La habitación era como la de cualquier chico de su edad. Juguetes tirados por todos los rincones, algunos montículos de ropa esparcidos por aquí y por allá, unos libros en una estantería de la pared que crían polvo desde que acabaran las clases, un pequeño escritorio ocupado por la consola de juegos a la que dedica más tiempo del se creen sus padres… En fin. Lo normal para un chaval.
Sólo había una cosa en la habitación que no terminaba de encajar. Se trata de una persona que está sentado en la cama del crío. Parece un hombre algo mayor aunque no podría asegurarlo ya que su rostro apenas se le distingue bajo el ala de un sombrero que le tapa media cara y le hace sombra en la otra media. Lleva un abrigo con las solapas levantadas, largo, raído, que tal vez fue negro en su origen y se podría decir que su aspecto en general es bastan siniestro. Sobre sus rodillas, sujetándolo con ambas manos, sostiene un viejo saco de tela, tal vez arpillera, tan áspero y basto que sólo se utilizaría para guardar cosas inútiles como piedras o carbón.
Desde que lleva ahí está quieto, callado, con su cuerpo y la cabeza un poco vuelto a la izquierda y con el cuello estirado tratando de mirar por una ventana que está cerca de la cama. De repente, su cuerpo recupera su posición normal y se relaja. Vuelve la vista hacia un armario empotrado en la pared de en frente, al otro lado de la habitación, y su ronca voz rompe por primera vez el silencio:
- Ya puedes salir. Se ha ido.
El pomo del armario comienza a girar y se escucha el chasquido de la cerradura al abrirse. La puerta se abre un poco, apenas medio palmo y desde la oscura rendija alguien contesta al hombre del saco.
- ¿Estás seguro? Mira que si salgo y me encuentro con él en pleno día. Sería muy bochornoso.
- ¡Que salgas ya, pesado! ¡Siempre andas igual! –Bramó el hombre desde la cama- ¡Cómo se puede ser tan timorato!
Lentamente, la puerta se fue abriendo más y más hasta que apareció… aquello. Del armario emergió un terrible ser tan alto y corpulento que debía de mantener la cabeza algo ladeada para no darse en el techo. Su cuerpo estaba totalmente cubierto de gruesas púas como de un puercoespín y sus manos eran unas temibles garras de ocho dedos rematados en unas afiladas uñas. La mayor parte de su rostro, con tres ojos, lo ocupaba una gran boca de la que sobresalían unas puntiagudas fauces.
- Buff… -Bufó mientras movía lentamente su corpulencia por la habitación hacia una silla.- Desde luego esto últimamente es un sin vivir.
Giró su cuerpo enfocando su enorme trasero hacia la silla y comenzaba a descenderlo para sentarse cuando alguien chilló.
- ¡Eh… Culogordo…! Ten cuidado conmigo. Qué me aplastas. Que estoy sentado la silla.
El monstruo del armario dio un respingo y un pequeño salto pero suficiente para que todos los objetos de la habitación que no estaban anclados dieran un bote.
El hombre del saco meneó a un lado y oto su cabeza en un gesto de resignación y con una calma que estaba a punto de perder dijo:
- Siempre te pasa lo mismo…. Nunca te acuerdas del amigo imaginario y casi lo aplastas. Como siempre. Anda, siéntate en el suelo junto a tu armario y haz el favor de estar muy quietecito. Ya hemos armado demasiado jaleo.
Antes de que el monstruo del armario se hubiera acomodado en el sitio que le habían dicho, el hombre del saco volvió a hablar.
- Bueno. Todos sabéis porque estamos aquí. La situación de un tiempo a esta parte se está volviendo insostenible. Creo que ya ha llegado el momento que todos temíamos. –Hizo una pausa. Apoyó los codos sobre las rodillas, juntó las puntas de sus dedos y en tono muy solemne continuó.- El niño…. Nuestro niño… Ya no es tan niño.
- ¡Bah! No puede ser. Es verdad que ahora a veces se queda dormido con la puerta del armario abierta. –Dijo el monstruo del armario que todavía no había encontrado postura y se revolvía incomodo.- Pero tú míralo. Si sigue teniendo una cara de criajo que no se aguanta.
- No te fíes de su cara inocente. –Parecía que la voz salía de la silla pero era el amigo imaginario quien hablaba.- Ahora los chavales maduran en seguida. Además yo creo que no usan tanto la imaginación como antes. A mi hace bastante tiempo que no me hace ni caso.
- ¿Y qué opina de todo esto alguien debajo de la cama? –Interrumpió el monstruo del armario.- Todavía no ha dicho nada.
El hombre del saco negó con la cabeza.
- No está. Alguien debajo de la cama se ha marchado.
- ¿Cómo dices? –Exclamaron los otros dos casi al unísono.- ¿Cuándo ha sido?
- Anoche estuve hablando con él antes de que se marchara. Dijo que ya no lo soportaba más. Que ya no recordaba la última vez que el niño miró para ver si había alguien debajo de la cama y que si el niño no mira a ver si hay alguien debajo de la cama, entonces él es un don nadie. Su permanencia no tiene sentido. Además. – Hizo una pequeña pausa y agachó la cabeza.-
- ¡Además que! –Apremiaron los otros.-
- Además dice que hace tiempo, desde que no mira debajo de la cama, que le viene oyendo unos ruidos raros. Unos ruidos de muelles acompasados que suben y bajan y luego unos suspiros y gemiditos… Vosotros ya me entendéis.
- ¿Qué quieres decir? ¡Que nuestro niño se hace… ¡ -Exclamó el monstruo poniéndose casi de pie.- No lo puedo creer –Dijo dejándose caer de nuevo.-
- ¿Y que iba hacer alguien debajo de la cama? -Pregunta el amigo imaginario que parece no pillarle de sorpresa la afición del chico.- ¿A dónde piensa ir?
- Me dijo que iría a la habitación de la hermana pequeña. Ha dejado la cuna y ya duerme en una cama. Espera poder ser su alguien debajo de la cama.
- Pues me temo que lo lleva claro. El otro día me di yo una vuelta por el armario de la pequeña y ya hay un monstruo metido. Están las cosas muy difíciles. – El monstruo del armario hizo una breve pausa pero insistió de nuevo. No quería darse por vencido.- Pero no. No puede ser. Eso no quiere decir que esto se acabe. Acuérdate. Hace años que dejó de creer en los reyes magos y mira, nosotros seguimos aquí. Seguro que esto es algo pasajero y todo volverá a ser como antes. Como cuando no se dormía si estaba la puerta del armario abierta.
- Lo de los reyes magos es diferente. –Dijo con cierto tono de ternura el hombre del saco.- Los reyes magos es una fantasía externa. Es creada desde fuera y en su imaginación crece de un modo, digamos que artificial. A nosotros nos ha creado él, por eso nuestra fantasía le dura más. Pero esto se acaba amigos.
Todos callaron y agacharon la cabeza dejando perder su mirada lejos, muy lejos, allá donde están los recuerdos de cuando ellos todavía eran alguien en la imaginación de un niño.
De pronto la puerta de la habitación se abrió de golpe. Todos dirigieron su vista al hueco que se acababa de abrir y allí de pié, mirándolos, estaba el niño.
Se hizo un tenso silencio. Los tres seres observaban al crío sin saber que hacer ni que decir, y el niño los contemplaba con los ojos como platos y la boca muy abierta. Pero el primer momento de sorpresa pasó y el crío reaccionó.
- ¡Pero se puede saber que narices estáis haciendo todos aquí sin hacer nada! A ver tú –Apuntó con el dedo al hombre del saco.- Creo que mi madre dijo que te iba a llamar, que mi hermana no quiere comer. Tú, monstruo del armario, a ver si te decides, sales del armario de una vez y dejas de marear la perdiz, que para eso de salir del armario ni los famosos le dan tanta bola al asunto. – Y dándose media vuelta añadió.- ¡Así que arreando que es gerundio!
Los demás se quedan de una pieza. Todos menos el amigo imaginario que titubeando le dice:
- ¿Y yo? ¿Me puedo quedar?
El chaval se dio media vuelta y con media sonrisa en la cara le contestó:
- Ah tú. Ya no me acordaba de ti. Además es que casi no te veo. Verás, es que tengo un nuevo amigo. Bueno, mejor dicho es una amiga y lo mejor de todo es que no tiene nada de imaginaria, es muy real y se puede tocar. –Levantó las manos haciendo un gesto de palpar algo y sin dejar la sonrisa y guiñándole un ojo añadió.- Tú ya me entiendes.
Tardaron un rato en reaccionar después de que el muchazo cerrara la puerta tras de si. Fue el hombre del saco el primero en hablar.
- Está claro… Se ha hecho mayor.
Los demás se limitaron a mover afirmativamente sus cabezas y lentamente se levantaron y se fueron.
Una pena, pensaba el hombre del saco, un niño menos y un adulto más. El mundo es hoy un poco peor.
Sólo había una cosa en la habitación que no terminaba de encajar. Se trata de una persona que está sentado en la cama del crío. Parece un hombre algo mayor aunque no podría asegurarlo ya que su rostro apenas se le distingue bajo el ala de un sombrero que le tapa media cara y le hace sombra en la otra media. Lleva un abrigo con las solapas levantadas, largo, raído, que tal vez fue negro en su origen y se podría decir que su aspecto en general es bastan siniestro. Sobre sus rodillas, sujetándolo con ambas manos, sostiene un viejo saco de tela, tal vez arpillera, tan áspero y basto que sólo se utilizaría para guardar cosas inútiles como piedras o carbón.
Desde que lleva ahí está quieto, callado, con su cuerpo y la cabeza un poco vuelto a la izquierda y con el cuello estirado tratando de mirar por una ventana que está cerca de la cama. De repente, su cuerpo recupera su posición normal y se relaja. Vuelve la vista hacia un armario empotrado en la pared de en frente, al otro lado de la habitación, y su ronca voz rompe por primera vez el silencio:
- Ya puedes salir. Se ha ido.
El pomo del armario comienza a girar y se escucha el chasquido de la cerradura al abrirse. La puerta se abre un poco, apenas medio palmo y desde la oscura rendija alguien contesta al hombre del saco.
- ¿Estás seguro? Mira que si salgo y me encuentro con él en pleno día. Sería muy bochornoso.
- ¡Que salgas ya, pesado! ¡Siempre andas igual! –Bramó el hombre desde la cama- ¡Cómo se puede ser tan timorato!
Lentamente, la puerta se fue abriendo más y más hasta que apareció… aquello. Del armario emergió un terrible ser tan alto y corpulento que debía de mantener la cabeza algo ladeada para no darse en el techo. Su cuerpo estaba totalmente cubierto de gruesas púas como de un puercoespín y sus manos eran unas temibles garras de ocho dedos rematados en unas afiladas uñas. La mayor parte de su rostro, con tres ojos, lo ocupaba una gran boca de la que sobresalían unas puntiagudas fauces.
- Buff… -Bufó mientras movía lentamente su corpulencia por la habitación hacia una silla.- Desde luego esto últimamente es un sin vivir.
Giró su cuerpo enfocando su enorme trasero hacia la silla y comenzaba a descenderlo para sentarse cuando alguien chilló.
- ¡Eh… Culogordo…! Ten cuidado conmigo. Qué me aplastas. Que estoy sentado la silla.
El monstruo del armario dio un respingo y un pequeño salto pero suficiente para que todos los objetos de la habitación que no estaban anclados dieran un bote.
El hombre del saco meneó a un lado y oto su cabeza en un gesto de resignación y con una calma que estaba a punto de perder dijo:
- Siempre te pasa lo mismo…. Nunca te acuerdas del amigo imaginario y casi lo aplastas. Como siempre. Anda, siéntate en el suelo junto a tu armario y haz el favor de estar muy quietecito. Ya hemos armado demasiado jaleo.
Antes de que el monstruo del armario se hubiera acomodado en el sitio que le habían dicho, el hombre del saco volvió a hablar.
- Bueno. Todos sabéis porque estamos aquí. La situación de un tiempo a esta parte se está volviendo insostenible. Creo que ya ha llegado el momento que todos temíamos. –Hizo una pausa. Apoyó los codos sobre las rodillas, juntó las puntas de sus dedos y en tono muy solemne continuó.- El niño…. Nuestro niño… Ya no es tan niño.
- ¡Bah! No puede ser. Es verdad que ahora a veces se queda dormido con la puerta del armario abierta. –Dijo el monstruo del armario que todavía no había encontrado postura y se revolvía incomodo.- Pero tú míralo. Si sigue teniendo una cara de criajo que no se aguanta.
- No te fíes de su cara inocente. –Parecía que la voz salía de la silla pero era el amigo imaginario quien hablaba.- Ahora los chavales maduran en seguida. Además yo creo que no usan tanto la imaginación como antes. A mi hace bastante tiempo que no me hace ni caso.
- ¿Y qué opina de todo esto alguien debajo de la cama? –Interrumpió el monstruo del armario.- Todavía no ha dicho nada.
El hombre del saco negó con la cabeza.
- No está. Alguien debajo de la cama se ha marchado.
- ¿Cómo dices? –Exclamaron los otros dos casi al unísono.- ¿Cuándo ha sido?
- Anoche estuve hablando con él antes de que se marchara. Dijo que ya no lo soportaba más. Que ya no recordaba la última vez que el niño miró para ver si había alguien debajo de la cama y que si el niño no mira a ver si hay alguien debajo de la cama, entonces él es un don nadie. Su permanencia no tiene sentido. Además. – Hizo una pequeña pausa y agachó la cabeza.-
- ¡Además que! –Apremiaron los otros.-
- Además dice que hace tiempo, desde que no mira debajo de la cama, que le viene oyendo unos ruidos raros. Unos ruidos de muelles acompasados que suben y bajan y luego unos suspiros y gemiditos… Vosotros ya me entendéis.
- ¿Qué quieres decir? ¡Que nuestro niño se hace… ¡ -Exclamó el monstruo poniéndose casi de pie.- No lo puedo creer –Dijo dejándose caer de nuevo.-
- ¿Y que iba hacer alguien debajo de la cama? -Pregunta el amigo imaginario que parece no pillarle de sorpresa la afición del chico.- ¿A dónde piensa ir?
- Me dijo que iría a la habitación de la hermana pequeña. Ha dejado la cuna y ya duerme en una cama. Espera poder ser su alguien debajo de la cama.
- Pues me temo que lo lleva claro. El otro día me di yo una vuelta por el armario de la pequeña y ya hay un monstruo metido. Están las cosas muy difíciles. – El monstruo del armario hizo una breve pausa pero insistió de nuevo. No quería darse por vencido.- Pero no. No puede ser. Eso no quiere decir que esto se acabe. Acuérdate. Hace años que dejó de creer en los reyes magos y mira, nosotros seguimos aquí. Seguro que esto es algo pasajero y todo volverá a ser como antes. Como cuando no se dormía si estaba la puerta del armario abierta.
- Lo de los reyes magos es diferente. –Dijo con cierto tono de ternura el hombre del saco.- Los reyes magos es una fantasía externa. Es creada desde fuera y en su imaginación crece de un modo, digamos que artificial. A nosotros nos ha creado él, por eso nuestra fantasía le dura más. Pero esto se acaba amigos.
Todos callaron y agacharon la cabeza dejando perder su mirada lejos, muy lejos, allá donde están los recuerdos de cuando ellos todavía eran alguien en la imaginación de un niño.
De pronto la puerta de la habitación se abrió de golpe. Todos dirigieron su vista al hueco que se acababa de abrir y allí de pié, mirándolos, estaba el niño.
Se hizo un tenso silencio. Los tres seres observaban al crío sin saber que hacer ni que decir, y el niño los contemplaba con los ojos como platos y la boca muy abierta. Pero el primer momento de sorpresa pasó y el crío reaccionó.
- ¡Pero se puede saber que narices estáis haciendo todos aquí sin hacer nada! A ver tú –Apuntó con el dedo al hombre del saco.- Creo que mi madre dijo que te iba a llamar, que mi hermana no quiere comer. Tú, monstruo del armario, a ver si te decides, sales del armario de una vez y dejas de marear la perdiz, que para eso de salir del armario ni los famosos le dan tanta bola al asunto. – Y dándose media vuelta añadió.- ¡Así que arreando que es gerundio!
Los demás se quedan de una pieza. Todos menos el amigo imaginario que titubeando le dice:
- ¿Y yo? ¿Me puedo quedar?
El chaval se dio media vuelta y con media sonrisa en la cara le contestó:
- Ah tú. Ya no me acordaba de ti. Además es que casi no te veo. Verás, es que tengo un nuevo amigo. Bueno, mejor dicho es una amiga y lo mejor de todo es que no tiene nada de imaginaria, es muy real y se puede tocar. –Levantó las manos haciendo un gesto de palpar algo y sin dejar la sonrisa y guiñándole un ojo añadió.- Tú ya me entiendes.
Tardaron un rato en reaccionar después de que el muchazo cerrara la puerta tras de si. Fue el hombre del saco el primero en hablar.
- Está claro… Se ha hecho mayor.
Los demás se limitaron a mover afirmativamente sus cabezas y lentamente se levantaron y se fueron.
Una pena, pensaba el hombre del saco, un niño menos y un adulto más. El mundo es hoy un poco peor.