miércoles, 11 de abril de 2007

LA CELDA

El repiqueteo de unos tubos fluorescentes al encenderse y su blanca luz me despiertan. Abro los ojos y no reconozco nada a mi alrededor, no sé donde estoy. Me encuentro acostado en la parte de arriba de una litera y yo en mi habitación no tengo literas. Me incorporo, me siento en el borde y con los pies colgando observo el lugar donde me encuentro. Es una habitación pequeña de lisas paredes de hormigón gris y en donde, por único mobiliario, veo una taza de váter en la pared que queda a mi derecha y que con su boca abierta parece mirarme con la misma sorpresa que yo lo hago. A mi izquierda se encuentra la única salida que existe y esta cerrada por gruesos barrotes que se alargan del techo al suelo. No hay duda, he vivido lo suficiente como para saber que estoy en una celda. Pero… ¿Cómo he llegado hasta aquí? Me froto la nuca con fuerza para desterrar los retazos de sueño que aún quedan en mi cabeza y trato de hacer memoria de lo último que hice ayer por la noche. Nada, tan solo recuerdo que estaba en mi casa, que me acosté en mi cama y que allí me quedé dormido. Entonces… ¿¡Qué demonios hago yo aquí!?

De un salto llego al suelo. Mis pies sienten el frío que transmite el suelo de cemento. Todo en la celda es frío, impersonal, sin ninguna señal que identifique nada, ni tampoco ningún rastro de vida que hubiera podido pasar por allí, al menos recientemente.

Me dirijo a la puerta, levanto los brazos y con las dos manos agarro los barrotes. Hago fuerza queriendo abrir pero las rejas están sólidamente sujetas. Echo un vistazo fuera y a cierta distancia, enfrente de mí, veo muchas celdas en fila que dan la sensación que se pierden hasta el infinito, tanto a izquierda como a derecha y de arriba a abajo. Allí debe de haber miles de celdas como la mía.

En su interior parece que distingo siluetas moviéndose. Efectivamente, son gente que parecen estar como yo, encerrados en aquel terrible sitio. Empiezo a gritar:

-¡OIGAAN! ¡¿ME OYEN?! ¡¿PUEDEN DECIRME DONDE ESTOY?!

Guardo silencio. No se oye respuesta alguna, nadie parece haberme escuchado y aquellas siluetas siguen moviéndose completamente ajenas a mis gritos.

Cuando se disipa el eco de mis palabras me doy cuenta de que, en aquel sitio, no existe un verdadero silencio. Flota en el aire un molesto e insistente zumbido, que parece palpitar y que proviene de todos los sitios y de ninguno. De esos ruidos que pasan inadvertidos y que sólo los oyes cuando prestas atención. Pero aquel extraño y continuo zumbar parece deshacerte el cerebro y da la sensación que hasta logra cambiar tu percepción de las cosas. Empezó a entrarme pánico.

-¡POR FAVOR! ¡AYUDAAA!

-Es bobada que grites, no te molestes. Ellos nunca hacen caso.

-¿Quién ha dicho eso? – Era una voz que sonaba a cansancio y resignación. Parecía provenir de fuera, supongo que de la celda contigua a esta. Trato de colar mi cabeza entre dos barrotes para mirar pero es inútil, es demasiado estrecho.- ¿Quién hay ahí?

-Nadie. –Escuché en un susurro.- No debería haber dicho nada, a ellos no les gusta que hablemos.

-¿Ellos? ¿Quiénes son ellos?

Oí unas risas apagadas.

-¿Qué quiénes son ellos? Pues quienes van a ser “La Autoridad

-No entiendo… ¿Tú quién eres, cómo te llamas?

-¡No se te ocurra pronunciar ningún nombre! –Habló en voz alta.- ¡Aquí no están permitidos los nombres, está prohibido que los usemos! –Hizo un pausa y continuó con un hablar más sereno.-El nombre es lo primero que te arrebatan, así anulan tu identidad. Estoy seguro que tú ya estás empezando a olvidarte como te llamas.

-Que tontería, como voy a ser capaz de olvidar mi propio nom…

Mi mente quedó en blanco un instante… ¡Cielo santo! ¡Es cierto! Mi nombre se está empezando a convertir en un recuerdo vago y difuso. El pánico empieza a inundar mi cuerpo.

-Luego es la ropa. Aquí no hay diferencias. Tu imagen personal no existe, eres igual o peor que el resto.

No me había fijado hasta ahora. No sé como ni cuando me lo habré puesto pero voy vestido con una especie de pijama, de burda tela gris y digo gris por decir algo, pues la prenda está tan raída y sucia por todos los lados que apenas quedan recuerdos de su color original.

-Pero… ¡Esto no puede ser! ¡Yo estaba en mi casa… en mi cama…! -Mis palabras salen como un sollozo a la vez que me palpo mi cuerpo con las manos, como queriendo comprobar si mi propia existencia es real.- ¿Por qué hacen esto conmigo?

-No sólo te lo hacen a ti, me lo hacen a mi y se lo hacen a todo el mundo. –Seguía hablándome aquella anónima voz.- Doblegan nuestra voluntad, quieren que seamos modélicos ciudadanos que cumplamos con nuestra tarea y no demos demasiados problemas.

-Pero eso no es posible. Nunca he oído hablar de nada así y alguien hubiera protestado, la gente se hubiera echado a la calle, esto no puede ser, es imposibl…

-Claro que puede ser. –Me interrumpe.- Nadie dice nada porque nadie recuerda esto. Si acaso, como mucho, un vago recuerdo de un mal sueño. Ellos tienen muchos medios y pocos escrúpulos. Todo está concebido para apropiarse de tu voluntad. Lo de los nombres, la ropa, el ruido ese que escuchas que va minando tu conciencia. Consiguen quebrantar tu salud con venenos que mezclan en el aire y la comida y doblegan tu voluntad con productos químicos que lo mismo te provocan una irrefrenable euforia como te sumergen en la más profunda de las depresiones. Aprovechan tu debilidad para provocarte y te ponen deseables recompensas que casi te dejan alcanzar, para luego arrebatártelas de un plumazo. Pisotean tus ilusiones y tu dignidad e incluso manipulan tus sueños mientras duermes. De ese modo, poco a poco, con calculada crueldad consiguen hacer de ti lo que ellos quieren, un perro fiel que nunca morderá a su amo. Una persona que cumple ordenes sin rechistar y se afana por cumplir las tareas encomendadas.

No podía creer lo que estaba escuchando, aquello es demencial.

-¡Nadie conseguirá hacer nada conmigo! –Grito más por miedo que por valentía.- Alguien me echará de menos… tal vez mi familia.

Escucho las risas de mi vecino.

-Todo el mundo está con ellos. ¿No lo entiendes? Tu familia, tus amigos, todos habrán pasado por lo mismo y ya son parte de ellos. Si ves a algún familiar tuyo por aquí, será para ayudar en el proceso de tu transformación. Todos somos uno y todos somos una mente… esa es la idea.

No puede ser, no lo acepto. Me encaramo a los barrotes y empieza a gritar como un poseso.

-¡HIJOS DE PUTA! ¡SACARME DE AQUÍ! ¡CONMIGO NO VAIS A PODER!¡YO SOY LIBRE!¡YO QUIERO PENSAR POR MI CUENTA!

Comienza a sonar una sirena y se apaga la luz de mi celda aunque veo que las demás permanecen encendidas. Guardo silencio sobrecogido, no sé lo que ocurre. De pronto comienzo a escuchar unos apresurados pasos que se acercan por el pasillo. Retrocedo hasta que siento la fría pared en mi espalda. Aguanto la respiración expectante. Los pasos se oyen cada vez más cerca y se detienen enfrente de los barrotes que desaparecen no sé de que manera. La silueta de al menos dos personas se recorta en la entrada y veo como se aproximan. Van vestidos con un mono blanco que les cubre de los pies a la cabeza. Llevan mascarillas y unas gafas negras que ocultan completamente sus rostros.

-¿Qué queréis de mí? Venid, os estoy esperando. -El coraje enciende mi cabeza yla hace hervir de tal manera que estoy dispuesto a no dejarme coger vivo.- Os va a costar acabar conmigo.

Que equivocado estaba. Uno de ellos avanza un paso y alarga su brazo en el que lleva una flexible vara de metal con un led rojo en la punta. Apenas si me roza con esa punta y siento como una increíble oscuridad invade mi mente y tan solo escucho el “crock” que hace mi cabeza al chocar contra el suelo.

Piiii… Piiii… Piiii…

Abro los ojos y veo los dígitos rojos del despertador que suena sin piedad. Las 7:00 AM. Alargo el brazo y lo apago. Me levanto adormilado, tengo muchas cosas que hacer hoy, así que será mejor que me espabile. Voy al servicio y comienzo a vaciar mi llena vejiga. Mientras orino pienso en lo bien que he dormido hoy. Me noto descansado, de esos días que te levantas con la sensación de haber tenido un sueño verdaderamente reparador. Hoy me siento otro.

Termino de mear, tiro de la cadena y me pongo delante del espejo del lavabo.

-¡Coño! ¿Qué es esto? –Exclamo mientras me toco un generoso chichón que luce en mitad de mi frente.- Pues habré dormido bien, pero parece que he tenido algún sueño movidito.

Me quedo un rato frente al espejo, mirándome el abultado golpe. Lo palpo extrañado, no duele al tocarlo, da la sensación que tenga días, pero no es posible, ayer no lo tenía. Hago un esfuerzo y trato de recordar que he soñado esta noche…

-Es igual. –Agacho la cabeza y comienzo a mojarme la cara.- Es tarde. Tengo que cumplir con las tareas encomendadas…

lunes, 2 de abril de 2007

El Pais de Oro

La pequeña embarcación apenas se ve en la inmensidad de aquel bravío mar. Solamente, de vez en cuando, se le puede distinguir encaramándose a la cresta de una gran ola, para volver a descender súbitamente y desaparecer entre espumarajos de agua salada. El petardeo del pequeño motor fuera borda apenas se escucha entre los bramidos de la tormenta, pero es gracias a él, que al menos consiguen encarar las olas para que estas no engullan el frágil esquife. Cuatro personas van a bordo. El mayor de ellos, casi un anciano, mantiene el timón firme y su mirada clavada en una oscuridad que sólo es rota por el resplandor de temibles relámpagos que les muestran, con una cruel claridad, la tempestad donde están inmersos. Llevan varios días en alta mar pero sin duda, aquel esta siendo el peor de todos. Hasta diez personas iban esta mañana en el bote y por el camino han ido acabando, ellos y sus esperanzas, en el fondo del océano.

Las otras tres personas que milagrosamente aún resisten, una mujer, un niño y un joven se agarran donde pueden a la vez que se afanan en achicar el agua que les inunda. Los cuatro están rezando. Unos rezan a gritos y otros en silencio, pero rezan y rezan sin parar, implorando con cada palabra, para que su Dios les saque de aquel infierno. Un terrorífico infierno húmedo y frío formado por gigantescas llamaradas de agua. Toda la noche están luchando contra tan descomunal enemigo y por lo que se ve, los dioses, seguro que conmovidos por tal demostración de coraje, deciden que esas personas pueden sobrevivir, al menos, un día más. Comienza a amanecer y es la fuerza del sol quien impone su ley deshaciendo aquellos negros nubarrones y filtrando entre ellos sus luminosos rayos. El mar poco a poco se tranquiliza y con él los pasajeros del bote que quedan exhaustos y tendidos en el interior. La mujer, cuyo frágil y bello rostro desentona con todo lo que le rodea, yace boca arriba, con los brazos abiertos, para permitir al sol que caldee su cuerpo y arranque de ella ese frío tan intenso que se le ha colado hasta dentro de las entrañas. Así tendida, la ropa mojada se le pega al cuerpo y deja ver un elevado vientre que hace evidente su avanzado estado de gestación.

-No son las mejores condiciones para un viaje así. –Le dice el hombre mayor que es el único que continua en su posición, agarrado sólidamente al timón.-

La chica se observa su abultado cuerpo y con las manos rodea su prominente barriga acariciándola.

-No quiero que nazca entre la miseria en la que yo he crecido. Para él quiero una vida mejor que la que yo conozco.

-Si es que llega a conocer alguna vida.

Por primera vez el viejo baja la vista del horizonte, son unas palabras muy duras y se arrepiente de haberlas pronunciado.

-¡Claro que la va a conocer! Además la otra opción es peor que la muerte y era haberme quedado allí y seguir permitiendo que una docena de hombres me violaran todos los días. Él quiere vivir, siento su energía, no hace más que darme patadas. –Y queda quieta sus manos esperando a que le diera una en ese momento.- Por eso hacemos este viaje. Para encontrar una tierra mejor, un padre que quiera a este niño, un sitio donde sea más fácil sobrevivir… El país de oro, esa tierra de oportunidades de la que tanto hablan todos…

-Yo también he oído hablar de ese país y hasta allí es donde quiero ir.

Quien ha interrumpido a la mujer es el joven que permanece acuclillado en la proa de la embarcación. Es un hombre corpulento vestido de soldado. Su rostro es sólido de marcada mandíbula y aunque no habrá cumplido ni los treinta, las profundas arrugas de su cara indican, que si no se las ha labrado el tiempo, las ha tenido que provocar el sufrimiento.

-Estoy cansado, ¿Sabéis? Cansado de luchar sin saber porqué ni para qué en causas que a mí, ni me van ni me vienen. Cansado de matar desconocidos y ver como mueren mis amigos. Cansado de ver sangre y entrañas allá por donde voy. –Habla perdiendo la vista en el mar. Su mirada hiela la sangre, pero no porque inspiren temor sus ojos, si no por que en ellos, todavía se ve el reflejo de todo lo que han tenido que contemplar.- Quiero encontrar otra vida. Un sitio, una casa, un lugar donde pertenecer… tal vez… incluso… una mujer que me quiera.

El hombre guarda silencio y oculta su rostro entre las rodillas. El niño le observa con respeto, se acerca un poco poniéndose a su lado y sin apenas levantar la voz, como con miedo a molestar, le dice.

-No se preocupe, señor. Mi madre me ha hablado de esa tierra, es tal como cuentan todos… Me lo ha dicho mi madre y las madres no mienten… ¿Verdad?

El hombre levanta la cabeza y sonríe, sonríen todos.

-No chaval, no mienten. ¿Pero como es que no te acompaña? ¿Cómo es que tus padres han dejado que hagas este viaje tú solo?

El chico es un mocoso de unos diez años, de cara redonda y grandes ojos llenos de vitalidad y curiosidad, como los de cualquier crío de su edad aunque en los de este, la inocencia hace tiempo que ha desaparecido.

-Ha sido mi madre, ha ahorrado para pagarme este viaje. Dice que así mi papá no abusará de mí. –Todos bajaron la vista, como avergonzados. Pero el niño, un poco ajeno a la dureza de sus propias palabras, continúa hablando. Es sólo un crío.- Yo le he prometido que seré una estrella del fútbol y que cuando sea rico y famoso la iré a buscar y se vendrá conmigo. Lloró mucho cuando se despidió de mí.

La mujer se levanta, supongo que empujada por su instinto maternal, y se sienta a su lado rodeándolo con sus brazos. El crío agradece el cariño con una sonrisa y se acurruca en el regazo de la mujer.

-Y usted qué, abuelo… -Dice el soldado desde la proa.- Tampoco este es un viaje para un hombre de su edad.

-¡Haga el favor de no llamarme abuelo! –Contesta el hombre mayor, siempre la mirada en el horizonte.- Y si he llegado a mi edad, es precisamente porque tengo el pellejo endurecido y puedo soportar esto y mucho más.

-Vale… vale… No lo dudo. Pero que es lo que le ha empujado ha meterse en esta cascarón. Usted, poco futuro tiene.

-Pues para el poco futuro que me pueda quedar, no pienso dejarme consumir lentamente hasta morir. No tengo amigos y los pocos familiares que me quedan los aborrezco. Nada me ata a una tierra que ha sido poco amable conmigo, en la que he pasado toda mi vida y en donde no quiero dejar ni mi cuerpo para que sirva de abono. Así que los pocos años que me quedan para vivir quiero conocer otras cosas, otras personas y encontrar mi sitio y si puede ser llegar hasta ese país de oro del que yo también he oído hablar.

Es curioso, pero en aquel bote que avanzaba cansinamente, viajaban en un frágil equilibrio, las peores miserias humanas junto a sus más anhelados sueños. Aunque, pensándolo un poco, no es tan descabellado, tal vez era ese fino equilibrio el que les había permitido sobrevivir y mantenerse a flote hasta ahora.

-¡Tierra! ¡Tierra! –Grita el hombre mayor poniéndose de pié aunque sin soltar el timón.-

Todos se incorporan y observan por la borda. Efectivamente, allá sobre el horizonte algo brilla bajo los rayos del sol. Primero comienza a emerger lo que parecen unas montañas y luego se ven palmeras y más tarde la silueta de una playa. Todo brilla y resplandece haciéndoles incluso difícil mirar directamente.

Finalmente encallan en la playa y de un salto todos corren hacia la orilla. No pueden creer lo que están viendo sus ojos. Todo es de oro. La arena es de oro, los árboles, las piedras, hasta un riachuelo que discurre cerca es de oro líquido.

No se lo pueden creer, están en el país de oro, lo han conseguido. Todos gritan de alegría y corren por la playa. El soldado se llena los bolsos con la arena, con conchas, con piedras… con todo de lo que es capaz. El niño se reboza en la orilla y escarba hasta quedar medio enterrado. La mujer, sentada, coge puñados de ese fino polvo de oro dejándolo caer como lluvia dorada sobre su vientre mientras dice:

-¿Ves cariño…? Hemos llegado.

El anciano ríe nerviosamente, aunque su instinto le mantiene alerta. Los años le han enseñado a desconfiar y mira alrededor receloso, le parece que algo no va bien.

Siente sed. Se acerca al arroyo por donde discurre oro y haciendo hueco con las dos manos recoge algo de ese líquido. Pero… ¡aquello es oro! aquello no se puede beber, moriría si lo hace. Comienza a darse cuenta de la situación. Mira a los árboles y trepa un poco por uno para coger un fruto. También es de oro, claro y tampoco se puede comer.

-¡Escucharme! –Grita a sus compañeros que seguían inmersos en su delirio dorado.- Debemos de buscar agua y comida, nada por aquí es comestible.

Recorren una gran extensión de terreno y en su expedición nada encuentran, ni para beber ni para comer. Tampoco logran ver ningún ser vivo aunque todo el rato sienten el extraño presentimiento de estar rodeados de vida.

Pasa un día y sus ya de por si escasas fuerzas comienzan a flaquear. Sin agua, sin comida y con sus cuerpos ya desgastados del viaje, empiezan a sucumbir. Primero la mujer que queda tendida en la playa, agarrada a su vientre donde su hijo hacía ya rato que no le daba patadas. Luego el niño que llora y llora sin parar mientras llama a su mamá.

Al soldado, aún le queda parte de su orgullo militar. Prefiere acabar rápidamente y morir pegándose un tiro con una pistola que llevaba escondida.

El anciano, antes de dejarse morir, lucha por comprender. Según su vida se va a pagando, el lo va viendo más claro. Efectivamente aquello era una tierra de oro, pero tan hostil para ellos como podía serlo la luna. Están fuera de lugar, no son queridos. En aquel sitio, las miserias humanas no tienen cabida y se vuelven invisibles a los ojos de sus habitantes. Están ahí, pero no quieren verlas. Nos hemos paseado entre ellos y tanto es su afán de ignorarnos que ni siquiera nosotros somos capaces de verles.

Al final el hombre expira. Todos han quedado en la arena, se ha roto ese fino equilibrio que les daba fuerzas para seguir con vida, les han quitado sus ilusiones, dejándoles solos con sus miserias.