miércoles, 3 de octubre de 2007

Maldita Conciencia

No tenía ni idea de que conseguir una pistola fuera tan sumamente sencillo. Si llego a saber esto antes, tal vez hasta me hubiera decidido hace tiempo a hacer lo que me propongo.

La cacharra es una Glock de 9mm y cargador de 10 balas. El tipo que me la ha vendido, un niñato que caminaba balanceándose para parecer un matasietes, me ha asegurado que el orificio de entrada de la bala en el cuerpo, es mas estrecho que el grosor del meñique, pero que cuando sale, al deformarse, hace unos agujeros como puños. Ese detalle me ha gustado bastante.

Ahora estoy en el coche y me dirijo a algún lugar apartado para probarla y hacerme a ella. La llevo en el asiento del copiloto, encima de media docena de cervezas y aún metida en la misma bolsa en la que me la han dado, una elegante bolsa de papel de una joyería. Sonrío preguntándome si cuando me dijo que sólo se había usado una vez, fue en la joyería que anuncia la bolsa.

Conduzco durante bastante tiempo por carreteras comarcales hasta que me desvío por una pista de tierra que me interna en un bosque de encinas. De vez en cuando la miro de reojo, cada vez más convencido de lo que tengo que hacer con ella.

Tras dejar aparcado el coche al borde del camino, me adentro entre los árboles y camino durante un trecho hasta llegar un sitio que creo idóneo. Es un pequeño claro, completamente solitario donde en un extremo hay una encina seca, como el esqueleto de un espantapájaros, que me servirá para poner el blanco.

Saco un antiguo póster del Che Guevara que andaba por casa y que me había traído y como puedo, lo sujeto al escuálido árbol. No tengo nada contra el pobre Che, pero era lo más apañado que tenía a mano. También coloco a ambos lados, las latas del par de cervezas que me había trincado durante la preparación.

Me alejo y saco la pistola de la bolsa. La miro y la sopeso en mi mano. Es un arma negra, sólida y poderosa. ¿Por qué será, que transmiten a todo tu cuerpo esa extraña sensación de poder?

Tiene el cargador puesto, la amartillo, la levanto empuñándola con ambas manos y hago tres tímidos disparos. Dos dan fuera de la silueta del Che y el tercero le agujerea la boina. De repente, me parece escuchar una voz. Es una voz extraña, no por el tono sino porque he creído oírla dentro de mi cabeza. Miro a los lados, no veo a nadie, me encuentro completamente solo y culpo al ruido de los disparos que me han dejado un poco aturdido.

No le doy importancia, acabo la tercera cerveza, me encaro al blanco y comienzo a disparar hasta vaciar, en apenas unos segundos, el cargador. Esta vez le borro la nariz al Che. Sonrío, tal vez, hasta tengo buena puntería.

Todavía resuena el eco de los disparos en el aire cuando vuelvo a escuchar la voz. Esta vez ha sido nítida.

-¿Por qué estás haciendo esto?

Bueno, nítida porque entiendo las palabras, pero sigo sin saber de donde proviene la voz, pues parece resonar en mi cabeza.

-¿Quién anda ahí? –Chillo apuntando con la pistola en todas direcciones.- ¡Os advierto que estoy armado!

-¿Por qué estás haciendo esto? –Vuelvo a escuchar, aunque en esta ocasión siento algo que me da unos leves tirones del pantalón.-

Agacho la cabeza para mirar que lo provoca y me quedo de una pieza. Un niño pequeño, que apenas me llega por la cintura, me mira con sus grandes ojos mientras agarra mi pantalón y con insistentes movimientos de su mano sigue preguntando.

-¿Por qué estás haciendo esto?

Lo miro extrañado y suelto su presa del pantalón pues está consiguiendo bajármelos con tanto tirón.

-¿A ti que te importa? –Le contesto mientras relleno el cargador.-

-¿Por qué estás haciendo esto? –Insiste con su letanía mientras me mira con aquellos ojazos en los que sólo se ve bondad e inocencia.-

Esa mirada me descoloca un poco y reacciono en plan gallito.

-¡Por qué puedo!

Y antes de acabar de decir esto, levanto el arma, apunto a las latas que había en el árbol y hago dos disparos. Hubiera quedado perfecto si las dos latas hubieran salido volando por los aires, pero sólo acerté a una y la otra ni se movió. De todos modos, quedó bastante aparente. Me vuelvo hacia él con el arma apuntando hacia arriba y le digo.

-¿Lo ves?... Porque puedo.

-No está bien lo que piensas hacer. –Me dice con candidez mientras menea su cabeza a un lado y a otro en un gesto de reproche.-

-¿Y tú que sabes lo que yo pienso hacer? –Exclamo con cara de pasmo.- ¿Quién coños eres tú? ¿Cómo has llegado solo hasta aquí?

-No he venido solo. He venido contigo.

-¿Conmigo…? ¡Pero si no te conozco de nada, ni te he visto en la puta vida ¡

-Sí que me conoces, aunque tienes razón en que no me habías visto en la pu… bueno… que no me habías visto nunca. –Hace una pausa, se encoge de hombros y con una sonrisa en su boca me dice.- Soy tu conciencia.

Mi sonora carcajada resuena en el silencio de aquel bosque.

-¡Mi conciencia… dice! ¡Tú estás loco, chaval!

Se me queda mirando muy serio y con cierto tono de enojo me pregunta.

-¿Entonces, como es que conozco lo que estás pensando hacer?

-¿Y que crees que quiero hacer?

-Estás pensando en hacer daño a gente que conoces. –Dice mientras me apunta con un dedo acusador.-

Me quedo paralizado, con la boca abierta y mirando al chaval como si estuviera viendo a un marciano.

-¿Por qué dices eso? –Acierto a balbucear cuando consigo hacer reaccionar mi mandíbula.- Yo sólo estoy practicando tiro.

-No me mientas. –Me contesta mientras agita el dedo que me sigue apuntando acusadoramente.- No ves que conozco todos tus pensamientos, que vivo dentro de tu cabeza.

Lo cierto es que aquella voz, me empezaba a sonar enormemente familiar. Aun así, no daba crédito a lo que estaba escuchando.

-Entonces, si tú eres mi conciencia buena, ahora aparecerá en este lado mi conciencia mala que empezará a llevarte la contraria ¿No? –Le suelto con bastante sorna.-

-Oh no… -Me dice agitando la mano.- Para eso te bastas tú solo. El ser humano ya es malo por naturaleza, somos las conciencias las únicas que ponemos un poco de freno a vuestros actos y la verdad, es que cada vez, nos hacéis menos caso.

¡El renacuajo me está hablando completamente en serio!

-Pues a ver –Le digo buscando desarmarle.- Si vives dentro de mi cabeza ¿cómo es que ahora te veo y hablo contigo?

-Porque hay demasiado odio en tu interior. –Su faz cambia, se torna tremendamente triste y agacha la cabeza.- Y desde que has comprado la pistola y has comenzado a disparar, la rabia ha crecido tanto y tan de golpe que ha conseguido echarme.

Levanta lentamente la cabeza y puedo ver como una lágrima resbala por su mejilla.

-Lo que quieres hacer va a causar mucho dolor y nos va a destruir. Debes de olvidar, perdonar y continuar con tu vida.

-¿Qué vida? –Estallo.- Si me la han roto en mil pedazos y luego han tirado los pedazos. Es hora de que el dolor lo sientan todos y no sólo yo.

-¿Y que quieres conseguir con eso? –Me contesta entre sollozos y con sus grandes ojos desbordados en lágrimas.- No conseguirás mitigar tu dolor y provocarás mucho más. Es un acto cruel de venganza.

Mis ojos también se humedecen pero no de pena, sino de rabia.

-¡No es venganza! ¡Es justicia! ¡ Y si no hay posibilidad de que me la concedan, la tomaré yo con mis manos! –Aprieto un puño delante de la cara del niño.- ¡Y cruel es lo que ellos han hecho conmigo!

El niño me coge el puño entre sus dos manitas y venciendo la congoja que atenaza su garganta comienza a suplicarme.

-Olvídalo… Por favor… Tú eres bueno, te conozco y sabes que los actos de bondad curan mejor las heridas que los actos malos. No lo hagas, por favor, no lo hagas…Por favor… Por favor…

Bajo el puño, el sincero llanto del muchacho consigue calmar mi acelerado corazón, aunque la bilis sigue corroyéndome el gaznate.

-O sea ¿Me estás pidiendo que les comprenda, les perdone y les agradezca lo que me han hecho pasar, para que ellos pueden seguir disfrutando de una estupenda existencia que han levantado sobre las ruinas de la mía, mientras yo me arrastro por ahí en la más absoluta indigencia? ¿Es eso?

-Bueno… Ahora lo ves así de negro, pero ya verás como con el tiempo todo irá mejorando y lo verás de otra manera.

-Y ahora me pides que tenga fe… Está claro que no me conoces.

Negando con la cabeza observo detenidamente al niño que me mira tratando de esbozar una sonrisa conciliadora mientras que con la manga se limpia las lágrimas y mocos que inundan su cara.

Pienso… Mi cabeza y mi corazón se debaten con dureza y no sé que hacer…. Estoy tan cansado…

La sonrisa del niño crece y me levanta ambos brazos como en un gesto para que lo vuelva acoger. A cambio, mi cara y mi boca esbozan un gesto de hastío, levanto el brazo que empuña la pistola, apoyo el cañón en su pequeña cabeza y disparo. El cráneo del niño revienta como una sandía que cae de un segundo piso y su cuerpo se derrumba con igual contundencia.

Me guardo la pistola todavía caliente en el cinturón, recojo las cosas y regreso al coche.

Al final creo que ha sido un buen día, al menos he aprendido un par de cosas. Lo primero, lo fácil que es comprar una pistola, y lo segundo, que es más fácil aún, acallar tu conciencia cuando la tienes en la mano.

Ahora vamos hacer lo que tengo que hacer.

1 comentario:

  1. No puede acabar así, quiero una segunda parte y con ella una moraleja más esclarecedora de esta historia y la quiero YA! Y la culpa es tuya por escribir tan bien historias como estas...

    Abrazos de un lector empedernido

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