- Diez pavos por una paja, treinta una mamada y cincuenta el completo. ¡Ah! Y no lo hago sin condón.
- Bu..bueno. –Acertó a balbucear el hombre sonrojándose hasta las cejas.- Yo tan sólo había preguntado si eras nueva por aquí.
No podía disimular que aquella cruda respuesta lo había dejado un tanto descolocado. No porque no fuera precisamente “eso” lo que andaba buscando, ni tampoco por recibir una contestación tan descarada y directa a su banal pregunta. Lo que en realidad le había chocado fue escuchar esas descarnadas y sucias palabras pronunciadas por aquella muchacha de cándido aspecto frágil e inocente que tenía delante. Y digo muchacha porque decir niña quedaría obsceno y llamarla mujer sería otorgarle unos atributos que no había desarrollado. Más bien bajita, tenía la frente lisa y el rostro encuadrado en un par de coletas pelirrojas que caían por ambos lados de su cara. Ojos redondos, tiernos, unos redondos carrillos pecosos y aterciopelados y una boca pequeña enmarcada en unos brillantes labios rojos que parecían acabar de lamer una piruleta. Además, su aspecto adolescente quedaba reforzado por su ropa, una falda plisada de cuadros escoceses como la que llevan las colegialas pero más corta, bastante más corta, un bolsito pequeño de Hello Kitty colgado del hombro por una delgada cinta y una sudadera roja con capucha cerrada con cremallera por delante y que le llegaba por la cintura.
Sin duda que su aspecto aniñado era lo que atraía a los hombres como las moscas a miel Y sin duda también aquella muchacha era, con diferencia, la mejor chica que había en aquel sucio polígono de extrarradio, lúgubre, sucio y mal-iluminado por la mortecina luz amarillenta de unas viejas farolas de las que funcionaban solamente una de cada tres. Pero no se haría honor a la verdad y la descripción de la muchacha no quedaría completa sino habláramos de lo que a la postre define a las personas más que su aspecto y es su mirada. Y la mirada de esta chica era dura, terca casi rabiosa. Te miraba desde la lejanía, impasible, como si todo fuera a ajeno a ella, con una absoluta falta de empatía y en sus hermosos ojos tiernos, dulces y de candido aspecto hacía mucho tiempo que habían desaparecido cualquier rastro de inocencia o candor. Pero los hombres se vuelven a ciegos a este tipo de señales cuando la sangre se acumula en sus partes.
- Es que no te había visto nunca por aquí y eres muy guapa ¿Sabes? –Al fin se atrevió a decir el hombre.-
Ella lo miró con una sonrisa fingida de arriba abajo. Sin embargo el hombre no era guapo, era más bien vulgar, un vulgar cincuentón en el que todo era vulgar. Su calva hipocrática que trataba de taparse dejándose crecer el pelo de un lado era vulgar. Su barriga cervecera que a duras penas podían sujetar los botones de su camisa blanca y caía por debajo del cinturón era vulgar. La corbata negra aflojada y el cuello desabotonado era vulgar y haciendo juego con el conjunto, un traje azul marino de tela de poliéster también vulgar.
Seguramente trabaja en un aburrido puesto de oficinista o algo así. –Pensó la mucha.- Acaba de terminar la jornada laboral en su trabajo. Ha comido algo por ahí, una burguer posiblemente por sus manchas de ketchup en la camisa, se habrá tomado un copazo y se habrá venido hasta aquí para desfogarse antes de ir a meterse en su apartamento de mierda a dormir solo.
La muchacha bajó la mirada para rebuscar en su bolsito de Hello Kitty. Sacó un encendedor un cigarro y tras encenderlo y dar una larga calada decidió poner fin a elucubraciones
- Bueno. Ya están hechas las presentaciones. Entonces qué. ¿Te decides o no?
- Sí… Sí… Claro... –El hombre no tardó ni un segundo en responder.- Me gustaría que me hicieras un francés.
- ¿¡Un qué…?¡ -La chica arrugó el ceño mitad sorprendida mitad enfadada.- Yo no hago esas cosas..
- Es una mamada.
- ¿Ah! Vale. Entonces sí. Vamos por aquí. Ven
La chica se dio media vuelta y comenzó a caminar al tiempo que se tapaba la cabeza con la capucha de su sudadera. Lo cierto es que casi siempre la llevaba puesta. Le gustaba, le hacía sentirse aislada y protegida del mundo que le rodeaba. Sin embargo y a regañadientes, cuando trabajaba tenía que quitársela. Había que enseñar la mercancía.
- ¿Dónde vamos? – Preguntó el hombre quien la seguía un par de pasos por detrás como el corderito huérfano que sigue al pastor.-
- A un callejón aquí al lado. Ahí estaremos tranquilos.
Lo que la chica llamó un callejón en realidad no era más que un estrecho y largo pasadizo entre dos paredes de ladrillo naranja de unas naves industriales contiguas. Sumidero de toda la podredumbre de la vía principal y cuya única iluminación era una triste bombilla que colgaba de un cable tendido entre las dos paredes emitiendo una luz tenue y cansada. Ni siquiera la luna llena, brillante y oronda, que pendía del cielo aquella noche conseguía reducir las sombras que se apretaban en la estrechez del lugar.
Se adentraron hasta la mitad de la callejuela y en una zona de penumbra, entre la oscuridad y el alcance de la solitaria bombilla, la chica se detuvo. Como si aquella hubiera sido una especie de señal convenida, el hombre apoyó su espalda contra una de las paredes y ansioso hizo amago de querer desabrocharse el cinturón pero la chica le detuvo poniendo suavemente sus manos sobre el pecho del hombre.
- Tranquilo guapetón. –Dijo con sensual voz especial para estas ocasiones al tiempo que expulsbaa el humo de la última calada de su cigarro sobre la cara del tipo.- Primero la pasta.
- ¡Ah, sí, claro, claro! –Contestó el hombre nervioso y excitado y echando mano a la cartera que llevaba en el bolso de atrás del pantalón sacó los treinta Euros que ya tenía apartados y preparados. Por lo visto aquella era la tarifa estándar del lugar.-
La chica cogió el dinero, lo palpó ligeramente para comprobar la calidad de los billetes y con parsimonia los dobló cuidadosamente para meterlos en su pequeño bolso de Hello Kitty.
- Venga.. Ya.. Vamos, empieza… -Pedía con ansiedad el hombre al tiempo que trataba de atacar de nuevo su cinturón para soltárselo y de nuevo la chica con sus manitas sobre el orondo pecho del hombre le detuvo.-
- ¿Qué prisa tienes?¿No prefieres que te lo haga yo?
Y diciendo esto, la muchacha comenzó a agacharse lentamente dejando deslizar suavemente sus manos por el cuerpo del hombre. Primero por el pecho, luego por la oronda barriga hasta llegar al cinturón oculto y casi aplastado por la colgante panza. La chica tuvo que esforzarse y levantarla ligeramente para poder acceder a la hebilla y con meticulosa tranquilidad comenzó a desabrocharla.
-¡Vamos! ¡Date prisa! –Apuraba excitado el hombre cuyo rostro comenzaba a congestionarse y su frente a perlarse con gotitas de sudor.- ¿Por qué tardas tanto?
- Tranquilo. Ya verás como no te arrepentirás. –Contestó la chica acuclillada frente a su paquete manejando con exasperante tranquilidad el cinturón, la panza y la hebilla.- Estas cosas son mejor hacerlas despacio. Ya verás.
- Venga. Pero date más prisa.
- Tranquilo cariño. Tú relájate.
El hombre apoyó por completo su espalda y brazos contra la pared, cerró los ojos disponiéndose a seguir el consejo y dejarse hacer cuando de repente algo ocurrió. Apareciendo de no se sabe dónde algo arremetió contra el hombre arrancándolo de la pared con inusitada y salvaje violencia. Ambos cuerpos rodaron por el callejón entre los gritos de ayuda del hombre y los fieros gruñidos de lo que fuera la otra cosa. Finalmente dejaron de rodar yendo a detenerse bajo la exigua luz que permitió contemplar la escena en toda su crudeza. El hombre yacía boca arriba y sobre él un animal, una bestia salvaje. Algo así como un perro grande, enorme. Pero no. Era demasiado grande para ser cualquier tipo de perro. Era un lobo, un lobo de proporciones descomunales que entre sus fauces sujetaba el cuello del hombre al tiempo que con vehemente salvajismo agitaba la cabeza a un lado y otro desgarrando músculos, venas y tendones del cuello. El pobre desgraciado trató de luchar por un momento pero fue inútil. Rápidamente los gritos de ayuda que salían de su boca se convirtieron en escupitajos de sangre y sus desesperados movimientos por tratar de zafarse se transformaron en estertores de muerte. Hasta que al fin… El hombre… Quedó totalmente inmóvil sobre un charco de sangre que lentamente crecía bajo él. No fue hasta entonces que el lobo soltó el cuello de su presa para clavar sus agudos colmillos en la suculenta panza del hombre. Tenía hambre y allí había donde saciarla.
Mientras tanto la chica que había permanecido totalmente quieta y en absoluto silencio pareció reaccionar.
- ¡Nooo! ¿Qué haces? ¡Para, para! -Gritó con las manos levantadas dirigiéndose hacia ellos en un movimiento más instintivo que reflexivo.-
Pero el animal levantó la cabeza de su festín. Una cabeza enorme tan grande como la barriga del hombre, con largas y puntiagudas orejas, grandes ojos encendidos y al tiempo que emitía un amenazador y gutural gruñido dejó ver unos temibles y afilados colmillos que goteaban sangre. La chica se detuvo en seco mostrando las palmas de sus manos en señal de paz y lentamente comenzó a retroceder sin volver la espalda.
– Vale, vale. No pasa nada.
Dijo y cuando hubo retrocedido unos cuantos pasos se dio media vuelta, volvió a ponerse la capucha de su sudadera roja que con el trajín se le había caído y con paso tranquilo se dirigió a la entrada del callejón. Una vez allí se apoyó con el hombro en la esquina de ladrillos, sacó un cigarro de su bolsito y lo encendió dando una profunda calada que obligó al humo entrar hasta el fondo de sus pulmones para después expulsarlo sonoramente. Mientras, en mitad de la semi-penumbra del callejón, lo único que rompía el silencio era el chapoteo viscoso del hocico de la alimaña hurgando en las entrañas de aquel pobre tipo y algunos suaves gruñidos de satisfacción de vez en cuando.
Estaba terminando su segundo cigarrillo cuando los sonidos parecieron cesar. Aguzó un poco el oído para estar segura y tras tirar la cosilla al suelo y pisarla con desgana se internó de nuevo en el callejón. En el suelo, bajo el foco de luz rancia, estaba el cuerpo del hombre o lo que quedaba de él. Se detuvo cuando llegó a su altura y bajó la mirada para echar un vistazo que le hizo chasquear la lengua y menear la cabeza disgustada. Levantó entonces los ojos para dirigirlos a la penumbra, donde la luz no llegaba, junto a la pared. Allí estaba la bestia mirándola con los ojos aún encendidos, sentada sobre sus patas traseras, las de delante rectas, el pecho henchido y poderoso como un buen perro guardián.
- ¿Qué? ¿Ya has terminado? –Dijo la chica con un gesto de asco en su cara.
El lobo se limitó simplemente a relamerse con gusto su hocico recorriendo con su larga lengua todos sus rincones y poniendo especial atención en su negra trufa que tras quitarle los rastros de sangre brillaba en la oscuridad.
- Tomaré eso por un sí. –Y diciendo esto la muchacha se agachó sobre el cuerpo y empezó a examinarlo casi con el mismo interés que si fuera un médico forense para terminar diciendo.- ¡Qué desastre! ¡Vaya mierda! ¡Siempre me haces lo mismo!
Y sin disimular la repugnancia que le producía y usando tan solo la punta de su dedo índice y su pulgar, comenzó a remover y tirar de algunos trozos de tela que sobresalían de entre los restos de carne y vísceras.
-¡Qué asco, joder! ¡Mira que te lo he dicho veces y tú nada! –Seguía jurando la chica mientras continuaba tirando de aquí y de allá con las puntitas de los dedos.- ¡Vaya mierda hostias!
- ¿Te has enfado conmigo por haberte gruñido?
La pregunta provenía de la oscuridad. Del mismo lugar donde hace un momento estaba la alimaña pero donde ahora había un chico joven, desnudo, acuclillado, apoyado contra la pared y que con los brazos se abrazaba las rodillas. Solamente en los ojos enrojecidos con los que miraba a la chica quedaba aún algún rastro de la bestia que fue tan solo hace un instante.
- ¡No, no estoy enfadado contigo por haberme gruñido! ¡Estoy enfadada porque te dije que pararas y no lo hiciste!– Respondió airada la chica sin cejar en su labor sobre el cadáver.- Lo que ocurre es que siempre te digo lo mismo pero tú ni caso. Te he dicho mil veces que primero lo mates, luego me dejas que lo registre para coger lo que pueda merecer la pena y luego ya te lo puedes comer tranquilamente. –La chica levantó la mirada de lo que estaba haciendo, puso las palmas de sus ensangrentadas manos en paralelo, enfrente una de otra y moviéndolas de izquierda a derecha como dividiendo en el aire los pasos a seguir explicó despacio y por tiempos.- ¡Matar, registrar y destripar! ¡Matar, registrar y destripar! ¡Matar, registrar y destripar! No matar, destripar y registrar. ¡Mira ahora! –Y deteniendo sus manos apuntó furiosa con ellas al cuerpo.- Ahora me toca a mí andar revolviendo intestinos y vísceras para encontrar la cartera. Y no te puedes hacer ni idea del puto asco que me da. ¡Puag! ¡Es repugnante!
- Lo siento, de verdad. Pero es que… Ya sabes…–Respondió el chaval algo avergonzado mientras se mojaba un dedo con saliva para limpiarse un resto de sangre que tenía en el brazo.- Cuando estoy en ese estado… Y pruebo sangre… Me ciego y… Lo siento…
- Vale.. Vale… -Dijo la chica quien acababa de descubrir que en el brazo del tipo el que se encontraba en el costado opuesto al suyo, lucía en la muñeca un elegante y enorme reloj. Alargó su cuerpo y su brazo para alcanzarlo y cuando volvió a su postura normal se dio cuenta de que se había traído consigo no sólo el reloj sino el brazo entero.- ¡Pero mira que eres bestia! –Dijo.- ¿Cómo te lo has hecho para arrancarle el brazo entero?
El muchacho no dijo nada y agachó su cabeza abochornado. La chica sacó el reloj de la muñeca, tiró el brazo hacia atrás por encima de su cabeza y tras darle un primer vistazo lo levantó en alto y gritó con irónica euforia:
- ¡Yupi! ¡Mira! ¡Tenemos un auténtico POLEX…! ¡Vaya una mierda!
- Bueno algo conseguiremos por él. –Trató de animar el chico.-
- Sí. Que se rían de nosotros. –A pesar de todo la chica guardó resignada el reloj en uno de los bolsillos de la sudadera y prosiguió con su truculenta tarea mientras volvía a dirigirse al chico.- Venga. Vete a vestirte en lo que yo termino aquí. A ver si encuentro de una maldita vez la cartera y nos marchamos de aquí cagando leches.
El chico obedeció mansamente y se levantó despacio, penosamente, emitiendo suspiros de esfuerzo, como el anciano que se levanta de una silla demasiado baja. Después de los “cambios” se le quedaba el cuerpo dolorido. A pasos lentos y cortos desapareció por el oscuro fondo del callejón. Allí había dejado antes su ropa y algunas toallitas húmedas con las que ambos podían limpiarse. Era ya la rutina, lo habitual, lo de siempre.
Al poco rato volvió a aparecer esta vez totalmente humanizado. Iba vestido normal, con pantalón vaquero, camisa a cuadros y cazadora por la cintura de cuero marrón. Era bastante joven aunque varios años mayor que la chica. Moreno de pelo y piel su rostro ahora resultaba afable, tranquilizador incluso y de sus ojos habían desaparecido cualquier vestigio de la bestia que habían albergado dejando ver ahora unos ojos negros, profundos y sinceros pero cargados con una pesada tristeza que siempre parecía acompañarle.
Cuando regresó la chica estaba de pie junto al cuerpo esperándole. En la boca le humeaba un cigarrillo recién encendido y trataba inútilmente de limpiarse las manos frotándose una con otra. El chico le alargó una de las toallitas húmedas, la muchacha la recibió de buen grado y sin dejar de limpiarse abandonaron el callejón. Recorrieron el polígono tratando de no llamar la atención, pegados a las sombras de las paredes, ella con la cabeza oculta por la capucha, él con la mirada fija en el suelo sin mirar directamente a nadie, putas, chulos o clientes única fauna que pululaba por allí a esas horas. Dejaron atrás el polígono y siguieron caminando, en silencio, sin intercambiar palabra, hasta llegar a la estación del metro y coger justo el último tren que salía esa noche. Fue cuando ya estuvieron acomodados en los asientos de un solitario vagón y mecidos por el suave traqueteo del tren que la chica rompió el silencio. Habló con desapego, sin mirarle y sin desviar la vista del frente.
- ¡Ah, por cierto! Y la próxima vez no tardes tanto. Casi me toca sacársela de verdad. Brrrr. –Su sólo recuerdo hizo que le tiritaran los hombros.-
- ¿Me lo parece a mí o es que hoy no estás de muy buen humor? –El chico sí se volvió para mirarla e incluso hizo un intento de sonrisa.-
- ¡Pues no! ¡No estoy de buen humor! ¡Y es para no estarlo! ¡Mira! –Enojada y algo nerviosa metió las manos en los bolsillos de su roja sudadera y las sacó agitándolas con rabia frente a la cara del chico. En una mano le mostraba un puñado de billetes ensangrentados y en la otra el reloj del tipo.- ¡Setenta putos euros y un reloj Polex! ¡Toda esta mierda para setenta euros y un reloj de los chinos! –Bufando volvió a guardar las cosas en los bolsos.- ¡Espero que al menos el gordo seboso ese estuviese rico!
El chico no pudo evitar dejar escapar una ligera sonrisa sincera.
- Pues la verdad que no mucho. Creo que el tío tenía el colesterol un poco alto. –E hizo como si eructaba al tiempo que se golpeaba ligeramente el pecho con el puño.-
- ¡Eres un tonto! –Dijo y como niña enfurruñada bajó la mirada, cruzó con fuerza los brazos sobre su pecho y alzó los hombros.- Además está eso. Lo de tu alimentación. –Continuó diciendo sin variar su postura.- Al señorito no le vale cualquier carne, un trozo de ternera o de lo que sea que se pueda comprar en un súper, no, el señorito tiene que comer carne humana y fresca.
- ¡Y qué culpa tengo si eso es lo único que me alimenta! ¡Qué culpa tengo yo si esa es mi maldición! ¡ ¡bastante castigo tengo! –Protestó airado el chaval para continuar en un tono más comedido.- Además, aunque pudiera comer cualquier cosa, ternera como tú dices. ¿Cómo íbamos a comprarla si no tenemos ni euro? ¿Qué haríamos? ¿Nos pondríamos a trabajar? ¿Dónde? Si según están las cosas no hay un maldito curro de nada. Y aunque lo hubiera y sobraran los trabajos… ¿Quién nos iba a contratar a nosotros en nuestra situación? ¿Dime? ¿Qué íbamos a hacer? ¿Te ibas a poner a hacer mamadas de verdad o qué?
La sola idea le volvió a provocar a la chica otro tiritón de hombros y no le quedó otro remedio que otorgar callando. El chico aprovechó su victoria y remató diciendo en un cariñoso tono de voz
- Tú piénsalo, de este modo solucionamos el problema de mi manutención y el de nuestros ingresos. Lo que hacemos es lo mejor que podemos hacer…
- Es lo mejor hasta que nos pillen. –Añadió la muchacha.-
- Por eso lo hacemos así y nos tomamos tantas molestias. Vamos cada vez a lugares diferentes, a los más alejados y los más cutres que podemos encontrar donde abundan don nadies que el mundo no echará en falta. Y si me apuras, te diría que hasta casi hacemos un favor a la especie humana. –La chica le miró sin entender y el continuó poniendo cierta vehemencia en sus palabras para convencer..- ¿No lo ves? La gente que elegimos son premios Darwin en potencia. Especímenes defectuosos que, por el bien de la especie, no merecen que sus genes sean transmitidos a otras generaciones. Mejoramos la raza y eso es algo bueno.
- ¿Estás seguro? –Preguntó la muchacha en un tono casi suplicante.-
- Estoy seguro. De verdad. -El chico deslizó su mano por entre la capucha y acarició suavemente la mejilla de la muchacha quien ladeando mimosa la cara se dejó querer. Luego, con voz tierna, añadió- No es tan malo lo que hacemos. Estoy convencido.
La chica no terminó de entender muy bien todo aquello. Pero la excusa sonaba bien y a él parecía servirle así que decidió que también a ella le serviría. Qué más daba. Lo importante era aferrarse a algo, a lo que fuera, aunque fuera una locura, aunque fuera sangriento, aunque no tuviera sentido, aunque no lo entendiera. Necesitaba excusas para no sentirse sucia, triste, para poder continuar, y aquello, aunque de manera ligera, podía ser una excusa más que alimentara su secreta esperanza, la esperanza tonta y remota de que algún día su suerte cambiaría, que no siempre iba a ser todo así, que algún día volvería a sentir la felicidad que hace tiempo llegó a sentir, que su negro destino se teñiría aunque sólo fuera un poco más de gris y que todo acabaría cambiando para mejor. No sabía cómo, no sabía qué, no sabía cuándo y nada de lo que divisaba en el horizonte de su futuro le indicaba que aquello pudiera mejorar de algún modo, pero sin aquella vaga e inconcreta ilusión, sin aquella débil y difusa esperanza que atesoraba con mimo en lo más profundo de su ser no podría continuar, no podría seguir luchando, luchando simplemente por sobrevivir. Así que con un chasquido de la lengua y un asentimiento de cabeza decidió dar por bueno todo aquello y tras meterse las manos en los bolsos de la sudadera, enfundarse un poco más la capucha roja y bajar la cabeza se arrebujó en su asiento dispuesta a relajarse durante lo que quedaba de trayecto. Pero los pensamientos tienen la mala costumbre de volar por libre y otra de sus preocupaciones fue a posarse en su cabeza y decidió compartirla.
- Espero que esté dormida cuando lleguemos a casa. No me apetece nada tener que aguantarla.
Como si de pronto le hubieran recordado que se dirigía a una cita con el médico para que le hicieran una colonoscopia, el chico se revolvió incómodo en su asiento.
- No cuentes con ello. –Contestó el chico con una sonrisa amarga en su boca.- Y la verdad que yo tampoco estoy para muchas tonterías.
Al fin llegaron a su parada. Salieron de la estación y en silencio, sin intercambiar palabra recorrieron el todavía largo trecho que les separaba hasta su casa. Aunque quizás llamar casa al sitio donde vivían, resultaba demasiado generoso. Era un pequeño apartamento en un cuarto piso de un edificio donde ninguno de los inquilinos había visto nunca funcionar al ascensor. Así que como cada día subieron las escaleras, peliaguda travesía, donde además de salvar los cuatro pisos con el acompañamiento de gritos, música, risas, televisiones, sollozos y otros sonidos que a menudo salían de los apartamentos, también debían sortear la fauna que frecuentaban los descansillos; fumadores de crack, vagabundos, borrachos, putas haciendo servicios y en definitiva cualquier deshecho que la sociedad escupía.
Por fin llegaron frente a su puerta. Se detuvieron, intercambiaron una mirada en la que se deseaban suerte mutuamente y tras respirar profundamente la chica se inclinó sobre la cerradura. Metió la llave haciéndola girar lo más suavemente que le fue posible y con el mismo cuidado comenzó a empujar la puerta para abrirla muy, muy lentamente. Sin embargo, no la había desplazado siquiera un centímetro cuando de pronto, desde dentro, les llegó una voz áspera, chillona y aguardientosa que les decía:
- ¡Ya era hora de que llegarais! ¡Llevo todo el santo día aquí sola! ¡Qué vejez me estáis dando dios mío, que vejez!
Los chicos en la puerta se miraron diciéndose que no había habido suerte y olvidando ya cualquier precaución la chica se incorporó, abrió del todo la puerta y la franqueó al tiempo que en voz alta contestaba:
- Hola abuela. Yo también me alegro de verte.
Cerraron la puerta tras de sí y con paso y medio se plantaron en mitad del apartamento. Sucio, mal iluminado por una lámpara de pie en una esquina y flotaba un olor a rancio, humedad y viejo en el aire. La abuela estaba sentada en una silla junto a una mesa blanca de formica y les miraba desde lo que vendría a ser la cocina, indicado por una sucia cocina de gas y una nevera junto a una pared, pues las estancia donde estaban era recibidor, salón, sala de estar, cocina y dormitorio de la abuela por la noche. Un loft dirían unos, una mierda de apartamento dirían otros.
Los chicos se fueron a sentar junto a la abuela, una abuela normal de infantería. Con su redondo moño gris en lo alto de la cabeza, la cara surcada de arrugas, el vestido gris de franela y zapatillas a cuadros de felpa de esas de andar por casa. El chico se quitó su cazadora de piel y la tiró sobre un sofá de polipiel, eufemismo para plástico, y que aparte de los de la cocina era el único mueble de la habitación junto con una televisión vieja con antena de cuernos e imagen cargada de nieve. La chica se quedó con su sudadera roja y lo único que hizo fue quitarse la capucha antes de sentarse. Sobre la mesa había abierta una caja de cartón plana y cuadrada con algo más de media pizza que comenzaba a encogerse y secarse por llevar ya un buen rato al aire.
- Como no veníais y yo no estoy para preparar nada me pedí una pizza para cenar. Podéis comeros eso si tenéis hambre. –Señaló con desprecio la caja y lanzando una mirada cargada de reproche al chico que tenía en frente añadió con cierto retintín en su voz.- Aunque bueno… Supongo que tú vendrás ya comido ¿no?.
- ¡No empieces abuela, por favor! –Protestó la muchacha al tiempo que se lanzaba a por un pedazo de pizza. No tenía buena pinta pero tenía hambre y se cortó un trozo con un largo cuchillo de sierra, de los del pan, que estaba en la caja.-
- ¡¿Pero qué he dicho yo?! ¡Si no he dicho nada! – Se quejó la abuela airadamente fingiendo un amago de llanto.- Si yo sólo preguntaba si había cenado. ¡Ay ay! ¡Si ahora resulta que no voy a poder ni abrir la boca!
- Venga abuela, no dramatices. –Dijo la chica con indiferencia dándole un mordisco a la pizza.-
- ¿Qué dramatizo? ¿Qué yo dramatizo? ¡Ay! –Replicó la abuela llevándose la mano a la barriga con un gesto de dolor.- ¿Ves? Mira si dramatizo. Ya has conseguido que me duela el estómago. Voy a por el antiácido.
Y dicho esto se levantó entre esfuerzos lastimeros de la silla y con la mano agarrándose el estómago se dirigió despacio hasta una pequeña alacena en la pared. Revolvió un momento en ella y al cabo regresó con un pequeño vaso de chupitos de sólido cristal en una mano y una botella transparente con un líquido incoloro en su interior. En realidad, el contenido de la botella, ese “antiácido” en cuestión, era aguardiente de orujo gallego que en manos de la abuela se convertía en una especie de tónico curalotodo, de mágico bálsamo de fierabrás que lo que ahora era un antiácido para el estómago, dentro de un rato podría ser un analgésico para la cabeza, mañana un antiinflamatorio para las articulaciones y pasado antidepresivo o reconstituyente muscular, eso dependiendo de los achaques, reales o imaginarios, que sufriera la abuela.
Se volvió a sentar la abuela entre los mismos lamentos. Destapó el tapón de corcho de la botella y llenó el pequeño vaso hasta colmarlo. Entonces, con cierta parsimonia, lo agarró con una mano se lo llevó a la boca y echando con fuerza hacia atrás la cabeza hizo desaparecer por completo el líquido en su boca. Con un sonoro golpe seco depositó el duro vaso de cristal sobre la mesa dio un respingo con la cabeza para hacer pasar el aguardiente por la garganta y tras recostarse en la silla se dirigió a los chicos.
- Bueno. Ya parece que me encuentro mejor. Y entonces qué. ¿Qué tal os ha ido la noche?
La chica sin decir nada, dejó sobre la mesa el trozo de pizza que mordisqueaba, se frotó las manos para limpiárselas y tras meterlas en los bolsillos de la sudadera y hurgar un rato en ellos sacó los setenta euros y el reloj POLEX arrojándolos sobre la mesa. La abuela se lanzó con avidez sobre el botín y no tardó en percatarse de lo exiguo que era.
- ¿Pero qué es esto? ¡Esto es una porquería! ¡Con esto no tenemos ni para mis medicinas!
- Venga abuela, no exagere. –Replicó la chica al tiempo que con una mano revolvía displicentemente el dinero sobre la mesa.- Que al menos para el orujo si que tiene.
- ¡Ay, ay, ay! ¡Quién me lo iba a decir a mí! A mis años y pasar estas apreturas. -Comenzó a gemir lastimera la mujer llevándose las manos a la cara.- ¡Ay! Nunca debimos abandonar nuestra casa, la del bosque ¡Ay! –La mujer se descubrió la cara, cogió la botella, llenó el vaso, se lo bebió de un trago, lo dejó sobre la mesa haciéndolo sonar y tapándose otra vez la cara con sus manos retomó el gimoteo.- ¡Ay,ay! Con lo bien que vivíamos allí. Allí nunca nos faltaba de nada. ¡Maldita la hora que vinimos a este lugar! ¡Ay!
La muchacha levantó la mirada al techo como en súplica muda y con cierta rabia se metió en la boca el último trozo de pizza. Si tenía la boca llena se libraría de la necesidad de responder. El chico, sin embargo, que había permanecido callado e indiferente como era su costumbre en estas situaciones decidió intermediar y con el tono de voz del maestro que se dirige a un alumno un poco lento le dijo.
- Ya se lo hemos dicho muchas veces abuela. Si nos hubiésemos quedado allí nos habrían detenido y vaya usted a saber qué nos hubieran hecho. Nada bueno, seguro.
La abuela le fulminó con la mirada y el chico recordó de pronto por qué acostumbraba a mantenerse al margen en aquellas situaciones.
- ¡Tú cállate mal bicho! –Espetó la mujer con saña soltando salivazos sobre la mesa.- Que si estamos en esta situación es por tu culpa, maldito engendro.
- ¡Abuela! –Intermedió la muchacha.-
- Sí, sí. Si estamos así es por su culpa. Y por la tuya. –Continuó con rabia la abuela girando la cabeza para dirigirse a la muchacha.- Estaba ese chico. El que era leñador. Te adoraba y besaba la tierra que pisabas. Un buen mocetón, alto y apuesto con un oficio normal y una vida normal. Pero no. Tú tuviste que elegir a eso. –La mujer señaló al muchacho con un dedo acusador.- A ese demonio.
El chico cerró con fuerza los puños sobre el asiento de la silla al tiempo que los ojos con los que miraba a la mujer parecían iluminarse y tomar la forma de los de una alimaña.
La chica extendió el brazo para poner la mano sobre la rodilla del chico lo que lo tranquilizó algo, al tiempo que volvía su vista hacia la mujer.
- Te haces la senil y la desmemoriada pero sabes lo qué pasó perfectamente abuela lo que pasa que dices esas cosas sólo para cabrearme. Aún así te voy a recordar una vez más lo que pasó. _Se inclinó sobre la cara de la abuela para que la oyera con claridad.- Ese maravilloso chico del que hablas, ese mocetón que dices tú que era tan bueno, resulta que quiso aprovecharse de mí, me negué, me pegó y luego trató de violarme y si no es por este engendro, como tu lo llamas, que me salvó no sé cómo hubiera acabado aquello.
- ¡Pero el muy bestia lo mató! –Acusó la abuela.-
- ¡Claro que lo mató! Si no le hubiera matado a él. Tenía el hacha de la mano. Fue muy valiente. –La chica bajó la mirada y con una sonrisa triste en la boca dejó que algunos recuerdos felices surcaran por su cabeza. Miró entonces al chico con ternura, cogió su mano entre las suyas y continuó hablando con un deje de melancólica nostalgia - Estábamos jugando, sólo eso. Si vieras que rico estaba cuando lo vi metido en tu cama, abuela, con tu camisón puesto y tu gorrito de dormir y esas orejas tan largas que me escuchaban y sus brillantes ojos que me miraban y su enorme boca que se relamía. Me ponía, me ponía mucho y no lo niego, me tenía encandilada. Qué le vamos a hacer, todo el mundo tiene sus rarezas. El caso es que oímos llegar al leñador que venía corriendo con el hacha de la mano y vociferando porque tú habías salido pitando a decirle que estaba conmigo. Lobo se pudo esconder antes de que llegara y cuando el leñador me vio allí sola en la habitación… El resto ya lo conté…. El leñador se pasó mucho y él me defendió –La chica soltó las manos del chico y con un tono más firme en su voz volvió la vista de nuevo a la abuela.- Así que ya lo sabes. No podemos volver porque estamos acusados de asesinato del cual también tienes tú una gran parte de culpa. Así que, dadas las circunstancias, lo mínimo que podías hacer era sentirte agradecida de que tú estés aquí mantenida sin hacer nada mientras nosotros te procuramos el sustento con nuestro esfuerzo y nuestro trabajo.
- ¡¿Trabajo?! Brfff. –Bufó la abuela sarcástica.- No me hagas reír ¿A lo que hacéis lo llamáis trabajo? Tú –Señaló a lobo.- comerte a la gente y tú –Señaló a la chica.- hacer como si haces una mamada a un pobre infeliz. Pfff… Tenías que pensar en empezar a hacer mamadas de verdad y también a levantarte esa faldita para que te follen de vez en cuando en vez de ir de estrecha. Seguro que así viviríamos mejor. –Comenzó a reírse con sonoras carcajadas al tiempo que comenzó a señalarles alternativamente con el dedo. Ora uno ora a otro- Su esfuerzo… ja,ja,ja… Y su trabajo dicen… Ja, ja, ja…
Los ojos de lobo empezaron a cambiar y sus músculos comenzaron a tensarse sobre la silla luchando contra el impulso de lanzarse sobre ella y dudaba de poder resistirse. Pero no tuvo tiempo de dudar demasiado. Antes de que pudiera darse cuenta, la muchacha se puso de pie, cogió el largo cuchilla de sierra y se situó detrás de la abuela. Con la mano libre agarró el moño gris, tiró de la cabeza hacía atrás con fuerza y con la mano del cuchillo le hizo un lindo y profundo corte de oreja a oreja que ahogó su última risa y por el que salió disparado un rápido chorro de sangre que salpicó la mesa, los restos de pizza y al chico. La abuela mientras con el último “ja” atragantado en la garganta y con la cabeza mirando al techo tan solo boqueaba escupiendo sangre.
El chico con la ropa y la cara manchada de sangre se quedó inmóvil, de piedra, sobre su silla. Al final pudo reaccionar, miró a la muchacha que continuaba de pie detrás de la abuela y con una mezcla de orgullo y respeto acertó a decir:
- A veces me das miedo.
La chica sonrió con amargura, se encogió de hombros y después de limpiar el cuchillo sobre el hombro de la abuela y sacar un pitillo de su bolsito dijo:
- Para deshacernos del cuerpo lo mejor sería que te la comieras.
- ¡Qué dices! –Protestó el chico.- Ahora no tengo hambre y además los viejos saben mal y son correosos y duros.
- Si te la hubieras comido en su día ahora no estaríamos con esto. –Dijo cansada la muchacha con el cuchillo aún de la mano y un pitillo humeante en su boca mientras se encaminaba hacia el pequeño cuarto donde dormían.- Así que ya sabes. Si no te la comes ahora te queda para mañana para desayunar.
El chico protestó molesto.
- ¡Venga, no seas así, Caperucita!
La chica se giró como con un resorte blandiendo con furia el cuchillo en su mano y apuntando con él al muchacho.
- ¡Nunca! ¡¿Me oyes bien!? ¡Nunca más en la vida se te ocurra volver a llamarme así! –Se dio de nuevo media vuelta, se puso la capucha de su sudadera roja en la cabeza y sin girarse y antes de desaparecer por la puerta se le oyó decir.- Caperucita hace tiempo que dejó de existir. Murió.