacadas de la cabeza del mismísimo Satán. Resumiendo, a la gente le doy lo que más disfrutan… con la maldad. Y es que el morbo y la atracción que para el ser humano tiene la maldad y el sufrimiento sólo puede ser comparado a la atracción que les ejerce el sexo y si encima eres listo y mezcla las dos cosas, sexo y violencia, esta combinación se convierte en una máquina de hacer dinero.

Y además lo tengo demostrado. Cuanto más crueles y retorcidos imagino los asesinatos, más hago sufrir a las víctimas y más detalles truculentos escribo, la gente más compra mis libros. Incluso estoy pensando en plantear algún tipo de teorema que lo demuestre, algo así como… “El caudal de dinero que entra en mi cuenta corriente aumenta exponencialmente con el aumento en la cantidad de sufrimiento, crueldad y dolor que imprimo a mis crímenes” Tal vez me den un Nóbel en matemáticas… Bueno, ahora en serio, quiero terminar esto. Doy otro sorbo a mi vaso de “Cardhu”, enciendo un cigarro me relajo un poco y comienzo a escribir…

“… Él observa la única ventana iluminada de la casa. Se encuentra justo enfrente de su vivienda, de pie en la acera, oculto en la penumbra que le ofrece una parada de autobús. Lleva dos semanas siguiéndola y la chica es perfecta. Guapa, vive sola y tiene un hijo de corta edad. Este último detalle es el que más le convence. Le gusta que tengan hijos porque el pánico que siente una madre pensando que su hijo quedará solo, multiplica por cien el miedo de su inminente muerte. Ese infinito terror lo puede leer como un libro en los ojos de sus víctimas y eso le produce la más placentera de las sensaciones.

Lo tiene decidido, será esta noche. Esperará a que se apague la luz. Sabe que está sola en la casa, su hijo ha ido a dormir con un amigo del colegio.

La luz se apaga al fin. Saca el tabaco de un bolso de su sudadera y enciende un cigarro. Se dispone a esperar pacientemente a que la chica pille sueño. Mientras tanto piensa en que va hacerle. Tiene dudas, a las dos últimas chicas le arrancó tiras de piel con una cuchilla y después se las hizo comer… disfrutó bastante, pero le desagrada tener que ensuciarse las manos más de lo estrictamente necesario. Normalmente prefiere recurrir a medios “externos” y él ser un mero espectador. Como aquella vez del jueguecito con las ratas, donde consiguió, con un ingenioso sistema de pequeñas jaulas pegadas al cuerpo de la chica, que le royeran las entrañas a aquella puta. Como disfrutó aquel día, aún se emociona al pensarlo.

Ya ha esperado lo suficiente. Tira la colilla al suelo, la pisa con fuerza y cruza la carretera.

La cerradura es antigua y no le ofrece problemas. Tan solo suena un leve chasquido en mitad de la noche y comienza a abrir la puerta lentamente. Enciende la pequeña linterna y un estrecho tubo de luz le enseña unas escaleras por las que comienza subir. Algunos escalones rechinan un poco al sentir su peso sobre ellos pero el silencio en la casa es total. Al fin llega al piso de arriba. Se orienta gracias a la rácana luz de la linterna. Nunca antes había estado en aquella casa, pero después de tantos días vigilándola tiene una imagen mental de su disposición y se dirige directamente a la habitación de ella. La puerta está entreabierta y comienza empujarla muy lentamente. Comienza a escuchar la pesada respiración de alguien que duerme plácidamente. La escasa claridad que entra por la ventana de la habitación le permite ver a contraluz la silueta de una cama con alguien acostado en ella. De entre sus ropas saca su inseparable cuchillo de monte y de puntillas se dirige hacia ella que sigue respirando placidamente. Alarga su mano, tira con cuidado de la sábana y deja al descubierto las sugerentes formas de una mujer acostada. Da un paso más y de pronto… una voz suena a su espalda.

-¿Mamá? ¿Eres tú?

Asombrado gira la cabeza y en el umbral de la puerta se recorta el perfil de un niño pequeño.

-¡El niño! ¿Qué coños hace aquí el niño? –Exclama asombrado nuestro asesino - No debería de estar aquí… ¡Estoy harto! ¡No puedo más! ¡Haz el favor de explicarme esto!

-Bueno… a mí se me ocurrió que si esta vez te cargas a un crío pequeño…. Pues seguro que las ventas se disparan y …

-¡Me niego! Estoy ya harto de esto. Yo no soy ninguna bestia y tú insistes en escribir historias donde cada vez tengo que hacer cosas que me repugnan más. ¡Se acabó! Me niego a seguir siendo tu lado oscuro… Ya no quiero ser tu Mr.Hyde.

-Venga hombre, no me hagas esto. Necesito entregar esta novela y…

-¿Pero no te das cuenta? Yo no puedo seguir. Tu imaginación parece no tener fin para crear dolor y mi estomago ya no aguanta más. ¡Además metes a un niño! Rompes la trama porque el niño no tenía que estar aquí y encima quieres que me lo cargue…Y todo por el puto dinero… ¡No!¡Me niego!

-Bueno… la verdad es que tengo que confesarte algo… No sólo es por dinero…

-¿Ah no? Y porque más es… ¿Por fama?

-No… por miedo…

-¿Miedo? ¿Miedo a que?

-Miedo a mí… A lo que podría llegar hacer….

-No te sigo…

-Verás, tú sabes que empecé a escribir en una época muy dura de mi vida, todo me iba mal, pensaba que me acabaría volviendo loco. Por mi cabeza empezaban a aparecer horribles fantasmas que me empujaban a hacer cosas que yo no quería, cuando ocurría esto, la presión en mi cabeza aumentaba y estaba convencido que acabaría cometiendo alguna locura… Entonces, te cree a ti. En ti echaba todas mis paranoias y locuras. Expulso la locura de mi cabeza a través de las palabras y mientras seas tú quien le haga daño a la gente, todo irá bien.

-Vale, me has usado como válvula de escape pero creo que estás llegando a puntos demasiado salvajes aunque sólo sean en tu imaginación. Tienes que dejarlo, esto no puede acabar bien..

-Ya lo he pensado… Pero te he dicho que tengo miedo. Tal vez si dejo de escribir la presión volverá a mi cabeza y no sé si sabré controlarme.

-Pues si que estás mal…

-Ya te digo… Por eso tienes que continuar con la historia…

-Te propongo un trato. Yo termino esta novela pero eso sí, me quitas de aquí el niño. Quedamos en que el niño no estaba.

-Hecho. ¿Y luego?

-Después escribirás otra novela que será tu gran obra. Echarás en ella todo lo que te atormenta y alejarás todos tus fantasmas, pero al final de ella me matarás. Acabarás conmigo de mil formas diferentes hasta que me conviertas en polvo y me enterrarás muy, muy profundo… a mí y a todos tus miedos y locuras. ¿Vale?

-Vale. No se habla más. Ponte en posición, que empezamos donde lo dejamos

“…Alarga su mano, tira con cuidado de la sábana y deja al descubierto las sugerentes formas de una mujer acostada. Adelanta un paso más y de pronto la mujer, como si hubiera presentido la presencia de alguien en su habitación, abre los ojos se gira y…



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